Es una de las historiadoras más reconocidas y premiadas del país. ¿Desde siempre le atrajo la historia?
Sí, desde niña. Supongo que tiene que ver con el hecho de que en mi casa había una diversidad bastante notoria de orígenes y de cultura, abuelos inmigrantes gaditanos, de Cádiz, de Jerez de la Frontera, que hacían todos sus cuentos de inmigración y con unas vidas personales muy ricas y muy imaginativas como suelen ser los andaluces. Luego, por parte de mi padre, una familia de la frontera, bilingüe, que hablaba todo el tiempo portugués y hacía cuentos de las guerras civiles y de ese mundo tan especial que es la frontera. A mí todo eso siempre me encantó y me preocupaba mucho entender la complejidad del pasado, pero creo que lo que más me determinó fue mi gusto por la lectura.
¿Ya desde la infancia?
Sí, en mi casa había muchos libros muy buenos que eran del padrastro de mi madre, y yo leía lecturas densas, pesadas.
Pero ¿lo hacía con gusto?
Por supuesto, eso sí, me acompañaban; cuando vieron que me gustaba leer me compraban libros, me dejaban. Eso fue determinante, porque vos a partir del libro accedés a múltiples mundos que ni te imaginás, y si tenés curiosidad, lo que un libro encierra y te brinda es en sí mismo suficiente.
Le gustaba la lectura pero pudo haberse volcado a otra rama. ¿Qué la hizo elegir la historia?
Cuando llegué a la puerta de la Facultad de Humanidades, recién reabierta la universidad después de la intervención, yo pensaba hacer sociología. En la ventanilla me dijeron: “eso ya no existe, aquí hay lo que dice en el cartel, mírelo y apúrese que hay cola”. Ese fue el momento decisivo de mi vida. Me acuerdo que miré, había historia y literatura y las dos me encantaban, y pensé: “siempre tuve mejor nota en historia”, y elegí eso. Al año siguiente recuerdo haber tenido una especie de confirmación espiritual de que había elegido bien, porque algunos abandonan o después de dos años van a otra cosa, y yo al haber aprobado el primer año dije: “qué bien que elegí, esto me encanta, es lo mío, no me equivoqué”.
¿Por qué tiempo después decidió continuar sus estudios más avanzados en España?
Eso me pasó siendo ya muy adulta, tenía 50 años y era profesora de la universidad, pero yo vi el cambio que el mundo académico tenía y vi que iba todo hacia el doctorado, y que el que no fuera doctor realmente iba a tener problemas en la estructura orgánica de las universidades. Yo había terminado “El caudillo y el dictador”, y le llevé el libro de regalo a Julio Sánchez Gómez, un profesor español de la Universidad de Salamanca, que venía siempre aquí a investigar en archivo. Al otro día me dijo que quería que fuera como profesora invitada a Salamanca para hablarles de este libro a sus alumnos.
“Comencé a escribir a instancias de Aníbal Barrios Pintos, mi queridísimo amigo y padre espiritual en materia historiográfica”
Cuando fui, la vicerrectora, Izaskun Álvarez, me dijo: “¿Y tú por qué no sos doctora? Le dije: “porque tengo niños chicos, no es fácil salir al exterior con tres pequeños, no me da el dinero para pagar eso y en mi país no hay doctorado”. Entonces me dijo: “En la primera oportunidad que tengas de una beca te vienes para aquí y haces el doctorado con nosotros, y Julio y yo te ayudamos y somos tus tutores”. Al año siguiente vino una oferta de becas para profesores muy apreciados o con larga trayectoria, y me llamaron y me dijeron: “¿Por qué no te postulás?”. Me postulé, la gané y mi tutor fue Julio Sánchez, pero fue un sacrificio grande porque fui sola.
¿Su familia quedó acá?
Sí, eran cuatro años, viajaba seis meses cada año y los otros seis meses daba mis clases acá, con lo cual me pudieron conservar el sueldo y mis hijos pudieron seguir aquí, pero era una tensión muy grande dejarlos, eran adolescentes, y mi madre ya había empezado a tener problemas de salud, entonces siempre viajaba con una enorme angustia. Fue un sacrificio grande para todos, o sea que recibir ese título de Salamanca fue un enorme privilegio y una alegría. Además me dieron el Premio Extraordinario de Doctorado, pero costó mucho, nos costó a todos.
¿Cómo fueron sus comienzos en la escritura y la investigación?
Yo comencé a escribir a instancias de Aníbal Barrios Pintos, mi queridísimo amigo y padre espiritual en materia historiográfica, y fue él quien me desafió un día y me dijo: “usted da clase de historiografía, la Academia Nacional de Letras llama a concurso sobre temas de esa materia, tiene que presentarse”. Yo tenía mucho trabajo realmente.
¿De docente?
Sí, daba clases en un montón de lados.
¿La docencia fue lo primero a lo que apuntó luego de recibirse como licenciada en Ciencias Históricas?
Claro, era madre divorciada y tenía tres hijos que mantener, así que di clases siempre, pero me hacía tiempo, me iba desde Las Piedras –donde vivía- a la Biblioteca Nacional y me dedicaba todo el sábado a investigar, a leer. Entonces el primer libro fue a instancias de ese concurso, que en realidad se convirtió en un libro después –era un ensayo-. Me dieron un premio y lo repetí dos veces más, y esos trabajos también se convirtieron en libros. Tras esto ya tenía demandas de las editoriales. La misma editorial que me había publicado estos tres, me dijo que en el diario El País querían reeditar el libro sobre Artigas que habían hecho en 1951, y me preguntó si estaba dispuesta a hacerlo. Eso fue una obra mayúscula porque tuve que hacer todo un rediseño con imágenes, trabajar seis meses en los museos con un fotógrafo, y viajar a Paraguay a buscar bibliografía y material gráfico porque acá no teníamos nada sobre ese período.
¿Simultáneamente seguía dando clases?
Por supuesto. Hubo un antes y un después de ese libro, porque apenas lo terminé, Planeta me llamó y me preguntó si quería escribir sobre Artigas en Paraguay, y ahí nunca más paré en materia de libros. Siempre mantuve las clases, solo que fui dejando cosas. Hubo un momento en el que yo trabajaba en el IPA, en el Colegio y Liceo San Juan Bosco de Las Piedras, en la Universidad Católica, a su vez tenía un programa de radio y también hacía una columna en la televisión.
Siempre articulando las tres profesiones: historiadora, escritora, profesora.
Sí, descansando de una cosa en la otra.
¿Se identifica más con alguna de ellas?
No, para mí son inseparables.
Ha publicado varios libros de historia nacional y sobre la vida de Artigas. ¿Por qué ese personaje?
Él me eligió a mí, porque del diario me llamaron y me lo propusieron.
Después de tantos años de investigación sobre Artigas, ¿a qué conclusión llegó sobre lo que su figura significó para el Uruguay?
Precisaríamos tres entrevistas para que te contestara eso; historiográficamente es muy complejo. Creo que es una figura a la que nosotros le hacemos decir cada tanto lo que precisamos decirnos a propósito a nosotros mismos, entonces como que cada generación recrea el Artigas necesario. Una generación lo quiso fundador de la nacionalidad, otra lo quiso general –a veces ni siquiera es una generación, es un colectivo dentro de una misma época-, otros lo quisieron caudillo agrario. En eso es una figura muy plástica, muy fundacional, que tiene los defectos y virtudes de todas las figuras fundacionales, que es muy difícil acercarse sin pontificar y es muy difícil tocarlo y criticar, porque parecen rodeados de una aureola, se impregnan de ese bronce con el cual han construido la figura pública a la que se le llevan flores.
“Creo que ahora hay un equilibrio político bastante más interesante, que como ciudadanos nos libera mucho más y nos acerca más individualmente a cada uno de los candidatos”
Evidentemente hay un personaje real, contingente, humano, con virtudes y falencias, riquísimo a nivel historiográfico, pero luego está lo que con esa historia hicimos nosotros, que es otro capítulo aparte. Es muy difícil arribar a una conclusión. Yo te diría, si me pedís una palabra, que para la historia del Uruguay es “ineludible”, es decir, no entendés nada sin ese período.
¿Se podría decir que el FA es artiguista?
Cada uno sabrá si lo es o no y tiene que ver con esa construcción que todos hicimos y de la que te hablaba. Yo puedo elaborar todo un relato y hacer que culmine en mi colectivo, con lo cual ese Artigas a mí me sacramenta, pero es una elaboración hecha desde el presente. Nadie puede impedirte que la hagas; tú podés tener una opinión distinta.
¿Eso es lo que pasa hoy?
Lo que pasa hoy es que mucha gente lo reivindica y eso siempre será polémico, porque la historia, desde que nace, lleva implícito algo que se llama “el uso de la historia”, y es precisamente ese el uso. Yo puedo usarla para asustar contra algo y decir: “miren qué horrible, qué monstruosidad esto”, o puedo decir: “miren qué digno soy, yo soy el heredero de fulano”. El tema de las herencias es complicado y no solamente con los bienes muebles e inmuebles, también con las memorias de los pueblos.
¿Qué cree que implicaron para el país los tres gobiernos de izquierda?
Una experiencia que era necesaria, sobre todo porque a partir de ella ya todos han tenido actuación política y por lo tanto el electorado está bastante más libre de colectivos virginales, porque parecían tener todas las virtudes y los demás todos los defectos. Creo que ahora hay un equilibrio político bastante más interesante, que como ciudadanos nos libera mucho más y nos acerca más individualmente a cada uno de los candidatos. Esto para las encuestadoras es una locura porque nadie se rige ya por tradiciones, o muy pocos. El ciudadano es más independiente, más volátil y más exigente.
¿Considera que la academia es “de izquierda”, es decir, los intelectuales uruguayos?
Eso siempre fue así, desde hace muchísimo tiempo, y se remonta fácilmente a la década del 60, pero te diría que la intelectualidad, por su condición de pensamiento crítico respecto a la realidad, siempre está en situación de ser “asistémica”, o por lo menos molesta para el sistema. Cuando la izquierda llega al gobierno hay un compromiso y un trago difícil para muchos intelectuales: ¿Paro de criticar? ¿Me pongo a hacer? ¿Me comprometo con todo lo que se hace porque estoy en este bando o conservo mi sentido crítico, que se supone que es la esencia de mi condición de intelectual? Creo que ese desafío sigue estando presente y hay distintas respuestas. Hay quien critica pese a haber puesto en su momento su nombre y su hombro, y haber participado en el hacer y ya no solo en el criticar; hay quien se mantiene acrítico; hay quien se mantiene al margen y dice: “Primero soy intelectual y luego veré lo que hago con el mundo político”. Hay una diversidad y un abanico grande, y todo eso representa para la academia un compromiso, porque por supuesto, nadie deja de señalar eso que tu pregunta representa, “la academia”, como si fuera una unidad, [pero] no lo es nunca.
“El saber avanza y se dispara a una velocidad impresionante, y los sistemas educativos van corriendo de atrás a todo lo que se aprende”
¿Se le da relevancia suficiente al estudio de la historia en la educación uruguaya?
Los historiadores siempre nos vamos a quejar y vamos a decir que no es suficiente, o a señalar que se enseña esto pero aquello otro no. Creo que como país tenemos un gusto especial por la historia, siempre tuvimos muy buenos lectores para los libros de historia, y no eran necesariamente aspirantes a profesores de esa materia. Y tenemos un buen espacio en la currícula académica; a veces uno puede decir que ese espacio podría utilizarse de tal manera o de tal otra. Hay profesores que se quejan de que hay un exceso de siglo XIX y XX, esas cosas siempre se dan. La enseñanza, en todos los niveles, está permanentemente en reformulación, en reajuste y en rediseño; es inherente al hecho de educar, y está bien porque el saber avanza y se dispara a una velocidad impresionante, y los sistemas educativos van corriendo de atrás a todo lo que se aprende, lo que se sabe, lo que se descubre.
¿Cómo ve hoy el sistema educativo, que es un tema de gran debate a nivel político?
Yo tengo críticas respecto al sistema educativo, formo parte de EDUY21 y creo que con eso ya te estoy diciendo mucho.
¿Cómo evalúa la campaña electoral?
Muy intensa. Se sabía que iba a ser bastante cruda y creo que lo fue, no nos desilusionó, vino tal cual se proponía, muy en clave personal, con episodios bastante tristes, fenómenos nuevos, las fake news, pero siempre intensa, con una ciudadanía atenta y muy partícipe, y eso me sigue pareciendo muy bueno.
La pasión por la lectura y el vínculo con la política
Con una infancia marcada por la pasión por la lectura, Ana creció siendo una persona muy curiosa, y de esa manera se define. “Creo que la curiosidad debe ser mi característica más sobresaliente, y en base a eso he estructurado todo lo que hago”, explica. Inclusive, cuenta que cuando no le han sabido dar las respuestas que necesitaba, salió a buscarlas. Básicamente ha hecho eso desde la historia, la literatura, la radio y la columna del diario.
Tiempo libre casi no tiene, pero cuando lo consigue aprovecha para leer mucha literatura. Lo que más disfruta es leer en su casa, con su familia, estar con sus hijos, y también le gusta mucho el campo, los caballos. “En eso descanso mucho”, dice.
Sobre su vínculo con la política, comenta que es amiga personal del senador blanco Jorge Larrañaga. “Es una persona a la que quiero muchísimo, y las veces que he participado ha sido porque él me ha convocado. Lo he acompañado siempre en las buenas y en las malas, pero acompañar no significa militar políticamente en forma permanente. En realidad lo mío es el trabajo que hago, es lo que más me gusta y no me parece que la política tenga que ser algo secundario para una persona que se dedica a eso”, sostiene. A su vez, agrega que la política es un mundo con otros códigos, ni mejores o peores, pero distintos a los suyos: “son otras maneras de proceder, de actuar, y está muy bien que lo haga el que sabe hacerlo, yo no sé, entonces me mantengo así”.