Al mejor estilo de una super producción de Hollywood, la academia y los medios especializados anuncian el estreno de la segunda guerra fría. Lo que empezó con promesas electorales de Donald Trump y se transformó en medidas concretas de proteccionismo en julio 2018, ha ido escalando en el tiempo con represalias comerciales, insinuaciones de espionaje industrial y digital con tecnología 5G hasta llegar últimamente a acusaciones abiertas de que China oculta información acerca de su rol y responsabilidades en cuanto a la pandemia COVID-19.
Siempre ávidos por encontrar paralelos históricos, los analistas ven en el enfrentamiento China-USA el comienzo de un “replay” de la guerra fría que caracterizó a la rivalidad USA-URSS (1947-91) y dividió al mundo en dos campos. Según ellos, nuevamente los demás países nos veremos obligados a tomar partido, ya sea por afinidad ideológica, interés económico o seguridad estratégica, bajo un esquema bipolar donde cada vez será más difícil mantenerse no alineado.
El responsable de todo esto es Tucídides, un historiador ateniense y ex combatiente de la guerra del Peloponeso (431-404 AC), a quien se le atribuye haber elaborado la teoría por la cual rara vez se evita una guerra cuando un imperio hegemónico ve desafiada su supremacía por una potencia en ascenso. Atenas, el poder reinante, vio en el auge de Esparta una amenaza a su sitial de preferencia, agriándose las relaciones hasta llegar a la guerra que desplazó a los áticos.
Sucesión imperial
Sin embargo, la primera guerra fría no llegó al enfrentamiento armado entre las dos potencias. Los arsenales nucleares y las estrategias de “destrucción mutuamente asegurada” (MAD) hicieron que predominaran las mentes frías y los combates fuesen delegados con armamento convencional a gobiernos y movimientos periféricos alineados con uno u otro bando.
En otros casos el traspaso de la hegemonía fue pacífica, como cuando una Gran Bretaña desgastada por dos guerras mundiales entrega el manto a los EE.UU. O cuando Alemania desplaza económicamente a Francia y el Reino Unido para convertirse en el país más influyente en la Europa de la posguerra.
Un interesante estudio de Harvard investiga 16 casos de traspaso de hegemonía (ya sea regional o mundial) en los últimos quinientos años, de los cuales 4 han logrado evitar la guerra frontal. Sería sin duda deseable que la segunda guerra fría estuviera con las minorías. Ayuda el hecho que 3 de los últimos 4 traspasos fueron sin enfrentamientos armados. Por último, de 11 casos analizados desde el siglo XVIII, en seis casos se mantuvo el poder reinante y en cinco fue destronado por el poder desafiante.
Un mundo multipolar
¿Pero es válido comparar el mundo a la salida de la segunda guerra mundial con la situación actual? Aquel era sin duda un mundo bipolar, con Europa dividida y China en guerra civil. Sólo los EE.UU. y la URSS conservaban suficiente poder para intentar dominar al mundo.
Actualmente tenemos un mundo multipolar donde la Unión Europea también puede aspirar a un papel de influencia global, mientras que Rusia mantiene su arsenal nuclear de la GF1 y permanece activa en su vasta zona de influencia fronteriza. Ambos son jugadores cuyas alianzas con las dos potencias mayores pueden contribuir a un equilibrio global estable, aunque el impacto económico de Rusia es sustancialmente inferior a los demás grandes.
Sin duda China es – comparada con las demás – la potencia en auge. Su crecimiento en las últimas tres décadas ha sido espectacular desde todo punto de vista. El poder adquisitivo interno de su PBI ha superado ya al de los EE.UU. y lidera el comercio internacional junto a Europa. Posee la mayor población del mundo así como el mayor ejército, y su flota naval ha crecido en términos importantes en años recientes.
La economía también juega
A medida que se ha ido afianzando en el concierto mundial, China ha ido creciendo también en influencia regional. Esto no siempre ha sido en relación armoniosa con sus vecinos, en especial debido a reclamos marítimos y territoriales que buscan extender su soberanía hasta zonas alejadas de su costa y en disputa con otros países como Japón, Vietnam y las Filipinas.
A su vez, como economía muy dependiente de las importaciones de materias primas para abastecer su sector industrial y alimentar su población, ha ido tejiendo vínculos comerciales en los países abastecedores a través de una “ofensiva de encanto” diplomática y sus iniciativas de “una franja, una ruta” para allanar el comercio con sus mercados.
Los EE.UU. ven con suspicacia el crecimiento chino cuya inercia parece destinada a desplazarlos del pedestal que actualmente ocupan. Irónicamente, el éxito chino obedece en gran parte a las facilidades otorgadas en materia de ingreso al Banco Mundial y la OMC, y a la transferencia de tecnología y el gran flujo de inversión extranjera que acompañó la tercerización de producción desde los EE.UU. hacia China para aprovechar la mano de obra barata.
Tú decides, China
Pero si analizamos de cerca el paralelo entre las guerras frías 1 y 2, existen grandes diferencias que llevan a pensar que la historia no se repetirá de manera idéntica. En primer lugar, lo señalado respecto a Europa (y en menor medida Rusia) como contrapesos que podrían llevar a un modelo de “equilibrio de potencias” en lugar de uno bipolar.
Luego, en contraste con la URSS, el componente ideológico de la actual rivalidad es totalmente trivial frente a la lucha de ideas que caracterizó a la verdadera guerra fría, cuando una gran parte del objetivo era demostrar la superioridad de un sistema sobre el otro en materia de la calidad de vida de sus respectivas poblaciones.
La China de hoy está totalmente entregada al capitalismo de mercado, con 285 billonarios frente a los 705 de los EE.UU. Tres de los ocho bancos más grandes del mundo están en China, al igual que en los EE.UU. Los chinos llevan el mercado en su ADN y solo hizo falta que Deng liberase esa energía para que la economía china tomase un rumbo de crecimiento espectacular. El partido comunista chino está vacío de contenido ideológico: es simplemente un instrumento de gobierno formal no muy democrático que mantiene en el reparto a la nomenklatura.
Para muchas economías emergentes, el ingreso de China a los mercados mundiales ha sido un fenómeno positivo en materia comercial. No así el limitado impacto soviético en la economía mundial, cuyos magros frutos se destinaban a mantener regímenes carentes de otro sustento.
Es probable que las relaciones entre China y los EE.UU. se sigan tensando, especialmente si no hay un cambio de rumbo en la estrategia actual de la Casa Blanca frente al resto del mundo. Pero mientras China siga observando las reglas del juego, los demás países buscarán evitar tomar partido por uno u otro.
Sólo una fuerte salida de tono en su área geográfica de influencia – que interfiriera con las rutas de navegación comercial en aguas internacionales, por ejemplo – podría inquietar a los demás países del este asiático al punto de originar una crisis. Es difícil comprender que podría ganar China de una movida que amenace el comercio internacional, que ha sido el sustento de su modelo.
(*) Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.
(1) Harvard Belfer Center for Science and International Affairs
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