Creció en una casa donde se hablaba muy poco de política, pero eso no impidió que se vinculara a esa actividad desde temprana edad. Atraído por la figura de Wilson Ferreira y con gran afinidad con postulados del Partido Nacional (PN), en su adolescencia empezó a tener sus primeros contactos con la juventud nacionalista. Así fue que complementó esa vocación con su profesión de veterinario, hasta que decidió dedicarse de lleno a la política. A lo largo de su carrera aprendió a cultivar buen diálogo dentro y fuera de su partido, lo que fue fundamental para el rol de articulador que hoy le toca desempeñar.
Aunque terminó dedicándose a la política, es veterinario de profesión. ¿Qué lo llevó a estudiar esa carrera?
El gusto por el mundo rural, por el campo. Mi abuelo tenía uno en Paysandú, y otros familiares y amigos también tenían campo. Tuve la duda entre Veterinaria y Derecho. Es más, en cuarto de liceo me hice un test vocacional y en sexto me hice otro, y me dieron las dos cosas, respectivamente.
Hice Veterinaria y en tercero tuve una duda existencial: no sabía si seguir o hacer Derecho. Eso está muy vinculado al tema del gremialismo universitario. Yo era consejero, miembro del Claustro de la Facultad de Veterinaria, estaba entrando al Consejo Directivo Central de la Universidad de la República por los estudiantes, y me dio mucha pereza tener que desmontar cinco años -el bachillerato más tres años de facultad-.
Después, en simultáneo, hice unos cursos de Ciencia Política, terminé la facultad e hice un posgrado vinculado a la parte más económica, a proyectos, a gerencia agroindustrial.
¿Qué le aportó a su vida, para lo que vino después, su participación gremial de ese entonces?
Fue determinante. No solo tenía que representar a estudiantes, sino, además, aprender a entender otras opiniones, abrir la cabeza, negociar, ser un tipo dialoguista, sin preconceptos. Eso me sirvió mucho.
Cuando tuve mi primer cargo público –que se lo debo a Alberto Volonté- como inspector general de Trabajo, con 29 años, eso fue fundamental para ponerle sentido común y capacidad de diálogo, en medio de la crisis (del 2002).
Tenía 20 mesas tripartitas, trabajábamos permanentemente con empresarios y trabajadores. Eso me permitió generar mucha confianza personal con actores a los que seguí viendo a lo largo de toda mi carrera política como Fernando Pereira, Marcelo Abdala, Lalo Fernández.
¿Llegó a ejercer como veterinario?
Ejercí como veterinario, administré algún establecimiento, trabajé en proyectos propios. Después me dediqué a la certificación de protocolos de producción de carne para diferentes organismos y certificadoras.
¿Cómo ve hoy al sector agropecuario, dada su experiencia?
Lo veo con mucho dinamismo. Es de los sectores a los que la pandemia no afectó directamente; sí indirectamente. Porque va a impactar el comercio, pero con precios firmes, incluso subiendo a nivel de la soja. Al igual que la construcción, uno apuesta a que el agro cinche del Uruguay para salir de la crisis.
“Hubiera sido un gran milagro” ganar en 2014, “pero se aprende mucho más de las caídas que de los aciertos”
Su camino en la política empezó de muy joven, mucho antes de haber sido inspector general de Trabajo. ¿Qué lo motivó?
Sí, comenzó a los 16 años. Siempre me atrajo la política. Tengo una familia apolítica, sobre todo mi madre, mi padre es más bien colorado, pero se hablaba muy poco de política en mi casa. Yo crecí en la dictadura y recién en el liceo vino la recuperación. En el primer acto al que fui, el día que vino Wilson, yo tenía 15 años. Ahí no había celular, mis padres no sabían dónde estaba. Yo me sentía muy atraído por ese fenómeno de Wilson Ferreira, había una efervescencia especial.
¿Y por qué el PN?
Es una cosa que yo no puedo explicar racionalmente. A mí me gusta mucho la historia, leo bastante, siempre tuve mucha afinidad histórica con postulados del PN. Eso, sumado a que tenía algunos parientes y amigos vinculados al partido, la impronta de Leandro Gómez en Paysandú, la salida de la dictadura y la figura de Wilson, que era un gran enamorador de jóvenes, me hizo encaminarme más en ese proceso.
¿Tuvo que sacrificar otras cosas, además de su profesión, para dedicarse a la política?
Sacrificás mucho tiempo de familia, hay muchos momentos de tus hijos que los perdés, que no estás, algunos cumpleaños que estás un ratito o que estás de gira, muchos deberes. Todo eso, ahora, de más adolescentes, te lo empiezan a facturar. Tenés que tener las raíces y los valores muy firmes y una familia que te apoye, más que nada, una esposa que entienda y banque, porque muchas veces es padre y madre.
Ingresó a la 404 enseguida de su fundación. El sector se formó luego de que un grupo de jóvenes, entre ellos el actual presidente de Diputados, Martín Lema, el director general de Desarrollo Social, Nicolás Martinelli y el subsecretario de Salud, José Luis Satdjian, le insistieran varias veces al hoy presidente Luis Lacalle Pou para que los liderara. ¿Cómo fue a parar usted al proyecto que recién comenzaba?
Como yo estudiaba con el hijo de Volonté, militaba en Manos a la Obra y se configuró, junto con otros sectores, Correntada Wilsonista. Pero con el tiempo se fue desgranando, al punto que en 2008 todos quedamos muy liberados. Yo no sabía qué hacer, era legislador y con Luis tenía un buen relacionamiento, pero nunca habíamos trabajado juntos.
Él fundó la 404 en setiembre del 2008, me invitó al acto y yo fui. Un día me vino a buscar, golpeó la puerta del despacho y me dijo: “vengo a hablar contigo, tenemos que hacer algo juntos”, y empezamos a hablar. Teníamos mucha afinidad personal. En diciembre ya estábamos encaminados con ese proyecto que formalmente relanzamos el 11 de marzo -me acuerdo porque fue el día de mi cumpleaños- del 2009 en el Centro Gallego. Y yo salí electo diputado por la 404.
¿Qué veían en Lacalle Pou como para que encabezara ese proyecto?
Veíamos a alguien que tenía visión de largo plazo. Yo vi un compañero de generación que tenía las condiciones para liderar un movimiento con una mirada diferente, que implicara una renovación partidaria no cruenta, o sea, por la vía electoral.
Ahí empezamos a recorrer el país, armando un movimiento nacional que fue Aire Fresco. Lo lanzamos en 2009, tuvimos lista en cinco departamentos en la interna. Se fue generando una ola donde íbamos con la idea de sacar la lista al Senado y terminamos volviendo con la iniciativa de la gente de que Luis fuera candidato, con 40 y pocos años.
“Estoy convencido de que las mayorías absolutas de un solo partido no son del todo buenas, te encierran y perdés la capacidad de escuchar”
¿Costó esa renovación? Porque ya había un sólido grupo herrerista, estaba su padre (Lacalle Herrera).
No costó porque fue por el costado de eso. No le pedimos a nadie que se corriera ni que se fuera. Hicimos algo aparte, generando un proyecto con mucha mística, con futuro, con compromiso. Con eso le asegurábamos al partido una capacidad de renovación, y empezamos a adherir agrupaciones y diputados. Tan es así que los primeros días de marzo de 2013 anunciamos la precandidatura de Luis.
¿Cómo vivieron la derrota de 2014? ¿Qué lecciones les dejó como grupo?
Fue dura porque hubo un momento en el que estuvimos muy cerca, sobre todo un mes antes de la elección, que el Frente Amplio (FA) había perdido un poco el rumbo y estaba instalado que se podía ganar.
Luis era el desafiante, contra un consagrado como Tabaré Vázquez, con toda la estructura del poder atrás y con una presidencia arriba. O sea, hubiera sido un gran milagro, pero se aprende mucho más de las caídas que de los aciertos. Al PN le hizo muy bien que ganáramos la interna contra las estructuras más viejas y haber podido renovar al partido.
Me acuerdo que la noche de la elección, cuando empezaban a aparecer los resultados, yo salí y dije: “votamos, salió muy bien, podemos decir que va a haber balotaje y que no va a haber mayoría absoluta”. Lo primero pasó, lo segundo no. Era muy difícil ese balotaje, el FA ya tenía mayoría parlamentaria, era imposible, y había que motivar a la gente y votar dignamente. Yo le decía a Luis: “la gente no va a pedirte que ganes esto, va a valorar la actitud”, y eso fue lo que pasó.
¿Cómo fue ser legislador de la oposición durante los 15 años de gobiernos frenteamplistas?
Para mí es toda una novedad ser gobierno, porque desde que ingresé como legislador, fui de la oposición. Igual yo siempre tuve buen diálogo con todos y logré meter algún proyecto de ley. El único cambio de tributación del combustible, cambiando el Imesi por el IVA en el gasoil para que se pueda deducir el IVA contablemente, fue un proyecto mío que se lo presenté a Vázquez y salió. Y algunos otros.
Muchos años me tocó coordinar al PN y eso me permitió posicionarme en una cantidad de temas. Yo estoy convencido de que las mayorías absolutas de un solo partido no son del todo buenas, te encierran y perdés la capacidad de escuchar, de entender, de valorar otras verdades y miradas.
En su pasaje por el Senado hubo investigaciones que generaron mucha polémica. ¿Cuáles siente que lo marcaron?
Lo de Ancap. Es más, un amigo mío que venía del mundo financiero, Diego Labat, fue director de Ancap -yo lo convencí-. Yo venía trabajando mucho en el tema de los combustibles desde la Comisión de Industria de Diputados y del Senado, y decidimos en una reunión con Luis, impulsar una investigadora en Ancap, que el FA la acompañó y fue creciendo cada vez más.
Yo empecé con ocho capítulos, terminé con 17. Hubo irregularidades, ilicitudes y hechos de apariencia delictiva -los cuatro capítulos que fueron a la Justicia-. Eso sí fue un tema pesado donde hubo que estudiar mucho, donde hubo presiones y que me marcó.
¿Había imaginado que podía ser designado como secretario de Presidencia?
Luis me lo había sugerido. Yo tengo mucha confianza personal con él, sabemos lo que pensamos con la mirada. Para un gobierno del PN, después de 15 años del FA, liderando una coalición de cinco partidos, el equipo de la Presidencia era clave. Rodrigo Ferrés iba a estar en la parte más jurídica como prosecretario, y Luis quería un secretario de la Presidencia con un rol más político, de interactuar, de coordinar una cantidad de temas y apoyarlo en la ejecución de sus decisiones.
Me lo planteó rumbo al balotaje, me dijo: “te necesito acá”. Obviamente, si me necesitaba yo tenía que estar, no podía decirle que no al presidente y a un amigo. Me implicó renunciar al Senado, pero no me arrepiento y hacemos un buen equipo, con mucha confianza.
¿Cómo es ser el nexo entre el gobierno y la oposición?
Tenemos una relación correcta. Yo sigo manteniendo los mismos vínculos y diálogos. No convivo con ellos como pasaba en el Parlamento, que me los encontraba todos los días, pero por teléfono o en reuniones intercambiamos varias veces, o vienen acá. Muchas veces me piden reuniones, y si yo criticaba que no nos recibían siendo oposición, no voy a hacer lo mismo siendo gobierno.
¿El panorama que encontraron tras el cambio de gobierno fue el esperado?
Fue un poco peor del esperado. Empezamos el 1º de marzo con el 5 % de déficit fiscal, algo incomprensible después de los años de bonanza, con el 10,5 % de desempleo y con una deuda arriba del 63 %. A los 13 días vino el tsunami, que fue la pandemia, que condicionó todo.
Ahí se notó el liderazgo político, es decir, Uruguay tomó unas medidas muy drásticas al principio: emergencia sanitaria, cierre de una cantidad de actividades, y eso permitió que hoy tengamos una pandemia controlada, con una economía abierta, reactivando el empleo de a poquito.
Hubo que liderar ese proceso con ministros nuevos, muchos de los cuales no tenían actividad política, con la pandemia, con el miedo, con el temor de la gente, con los riesgos, tratando de concientizar. Primero era el “quedate en casa”, después el uso del tapabocas, tratando de apelar a la libertad responsable.
Lo que se decidió fue centralizar el mensaje en Presidencia, ser transparentes en la información, en los casos, en los contagiados, en el primer fallecido, y dar la cara, dar amparo, seguridad. Yo creo que eso se valoró y eso es instinto político.
El panorama encontrado al asumir el gobierno “fue un poco peor del esperado”
Y un estilo comunicativo al cual el país no estaba acostumbrado, con conferencias de prensa periódicas. ¿Ese contacto seguirá más allá de la pandemia?
La transparencia, seguro, dar la cara también.
¿Sintió presiones en ese proceso?
Atravesamos momentos difíciles, hubo una presión social y política de Vázquez, el PIT-CNT, el FA, el Sindicato Médico, por el tema de la cuarentena obligatoria. Ahí hubo un liderazgo muy firme del gobierno y del presidente de la República, particularmente, es decir, nosotros no podemos exigir lo que no podemos hacer cumplir, queremos apelar a la libertad responsable.
¿Preocupa esta sensación de que ha habido un afloje por parte de la gente?
Sí, preocupa, por eso estamos insistiendo mucho en esto de la libertad responsable. Hay libertad, pero muchos no la están usando responsablemente y eso preocupa porque la conducta de cada uno condiciona la salud de todos y, además, porque es muy egoísta y no valoramos lo que tenemos.
Si uno mira la televisión, en España a las nueve de la noche no se puede ir a tomar una cerveza, un refresco, a comer por ahí, no se puede salir. En Alemania están los militares, en Francia hay toque de queda. Mirá los vecinos, las cifras de muertos y de contagiados. ¡Si tendremos que valorar lo que tenemos y cuidarlo! Hay mucha irresponsabilidad en el uso de la libertad; por ahora son excepciones, ojalá las sigan siendo.
¿Se animaría a ser candidato a presidente?
No está hoy arriba de la mesa. Pasaron solamente ocho meses de gobierno, lo que pueda pasar es impensable.
Pero imagino que no lo descarta.
En política no descartás nunca nada, pero hoy eso no está en mi radar, sino hacer bien mi trabajo y que al gobierno le vaya lo mejor posible.
Entre la vida de barrio y el campo
Nació en Pocitos, donde vivió hasta los seis años. Luego se mudó a una casa ubicada en el límite entre Reducto, Bella Vista y el Prado; allí permaneció hasta que se casó. Permanentemente viajaba a Paysandú, departamento del cual proviene toda la familia de su madre, cuyo campo fue el que empezó a despertar su interés por la veterinaria.
Pasaba los veranos en Atlántida, donde sus abuelos tenían una vivienda. En su infancia y adolescencia hizo mucha vida de barrio: allí tenía a sus amigos e iba al colegio cerca. “Era otro Montevideo”, rememora.
Se define como una persona sensible, transparente, ansiosa y metódica, y admite ser obsesivo en algunas cosas. Dedica mucho tiempo al trabajo y asume que ese es uno de los debes que tiene que equilibrar más con los reclamos familiares.
“Y soy una persona que no tiene doble cara”, agrega. Sus padres le inculcaron el valor de la honestidad, por sobre todas las cosas, y la importancia de ser buena gente y, más allá de ser querido, hacer lo correcto.
Tiene poco tiempo para hobbies, pero afirma que la actividad que lo hace “más libre” es andar a caballo. “El campo me sigue tirando, voy todo lo que puedo y es de las cosas que me cuesta más hacer porque necesito tiempo, pero me libera la cabeza”, dice. Está casado con Leticia, con quien tiene tres hijos: Agustina (21), Felipe (18) y Pilar (16). Tienen un perro cimarrón bayo que se llama Tacho, y hace poco le regalaron a su esposa un cachorrito cimarrón, a quien nombraron Moro.
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