Pasado mañana, primero de mayo, se conmemora un nuevo aniversario del fallecimiento de José Enrique Rodó. Murió en 1917, en un hotel de Palermo, Sicilia. Había partido de Montevideo el 14 de julio del año anterior, vale decir, el día previo a cumplir cuarenta y cinco años. No llegó a los cuarenta y seis, porque complicaciones de una infección renal lo precipitaron en un deceso prematuro, que seguramente sólo previó en el curso de sus últimas horas. Tampoco llegó a París, ciudad en que pensaba radicarse por un buen tiempo. Inquietudes y aspiraciones de toda la vida y proyectos intelectuales de gran alcance lo habían llevado a Europa, lo que se hizo posible en virtud de una corresponsalía que le contrató la revista Caras y Caretas, de Buenos Aires, a la que Rodó envió puntualmente las magníficas impresiones y reflexiones que suscitaron en él sus estadías en Lisboa, Madrid, Barcelona, Turín, Pisa, Florencia, Roma, Nápoles y Palermo, principalmente. Recibió a Rodó la Europa eterna, en la que se sumergió entusiasmado y ultraperspicaz. Lo recibió también, especialmente cuando llegó a Italia, la Europa en guerra, la Europa de la Gran Guerra.
Como creemos que José Enrique Rodó es, bien leído, nuestro contemporáneo, nuestro amigo lleno de vida, intentaremos asumir este nuevo aniversario abordando junto a él la pandemia de COVID-19, esta conmoción que nos amenaza, nos conturba, nos recluye al tiempo que nos universaliza. Obvio resulta que el maestro no vivió la actual ni la pandemia inmediatamente anterior, la mal llamada gripe española que asoló el planeta en 1918 y 1919, cuando los restos de Rodó yacían en un cementerio siciliano, pendiente aún la repatriación de que serían objeto en 1920. Una mediación nos permitirá, sin embargo, reflexionar con él la peripecia de hoy: la Gran Guerra, tan análoga a una virosis no controlada todavía.
Rodó experimentó hondamente la trágica conflagración que estalló en 1914. Sus biógrafos dan cuenta de cómo seguía diariamente en Montevideo las alternativas bélicas. Publicó además en la prensa, como era esperable de su personalidad y de las expectativas sociales que su trayectoria provocaba, análisis políticos y culturales muy significativos, a medida que se desarrollaban los acontecimientos europeos. Al editar las Obras Completas de Rodó (para Aguilar, en 1957 y 1967), Emir Rodríguez Monegal reunió esos artículos en una sección titulada “Escritos sobre la Guerra de 1914”.
Dos elementos destacan en ellos, a nuestro juicio. El primero, la naturaleza que Rodó asigna a la contienda: ésta consiste en la lucha a muerte de dos tradiciones filosóficas, morales, jurídico-políticas: el humanismo democrático y el autoritarismo colectivizante (Francia encarna la primera, junto con el Reino Unido, mientras que Alemania y Austria-Hungría lo hacen con la segunda). El otro elemento destacable, la previsión de la literatura que sobrevendrá como consecuencia de la gran confrontación, previsión en que una vez más Rodó despliega su admirable capacidad de crítico y teórico de las labores narrativas y poéticas.
Pero no se agota allí lo que escribió sobre la Gran Guerra. Otro tono tienen las notas (más largas, cercanas por sus contenidos al género ensayístico) que desde Europa remitió a Caras y Caretas y que refieren al conflicto. Fueron publicadas en libro, junto con otras que versan sobre distintos asuntos y ofrecen otros tonos, en el libro póstumo que se tituló El Camino de Paros.
Los artículos sobre la Gran Guerra (IX, X y XI del Camino de Paros) expresan las vivencias rodonianas desde dentro de la lucha, por así decirlo. No escuchó entonces el maestro el fragor mismo de las batallas, no le alcanzaron los bombardeos aéreos o terrestres, pero captó la angustia, a veces soterrada o disimulada, en las miradas de los italianos y en sus vidas cotidianas, incluso en sus algarabías forzadas, en sus regocijos de fondo claudicante. Los despachos de Rodó al Río de la Plata se tiñen así de lúcidas percepciones psicológicas y de radicales juzgamientos humanistas. La confrontación no marca los contornos de una pugna de ideales éticos y políticos; sin desaparecer, esos contornos son sobrepujados por las líneas del horror ante el costo en sufrimiento, muerte, vidas tronchadas por la violencia incontenida. La vivencia sensible revierte, en la vasta y completa conciencia de Rodó, sobre aquel primer significado de la contienda: “No concibo cosa más estúpida que esta guerra de medio mundo contra el otro medio, tanto más cuanto que creo que después de ella las cosas quedarán, poco más o menos, como antes”. Si bien estas palabras constan supuestamente en el precario diario íntimo confiscado a un oficial austríaco prisionero, se alzan en su contexto como juicio del intelectual, viajero que a todo se abre y se deja cuestionar por todo.
Rodó nos ayuda a vivir de igual modo la pandemia actual. Abiertos a todo y dejándonos cuestionar por todo. Por los varios estratos de significación, por las diversas aristas de esta catástrofe: sanitaria ante todo pero, tras ese plano, humana, social, psíquica, económica, histórica, existencial, ética. Paradójica en cuanto nos aísla y sin embargo nos exige comportamientos comunitarios. Doble en tanto favorece la introversión pero recalca los mandatos de mirar por el prójimo y reconocer que de él dependemos. Instancia que se perfila como la más radical de nuestras vidas, desde que contemplamos de frente lo frágiles que somos mientras profundizamos (sustituyéndolas o no) nuestras respuestas a las preguntas sobre el sentido último y la guía dominante de la existencia humana.
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