Hubo una época que viví muy cerca de La Charqueada, en los lindos pagos olimareños, cuna del inolvidable Eustaquio Sosa, el bardo local.
Más de una vez salimos de guitarreadas por distintos centros de desinfección laríngea y pliegues vocales, o sea, por los siempre menospreciados boliches del pueblo donde la únicas bebidas eran caña o grappa y el vino era postre.
Allí conocí a Eddy “el lento”, hombre que ganó su fama por andar lento, en todos los aspectos.
Hiciera lo que hiciera, él iba lento.
Se comentó en el pueblo, por parte de aquellos que conocieron a la familia, que para nacer Eddy demoró diez meses… de puro lento nomás.
Demoró mucho tiempo para lograr el destete y se cuenta que no perdió aún la muela de juicio, a pesar de que ya llegó cómodamente a la tercera edad.
En tiempos escolares, recuerdan sus excompañeros, Eddy vivía a media cuadra de la escuela, pero salía una hora antes para llegar a tiempo.
Los memoriosos cuentan que en tiempos de kermese participó en una en la que había una competencia de carrera de aros, juego que consistía -esto para las nuevas generaciones de millennials que nos humillan con el dominio del iPhone- en hacer rodar un aro con una varita, tratando de que este último no cayera al piso. El aro bamboleante iba de derecha a izquierda y era todo un arte que combinaba velocidad y destreza.
El padre, que llegó tarde a la competencia, preguntó por Eddy y alguno de los presentes tristemente le comentó, con voz que dejaba en evidenciada la frustración:
—Va lento, va lento.
A Eddy siempre le costó entender las cosas, pero bueno, también era de comprensión lenta.
En un cumpleaños le entregaron un sobre de manila con varios objetos. Rápidamente lo abrió -cosa extraña en él- y para su desilusión adentro encontró un libro. Parece que esperaba algo en metálico, pero era “Valiant Prince”. Se dice que no logró nunca entender la diferencia entre historia e historieta. Creyó que el Príncipe valiente era una biografía de algún hijo de la corona de Inglaterra.
Ya muy joven le gustó la política local, a pesar de que no lograba entender (y sigue no logrando) las diferencias ideológicas entre comunistas, socialistas y tupamaros, además de que disfrutaba y disfruta enormemente de las ventajas del capitalismo, que practica con mucho éxito.
Fue un militante que hablaba fuertemente contra el patrón, pero le encantaba hacerle los asados y servirle la copa.
Navegó por las aguas de las incongruencias con rotundo éxito, su prédica no fue comprendida y fue el capitán de un barco sin timón, aunque realmente era una lanchita vieja que hacía agua por todos lados.
Se cuenta que en una charla mostró admiración por Sarratea, porque sin él, decía, no hubiese existido ni Artigas ni el federalismo.
Desde hace algún tiempo Eddy anda desvelado. Las noches comenzaron a ser aún más lentas y se le dio por leer un libro de Galeano -“Las venas abiertas de América latina”-, aquel autor que dijo que no volvería a leer. Esto le trae problemas en la mañana, se lo nota confundido.
En los últimos tiempos anda investigando sobre el peronismo y se lo nota muy radical en sus conceptos. Anda afirmando, muy suelto de cuerpo y a quien lo quiera oír, que no hay nada más parecido a los artiguistas que los peronistas.
Ahora soy yo el que está lento para entender.
Me parece que por culpa de las noches que pasan lento, el pobre Eddy tiene somnolencia en La Mañana.