Uruguay es un país de productores. Antes de que nos dejáramos deslumbrar por lo que algunos deportistas hacen con sus pies jugando al fútbol, fuimos y somos un país de productores que deslumbra por lo que somos capaces de hacer con nuestras manos en la tierra produciendo alimentos para sí y para el resto del mundo, en cantidad y calidad.
La agricultura se lleva en el ADN de la humanidad y la civilización, ella nos diferencia de todas las otras especies con la compartimos el planeta en cuanto somos los únicos capaces de producir alimentos. No es casual que la civilización haya comenzado cuando a alguien hace miles de años se le ocurrió plantar una semilla, cuidar la planta que nació de ella y cosechar el fruto de su trabajo. Desde ese día la humanidad no fue la misma, y se cambió el rumbo de la evolución y la historia.
Es correcto vincular la producción con el medio rural, pero es incorrecto limitarla a ese ámbito.
No hace muchos años era común que las familias, aún las instaladas en los centros urbanos y en medio de las ciudades, tuvieran una pequeña quinta en la que producían alimentos de consumo frecuente. Muchos tenemos en la memoria la imagen de nuestros abuelos o algún tío que en sus ratos libres se dedicaba a preparar la tierra, plantar las semillas, regar y cosechar aquellas hortalizas que luego formarían parte del alimento familiar. En ocasiones la producción resultaba tan abundante que se compartía con el resto de la familia o algún vecino más necesitado. Era un acto de integración familiar y social además de solidaridad y de valor humano excepcional.
Pero el mundo cambió y se nos impusieron otros ritmos de vida que llevaron a otras formas de acceso a los alimentos que con sus pros y sus contras se fueron haciendo masivos y cotidianos. Las quintas familiares se han hecho cada vez más raras y se ha pedido la transmisión familiar del conocimiento básico de cómo y cuándo plantar productos de consumo casi diario.
Pero no todo se ha perdido. En el mundo hay agricultores urbanos que por distintas razones han decido aprovechar algún espacio de sus casas, incluso en apartamentos, para plantar, valiéndose de las herramientas que nos da Google con una infinidad de ideas y consejos que muestran distintas estrategias para lograr alimentos donde parece imposible.
El mundo se enfrenta al hombre
Pero como suele ocurrir, la humanidad necesita ser golpeada por algún tipo de crisis para darse cuenta de cosas que antes no podía ver.
La irrupción de la pandemia COVID-19 ha servido para que entendamos de forma más contundente la importancia de poder acceder a los alimentos, y ese concepto significa que debe haber oferta en volúmenes adecuados, con calidades determinadas y a precios que no se disparen. La escasez, la falta de calidad y los precios altos siempre afectan a los sectores más vulnerables de la sociedad que simplemente no puede pagar y eso reciente la calidad de vida de las personas.
Desde la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se ha advertido que la pandemia ha puesto en situación de amenaza a los sectores más vulnerables de todo el mundo, agravando el hambre mundial.
Según cálculos del Programa Mundial de Alimentos (PMA), el impacto económico de la pandemia expondrá a la inseguridad alimentaria severa a 265 millones de personas, casi el doble de los registros del año pasado, cuando se contabilizaron 135 millones.
Las huertas urbanas no van a solucionar el problema de fondo, pero no hay dudas que ayudarán y muchas familias podrán mantener el alimento básico de sus integrantes además de fortalecer los entramados familiares y sociales.
“Anticipamos la ocurrencia de tiempos muy difíciles para nuestra población”
En Uruguay, la Facultad de Agronomía (Fagro) posee una trayectoria de casi 20 años de trabajo en la promoción y enseñanza en producción agroecológica de alimentos a escala familiar, comunitaria y educativa.
En la crisis de 2002 ese centro educativo participó del Programa de Producción de Alimentos y Organización Comunitaria (PPAOC) con el fin de atender las demandas de los vecinos que ante la situación requerían acceder a alimentos y la forma más eficaz de lograrlo fue a través de huertas de autoconsumo.
Agronomía, Ciencias Sociales, Psicología, Veterinaria y la Escuela de Nutrición trabajaron en ese sentido hasta 2006, según informa un post publicado en la web de Fagro.
El plan consistía en atender a las familias y grupos sociales de áreas urbanas y periurbanas para que pudieran producir hortalizas y así paliar urgentes carencias alimenticias de la población de sectores con serias dificultades económicas y contribuir al fortalecimiento de los vínculos sociales, afirma.
A esa experiencia se suma que en 2005 se lograron acuerdos con diferentes instituciones de nuestro país e incluso organismos internacionales como la FAO con el fin de impulsar y enseñar cómo trabajar huertas procurando la “inclusión, mejora de la seguridad alimentaria y nutricional, rescate de tradiciones y recomposición del tejido social”, describe.
Además, a partir de 2006 se desarrolla el curso Huerta Agroecológica, el cual está pensado para llegar a todo público y de manera puntual se da respuesta con espacios de capacitación a docentes y diversos grupos sociales de todo el país.
18 años han pasado desde entonces y el trabajo “se ha mantenido y profundizado” logrando “una red de conocimientos, vínculos y estrategias” que son una alternativa de ayuda real para las personas que pasan por un contexto de vulnerabilidad generado o agravado por la pandemia COVID-19.
“Anticipamos la ocurrencia de tiempos muy difíciles para nuestra población” y los trabajadores que “perderán su fuente laboral o se encontrarán en condiciones precarias de trabajo”, asegura la Facultad de Agronomía.
La implementación de huertas urbanas es una solución para “satisfacer necesidades alimentarias y generación de ingresos para poblaciones pobres y excluidas, así como psicosociales, al insertarse en redes colectivas de producción y consumo alimentario que contribuyen a la solidaridad, organización, empoderamiento reduciendo su vulnerabilidad. Aporta a la soberanía alimentaria, entendida como el derecho ciudadano a la alimentación producida de forma autónoma, local, sostenible y justa”, concluye.
Los interesados pueden dirigirse a la Facultad de Agronomía en Av. Garzón Nº 780 (Montevideo), llamar a 2359.71.91 al 94, o enviar correo electrónico a [email protected]