Qué tema este, el de la contaminación del medio ambiente.
Pertenezco a una generación que disfrutó cada rincón natural que ofreció Montevideo.
Creo, sin temor a equivocarme, que no debe haber quedado lugar con “pastito limpio” donde no haya jugado un “picadito” con mis amigos del barrio. Tampoco quedó playa sin nadar, correr o jugar a la paleta.
El Parque de los Aliados, devenido en Batlle, era cita obligada -invierno o verano- en las tardes sabatinas o domingueras, para disfrutar del fútbol o para corre-caminatas; un lugar donde se respiraba aroma a eucalipto y flora silvestre.
Recuerdo como ya osado adolescente, viajaba hasta la Rambla del Buceo o un poco más, hacia Pocitos o Punta Carretas, y hasta “La Estacada” a cumplir con desafíos deportivos o disfrutar de las límpidas aguas de otrora.
Pero mirando a la distancia –ya casi sin pelo y sin actividad deportiva porque las articulaciones están gastadas-, pienso que fue una generación que disfrutó mucho de la naturaleza, pero que cuidó poco.
No existía la conciencia ni la información acerca de lo que podríamos perder. En esos tiempos fui testigo y cómplice inconsciente, como muchos y sin saberlo, de los nefastos cambios en materia de envasado de alimentos, que es por donde viene la mayor contaminación
Se pasó del papel de estraza o “astraza” al nylon, de llevar la “chismosa” a la bolsita del supermercado, que era gratis. También estaban los “embolsadores”, oficio que ya no existe y que generalmente era realizado por un joven al final de la caja registradora. Colocaba tus compras en tantas bolsitas como pudiera y te esperaba con todo pronto para cuando procedieras a llevarte la compra, con una gran sonrisa y un sonoro “gracias, hasta luego”, cosa también está en desuso.
El cambio que representó el uso de botellas de plástico por las de vidrio. No solo fue impactante ayer, lo es más aún hoy. Este cambio de envasado fue fundamental para ver el desmadre sanitario de estos días.
Los lecheros portaban sendos casilleros de hierro en sus vigorosos brazos -esto producto del brutal esfuerzo laboral y no de horas de gimnasio- y corrían de un almacén a otro con cuatro o cinco de eso recipientes que contenían diez litros cada uno del “jugo de vaca”, como alegremente oí que denominaban entre ellos, al noble y sano producto lácteo. Ahora pasaron a utilizar carros para trasladar las bolsas de leche, en los cajones, ahora de plástico.
Mayoritariamente, los alfajores yo-yo o de maicena y los caramelos venían sueltos –me vino a la memoria el sabor y color de “los gajitos” de naranja o limón y las galletitas sueltas en los cubos metálicos con visor de vidrio-.
Aquellos cambios de otrora, que nos decían eran un adelanto y una gran mejora para el cuidado de la salud, ahora se nos vino en contra.
Arenas y aguas llenas de plástico; el parque ya no huele con aroma de natura, sino a marihuana; la tierra seca -llena de polvo y envases de golosinas-, la contaminación y la basura dominan el paisaje.
Pero creo que las nuevas generaciones ya tienen la información necesaria para empezar a cambiar y a tomar conciencia. Los otros días vi a un niño que levantaba el envoltorio de un caramelo y le dijo a la madre
—Mamá, se te cayó el envoltorio.
—Es que soy un bombón —le contestó ella
—Mamá, no es chiste. Estás contaminando.