El régimen soviético era adepto a las medallas. Sus gobernantes las exhibían orgullosamente, siendo el caso más notorio el de Leonid Brezhnev, quien mostraba ostentosamente decenas de ellas. La de Héroe de la República Democrática Alemana fue otorgada por servicios prestados a “el desarrollo y la estabilización de ese país”; y así muchas más. Si las condecoraciones que otorga un país dicen mucho sobre sus valores nacionales, las que un gobernante está dispuesto a recibir del extranjero hablan sobre su propia visión internacional.
El experimento progresista en uruguayo se caracterizó por un internacionalismo dirigido por organismos multilaterales, ONG y millonarios, a los cuales el país fue de a poco atando su suerte. Fue así que el equipo del Cr. Astori apuntó la mira a obtener un reconocimiento por parte de la OCDE, organismo que dicta normas, pero no ofrece nada tangible a cambio, más que “buena nota” en los vetustos círculos de poder europeos. La OCDE no ofrece fondos, ni mercados de exportación o acceso a tecnologías. Solo trofeos y la vaga promesa de un retiro en Paris.
El propio presidente Vázquez emprendió una cruzada mundial contra el tabaquismo, promovida por varias ONG, que utilizaron a Uruguay como mascarón de proa. El juicio que entablaron las empresas tabacaleras a nuestro país terminó resolviéndose favorablemente, pero solo luego de que nuestro país aceptara convertirse en campo de experimentación de la legalización de la marihuana; experimento en el cual las mismas compañías tienen importantes intereses. En ningún momento pensaron nuestras autoridades qué efecto esto podía tener sobre la marca “Uruguay Natural” y la reputación adquirida de país higiénico para la exportación de alimentos.
Si la prohibición del tabaco prometía un pedestal en la OMS, la legalización de la marihuana arruinó cualquier perspectiva de un retiro ginebrino. Ese premio nunca llegó, pero como en la vida hay compensaciones, se hizo presente el apoyo del multimillonario Bloomberg, quien declaró a nuestro expresidente “campeón en la mejora de la salud pública en Uruguay”, esta vez en mérito a su proyecto de etiquetado de alimentos, que advertía a niños y padres sobre el peligro de consumir alimentos como el dulce de membrillo.
La verdad es que el gobierno progresista ha denotado confusión sobre el significado de la inserción internacional. El prestigio ayuda, pero eso solo sirve si se ve reflejado en la posibilidad de acceder a nuevas tecnologías o abrir nuevos mercados para nuestras exportaciones. La búsqueda de prestigio como fin en sí mismo no es más que un costo, sobre todo cuando ese prestigio se obtiene en áreas marginales del ámbito internacional.
La política económica progresista fomentó la expansión del componente interno (los bienes “no transables”) del PBI, en detrimento de la competitividad del sector externo (el productor de bienes “transables”), reflejado en el constante deterioro de la competitividad de nuestras exportaciones. Del 2008 hasta la fecha las exportaciones pasaron de representar el 30% del PBI a poco más de 20%. Lo paradojal es que este crecimiento de la demanda doméstica fue financiado principalmente con aumento de deuda pública en dólares, generando un importante descalce de monedas, ya que los dólares para el servicio de esta deuda solo pueden generarse genuinamente con exportaciones de bienes y servicios. Visto de esta manera, el discurso de la desdolarización tiene tanto valor como el de tantos otros mitos del progresismo icariano.
Así como recién podremos salir de esta pandemia sanitaria cuando aparezca una vacuna, solo saldremos de la pandemia económica cuando podamos reactivar las exportaciones. Para ello resulta fundamental mantener nuestro aparato productivo en pie, lo que permitirá al país exportar y producir los dólares que necesitaremos para hacer frente al costo de la fiesta pasada.
Esta trampa de sobrevaluación y expansión de la demanda interna es similar a aquella en la que cayó el proceso cívico-militar, que había imitado el experimento neoliberal argentino, y que dio lugar a los años de la “plata dulce”, con la consecuente crisis. Pero al menos en esa época se aprovechó la bonanza para realizar importantes obras de infraestructura, que entre otras cosas permitieron bajar los costos y asegurar la independencia energética del país por al menos 20 años.
Diferente hubiera sido la historia si el gobierno de la época hubiera aplicado las políticas más heterodoxas de Brasil, que en ningún momento descuidó a su sector exportador. De hecho durante la década del ´70 las exportaciones de Brasil crecían a tasas de entre 20 y 30% anual medidas en dólares, propias de las economías asiáticas que tanto admiramos hoy día.
La realidad es que independientemente de las ideologías, la única manera de reactivar la economía en forma genuina es fortaleciendo a nuestro sector exportador. En 1935, el Dr. César Charlone, -Ministro de Hacienda del presidente Terra- decía: “Sostengo que ésta es hora de encarar realidades y no de aplicar doctrinas”. Quedó solo como un detalle de la historia que a hombres como Terra y Charlone les tocó administrar al país durante la Gran Depresión.