Viajar para conocer
Conocer para comprender
Comprender para valorar
Todavía hoy recuerdo la fascinación que, de adolescente, me despertó la lectura de Los viajes de Marco Polo y Las mil y una noches, libros muy distintos pero semejantes en el fomento de la imaginación y el despertar del espíritu de aventura. Ambos estaban ilustrados con imágenes sugerentes, puerta de entrada hacia mundos de lejana fantasía. En especial me atrajo la princesa Scherazade, tan bella como inteligente, que cada noche empleaba sus sutiles artes de narradora oral para entretener al Sultán y, en tal sentido, prolongar su vida hasta la noche siguiente. Claro que terminó siendo la favorita del Sultán y, supongo, no solo por saber contar historias.
Desde entonces me siento llamado por el Lejano Oriente y la consabida imagen de largas caravanas recorriendo estepas, montañas y desiertos; desde la antigüedad hasta casi el presente, uniendo algunos puntos de la enigmática China hasta los reinos cristianos del occidente europeo a través de la llamada Ruta de la Seda o desde el sudeste asiático y la India del Ganges, en parte por mar y parte por tierra, en la denominada Ruta de las Especias.
Estos viajes comerciales solían durar meses y hasta años, con cargamento de sedas y telas y plantas y raíces de sabores oriundos de climas autóctonos como el de las islas Molucas. Tenían como destino algunos puertos del Mediterráneo. Y desde el Asia Menor y el norte de África, se distribuían por el resto de Europa bajo el monopolio de Venecia y Génova, ciudades en perpetua pugna.
Uzbekistán, el “país de las cúpulas azules”, fue atravesado por las caravanas comerciales de ayer y de hoy que viajaban por la Ruta de la Seda
Gracias a las caravanas llegaban hasta las cortes europeas los exóticos sabores que enriquecían sus comidas, bastante insípidas hasta entonces. Sin Marco Polo, ni los tallarines ni el risotto hubieran llegado tan pronto a las mesas de Italia.
Todas estas reflexiones no hacían más que incrementar mi curiosidad por conocer el corazón del Asia en especial algunos lugares legendarios como Petra, Palmira, Bagdad y Samarcanda. Y recorrer países tan dispares como la República de Uzbekistán, el reino de Siria (que lo visitamos antes de la terrible guerra que lo ha reducido a escombros), el reino de Omán, el emirato de Qatar, la República islámica de Irán (la antigua Persia). Además, por supuesto de Israel, Egipto y Jordania.
En agosto del año 2016 pudimos concretar el sueño de visitar la República de Uzbekistán, el “país de las cúpulas azules” como lo llama la propaganda turística y aventurarnos en un recorrido por su historia milenaria. También nos permitía conocer su gastronomía de más de cien platos típicos no contaminados por los productos químicos. El país, como casi todos los de la región, fue atravesado por las caravanas comerciales de ayer y de hoy que viajaban por la Ruta de la Seda.
Los viajes por la Ruta de la Seda solían durar meses y hasta años, con cargamento de sedas y telas y plantas y raíces de sabores oriundos de climas autóctonos como el de las islas Molucas
Desde tiempos inmemoriales hasta entrando al siglo XX, la Ruta de la Seda ha recorrido desiertos ardientes y montañas congeladas. Y en tan largo recorrido, cada tanto (distancia calculada en el recorrido diario de un camello) se levantaba un Karavansai, es decir una posada estratégicamente ubicada y bien fortificada, que ofrecía resguardo para pernoctar durante las noches; con comodidades para el descanso de los mercaderes y sus custodios y abundante pienso para los camellos. Dichos fuertes se ubicaban por lo general en cruces de camino por lo que con los años se fueron convirtiendo en centros comerciales y prósperos mercados, como lo siguen siendo hoy día.
Antes de viajar es práctica de buen viajero el estudio de la historia de los lugares a visitar y conocer sus características geográficas por lo que nos abocamos a conocer datos del suelo y de sus habitantes, de sus riquezas y aún de sus infortunios.
La República de Uzbekistán, la nación de los uzbekos (un 80% de los habitantes tiene ese origen étnico), tiene una superficie actual de 440.000 kilómetros cuadrados, lo que le permite usufructuar de varios climas a la vez y alternar desiertos con pródigos valles. Fue una de las tantas repúblicas que integraron la desaparecida Unión Soviética, pero que alcanzó su independencia política en el año 1991. Bien que aprendió la lección del pasado para convertirse en un país prospero y moderno con sistema democrático.
Tashkent, su capital, luce gran movimiento no obstante su estructura soviética de avenidas amplias y barrios cerrados.
En el país conviven más de 24.000.000 de habitantes de espíritu trabajador, afable con los turistas y tolerante matriz multicultural. Uzbekistán se precia de ser la cuna de Tamerlán (1370-1405), el héroe nacional cuya recordación patriótica ha resucitado después de conquistar la independencia. Desde 1991, el país ha vuelto los ojos e intereses a sus raíces históricas, recordando los héroes del pasado y sus patriotas más recientes. Lo mismo ocurrió con la religión islámica, que resurgió con fuerza y tolerancia. Se han reciclado mezquitas y madrasas que habían sido abandonadas durante el régimen comunista.
En un próximo artículo hablaremos de las tres ciudades más tradicionales de Uzbekistán, Khiva, Bukhara y Samarkanda. De raíces milenarias, son joyas cargadas de historia que concentran el creciente turismo en su carácter de ciudades de valor patrimonial declarado por la Unesco.
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