Nada más viscoso en estos días que pretender buscar el significado de algún término que sirva para definir algo en el mundo de lo político, más allá que debería haber conceptos objetivos que se compadezcan con la semántica y el sentido objetivo de las palabras.
En el fragor de esta última contienda electoral, se ha tirado por la borda la tradicional cultura de la tolerancia que siempre distinguió la madurez electoral de nuestro país. Observamos azorados con qué facilidad se adultera todo lo que se analiza. Y no son solo los habituales exabruptos con que polemiza una toldería política con la otra, lo que más llama la atención.
Sorprende la alevosa intención con que algunos medios -vaya uno a saber al servicio de qué intereses- tratan de confundir al público desprevenido, creando imágenes groseramente desfiguradas o reportajes postergados con frases fuera de contexto, para perjudicar a aquellos grupos o dirigentes que puedan significar riesgo al actual statu quo gubernista, en el próximo balotaje.
Todo vale menos la verdad. Y sobre todo hay una verdadera confabulación para fabricar una sensación térmica de inseguridad.
Con respecto al nomenclator en boga de izquierda y derecha, que se usa para encasillar a los actores políticos con tremenda ligereza, conviene hacer unas precisiones que escapan a su origen. Más allá del lugar físico donde se sentaron los constituyentes de 1789 – los más monárquicos o menos monárquicos – a la izquierda o a la derecha del presidente de la Asamblea, los términos hoy han perdido absoluta vigencia. Como la ha perdido la costumbre se entonar la Marsellesa en los efemérides patrias, el 1o de mayo o en la euforia de los comité políticos.
Hoy se usa estas denominaciones para etiquetar mal a los adversarios electorales y se ha transformado en un epíteto hemipléjico. Y lo más triste es que todos quieren ser de izquierda o de centro y la derecha – con su agregado de extrema- solo está reservado para estigmatizar a los adversarios.
¿Pero hay una posición de izquierda y una de derecha?
Algunas publicaciones digitales de consulta, con indisimulada arbitrariedad expresan: “La izquierda defiende y protege la igualdad universal de derechos, libertades y oportunidades de todas las personas…”
Y “la derecha defiende y protege la existencia de determinadas personas o grupos con poder económico…” Todo ad usum de los predigitadores de la política barata que es hora de superar.
Si salimos del uso indebido de los términos, uso que ha logrado adquirir un estatus casi académico, podríamos afirmar que si se le puede devolver a ambos términos un perfil respetable. Y que lejos de presentarlos como opuestos dialécticos, se podría llegar a admitir que complementados serían un saludable motor del desarrollo de los pueblos.
Y en búsqueda de esos contenidos podríamos arriesgar un criterio primario que presentara a la izquierda como la corriente que apuesta a los cambios y a los beneficios sociales y a la derecha la que brega por mantener las tradiciones y las seguridades ciudadanas. En esas dos definiciones cabrían una enorme gama de matices.
Porque si seguimos en el aquelarre de este confusionismo, nos tendríamos que preguntar con respecto a estos inquietantes fenómenos que sacuden en estos días a nuestros hermanos de Chile y Bolivia donde una ola de violencia inusitada en las calles, muestra resultados similares.
¿Es normal que estos fenómenos reciban diferente calificación según del lado que se los analice?
Es posible que no nos demos cuenta que estamos frente a una misma matriz desestabilizadora que persigue los mismos objetivos: la desintegración de nuestra América.