¿Cómo fueron sus comienzos en política?
En mi tiempo, muchos empezábamos en la política sin saber que estábamos allí, porque tenían mucho que ver las tradiciones familiares. Eran familias grandes a las que les gustaba reunirse, los domingos hacían las sobremesas larguísimas en la casa, generalmente, de los abuelos. En mi caso, mis abuelos maternos. Yo tenía seis o siete años y me decían “escuchón”. Ahora hablo mucho, pero cuando era chico estaba siempre callado y escuchando, me parecía un placer escuchar a los mayores. En aquella casa de mis abuelos, de Carlos Berro, se hablaba de política, no existía otro tema. Cuando tenía 11 años, al terminar mi quinto año de colegio, me dice mi mamá: “¿A dónde querés ir?”. Le digo: “quiero ver entrar a Herrera”. “¿A Herrera?”, me pregunta papá. Y mamá salta y dice: “claro, es la gira de la victoria, entra Herrera”. Eran las elecciones de 1950. Allá marchamos y papá paró el coche en la Avenida Garzón y lo vimos pasar. Yo tenía 11 años y era un herrerista. En toda mi familia eran blancos independientes, antiherreristas, pero mamá era herrerista y así empecé yo.
¿Herrera era su principal referente?
Sí, lo sigue siendo. En el 58 yo lo voté, pero ahí ya tenía la evolución intelectual de Herrera, ya lo había leído, lo había estudiado, y me pasó que ese herrerismo emocional, tradicional, familiar, cuando entré a ver a ese revisionista histórico fenomenal, que transformó la forma de contar la historia, me di cuenta de que mi amor era más sólido en la razón que en la emoción. Yo recomiendo “El Uruguay internacional” de Herrera, que lo escribió en 1915. Es impresionante. Después conocí a quien me formó definitivamente, que fue “Tucho” Methol. Yo estoy muy lejos de fanatismos, pero sí tengo una pasión muy grande por mi partido.
Herrera era un pensador, un hombre de una visión extraordinaria de su país, y se preocupó por desentrañar qué era el Uruguay. Batlle era un recolector de votos que iba a Francia, veía el socialismo francés, lo traía y trataba de interpretar todo el pensamiento europeo –porque muchos votantes eran inmigrantes-. Frente a eso, Herrera estaba muy preocupado por tres cosas a principios del siglo XX: ¿Qué somos, cuál es nuestro destino y qué debemos hacer en las grandes políticas sociales? La gran legislación social que muchos hoy le atribuyen a Batlle, es de Herrera.
¿Por ejemplo?
La ley de las ocho horas, que fue presentada por Herrera y Roxlo en 1905; la ley de la silla, que suponía que había que tener una silla para que las personas que trabajaban paradas tuvieran su descanso. Herrera, pese a su origen patricio, tenía una sensibilidad social superior. A su vez, era un historiador, su preocupación era la raíz, de dónde venimos, a dónde vamos, y empezó a definirnos en el ser nacional. Una vez le preguntaron: “su partido, ¿qué es?”. Porque parecía que los partidos políticos tenían que tener inclinaciones de visiones ideológicas que ya nacían. El Partido Colorado (PC), en el impulso de Batlle, miraba el socialismo francés. Y Herrera dijo: “Mi partido es la patria misma”. Me emociono todavía. Herrera buscaba la explicación del Uruguay.
¿Qué lo llevó a querer ser presidente?
Tenía ese fuego, pero jamás imaginé que iba a ser candidato a presidente. Yo no soy de esos que piensan que Dios los destinó a ser presidentes. Yo entré en UTE como director, en el primer gobierno de Sanguinetti, por la minoría blanca, propuesto por un gran herrerista, el Dr. Walter Santoro, pero el que dispuso que fuera a UTE fue Wilson Ferreira, que era el jefe del partido. Era el año 87. Estuve dos años de director y tuve un gran maestro, el presidente de UTE, el Ing. José Serrato; aprendí mucho a su lado.
Después usted asumió la Presidencia de UTE en el 90, en el gobierno de Lacalle.
Exacto. Y ahí me recorrí el país, me enamoré de la función. Cuando me dan una responsabilidad, la asumo con todas mis fuerzas. Una cosa que siempre me llamó la atención es por qué mi partido no tiene un sentido más profundo de aprecio al Estado. Yo soy un estatista y por eso algunos me dicen que soy un batllista. Tal vez sea peor en ese sentido, porque yo creo que el Estado y las empresas públicas son la clave y nunca deben dejar de ser públicas, porque un país como este, que no tiene la posibilidad de generar grandes empresarios, tiene cuatro fenomenales empresarios para competir en el mundo: UTE, Ancap, Antel y el Banco República. Entonces, los quiero adentro del Estado, eficientes, fuertes, y yo me di cuenta de que esa era mi gran tarea en UTE.
Volviendo a la pregunta, ¿por qué quería ser presidente?
Un día, en el año 92, un gran amigo que murió, César Aguiar, que fue el fundador de Equipos, me dijo: “voy a poner tu nombre en una encuesta a ver qué me dicen de vos”. Después me llamó, fuimos a almorzar al Golf y me dijo: “el 20% de los uruguayos te conoce”. Yo me quise morir. Le pregunté: “¿Nada más que el 20%?”. Me pareció un desastre. Pero él me dijo: “no sabés nada. ¿Vos sabés lo que es que en este país te conozca el 20%? Sos un fenómeno”. Yo creía que me tenía que conocer todo el mundo. Esa primera cosa me metió el bichito.
Ahí el bicho salió, pero acompasado de una gestión en UTE donde yo me vinculé muy estrechamente con el mundo sindical –con quien sigo muy vinculado- y con la universidad pública. Yo comprobé lo que podía hacer una empresa pública y fui parte de la transformación, me tocaba ser presidente e impulsarla, y empecé a imaginar, en una escala, lo que podíamos hacer desde la Presidencia pensando no en un país-empresa, sino en un país en el que su mayor valor fueran los recursos humanos.
Yo me animé a ser candidato a la Presidencia de la República en el 94 porque en el 93 le había preguntado a “Tucho” Methol Ferré: “¿Y si me tiro a la Presidencia?”. Y me respondió: “es lo que yo creo”. Ahí me di cuenta de que si él creía que podía ser presidente y tenía las condiciones básicas, había sido aprobado. Me dio un impulso fenomenal. Perdí esa elección porque se pierden y se ganan, pero mi principal capital fue haberme visto acompañado por gente a la que yo consideraba de una gran superioridad intelectual, moral y ética.
¿Esperaba contar con el apoyo de Lacalle Herrera para su candidatura?
Lo quise, sí, claro.
Él optó por Juan Andrés Ramírez.
No me gustan las comparaciones. Un día le dije: “Luis, si yo soy candidato del partido por el herrerismo, el jefe de partido sos vos. A mí me gustaría ser presidente”. Me escuchó, eligió al Dr. Juan Andrés Ramírez, con quien me une una gran relación personal, y yo hice mi camino. Pero en marzo de 1994, el PN estaba tercero. El primero era el PC y el segundo el Frente Amplio (FA). Era un desastre. Yo saqué mi candidatura en junio, y llegamos a las elecciones empatados. Quiere decir que mi sector, “Manos a la obra”, se puso al hombro al partido. A mí que no me votaran no me importaba, yo quería que me quisieran. Me encantaba sentirme querido, y el afecto siempre estuvo por encima del voto. Yo me llevaba muy bien con los adversarios, y me encantaba mucho más un piropo político de un adversario que lo que me decían mis compañeros, le daba mucha importancia. Yo llegué a tener una suma de votos y, de repente, a partir del año 1998, los perdí todos. En la interna del 99 los votos se los llevaron entre Lacalle y Ramírez. Yo perdí todos los votos, pero andaba por la calle y me sentía bien.
¿Qué significó para usted haber sido nombrado presidente del PN?
La banda presidencial yo la había buscado, pero mayor honor que sentarme en el sillón de Oribe no había tenido en mi vida, y no lo tuve. Así que para mí, en lo que se refiere a un honor, haber sido presidente del Honorable Directorio del PN, fue lo máximo. Los cinco años de embajador para mí fueron extraordinarios también. Yo terminé de comprender la concepción geopolítica y mercosuriana como embajador en Buenos Aires del 2000 al 2005.
¿Cómo era la relación del Uruguay con Argentina en esa época?
Una relación que tuvo altos y bajos, aunque las relaciones entre Argentina y Uruguay siempre fueron excelentes. Yo tenía que actuar en consonancia con lo que la sociedad argentina esperaba, que tanto quiere y admira al Uruguay; tenía que estar a la altura de ese sentimiento. Fueron cinco años formidables en mi experiencia, trabajo y dedicación.
Dijo que la sensibilidad social de Herrera y las leyes que presentó, se atribuyen a Batlle y Ordóñez. ¿Por qué cree que pasa eso?
Batlle fue un hombre hegemónico en el sentido de que prácticamente gobernó el país y era un hombre muy personalista y muy autoritario, pero ejerció con una extraordinaria personalidad esos 20 años. Hizo su primera Presidencia, para las elecciones posteriores puso a un delfín, a Williman –el abuelo de José Claudio-, y después volvió en su segunda Presidencia. Más tarde se creó el primer colegiado y entró él. Entonces, la presencia de Batlle fue casi omnipotente, por eso creó una cultura batllista y todavía los de mi generación tenemos algo de batllistas.
Hoy desde algunos sectores del FA se reivindica el batllismo.
El FA fue el heredero universal del batllismo. Yo creo que Batlle le hizo mucho biene al país, pero le hizo muchos más males. Él era un progresista, trajo el pensamiento del socialismo francés y tenía una visión social modernísima para la época. Herrera, por el contrario, no fue a Europa a buscar las ideas, sino que desde el ser nacional, era un enamorado de las políticas sociales.
¿El batllismo está en el FA hoy?
El espacio de un gran amparo social, a través de una legislación de avanzada, vivió sus años de esplendor desde los 20 hasta los 50, y en el 50 empezó a bajar, es decir, se nos empezó a acabar la plata. Al ir bajando los recursos y al tener que cambiar la manera de vivir, la sociedad se empezó a sentir mucho más desamparada. Lo que generó el batllismo es lo que en Europa después de la segunda guerra mundial se llamó el estado de bienestar, que está desapareciendo. Entonces el FA aparece en el año 71 como el espacio que le viene a decir a la sociedad: “acá estamos nosotros, porque los partidos tradicionales están caducos, se corrompieron”. Y la gente estaba preparada para eso porque era lo que quería. Ahora, aunque ganen las elecciones, va a ser en otras condiciones. La sociedad interpretó al batllismo y lo vio en el FA, hasta que se canse del FA. Los uruguayos tienen que reaccionar, se tienen que modernizar, se tienen que dar cuenta de que no hay más estado de bienestar, que adiós batllismo, adiós FA. Eso no quiere decir que se pierda de vista el sentido comprometido con los humildes, con los pobres, con los desamparados. No con políticas paternalistas, con profundas políticas sociales.
¿Lacalle Pou qué representa?
Lacalle Pou, a quien yo voy a votar con mucho gusto, me ha demostrado que aprendió mucho. Hoy es el candidato que tiene las mejores virtudes para gobernar el Uruguay. ¿Por qué? Porque tiene el ejercicio de la política indiscutido, no por ser “hijo de”, sino porque tiene varias legislaturas. Además, se ha rodeado de gente: Arbeleche es una economista del mayor nivel, a la par de los mejores; Pablo da Silveira, Dr. en Filosofía, es una maravilla; Bartol tiene una cabeza y una gran visión social y Álvaro Delgado, un articulador con grandes condiciones. Lacalle Pou ha superado al lacallismo y está volviendo a las viejas ideas del PN, en el siglo XXI. Entonces, al herrerismo, muerto Herrera, no hubo quien lo interpretara mejor que Wilson años después, y Wilson creó una síntesis dentro del partido.
¿El wilsonismo está presente en el PN?
Dentro del partido hay corrientes con una visión determinada, que la impronta la dio Wilson, que quedó en el partido. Ahora, una cosa son las mayorías y otra cosa es la base del partido. En la base del partido está el wilsonismo, como también el herrerismo y el lacallismo. ¿Hay wilsonismo? Para siempre. Yo no sé si en el FA hoy el seregnismo existe. Yo conocí a Seregni, un hombre extraordinario, ejemplar. Creo que desapareció de todo el FA y es porque el FA mismo no lo nombra.
Familia, tango y política
De niño siempre se sintió muy “protegido” por sus padres y por su hermana Teresita, que murió muy joven, con solo 34 años. Nacido en una gran familia, donde eran frecuentes los encuentros con primos, tíos y abuelos, Alberto recuerda que tuvo una infancia muy feliz y que vivía rodeado de afecto.
Ahora vive felizmente con su esposa Isabel. Acostumbrado a levantarse muy temprano, se prepara su desayuno y nunca faltan las frutas y el mate. Como parte de la rutina lee los diarios, y a las 10 de la mañana sale a caminar por unas dos horas. Le gustan las comidas tradicionales, las pastas y el buen vino. En otra época cocinaba mucho, pero ahora no tanto. De hecho, sus hijos le recuerdan cuando hacía dulce de leche. También le encanta la parrilla.
Su hobby central es el que tiene desde los 10 años: las carreras de caballos. Además es muy hincha de Nacional y de Trouville.
Hoy sigue de cerca la vida política del país, que es su principal interés y preocupación. Como tiene una inclinación hacia la política internacional, suele buscar libros con un enfoque adecuado para poder entender los cambios en el mundo y para seguir las corrientes históricas y comprender lo que está pasando actualmente. Eso lo encuentra “apasionante”.
Adora escuchar todo tipo de música, pero se considera más bien un tanguero, un gardeliano, y le gusta Mozart. De lo que más disfruta es de su esposa, de sus hijos, de sus nietos, de sus primos que aún viven y de sus amigos, aunque lamenta que varios de ellos ya fallecieron.
Con frecuencia viaja con Isabel a Buenos Aires, donde tienen un apartamento y han dejado muchos afectos. Incluso, a pesar de que dejó la embajada hace 15 años, cuenta que cuando llega, todavía le dicen embajador.
Amor por el turf
“Corría el año 1948 y el caballo del pueblo se llamaba “Polvorín”, un notable pingo que ganó los premios más importantes de su año. Yo, nacido en el 39, no llegaba a los diez años y mi abuela materna, María Antonia, una tana divina, le gustaba ir a ver las carreras. Ahí empecé yo a ir al hipódromo y desde esa edad no dejé de ir nunca.
Me encontré con que el turf no es solo carrera de caballos y lo que la gente cree que es una timba. Sí se juega, y a mí me gusta jugar, pero el turf es una escuela de vida fantástica, una escuela de amistades. También uno aprende a perder y no quejarse. Ahí conocí a Nicolás Storace, hermano de mi vida, al que todavía extraño cuando se van a cumplir seis años de su fallecimiento. Con él recorrimos hipódromos, momentos felicísimos, asados inolvidables.
La otra cosa que quiero destacar es que el turf es un igualador social extraordinario. Le llaman el deporte de los reyes, pero yo digo que es el deporte de los reos, del pueblo, de los bandidos y los circunspectos. No hay espacio humano que no encuentre su lugar en el turf. A mí siempre me impresionó una foto donde la hoy reina Isabel, que era en aquel entonces princesa, que era y es una fenomenal aficionada al turf, está hablando con el peón que le cuida sus caballos y lo escucha con una atención que supongo escucharía de igual forma a Winston Churchill”