Releyendo obras casi olvidadas -¿qué más hacer en este tiempo donde las bibliotecas están en cuarentena?- encontré un clásico de la historiografía regional: la “Historia Económica del Río de la Plata” de Rodolfo Puiggros, que ya en la página inicial hace sonreír al lector reincidente. Dice Puiggros: “No imaginaron los navegantes portugueses Cristóbal de Haro y Nuño Manuel, cuando en el año 1514 o tal vez 1515 vieron, los primeros europeos, el ancho brazo de agua que rompe la continuidad de la costa atlántica, que estaban en presencia de la futura arteria vital de un gran continente.”
Es que en esos tiempos habiendo tanto para descubrir, no le dieron trascendencia. Pero en su ausencia, Vasco Núñez de Balboa había descubierto, cruzando el Istmo de Panamá, otro inmenso océano; y al retorno de nuestros pilotos, encontraron a Europa enfebrecida en la búsqueda del canal interoceánico que, de existir, cambiaría para siempre la guerra y el comercio. Entonces comprendieron la gravedad de su gafe, sólo comparable con el rapapolvo que recibirían del Rey lusitano por haber desestimado esa inmensa abra, “que bien podría ser lo buscado”.
Al enterarse, el monarca español armó en secreto tres carabelas que confió a Juan Díaz de Solís, el cual, una vez en el lugar, desvaneció el sueño del mentado canal con solo probar sus aguas, pues “no podía ser dulce el caudal que un océano volcaba en el otro”, consagrando la incógnita con el paradójico nombre de “Mar Dulce”. Primera experiencia de estas tierras con un mar que, en principio, la desechara.
Recién en 1534 el rey Carlos I de España, se hizo cargo de la necesidad de salvaguardar los territorios españoles a espaldas de Perú “hasta la línea de Tordesillas” y nombró a don Pedro de Mendoza Primer Adelantado del Río de la Plata, quien ingresó al estuario en enero de 1536, y luego enviar a dos de sus capitanes río arriba en búsqueda de la Sierra de la Plata, fundó el pueblo de Nuestra Señora Santa María del buen aire, sobre la margen derecha del río. Esto sucedió el 2 o 3 de febrero, más o menos, porque Don Pedro, que había llevado consigo ocho sacerdotes, un médico y un cirujano, olvidó llevar escribano. El emplazamiento, con foso y empalizada, habría de tener un destino aciago. Sitiados por los Querandíes los españoles no osaron salir de allí, luego de experimentar la eficacia devastadora de un arma indígena, desconocida, llamada “boleadora”.
El gobernador Juan de Garay partió en búsqueda de “Las puertas de la Tierra”, fundando Santa Fe, en 1573, y por segunda vez a Buenos Aires, en 1580.
Poco después Mendoza, con su salud deteriorada, partió de regreso a España, dejando en tierra trescientos pobladores condenados a la hambruna y la peste. Moriría en plena travesía el 23 de junio; el mismo día en que dos de sus capitanes, Juan Salazar de Espinoza y Domingo de Irala, se reunían en el alto Paraguay, luego de haber buscado en vano la sierra de la Plata. El 15 de agosto de 1537, Salazar fundó Asunción, mientras la plaza fuerte levantada por Mendoza fue destruida y abandonada por sus habitantes en 1541.
Cuando se hizo evidente que, aislada, tampoco Asunción subsistiría, el gobernador Juan de Garay partió en búsqueda de “Las puertas de la Tierra”, fundando Santa Fe, en 1573, y por segunda vez a Buenos Aires, en 1580. Con él llevaba vacunos, lanares y yeguarizos, que repartió entre las dos poblaciones. Pero no fue suficiente y en 1598 el Cabildo de Buenos Aires rogaba a su majestad el envío de socorros para remediar “la tanta hambre y miseria en esta ciudad”. Ante el total desapego de la metrópoli, que ni siquiera respondió, el puerto cedió al destino que le trazaba su espléndida ubicación, transformándose en eslabón entre el comercio anglo portugués y las minas altoperuanas. Este tráfico ilegal manejado por unas pocas familias que enriquecieron rápidamente, dejó a los demás la llanura como todo horizonte.
Los campos se llenaron de ganado alzado y “Mozos perdidos”, arrimados a las tolderías, reacios al ejido y perseguidos por las autoridades, pues la nueva oligarquía abominaba de ellos, por más hijos de españoles que fueran. Así se produjo la fractura social que, nunca curada, derrengaría a la Argentina en toda su historia. El golpe vino del mar y el hombre de la tierra se hizo a sufrirlo.
El siglo XIX vio a los ingleses despojar a España de su poder marítimo en Trafalgar (1805), y en 1806, frente a Buenos Aires, incitados por la “Logia Independencia”, origen de las sociedades masónicas argentina, a apoderarse de estos territorios. Desde el gobierno, el jefe británico, General Beresford, decretó la libre navegación de los ríos. Pero los hombres del solar se retobaron, todos los cabildos del interior y la Banda Oriental, prestaron ayuda a Buenos Aires y hasta los indígenas sumisos de la pampa contribuyeron con guerreros y caballos. Los invasores fueron expulsados dos veces consecutivas. Había triunfado la tierra, pero el Virrey Cisneros, considerando inviable el retorno al sistema de monopolio, se inclinó ante la oligarquía librecambista. La colonia llegaba a su término.
La Primera Junta asumió el poder el 25 de mayo de 1810. De sus nueve integrantes, siete eran masones, “hombres educados en Europa e influidos por las logias o la masonería inglesa.” Su primera victoria militar, Suipacha, en el Alto Perú, el 7 de noviembre, dejó expedito el camino hacia las minas de Potosí. No tuvo igual fortuna la expedición al Paraguay, donde Gaspar Rodríguez de Francia, hecho del poder abandonado por los españoles, optó por aislarse.
Desde el gobierno, el jefe británico, General Beresford, decretó la libre navegación de los ríos. Pero los hombres del solar se retobaron, todos los cabildos del interior y la Banda Oriental.
En la Provincia Oriental, José Artigas, contrabandista, Blandengue y caudillo desde los tiempos del coloniaje, ofreció sus servicios a la Junta para levantar la campaña y “llevar el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo”. Ésta le facilitó armas, dinero y el grado de Teniente Coronel de Milicias. Con su pueblo venció en Las Piedras a los Tercios Españoles, los mejores soldados del mundo, el 18 de mayo de 1811 y puso sitio a la capital. La respuesta del Triunvirato porteño, sucesor de la Junta, se dio el 21 de octubre, al firmarse, bajo la inspiración de lord Strangford, un tratado de paz con el gobierno español de Montevideo, que reintegraba a estos el dominio de la Banda.
Artigas, entonces, se retiró hacia el litoral, siendo seguido espontáneamente por la población, en una protesta propia de la tradición hispana: “El desamparo de la tierra”. Un pueblo que hace historia ya es una nación. A partir de allí Artigas, propugnando la causa del federalismo, extendió su protección a Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Corrientes y Misiones. De hecho hubo dos poderes en el antiguo virreinato; el de la Oligarquía porteña y el de Artigas y La Liga Federal. El desenlace se producirá cuando Francisco Ramírez y Estanislao López, luego de vencer a los unitarios en la primera batalla de Cepeda (1 de febrero de 1820) y entrar en Buenos Aires, firmen a espaldas de Artigas, el Pacto de Pilar, bajo el patrocinio de Juan Manuel de Rosas, Jefe del Partido Federal bonaerense. La política porteña lograba así eliminar al Jefe de la Liga Federal y al puerto de Montevideo, que amenazaban romper su yugo sobre las provincias.
La reacción de Artigas fue apurar la historia logrando el apoyo paraguayo para enfrentar a los porteños y edificar la Patria Grande. El Supremo no aceptó. No alcanzaría a sufrir las consecuencias de tal decisión; su pueblo, sí, ¡y de qué manera!, cuarenta años después, como se lo había vaticinado Artigas.
Este genocidio denominado Guerra de la Triple Alianza (1864/1870), que dirimiera definitivamente el conflicto por la navegación de los ríos, tuvo su introito en la Guerra Grande (1839/1852), siendo Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires. Desde ahí Rosas privilegió a su estamento y a su provincia, y en su segundo mandato, promulgó la ley de Aduanas de 1835, en protección de la agricultura y las artesanías del interior; sin ponderar debidamente que el puerto de Montevideo formaba parte de un país, ahora independiente, y que por él ingresaría el comercio ultramarino, so pena de provocar la guerra que pondría fin a su trayectoria. ¿Habrá rememorado en su caída el protagonismo que le cupo en el Pacto de Pilar? Para los ingleses esta guerra fue la plataforma que le permitiría herir al Plata en el bajo vientre, sin arriesgar un solo soldado.