Así se titulaba el extenso ensayo del escritor alemán Osvaldo Spengler, publicado por primera vez en 1918. La obra, que exhibe una notoria influencia de Nietzsche y Hegel, estaba destinada a hacer historia en la medida que surge como un duro alegato contra el mundo europeo en su peor momento: a la hora del balance de la desastrosa hecatombe (verdadera guerra civil) que provocó la Gran Guerra, que marca el principio del fin del “eurocentrismo”. Idea en la que coincide el gran historiador británico Arnold J. Toynbee cuando sostiene que la civilización Occidental entró en colapso en el siglo XX, con el efecto devastador de las dos guerras mundiales, que a la postre constituyen la continuación de un mismo conflicto con una tregua de 20 años.
La pregunta, que cabe, es si la decadencia preconizada por Spengler, que hoy exhibe abrumadoras pruebas, es una realidad indiscutible. Si deberíamos aceptar pasivamente este diagnóstico, como el de esas enfermedades terminales de resolución irreversible.
¿Debemos conformarnos con un determinismo ineluctable?
Como gran parte del pensamiento del siglo XIX, el ensayo del filósofo alemán, adolece de ese enfoque cientificista materialista -aunque no inserto precisamente dentro del positivismo- de asimilar el quehacer humano a las leyes de la física. O de la biología animal o vegetal. Pretende resolver el enigma de hombre con fórmulas aritméticas.
Es común olvidar, que muchos de los hombres que más aportaron a la ciencia, caso Newton y Pasteur, eran creyentes convencidos. Se olvida también con frecuencia, que el hombre al tener voluntad y, poder escoger entre dos o más opciones es artífice de su propio destino. Hace camino al andar.
Las cosas deben, los hombres quieren. Leyes inexorables como la gravedad sólo rigen a las cosas. Los hombres para bien o para mal, tienen la potencialidad de ir cimentando las bases de su futuro.
Uno de los síntomas que dan crédito a este diagnóstico, es el fetichismo por lo sexual, que ha ido invadiendo todos los espacios de este llamado occidente. Fenómeno que cada vez aleja más a ese singular animal que es el hombre, del “eros” del mundo clásico.
Confundir sexo con amor -aún el más turbulento- es transformar en vil chatarra, a esa realidad en el campo de lo imaginario…que se denomina amor. Y que fue desde el inicio de los siglos, esa otra fuerza motriz de la humanidad, que se denomina poesía.
Pero a pesar de ello, el turismo ha resultado ser un vigoroso impulsor para gran cantidad de países, constituyendo uno de los principales motores de la economía. Pasó de mover 2.000 millones de dólares en el año 1950 a mover 1.260.000 millones en 2015 por concepto de turismo internacional, lo que significa el 7% de las exportaciones de bienes y servicios a nivel internacional.
Pero así como se ha impuesto el uso de todo tipo de estimulantes – drogas incluidas- para la actividades que de por si mismas generaban placer, las agencias de viajes y operadores principalmente europeos, han introducido como gran atractivo el “turismo sexual”. Los principales consumidores de esta nueva pandemia son fundamentalmente ingleses, alemanes, franceses e italianos. Y los paraísos terrenales más promocionados son Tailandia, Filipinas y Kenia. Y en nuestra América, Cuba y Brasil.
En Sevilla hace pocos meses, el metropolita de Moscú, Hilarion Alfeyev, miembro del comité ejecutivo del Consejo Mundial de Iglesias sentenció:
La pregunta básica que aparece es la relación entre libertad y responsabilidad individual, la responsabilidad por nuestros actos ante el Señor, ante la sociedad y ante uno mismo, en un momento en que muchos insisten que son las personas quienes determinan subjetivamente sus propios criterios morales. Esto hace que el ser humano se convierta en portador de valores falsos, lo cual termina produciendo una crisis en la sociedad…
El prelado ortodoxo aprovechó además para expresar su devoción por Federico García Lorca, su poeta favorito, “uno de los poetas mas traducidos en Rusia en la época de las mayores persecuciones”
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