Docente y catedrático con una trayectoria que data de más de medio siglo, tiene el récord como director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), cargo que ocupó durante los tres últimos gobiernos colorados. En entrevista con La Mañana, el economista hizo un repaso de su carrera, detallando las medidas tomadas en tiempos de crisis y las lecciones aprendidas, útiles para salir a flote en este difícil contexto.
“Un servidor público por vocación”. Con esas palabras lo definieron reconocidos economistas en un homenaje que le hizo la Academia de Economía. ¿Cómo empieza ese camino?
Yo empecé dando clases en la universidad cuando era estudiante, en 1960. A principios del año siguiente comencé a trabajar freelance para el ministro de Hacienda de la época, el contador Azzini. Él estaba preparando un congreso del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, que fue muy famoso porque vinieron el Che Guevara y el ministro de Economía de Estados Unidos, y como yo era ayudante de estadística, me contrataron para hacer encuestas. Después empecé a trabajar en el Instituto Nacional de Estadística con un contrato por corta duración y luego me incorporaron.
En forma paralela, tuvo un rol muy importante para la época en la Facultad de Ciencias Económicas, donde llegó a innovar en materias poco desarrolladas en ese momento. ¿Cómo fue ese proceso?
Fue muy extenso. El decano de la época, el contador Israel Wonsewer, me ofreció ir a estudiar al exterior para aprender aplicaciones matemáticas en economía –porque yo era buen alumno en matemáticas, siempre sobresaliente-, entonces, como no me gustaba el inglés, me fui a Francia. El profesor Bucheli me recomendó un lugar donde realmente enseñaban bien economía matemática. Fui a estudiar allá un año, yo tenía 24.
Cuando volví llamaron a un concurso para docente titular grado cinco para Econometría, que era una materia que no existía. Yo era grado uno en la docencia y dos en investigación. Había varios aspirantes, pero en definitiva concursé yo solo. Lo terrible era que el tribunal –que era internacional- había rechazado antes, para otra cátedra, a profesores de larga actuación de la Facultad de Ingeniería. Pero lo cierto es que pasé ese concurso y me nombraron profesor titular, o sea, catedrático a los 26 años.
Dos o tres años después se creó Métodos Cuantitativos Aplicados a las Empresas y no había profesor, y yo tampoco podía porque tenía el horario completo, entonces fui encargado honorario creando la materia.
La facultad quedó muy desecha con la intervención y me hice cargo de Economía II. Entre medio se creó una cátedra de Economía Matemática y pasé a ser profesor de la misma y dejé de ser de Econometría.
Hasta el 2012 di clases en la facultad, luego fui profesor dos años en el Instituto Politécnico en Maldonado, y lo que seguí dando hasta el año preelectoral fueron las clases de Gestión Económica del Sector Público para el Parlamento, que organiza la Escuela de Gobierno.
¿Cómo llega a la política?
Mi familia era socialista, o sea que yo no estaba en el Partido Colorado, pero cuando estaba en Estadística empezaron a pedir ayuda para preparar programas económicos. Colaboré en el 71, no como integrante del partido, pero ya en el 83, cuando se planteó la apertura, ofrecí mi colaboración para trabajar y ahí me incorporé. Cuando entró el gobierno del Dr. Sanguinetti, me designó director de la OPP. Ahí, cuando me preguntaron si me consideraba integrante, dije que sí, o sea que tengo unos 37 años en el Partido Colorado.
Al comienzo de ese período donde encabezó la OPP, el gobierno tuvo la difícil tarea de reactivar la economía, que sufría las consecuencias de la crisis del 82. ¿Puede explicar las medidas tomadas en ese contexto?
La del 82 fue una crisis muy grande. La deuda había vencido el 31 de diciembre y a Uruguay le dieron seis meses para que viera si se podía organizar. Si no, nos declaraban en default. Lo que hubo que hacer primero fue arreglar eso y los bancos, que estaban todos quebrados –los nacionales privados quebraron todos-. Ahí hubo que hacer tarea de ordenamiento fiscal para eliminar el déficit, que era del 10% del PBI, era una cosa imponente.
El primer acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) era muy pesado. Se hizo por 18 meses, desde el 1º de junio del 85 hasta el 31 de diciembre del 86, porque había que bajar el déficit del 10% al 6%. En términos de hoy, serían unos 2.000 millones de dólares.
Establecimos metas y las cumplimos, en todos los trimestres. Con ese ordenamiento y refinanciando la deuda –que era casi 100% del PBI-, el país empezó a crecer en el 86, favorecido con una gran caída del precio del petróleo. En las cifras de aquel momento, en el año 86 creció casi 8%. Eso se mantuvo en el 87. En el 88 comenzó a fallar porque vino una sequía muy importante –la más grande que yo recuerdo desde el 60- que como consecuencia perjudicó mucho los estados fiscales en el 89.
Las medidas fueron, básicamente, ordenamiento fiscal, monetario, cambiario. Se siguió con la política llamada “minidevaluaciones”, porque se modificaba el tipo de cambio progresivamente, pero el gobierno se comprometía a que mientras rigiera, cualquiera que quisiera comprar ese tipo de cambio podía hacerlo. Entonces, se mantuvo la libertad de mercado cambiario, la libertad de comercio exterior.
“La del 82 fue una crisis muy grande. La deuda había vencido el 31 de diciembre y a Uruguay le dieron seis meses para que viera si se podía organizar. Si no, nos declaraban en default. Lo que hubo que hacer primero fue arreglar eso y los bancos, que estaban todos quebrados”
¿Qué medidas se tomaron para reactivar el sector exportador?
Mantener el tipo de cambio favorable, que debido a las dificultades que tenía el país, había pegado un salto muy grande en el 82 y estaba alto. Entonces, condiciones favorables y negociación de apertura de mercados. Teníamos acuerdo de libre comercio con Brasil y con Argentina, y se ampliaron los dos (ver recuadro 2). Además, Uruguay era muy bien recibido en el exterior por la democratización, tuvimos apoyos en distintos países y entonces las exportaciones subieron. Estaban en 600 millones y pasaron a 1.200; ya en agosto del 85 empezaron a crecer.
El gobierno heredó un gran problema de deuda interna. ¿Cuál fue el camino que se tomó para paliar esa situación?
Más que nada se crearon condiciones para refinanciar la deuda. Se negoció una ley especial que en muchos sentidos podía tomarse como violatoria de derechos adquiridos o de propiedad, pero que era necesaria. En definitiva, la gente pudo cumplir en general.
Quedó un remanente de eso que fueron las compras de cartera que había hecho el Banco Central, que había comprado créditos que tenían los bancos que no podían cobrar, porque si no, estos quebraban, entonces, recibían eso. Los bancos que quebraron fueron los que no vendieron cartera.
A principios de los 90 se resolvió totalmente el problema de deuda interna. La externa se arregló bastante rápido, con las refinanciaciones propuestas por dos ministros de Economía de Estados Unidos, primero el señor Baker y luego el señor Brady. Después, el problema de deuda externa reapareció en el 2002, pero esa es otra historia.
Entrando justamente en el 2002, ese año usted presidió la delegación que viajó a negociar con el Tesoro de Estados Unidos por el paquete de ayuda. ¿Cuáles eran las diferencias con el FMI que motivaron al gobierno a pedirle ayuda a ese país?
El FMI tenía la posición de que el problema que enfrentaba Uruguay no estaba dentro de sus competencias, porque se dedicaba a resolver problemas de balanza de pagos y Uruguay lo que tenía era una corrida bancaria, no era que le faltaran dólares porque no estuviera bien el comercio exterior, ni fuga de capitales; lo que había eran bancos con problemas. Con esa posición, sostenía que como no podíamos resolver eso teníamos que declararnos en quiebra. Esa era la principal diferencia, que consideraba que era conveniente para el país dar default, porque el peso de la deuda sería menor.
Una posibilidad que el país no iba a considerar…
Porque para nosotros eso implicaba reconocer que no cumplíamos con nuestras obligaciones, y pensábamos que podíamos hacerlo, en otras condiciones y con apoyos suficientes. Entonces, el FMI hizo una pequeña aflojada; era relativamente grande para lo que hacía el organismo, pero pequeña para lo que se precisaba.
Eso llevó a negociar un apoyo del gobierno de Estados Unidos. Lo más importante no fue, curiosamente, el famoso puente de 1.500 millones, porque ese préstamo se cobró un lunes y al viernes se había devuelto. Lo importante fue el apoyo del gobierno de Estados Unidos para conseguir que los organismos internacionales prestaran. En realidad, “el grupo de los siete” consiguió el apoyo. Los siete, que son Estados Unidos, Canadá, Japón, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia, votaron apoyar y son mayoría en el FMI.
Con esos recursos, los del Banco Mundial y los del BID –donde estaba Enrique Iglesias-, hicimos la tarea. Luego el FMI siguió insistiendo con que teníamos que dar default. Durante ocho meses peleamos con el organismo, pero al final, en febrero del 2003, conseguimos que nos apoyara, y la aprobación a apoyar la refinanciación uruguaya salió a fines de marzo.
¿Existían diferentes visiones en el FMI sobre qué medidas debía tomar Uruguay?
Sí, sin duda. En el FMI, el que estaba con nosotros era el Departamento Bancario, que sostenía que el organismo, al considerarlo un problema de balanza de pagos, estaba equivocado, y que debía considerarse como un problema bancario. Posteriormente vinieron y el delegado del FMI llegó a agradecernos que le restableciéramos un rol al Fondo.
Uruguay fue el antecedente que permitió que después el FMI ayudara a otros países.
La satisfacción que teníamos era que el FMI se quedó con el objetivo de apoyar a los países con dificultades de deuda, con programas para levantar sus problemas y no hacer default. El FMI aplicó lo mismo en Brasil a los seis meses; los brasileros nos preguntaban cómo tenían que negociar para conseguir lo que habíamos conseguido nosotros. En Europa, lo que se aplicó a Irlanda, a Portugal, a Grecia y estuvo cerca de aplicarse a España, fue la solución uruguaya.
Según surge del libro publicado por Oddone, De Brun y Banda, algunos sectores del FMI estaban dispuestos a sacrificar los bancos públicos. ¿Esto es así?
No, no recuerdo que nadie propusiera sacrificar los bancos públicos. Lo que sí se llegó a decir fue que estaba bien que no dedicáramos fondos públicos a apoyar bancos privados, que si no podían cumplir había que cerrarlos, y los cerramos como parte de nuestro acuerdo para financiar el país.
Cuando se agudizó la crisis, ¿qué medidas se tomaron para evitar un posible cierre del BROU?
Se consiguieron los recursos en ese acuerdo, que vinieron al Fondo para la Estabilización del Sistema Bancario. Era para pagar los depósitos de bancos públicos y para los depósitos a la vista de los bancos que se cerraran.
Eso era no para salvar los bancos, sino para mantener la cadena de pagos, porque si no, los propietarios de las cuentas corrientes y cajas de ahorro no tenían los fondos que tenían depositados para hacer pagos. Entonces, con esos fondos, que eran del orden de 1.500 millones de dólares, se cubrió todo eso y se pudo restablecer el funcionamiento normal de los bancos, e incluso dar reservas para el país. Reconstituimos reservas y pudimos pagar la deuda externa con esos depósitos.
“El FMI siguió insistiendo con que teníamos que dar default. Durante ocho meses peleamos con el organismo, pero al final, en febrero del 2003, conseguimos que nos apoyara, y la aprobación a apoyar la refinanciación uruguaya salió a fines de marzo”
¿Cuánto tiempo duró el corralito?
Fue un corralito para los depósitos a plazo que en realidad fue una reprogramación de los depósitos públicos. Los bancos privados pagaron siempre –los que quedaron, que eran todos internacionales-. Para los públicos se estableció un plazo de tres años. Como la cosa funcionó muy bien, poco después del año y medio o dos años, se liberaron.
¿Qué lecciones dejó?
Lo peligroso que es tener una deuda en moneda que no es propia, que es el dólar, con clientes muy inestables como eran los argentinos. El país se vio favorecido, se dice comúnmente, por un buen manejo desde entonces, pero una de las cosas positivas fue que la proporción de depósitos argentinos en Uruguay disminuyó. Ahora yo miro con preocupación que dicen que están viniendo muchos depósitos de extranjeros, y tengo el temor de que sean argentinos, porque los bancos van a tener que ser muy cuidadosos de mantener una fuerte reserva, en particular, para esos depósitos.
¿Hay lecciones de esas épocas críticas que se puedan tener en cuenta para la situación que el país atraviesa hoy?
En términos de manejo de deuda, la lección la aprendimos y hubo un manejo muy adecuado. Con Alfie y Arbeleche estamos a cubierto. El que se encargó de la deuda por el último gobierno del Frente Amplio era mi ayudante en Economía Matemática, Herman Kamil. Entonces, eso está bajo custodia. Lo importante de la salida es que no vengan coletazos de la crisis; hemos salido, pero la vamos llevando extraordinariamente bien, dada la situación de todos los vecinos.
Empezamos muy temprano. Los ministros asumieron un lunes, comenzaron a trabajar el martes y el jueves siguiente ya empezaron a adoptar medidas. Lo grave es la recuperación de las actividades, que es relativamente sencilla, pero hay que ver las empresas que no puedan abrir por todas las dificultades provocadas por un cierre de meses. El efecto consiguiente en el empleo puede ser el gran problema de la reapertura.
¿Las medidas que se proyectan son las adecuadas?
Pienso que sí. No reponer vacantes en lo posible y reducir cuanto gasto suene innecesario. Lo que estarán diseñando Alfie y Arbeleche es qué sendero de disminución del déficit pueden ofrecer, al disminuir los gastos y mejorar la recaudación por más actividad, que sea viable en la medida que el país siga siendo prometedor y mantenga una corriente de inversiones con plantas de celulosa, logística, informática, y un desarrollo más tecnológico en la ganadería.
Las medallas de básquetbol y el triunfo del campeonato presidencial
Gran parte de su vida estuvo dedicada a la docencia, siendo su primer y último trabajo en dicha actividad. En segundo lugar, al gobierno, y a la política como consecuencia.
Proviene de Rosario, departamento de Colonia. Está casado y tiene tres hijos –dos varones y una mujer- y 10 nietos.
A pesar de que desde muy joven destacaba en el ámbito académico, con responsabilidades que le demandaban mucho tiempo, tuvo una juventud ligada al deporte. Llegó a ser campeón federal de básquetbol con Welcome. “Era suplente, era un buen bancario”, dice entre risas, aunque ganó muchas medallas en esa actividad.
También jugaba fútbol amateur en el interior. Más tarde, como director de Planeamiento, participó del campeonato presidencial de fútbol del 85, donde salió victorioso. “Le ganamos a Sanguinetti”, recuerda. Pero pronto debió dejar el deporte porque no podía compatibilizarlo con tanto trabajo. Al día de hoy sale a caminar y a andar en bicicleta.
Como hobby disfruta de armar puzles. En este momento tiene uno terminado de 1.500 piezas sobre la mesa de su living. Además, le gusta hacer sudokus y, sobre todo, leer. “Cuando tenía ocho años empecé leyendo un diccionario”, afirma en diálogo con La Mañana. Lee desde enciclopedias hasta colecciones completas de historia, pasando por clásicos como La Biblia, El Capital y El Corán.
Los acuerdos de libre comercio con Argentina y Brasil
Los acuerdos CAUCE y PEC se establecieron en 1975 y 1976 respectivamente y lo hicieron en el marco de una política de incentivos a las exportaciones de la producción industrial. En la misma línea varios años después, los mismos países involucrados buscaron ampliar los acuerdos anteriores.
Así, a través del Acta de Colonia firmada entre Uruguay y Argentina, se abrió la posibilidad de que toda la producción industrial uruguaya recibiera un tratamiento preferencial de hasta un cupo de 5% del mercado argentino. Por otro lado, Uruguay se comprometió a que el sector de bienes de capital argentino contara con un tratamiento preferencial en el mercado local.
Otro elemento que marcó la región principalmente a mediados de la década fue la búsqueda de una profundización en su integración comercial. Este proceso se llevó a cabo a través de una serie de ampliaciones de los acuerdos del PEC y del CAUCE ya vigentes y el establecimiento de un Programa de Integración entre Argentina y Brasil. Claramente lo anterior no reflejaba la creación de un acuerdo común entre los tres países sino una superposición de preferencias arancelarias bilaterales.
Posteriormente, en julio de 1986 se firmó el Acta de Integración y Complementación Económica entre Argentina y Brasil. Este programa buscó una profundización del comercio intrasectorial, para promover principalmente la producción de bienes de capital de cada uno de los países. Finalmente, se firmaron los Acuerdos de Brasilia que ampliaron las preferencias del PEC a una mayor gama de productos industriales.
Estos acuerdos de comercio preferencial encuadraron en el objetivo de política económica de los países de la región y principalmente de Uruguay de lograr un crecimiento económico a través de las exportaciones.
(Extraído de “Veinte años de historia de la industria nacional” de María Noel Laborde, CIU)