Hasta la llegada del COVID-19, algo tan simple como abrir la heladera para retirar un alimento era una acción que realizábamos en forma cotidiana y raramente nos deteníamos a pensar sobre el trayecto recorrido por esa fruta, hortaliza o trozo de carne antes de llegar hasta allí. Nos acostumbramos a que todo está al alcance de la mano: productos frescos, de calidad, aromáticos, agradables a la vista, al tacto y por supuesto también al gusto. Y si no lo tenemos en la heladera o la despensa alcanza con ir al supermercado o comercio del barrio para adquirirlo.
Somos afortunados al vivir en un país como Uruguay, donde, la alimentación de calidad está al alcance de todos, aun en tiempos de crisis como ahora. Somos capaces de mantener la cadena alimenticia activa y sin depender de mano de obra extranjera. Cualquiera sea el rubro de actividad agrícola que elijamos, ésta se está desarrollando sin contratiempos: las siembras, las cosechas, el almacenamiento, la distribución, y la llegada al consumidor final. Lo mismo podemos asegurar de la cadena cárnica.
No sucede lo mismo en Europa o Estados Unidos que dependen del trabajo inmigrante para gran parte de las etapas productivas agropecuarias y las restricciones sanitarias y el cierre de fronteras han impedido la llegada de extranjeros.
En España los agricultores y granjeros han realizado los trabajos de campo, pero en estos días debería comenzar la cosecha de frutas y no se consiguen trabajadores para esa tarea que emplea mucha mano de obra proveniente de Bulgaria, Rumania o Marruecos.
Reportes periodísticos españoles hablan de “desesperación total del sector” que no sabe si podrá cosechar a tiempo. El ministro de Agricultura, Luis Planas, dijo que ese país necesita hasta 150.000 trabajadores para realizar las diferentes cosechas en las próximas semanas.
La esquila es otra área en que el trabajo extranjero es fundamental, y afecta especialmente al trabajo de varios uruguayos que suelen viajar a España a cumplir con la zafra de la primavera europea.
Henryk Golab es un empresario polaco radicado en España que se ha convertido en una solución para los productores ovinos al contratar mano de obra extranjera para cumplir con las esquilas que se dan en esta época del año y, a la vez, logra que cientos de esquiladores de varios países, incluso Uruguay, logren buenos pagos y regresar a sus países con el fruto del trabajo.
“Soy polaco y trabajo en España desde hace más de 30 años con una empresa que brinda servicios de ganadería”, particularmente esquiladores, dijo desde España a La Mañana.
España, Alemania, Francia, Italia, Suiza y Estados Unidos, son algunos ejemplos de lo importante que es la mano de obra extranjera para la productividad y seguridad alimentaria de esos países.
“Nos dimos cuenta que en España faltaban esquiladores”, un sector de trabajo que no le atrae a la gente joven de ese país. “Al principio creamos una escuela de esquiladores” pero no resultó porque “es un trabajo duro”, por lo que “puse la empresa y trajimos esquiladores de otros países: Rusia, Ucrania, Polonia, Eslovaquia, y también Uruguay”, dijo el titular de Henryk Golab S.L.
“La falta de mano de obra es un problema general de Europa y con el coronavirus la gente no puede llegar a los países a trabajar. Nosotros tenemos algunos polacos y uruguayos que ya están aquí, pero no cubren la mano de obra que se necesita y este año la esquila se retrasará mínimo un mes”, comentó.
“Los esquiladores que llegan tienen trabajo seguro y ganan buen dinero. Los uruguayos tiene mucha más experiencia y mejores rendimientos” y eso “es importante y ventajoso para los uruguayos como para los españoles”.
Pero este año “es seguro que no se van a poder esquilar todas las ovejas, salvo que vengan el doble de los esquiladores”, pero eso no sucederá.
Quienes deseen venir “no tienen que tener miedo porque las áreas de trabajo son rurales y en pueblos en que no está el coronavirus”, aseguró.
Es hora de que Europa revalorice la mano de obra inmigrante
Pero el problema no es sólo en España, varios países europeos la sufren: Alemania, Francia, Italia y Suiza son algunos ejemplos.
Los agricultores del país germano lanzaron una alerta porque el cierre de fronteras puede causar desabastecimiento de alimentos ya que no se permite el ingreso de trabajadores extranjeros que levanten los cultivos.
Ante eso el gobierno autorizó el ingreso de hasta 80.000 extranjeros, una medida gubernamental que la ministra de Agricultura, Julia Klöckner, dijo que es “importante” porque “la cosecha no espera y la siembra tampoco”. Ese total se suma a 40.000 alemanes desempleados y estudiantes dispuestos a trabajar en las tareas rurales.
Bajo el lema “Ayuda al país” se lanzó una campaña para reclutar trabajadores para el campo, además de convocar a refugiados con ese fin. El problema está en que los inscriptos para el trabajo no tienen conocimiento ni experiencia.
Joachim Rukwied de la Asociación de Agricultores dijo que faltarán algunos alimentos y eso generará desabastecimiento y una suba de los precios que gravará más las economías familiares.
En Francia, el presidente Emmanuel Macron, dijo que aquellas personas que perdieron el trabajo podrían trabajar el campo como forma de ayudarse a sí mismas y de esa forma ayudar la economía.
En la misma línea los ministros de Economía, Agricultura y Trabajo, presentaron iniciativas con el fin de “apoyar a los trabajadores, ayudar a los agricultores y la economía nacional”.
En Italia la situación es esencialmente la misma. Coldiretti, una importante organización agrícola italiana, dijo que el cierre de fronteras impidió el ingreso de 200.000 extranjeros que solían viajar a ese país en la temporada de cosecha y se podría perder el 35 % de lo producido. La situación llevó al gobierno a analiza regularizar inmigrantes que realicen trabajos como jornaleros y compensen el faltante de mano de obra rural.
Suiza no escapa a la situación de los otros países europeos. Todos los años la agricultura y la forestación de este país emplean a más de 18.000 trabajadores extranjeros, pero este año el gobierno apela a las personas que han perdido su trabajo en otras áreas. Sin embargo los trabajadores locales no ven con simpatía desempeñarse en el rubro agrícola porque supone más esfuerzo físico y jornadas largas.
En este contexto, la organización Caritas Europa y más de 30 organizaciones civiles, exhortan a los Estados miembros de la UE a establecer líneas de acción en un documento recientemente publicado. “La crisis desatada por la propagación del coronavirus ha demostrado cuán frágil e insostenible es nuestro sistema de suministro de alimentos” afirma el comunicado. “Las instituciones de la UE y los Estados miembros – añade – deben tomar medidas para garantizar que los alimentos que comemos no se produzcan en condiciones de explotación, perjudicando a las personas o al planeta”.
“Pedimos a los Estados – se lee en el documento – que garanticen que se respeten los derechos de los trabajadores migrantes, que se les brinden condiciones de trabajo decentes y se les otorguen documentos legales de permanencia”. Por último, la organización católica humanitaria reitera su llamado a construir un sistema alimentario más justo y sostenible.
Estados Unidos se alimenta “gracias a la mano de obra de los inmigrantes”
Estados Unidos no escapa al problema. El escritor estadounidense de padres mexicanos Antonio De Loera-Brust, escribió un reciente artículo en el que advierte la “dependencia” que ese país tiene “de los trabajadores agrícolas, y consideró que “si Estados Unidos se mantiene alimentado será gracias a los trabajadores agrícolas inmigrantes”.
En el mismo sentido que De Loera-Brust, y a pesar de las políticas migratorias del presidente Donald Trump, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, opinó que el ingreso de extranjeros es “esencial para la economía y seguridad alimentaria” del país.
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