La Villa del Cerro es de los primeros barrios de Montevideo. Si se miran los primeros mapas de la capital del siglo XIX se puede ver la Ciudad Vieja y la Villa del Cerro con Pueblo Victoria porque lo demás eran grandes quintas. Antes de 1834 ya había gente trabajando, pero no existía una población estable. Las labores estaban concentradas sobre todo en carbonerías. El Cerro comenzó a poblarse con una migración que llegó con flotas como la del General Garibaldi.
A partir del 1900 se da una segunda migración, pero ya no de personas que habían sido traídas para poblar la zona, sino que la época de las guerras hizo que mucha población de Europa del Este decidiera partir y llegaran al Cerro. Entonces, el barrio fue creciendo con una amalgama de distintas culturas, que cada cual tenía sus características y sus centros culturales, por eso la mayor parte de los nombres de las calles actuales son de países.
Posteriormente comenzó la etapa de los frigoríficos, los cuales eran cinco y generaban 12.000 puestos de trabajo. Sin contar el sueldo que percibía cada empleado, a cada trabajador se les daba dos kilos de carne por día, es decir que eran 24.000 kilos de carne diaria para repartir entre 48.000 personas que eran los pobladores totales de esa época. Fue un período de mucha riqueza, en el que el Cerro aportó de gran manera a la riqueza no solo de Montevideo sino de todo el país, ya que además de la agricultura, desde los frigoríficos salían grandes exportaciones de productos envasados hacia los países que estaban en guerra.
Pero eso empezó a cambiar luego de 1970 con una tercera migración de pobladores que con el tiempo duplicó la cantidad de personas en la zona. En el año 1972, en lo que sería Cerro Norte, se construyeron unas viviendas evolutivas para alojar a personas de un asentamiento de Aparicio Saravia.
“Los vecinos no apoyaron, se entendió que lo mejor era distribuir a las familias en diferentes barrios”, comentó a La Mañana Jorge Bentancur, vecino del Cerro que desde hace 50 años lleva adelante actividades sociales en el barrio, y cuyos antepasados llegaron con Garibaldi siendo de los primeros pobladores del lugar.
“Desde Carlos María Ramírez hacia el estadio Luis Tróccoli, que era todo campo, había 76 casas y hoy no hay ni un lugar donde construir más nada, es todo asentamientos”, detalló. En esa tercera migración, además de las personas de Aparicio Saravia, llegaron personas del interior del país, que por algún motivo llegó desplazada a Montevideo o en busca de una expectativa de vida mejor. Se fueron emplazando en el Cerro y, según Bentancur, nadie puso un control en ese sentido.
De esta manera fue que se formó el Cerro de hoy. Todo el entorno de la fortaleza, que incluso es un ícono del turismo y puede ser visto como un potencial de desarrollo para la zona en cuanto a empleo, está muy ganado por los asentamientos. “Hubo un momento en el que entraban diez ómnibus por día de turistas para visitar el lugar, ahora ni siquiera es un punto turístico”, sopesó el entrevistado.
Desborde de asentamientos y el rol de la educación
Para Bentancur el asunto del Cerro es muy complejo, sus vivencias en el lugar desde el día en que nació lo hicieron un conocedor nato de cada rincón, estuvo presente en la época de las “vacas gordas” y cuando llegaron las flacas, inamovible permaneció para brindar de sí y ayudar a las personas, tal como lo hace su hermano y lo hizo su padre, un cooperativista que le enseñó que hay que armar equipos y no grupos para seguir fomentando la solidaridad entre todos.
Lo primero que plantea es que hay que preguntarse por qué la gente queda desplazada de su lugar de origen y va a formar parte de un asentamiento. “Lo que hay que tener es planificación, no se debería dejar a libre albedrío, es necesario un plan de viviendas eficiente”, señaló el entrevistado. Indicó que el Cerro hoy tiene 70 asentamientos y muchas de las casas ni siquiera poseen un espacio físico para tener un baño, ya que se encuentran hacinadas, y este es uno de los problemas mayores.
Otro tema a resolver es la cantidad de niños que nacen en situaciones de pobreza, que llega al 43%. “Hemos trabajado y seguimos trabajando con los niños, ya que es una zona con muchos asuntos pendientes al respecto”, dijo el entrevistado. En 1951, el país se había enriquecido con lo que generaban los frigoríficos del Cerro, todo se vendía procesado, todo se aprovechaba.
“El Cerro a partir de su mano de obra aportó mucho a la riqueza nacional pero no vemos que eso haya sido devuelto de alguna manera”, planteó.
Bencantur comentó que recorriendo los barrios los vecinos entendieron que la prioridad es la primera infancia. El Cerro llegó a tener 4.000 nacimientos de los 40.000 que se daban en el año y casi la mitad nacían en hogares pobres. “Si no se dan las mismas oportunidades a quienes nacen en la pobreza que a quienes no, después ese árbol crece torcido y es muy difícil de enderezar. Aparecen los problemas de inseguridad, porque estas generaciones ya no son los hijos y nietos de los inmigrantes, tienen una nueva identidad que necesita ser construida tratando de afrontar las problemáticas”, aseguró.
Colaboradores crearon la Red de Primera Infancia y Mi Cerro sin Drogas para afrontar los problemas. En la primera participan todos los centros educativos de cero a tres años y centros de salud, el centro son los niños. No se trata de depositar al niño en un lugar porque el padre va a trabajar, sino de darles las mismas condiciones que reciben otro tipo de niños con un desarrollo integral educando a los padres. “Incluso los problemas de inseguridad de deben abordar desde ahí, invertir en la infancia para no gastar después manteniendo un preso”, entendió.
Según Bentacur, construir núcleos básicos evolutivos de 42 metros cuadrados cuesta lo mismo que una vivienda de ladrillos de 72 metros cuadrados. “Una vivienda evolutiva es más una cucha que una casa, y este tema no solo afecta al Cerro sino al país. Creo que quienes manejan los recursos deben evaluar este asunto y que deje de ser un debe”.
En una época casi nadie salía del Cerro, todo lo tenían en el lugar, todo florecía, los comercios trabajaban mucho, había un bar en cada esquina y un tablado también, había varios cines y teatros. “Pero hoy la población es el doble y ha bajado el nivel del barrio, estamos hablando de que tenemos 70 asentamientos, esto nos desbordó”, dijo Bentancur.
Para mí el Cerro es todo”
“Ahora estamos en una época más difícil que antes pero sentimos la marca del barrio todos los que estamos en el casco, en la zona más vieja. De ahí vemos cómo van cambiando las cosas pero siempre tengo la mística de que se puede mejorar y revertir lo malo. Mi padre siempre nos dio ejemplo con trabajo, fue fundador de la cooperativa de Consumo del Frigorífico Nacional, del Banco de Sangre en la zona. Todos éramos familia. El Cerro lo construyó la gente a través de las raíces solidarias. No somos grupos, somos equipos. Para mí el Cerro es todo”, subrayó Bentancur.
El Cerro se compone de nueve zonas, de las que Bentancur con un equipo hicieron un mapa para un plan de “un Cerro ideal”, proyectaron cómo lo quieren y qué se necesita. “Sabemos que es un proceso interminable pero había que empezarlo”, dijo. “Por lo general interactuamos con quienes tienen cargos políticos y hacemos mesas de trabajo para cada tema de manera que tomen decisiones en conjunto con nosotros”, comentó.
El Parque Tecnológico Industrial del Cerro (PTI) dio lugar para que voluntarios y psicólogos trabajen en recuperar a personas con problemas de salud mental, de manera de ir eliminando los manicomios, que se vinculen en actividades gratuitas y tengan derechos que antes no tenían, amortiguando así las recaídas e internaciones. Esto también es parte del trabajo de la comunidad. “Pero el Cerro está desplazado si no es por nosotros. Un ejemplo es que se recuperó arroyo Carrasco, el Miguelete también, ¿pero el Pantanoso? Quedó para atrás y hay 17 asentamientos ahí, es una zona olvidada”, analizó.