Las grandes obras de infraestructura -bien concebidas y financiadas- traen independencia y oportunidades de desarrollo humano y material. No importa si ese capital es nacional o extranjero, si esa inversión es consistente con los objetivos e intereses nacionales.
Durante el siglo pasado se pueden identificar algunas obras emblemáticas que contribuyeron al desarrollo productivo de nuestro país. El puerto de Montevideo (en los ´20), la represa Gabriel Terra (en los ´40) y la represa de Salto Grande (en los ´70) marcaron un antes y un después para la actividad económica. Mientras el puerto de Montevideo nos dio independencia comercial de nuestros vecinos, la construcción de las dos represas nos dio independencia energética y redujo nuestra dependencia del precio del petróleo. En todas ellas participó el capital extranjero, y todas son hoy consideradas obras “uruguayas”.
Estas inversiones en infraestructura portuaria y eléctrica tenían una característica común: era autoevidente que el beneficio se derramaba hacia toda la sociedad. Una economía pequeña, y sin mercado interno, necesita un puerto eficiente e independiente con respecto a los países vecinos para controlar la salida de la producción y la entrada de materias primas y otras mercaderías críticas. Lo mismo ocurre con la energía, cuyos beneficios llegan a toda la población por igual.
Muy diferente es cuando el Estado invierte en infraestructura que es de uso exclusivo de una empresa, o que su utilización por parte del resto tiene mucho menor relevancia, al punto de que si no estuviera la empresa no se construiría esta infraestructura. Cuando esa empresa es una multinacional que no pagará renta en territorio nacional, el repago de esa inversión para la sociedad es cuestionable.
La Mañana no está en contra de la forestación, al que considera un rubro fundamental que complementa el resto de las producciones agropecuarias. Tampoco está en contra de que se instalen plantas de celulosa en el país, en el entendido que sirve para agregar valor a la materia prima uruguaya. Tampoco está en contra de las multinacionales, como no lo estuvo nunca. Este semanario apoya toda inversión que venga a nuestro país a incrementar la capacidad de producción, en la medida que la misma sea sostenible y complementaria con otras producciones y fuentes de empleo.
Lo que sí cuestionamos firmemente es que se otorguen beneficios a una empresa – extranjera o nacional- fuera de proporción con los que se otorgan a otros sectores tradicionales de nuestra producción, seriamente perjudicados por las políticas económicas seguidas por estos modernos cipayos de una multinacional finlandesa. Cabe destacar que esta empresa tuvo un comportamiento impecable en ocasión de la construcción de la primera planta, pero en el caso de la segunda parecería que hubiera negociado con ostentosos sargentos de una república caribeña.
No es correcto caer en la demonización que hace la izquierda de las multinacionales, ya que no se puede generalizar. El Brasil de Getulio Vargas negoció con Estados Unidos su entrada en la Segunda Guerra Mundial, a cambio de tecnología y capital para desarrollar una industria siderúrgica nacional. Esto dio nacimiento a las actuales gigantes Compañía Vale Rio Doce y Compañía Siderúrgica Nacional. Getulio Vargas no tuvo que inclinarse ante Roosevelt para recibir estas inversiones que años después permitieron a Brasil desarrollar una industria automotriz, aeronáutica, naval y de maquinaria agrícola a nivel mundial. La diferencia es que Brasil obtuvo independencia estratégica con las inversiones que recibía de un fuerte aliado con quien tenía varios intereses en común.
Esa quizás fue la piedra fundacional del “modelo” del desarrollo brasileño. Años después, el presidente Ernesto Geisel sentaría las bases de la maravilla agrícola brasileña estableciendo Embrapa, con fuerte colaboración del gobierno de Japón. Y se podrían mencionar varios casos más que explican cómo el Estado, los privados y los extranjeros colaboraron para colocar a Brasil en el concierto económico mundial. Todo mientras nosotros nos quedamos con el reloj parado en el gol de Ghiggia en Maracaná, discutiendo entre dos extremos del internacionalismo antinacional, como lo son el marxismo y el neoliberalismo.
Daría la impresión que Cabildo Abierto comienza a despertar inquietud en algunos actores, que vislumbran un país que se encolumna detrás de un liderazgo que intenta encausarnos nuevamente en la senda del crecimiento cultural y material. Algunos de ellos son connotados referentes de la izquierda y la derecha nacionales, pero que hoy aparentemente están más interesados en el mantenimiento de un “status-quo” político que les ha sido muy favorable desde varios puntos de vista.
Por izquierda apareció la semana pasada Esteban Valenti, un inteligente comentarista de la realidad nacional, y cuya actividad como publicista probablemente acercó su derrotero al de la multinacional finlandesa. En una columna publicada en su portal, el excomunista dedica más espacio a defender a UPM que a criticar al senador Manini Ríos, lo que evidencia dónde está el baricentro del interés.
Por derecha aparecieron las críticas del Dr. Ignacio de Posadas, el empresario que mientras continúa acumulando medios, confunde a los lectores con un liberalismo teórico poco consistente con su propia historia empresarial. Es ese mismo Brasil con su “modelo” desarrollista -y poco liberal a gusto del Dr. Posadas- el que le permitió aprovechar sus controles cambiarios y otras imperfecciones para construir un gran estudio jurídico y ahora, un mini-imperio mediático.
Parecería que al igual que George Soros, cuando se mira al espejo de Narciso, el Dr. Posadas autojustifica sus pasadas actividades en el bien superior de un liberalismo idealizado. Individuos como Soros y Posadas se creen con la autoridad moral para imponer sus principios al resto, al extremo de arriesgar la estabilidad de instituciones firmemente arraigadas. Con su ataque a la libra esterlina, Soros puso en riesgo la estabilidad de la democracia más vieja del mundo. Diez años después, el presidente Batlle se encontró en una situación similar, y no encontró precisamente en el Dr. Posadas una fuerza estabilizadora, como sí la encontró en el “estatizador” Dr. Sanguinetti.
En el terreno intelectual, el liberalismo del abogado empresario parece algo confuso también. Desde su olimpo le resulta demasiado terrenal ubicar el origen de la cepa vernácula de liberalismo en los comerciantes ingleses, por lo que necesita elevarlo al pedestal de los clásicos. Al extremo de recomendar lecturas…que seguramente no incluyeron a Tucídides.
Lo cierto es que nada de esto es sobre ideas. Acá se está discutiendo sobre el interés nacional, sobre el desarrollo económico en beneficio de los uruguayos, sobre intereses económicos, sobre contaminación, etc. Cualquier intento de llevarlo al terreno de la intelectualidad no es más que una mera distracción para que no cambie nada.
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