La inseguridad se ha vuelto moneda corriente en muchos barrios de Montevideo. Frente a esta situación comenzaron a crecer organizaciones de vecinos que se unieron en grupos de “vecinos en alerta” para cuidar su bienestar e integridad física.
En Malvín Norte a las 8:34 de la mañana de un viernes un camión de lácteos descarga los productos a un almacén barrial cercano a Hipólito Irigoyen y Camino Carrasco. El dueño del comercio mira atento los movimientos y espera que los proveedores se retiren para, rápidamente, cerrar la reja del lugar. “Trabajamos con la reja cerrada, abrimos cuando el cliente está en la puerta y nos toca el timbre para entrar. Al ingresar, le recordamos que vuelva a cerrarla”, comentó Enrique, comerciante de 59 años.
Tiene un almacén desde hace 10 años. Recuerda con nostalgia los inicios, pero no porque no hubiera ladrones, sino porque, al menos, había menos y los vecinos de la zona compraban mucho. “Cuando decidí abrir tuve el apoyo a través de compras diarias, incluso, a medida que crecí, era común que algunos realizaran sus surtidos”, recordó en diálogo con La Mañana.
Enrique dijo que, con la pandemia, fundamentalmente, hubo un cambio brusco en el comportamiento de los clientes, que las ventas bajaron, y evaluó cerrar hasta que se acabara, “aunque al ser mi única fuente de ingreso tuve que seguir e incorporar un servicio de delivery”.
“Ahí empezaron los problemas”, rememoró. “El que hacía los repartos en la mañana era uno de mis nietos, y lo robaron tres veces, dos de ellas fueron los mismos ladrones, en la misma moto y casi que en el mismo lugar. La otra vez, y la última, lo amenazaron con un arma de fuego. Ellos sabían que al hacer la entrega de los productos los vecinos le pagaban, entonces le quitaban ese dinero”.
En cuanto al almacén, Enrique tuvo que lamentar tres intentos de robo. El primero fracasó debido a que los delincuentes creyeron que el comerciante estaba armado. “Fue la reacción que tuve en el momento, al verlos ingresar y leer sus intenciones hice el amague de que me sacaría un arma de la cintura, y se ve que no eran muy experimentados porque salieron al instante”, relató.
Ese hecho fue suficiente para que el comerciante comience a trabajar con reja cerrada, aunque no fue un impedimento para que lo robaran. Llegaban, tocaban timbre, y al no tener nada que cubra el rostro y parecer estar solos, Enrique abría. La primera vez, abrió la caja para darle cambio a otro cliente y el delincuente se tiró sobre el dinero al tiempo que golpeó en la cara al comerciante con una piña americana. La segunda vez, lo apuntaron con revólveres y eran dos.
“A partir de ahí, si no conozco a la persona, la atiendo a través de la reja. Que me pida lo que va a llevar y se lo alcanzo a la puerta. Es más incómodo, pierdo alguna compra de quienes no les gusta esperar, pero no tengo otro remedio”, lamentó el comerciante.
Los robos no solo fueron en el almacén de Enrique, sino que también en la calle. “Perdí la cuenta de cuántas personas se acercan a pedirme si puedo llamar a la policía porque les robaron la cartera en la esquina, el celular o, incluso, les rompieron la ventanilla del auto cuando estacionaron. Se volvió moneda corriente, y sin miedo a equivocarme, en estos últimos dos años, me enteré de 50 robos en la calle, más alguno a casas”.
“La gente entra al comercio no solo a comprar, soy como un psicólogo, me cuentan lo que les pasó, a veces he fiado mercadería porque a algunos vecinos jubilados al salir de cobrar les roban el pago completo, y no todos cuentan con ayuda u otro ingreso. Es angustiante”, expresó.
Protección entre vecinos
Al dialogar con el comerciante ingresó al almacén Mónica, una vecina que vive en la zona hace más de 40 años. “Solo en la crisis del 2002 recuerdo vivir insegura, pero eran otro tipo de robos, muchos saltaban una reja para robar una maceta, tratar de venderla y comer algo con eso, o para drogas, sin embargo, no iban armados, trataban de no ser vistos. Recuerdo hasta dialogar con alguno para advertirle que lo denunciaría, y se borraba de la zona”, explicó.
“Ahora es demencial. Salís a comprar mirando para todos lados. Vas a tomarte un ómnibus mirando para todos lados. El dinero me lo guardo hasta en las medias, los documentos por debajo de la ropa y en la mano llevo lo básico, porque si me roban al menos no lo lamento tanto”, detalló Mónica a La Mañana.
La vecina indicó que Malvín Norte nunca fue “la cuna de la seguridad”, pero con miedo constante “se empezó a estar en el último tiempo”. Hace unos tres años se unió a vecinos de las manzanas cercanas y crearon un grupo de Whatsapp de vecinos en alerta, “A veces coordinamos horarios para salir juntos a la parada o hacer algún mandado, porque si somos dos o tres los delincuentes piensan varias veces si robarnos o no, aunque si están armados no les importa la cantidad de personas”, dijo.
En cuanto a las denuncias, tanto Enrique como Mónica, comentaron que la policía suele llegar rápido si se trata de robo a mano armada, piden los datos e indican que se debe ir a denunciar a comisaría para que quede el registro. “¿A vos te parece que alguien que recién robaron tiene encima dinero, boletos o ganas de ir a esperar que le tomen una denuncia en una seccional? Yo te respondo porque lo viví: no, no tiene ganas. A veces no tiene tiempo tampoco, porque se tiene que ir para la casa o a trabajar”, reclamó la vecina.
Los registros de las denuncias son de suma importancia para el Ministerio del Interior, ya que les permite dibujar un mapa de zonas inseguras, y cuantas más denuncias, más patrullaje policial se envía y se prioriza el lugar para la colocación de cámaras de videovigilancia.
Malvín al sur y la toma del barrio
“Te lo voy a decir sin vueltas: están tomando al barrio, la delincuencia está haciendo lo que quiere y si no lo paramos ahora vamos a tener el peor verano de la historia en cuanto a rapiñas”, dijo Gustavo, vecino de la zona que vive por Michigan y Rivera. De cara a esta situación, recientemente vecinos del barrio Malvín se concentraron en las calles Amazonas y Orinoco para reclamar mayor seguridad.
Reclaman más cámaras del Ministerio del Interior para controlar los robos y rapiñas que se dan en las calles y las casas. En la instancia de reclamo se hizo presente una cámara de canal 4, y uno de los vecinos comentó que lo que más se da son rapiñas a menores que salen de estudiar de escuelas y liceos, así como a docentes, y además se dan ingresos a edificios y roturas de vidrios de locales en la noche.
“Se precisa un mayor control, tal vez con motos, para que sea más fácil perseguir a los delincuentes, ya que es el medio de transporte que utilizan en general y que les permite escabullirse más rápido, subir veredas y hasta esconderse”, explicó el entrevistado en diálogo con La Mañana.
Por el tipo de trabajo que tiene el vecino cuenta con permiso de porte de armas y dijo que, cansado de la situación, ha pensado en hacer justicia por mano propia cuando ve que revientan contra el piso a una mujer y la arrastran” para sacarle un bolso o cartera. “Es la verdad, no voy a mentir sobre los sentimientos que me genera, pero sé que si hago justicia el que termina tras las rejas soy yo, y además responder con más violencia solo puede servir en el momento, sin embargo, con el tiempo, generará un escenario peor”, reflexionó.
Gustavo entiende que la solución es mejorar los procesos y dar penas mayores, porque sabe que muchos de los delincuentes son detenidos “y liberados casi el mismo día que comenten una rapiña”. Dijo que los vecinos tienen identificados hasta los sonidos de las motos de quienes se pasean por el barrio en busca de una víctima. “Es increíble al punto que llegamos, pero ya sé que van a robar cuando escucho un caño de escape en particular, y no me pasa solo a mí”, indicó.
La esposa del entrevistado, Natalia, aseguró gran parte de las casas tienen cámaras, y que a veces han servido para capturar a un ladrón de edificios, “pero la mayor parte de los robos se dan en la calle, entonces hay que buscar la hora justa en la que roban y el ángulo que permita ver el rostro con nitidez, y no siempre es posible”, relató.
“Si la cárcel no es una solución para rehabilitar a quienes cometen delitos, entonces hay que cambiar el sistema. Que trabajen en el campo, que hagan cosas productivas para el país en vez de estar encerrados, drogándose o pensando de qué van a vivir al salir. Que se les enseñe a trabajar la tierra, oficios y que aprendan el valor del sacrificio para tener lo que quieren”, reflexionó Gustavo.
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