Por primera vez en veinte siglos, la Iglesia decidió suspender la celebración de la Santa Misa en atención a la propagación del COVID-19, una enfermedad de cuya tasa de mortalidad a nivel mundial es de 0,003%. La cifra surge de dividir 240.316 personas fallecidas por el virus, entre los aproximadamente 7.500 millones de habitantes del planeta.
En todo el mundo la Iglesia católica acató las medidas de confinamiento dispuestas por las autoridades locales, para colaborar con el control de la enfermedad. Millones de católicos han hecho su mejor esfuerzo para acercar, en medio de esta crisis, una palabra de fe y esperanza a los que sufren, y un plato de comida y abrigo a los que han visto sus ingresos reducidos a cero. Todo este trabajo se ha llevado a cabo en silencio, con la mayor responsabilidad y prudencia. A pesar del esfuerzo realizado, tanto por la jerarquía como por sus fieles, parece que algunos gobiernos no reconocen como es debido ni el aporte realizado por la Iglesia, ni las necesidades espirituales de sus fieles, ni el derecho a la libertad religiosa en general.
Según informa Religión en Libertad, en Francia, el presidente del gobierno Edouard Phillipe, en representación de la Asamblea General, anunció que a partir del 11 de mayo se podrán abrir comercios, museos, bares y restaurantes, pero que el culto religioso público recién podrá reiniciarse el 12 de junio. En Italia, ocurrió algo similar: el primer ministro, Giuseppe Conte, también decidió excluir a las iglesias de las medidas de desconfinamiento.
Estas disposiciones, provocaron fuertes reacciones por parte de las Conferencias Episcopales de Francia e Italia. Entre otras cosas, se señaló que estas medidas –que algunos consideran discriminatorias, humillantes y hasta indignantes-, los han tomado por sorpresa en circunstancias de gran sufrimiento espiritual, donde mucha gente atraviesa momentos muy difíciles.
El obispo de Chartres, Phillipe Christory, afirmó que el gobierno de Macrón afecta la libertad de culto, y que no se considera a los católicos como personas responsables, pues se ha desestimado su compromiso de celebrar con extremo cuidado para evitar contagios. En la misma línea, Dominique Rey, obispo de Fréjus-Toulon sostuvo que la prohibición es incomprensible, injusta y discriminatoria. Rey entiende que el gobierno considera la misa como una actividad secundaria o lúdica, cuando en realidad, los actos de culto son esenciales para la vida de los creyentes y para la sociedad en general, pues en ellos se pide ayuda a Dios para superar la crisis.
Parece que algunos gobiernos no reconocen como es debido ni el aporte realizado por la Iglesia, ni las necesidades espirituales de sus fieles, ni el derecho a la libertad religiosa en general
También se han levantado voces en defensa de la Iglesia desde el sistema político. Así, la diputada Emmanuelle Ménard, señaló que ir a misa y comulgar es vital. “No es menos legítimo que ir a de compras o ir a trabajar, dijo la legisladora a Religión en Libertad”.
Por su parte, la Conferencia Episcopal Italiana emitió un comunicado en el cual expresa que: “Los obispos italianos no pueden aceptar ver comprometido el ejercicio de la libertad de culto. Debería estar claro para todos que el compromiso de servir a los pobres, tan importante en esta emergencia, proviene de una fe que debe poder alimentarse de sus fuentes, en particular de la vida sacramental.”
La jerarquía católica italiana subrayó que “la Iglesia aceptó, con sufrimiento y sentido de responsabilidad, las limitaciones gubernamentales establecidas para afrontar la emergencia de salud”. Por eso, ahora, al reducirse las limitaciones, exige un trato equitativo. También le recordó a la Presidencia del Consejo y al Comité Técnico Científico –que fue quien recomendó no reanudar por ahora las celebraciones religiosas- que si bien la Iglesia ha respetado las medidas del gobierno, lo ha hecho en la “plenitud de su autonomía”: es decir, porque ha querido.
Discépolo, genial crítico del relativismo ético, se quejaba en los años ´30 de ver “llorar la Biblia junto a un calefón”. Qué pensaría ahora si viera la Biblia enjugando sus lágrimas, con la ñata contra el vidrio del cambalache… Mientras, el calefón, por poco cotiza en bolsa.
Uno no puede dejar de preguntarse si en Europa este será un ninguneo pasajero, o si va a ser parte de la “nueva normalidad”. En todo caso, esperamos que en Uruguay prime la sensatez, y que el gobierno trate a la Iglesia como ella lo merece a la salida del confinamiento: sin privilegios, pero en pie de igualdad con el resto de las actividades.
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