Lo que empezó como un juego, imitando a su padre en la radio, sumado a la motivación de su madre para que incursionara en la actuación, terminaron impulsándolo a seguir el camino de los dos: la veta artística y la de la comunicación. En una larga charla con La Mañana, el reconocido actor y comunicador hizo un repaso por sus inicios y su vasta trayectoria en una profesión que le apasiona como el primer día. También habló de la actualidad de la televisión y opinó sobre la cultura en nuestro país.
Hijo de madre artista y padre periodista, comenzó en los medios a muy temprana edad. ¿Cómo fue la influencia de sus padres en ese camino?
Total y absoluta. En el año 1969, con siete años, yo hice mi primer trabajo profesional por el cual me pagaron. Era una participación en un radioteatro que se llamaba “El padre Vicente”, protagonizado por Berto Fontana, con una gran cantidad de actores muy conocidos. Tengo la imagen imborrable de que me subían a un cajón para llegar al micrófono.
Recuerdo la emoción el día que mi mamá apareció con el dinero que me habían pagado. Estar con ellos en los estudios de radio trabajando me terminó impulsando a querer seguir la carrera de los dos, porque he seguido por la veta artística de mi madre y por la periodística, de locutor, de conductor, que tuvo papá durante mucho tiempo.
¿Cómo surgió la posibilidad de participar en ese radioteatro?
Yo lo hacía como un juego, o sea, imitaba a mi padre en la mesa de operaciones. No es que no jugara con autitos y con pelotas, pero además de eso, hacía mi propia radio. Con un pasadiscos viejo, con una radio a transistores, ponía los discos y los anunciaba. No te podés hacer una idea de lo que se me abrió ese mundo cuando apareció el primer grabador portátil. Yo quería uno para poder grabar mis propios programas. También influyó el hecho de que ellos me fueran motivando a hacer este tipo de trabajos.
En el caso de esta participación, se necesitaba un niño. Había una actriz, Gladys Darling, que era famosa por sacar perfectamente voces de niños. En ese momento no estaría disponible. Supongo que habrán hecho alguna prueba a ver si yo podía rendir. Eran 10 páginas y tengo el recuerdo de haberlas trabajado con mi madre en casa, corrigiendo tonos. Esa fue mi formación académica, es decir, se fue haciendo en la práctica.
¿En qué momento tomó conciencia de que la comunicación, el arte, eran parte de su vocación?
Se fue dando naturalmente desde la escuela. Siempre quería participar en los actos, no solamente con una guitarra o cantando, o haciendo algún personaje, sino que además ya tenía la tendencia a leer de determinada manera, me gustaba. Mientras todos los niños odiaban tener que decir una poesía, para mí era lo máximo.
Yo viví un tiempo en el interior, en Canelones y Durazno, y me presenté a algún certamen infantil. Cuando retorné a Montevideo, con 14 años, me puse a trabajar en Radio Carve como operador, pero ya con la clara intención de quedarme en el mundo de la radio.
¿Cómo pasó a estar del otro lado?
Duré poco como operador, porque un día me escuchó la voz, a través del intercomunicador, uno de los gerentes de la emisora, Antonio Ceti, y le preguntó al locutor: “¿y este de dónde salió?”. Él le respondió: “es el hijo de Humberto de Feo”. “¿Y qué hace ahí con esa voz?”, preguntó. Inmediatamente me dijo: “¿A qué hora terminás? ¿Podés quedarte un rato más?”. Agarró un montón de noticias de prensa, las puso sobre una mesa y me dijo: “leé eso como si fuera un informativo”. Al otro día me estaba presentando con Tomás Friedmann, que era el jefe de Prensa, para empezar a hacer unas horas como informativista. A partir de ahí no largué más el micrófono.
Simultáneamente a eso, cantaba en un certamen que tenía Canal 10, que conducía Mario de Carlo, que se llamaba “El millonario”.
Ahí nació su seudónimo.
Exactamente. Hasta ese momento me manejaba con mi verdadero nombre, que es Humberto Vitureira. Ni siquiera usaba el “De Feo”, que era el seudónimo de papá. Mario de Carlo me planteó utilizar Humberto Vitur (para el concurso), algo más corto, y cuando llegué a casa, mi madre me habló de una bisabuela brasilera que yo tenía, “De Oliveira de Vargas”, y quedó el “De Vargas”.
Ha tenido una trayectoria muy reconocida y premiada en teatro. ¿Cómo empezó esa faceta de actor?
La faceta de actor tiene que ver, de nuevo, con mi madre, pero fundamentalmente, con la figura de Juver Salcedo. Él estaba preparando “Muerte de un viajante”, en 1983, y necesitaba una risa para un personaje muy especial, que era la llamada mujer de las medias. Él creía que tenía que ser la risa de Marisa Paz, que era mi mamá. Entonces, la fue a buscar y le hizo el ofrecimiento. Después que terminaron que arreglar todo, le dije a Juver: “yo quisiera, cuando haya una oportunidad, que me tuvieras en cuenta”.
Juver todavía no tenía definido el personaje de Biff Loman, que era el hijo del protagonista. Empezó a ofrecérselo a uno y a otro y a otro, y por diferentes circunstancias, no encontraba al actor para hacerlo. Casi que como un manotón de ahogado, luego de unas semanas de no saber nada de él, me llamó por teléfono y me preguntó si estaría dispuesto a hacer una prueba. Me dio el libreto, me dijo que eligiera una escena para leer con él, sin decirme que era para el personaje de Biff Loman. Yo elegí la más dramática, el enfrentamiento más fuerte entre el padre y el hijo. Cuando terminamos la lectura me dijo: “el personaje es tuyo”.
Era una responsabilidad enorme porque esa obra fue Florencio al mejor espectáculo del año, obtuvo cerca de 10 nominaciones; tuvo un éxito impresionante. Yo empecé a generar una amistad, casi una relación de padre e hijo con Juver, quien se transformó en mi verdadero maestro, en todos los aspectos, no solo los que tienen que ver con la conducta sobre el escenario. Fue una gigantesca escuela tenerlo a él como director y como padrino artístico.
Hasta el día de hoy continúa en televisión. ¿Cómo inició esa historia, donde ha sido desde conductor en diversos programas hasta actor en ficción?
Los primeros trabajos en televisión yo los hice cuando estaba trabajando en la competencia. Yo trabajaba en Radio Monte Carlo y Radio Oriental, y por lo tanto, salía en televisión con algunos avisos que tenían que ver con la radio, en Canal 4.
El 25 de agosto del año 1981, que se inauguró en Uruguay la televisión a color y los tres canales realizaron programas mostrándole al país la nueva etapa del color, el programa que yo hice, lo hice para Canal 4. Es muy curioso porque únicamente iba a salir ese día, pero terminé cerrándolo con perspectivas de que tal vez después pudiera seguir.
A los pocos meses me llamó Canal 10 y nació “La revista estelar”, el primer sábado de junio de 1982. Lo demás es conocido en cuanto a que me transformé en un producto de la casa, pero la realidad es que había comenzado en otra pantalla.
¿Qué recuerdos tiene de sus vivencias como relator deportivo?
Maravillosos, muy divertidos, porque soy un futbolero apasionado. Para el que le gusta el fútbol como deporte, como juego, o es apasionado, no puede haber cosa más linda que estar en una cabina relatando, por decir algo, una final de Copa América donde Uruguay termina siendo campeón. Fue muy lindo y con profesionales fantásticos alrededor.
¿En cuál de todos los rubros encuentra mayor comodidad?
El ida y vuelta que tiene cualquier actuación que hagas en vivo, léase teatral o musical, o en las que conjugo ambas cosas (por ejemplo, los espectáculos en la Vieja Farmacia Solís) es intransferible; te genera una adrenalina especial. También tengo que reconocer que he hecho trabajos televisivos, tanto acá como fuera del país, que fueron maravillosos. No podría dejar de hacer ninguna de esas actividades. Siempre hay un momento en el que el cuerpo, la mente, el espíritu, si hace mucho que no estoy haciendo determinada cosa, me piden volver.
¿Cómo se lleva con la escritura? ¿Ha tenido algún acercamiento con la prensa o el ámbito editorial? ¿Le gustaría?
Tuve algunas experiencias, fundamentalmente a través del mundo de la publicidad. Lo escrito me agrada mucho. Normalmente, quien maneja la palabra trata de nutrirse de libros. Hoy mi profesión me ha llevado a leer más que nada sobre información. Leo literatura cuando estoy haciendo teatro, a propósito de ese autor o del personaje que estoy haciendo.
No se generó la posibilidad de volcarme al periodismo escrito, que siempre me pareció que tiene mucho más valor cultural, de permanencia, de trascendencia, que el periodismo radial o el televisivo, porque lo nuestro es efímero, son rayos catódicos, desaparecen. De hecho se hace muy difícil encontrar archivos televisivos.
Con tantos años en televisión, ¿cuesta hoy competir con nuevas plataformas como Netflix?
Sí, claro. El primer llamado de atención lo dio la televisión por cable. Hoy estamos lejos de que el cable en sí mismo sea una competencia para el medio televisivo. Ahora hay un universo, es decir, un celular es competencia. En tu mano pasás a tener en YouTube todo lo que quieras.
Ya no podemos “venderle” a la gente la expectativa de que espere al otro día para ver el siguiente capítulo y saber cuál es el desenlace de una situación. La gente ya no te banca más tener que esperar a la dilucidación del capítulo cuando vos lo vayas a poner; se mira la temporada entera. Y antes consumía lo que quienes trabajábamos dentro de la televisión programábamos, y si no le gustaba, no tenía mucha opción.
Entonces, nos ha hecho daño, pero yo confío en que la televisión encuentre su espacio, no por instinto de conservación, sino porque no hay nada mejor que ver la experiencia de otros medios. Cuando apareció la televisión, nos cansamos de vaticinar la muerte de la radio, y hoy la radio vive y lucha, y cumple su función.
“No se generó la posibilidad de volcarme al periodismo escrito, que siempre me pareció que tiene mucho más valor cultural, de permanencia, de trascendencia, que el periodismo radial o el televisivo”
La pandemia hizo que gran cantidad de gente debiera permanecer en sus casas más de lo habitual. ¿Es una oportunidad para la televisión?
Tal vez el coronavirus, que le ha devuelto un encendido a la televisión abierta muy importante, nos esté mostrando por dónde está el camino, es decir, cuándo a la gente le interesa ver televisión abierta. No vamos a tener coronavirus todos los días, pero podemos generar el interés por nuestras noticias, en momentos en que es importante estar informados de lo que sucede a nivel local.
¿Qué evaluación hace de la producción nacional?
Es muy difícil dar una opinión porque va a estar condicionada por el aspecto económico. La producción nacional está muy centrada en el programa de sillón, en el talk show, en el periodístico.
Ahora con esto del coronavirus descubrimos que ni siquiera necesitamos que el invitado venga al piso; le hacemos la nota por videoconferencia, entonces empiezo a darme cuenta de que no solo puedo tener al invitado que me interesa local, sino que puedo llamar a Osvaldo Laport a Argentina, puedo tener a Víctor Hugo Morales, ¿y Tinelli no me dará una nota? El universo se expande.
Tal vez el que arriesga un poco más, con producciones que traen otro tipo de estructuras, léase MasterChef, Pasapalabra, o sea, formatos que implican poner una buena escenografía, una buena posproducción, sea Canal 10. Son apuestas de mucho riesgo, por la sencilla razón de que tienen un costo muy importante.
¿Qué opinión le merece el nivel cultural que hay en el país?
Ha decaído mucho. Durante unos cuantos años les hemos dedicado mucho a determinadas manifestaciones de cultura popular, que no siempre vienen acompañadas de un producto finamente terminado y que deje culturalmente buenas bases.
Con esto quiero remitirme incluso a estadísticas. La cantidad de gente que ha dejado de ir a los teatros ha sido muy importante. Seguramente muchos puedan decir: “pero está lo económico también, la gente no tiene”. Sí, pero cuando vienen espectáculos argentinos de dudosa calidad artística, al doble o el triple que el precio de la entrada de lo que cobramos los uruguayos, los teatros se agotan.
¿Por ejemplo?
Hay varios. Por ejemplo, esos grupos de revista con vedettes y humoristas que se juntan tres días antes para decir: “yo digo estos chistes, vos salís y mostrás un poco la cola”, dependiendo del éxito o la popularidad que tiene en ese momento ese artista. También reconozco que el Ballet del Sodre llena y vende con anticipación sus funciones y que viene Les Luthiers y pasa lo mismo. Pero culturalmente yo veo un retroceso importante en los últimos años en el país.
¿A qué lo adjudica?
Creo que tiene que ver con lo educativo. Hay que darle mucho más esfuerzo y presupuesto a la educación, que es lo que te va a permitir formar a personas que van a tener una exigencia cultural, que va a hacer que elevemos el nivel de lo que culturalmente estamos ofreciendo. A un pueblo educado no le podés vender espejitos de colores. Siempre va a estar lo popular y está bueno que así sea, porque no necesariamente eso tiene baja calidad artística o cultural. A veces la tiene, y muchísima, pero otras veces, aferrarnos exclusivamente a lo popular, a lo que tiene éxito, a lo comercial, no nos permite nutrirnos de cosas con otro tipo de valor artístico y cultural.
Su presente en Arriba Gente le permite tener un acercamiento con todo el sistema político. ¿Cómo lo vive?
Yo tengo una excelentísima relación con todos y libertad para preguntar total. Soy muy respetuoso y cuando hago preguntas que sé perfectamente que son incómodas, hago la salvedad, a veces, utilizando términos como “me voy a poner en abogado del diablo”. Mi trato de usted con todo el mundo es una forma de ser. Llamar doctor al doctor, presidente al presidente, senador al senador, es mi respeto hacia la institucionalidad que representa, ya sea desde el punto de vista cultural, formativo o ganado a través de la decisión popular. Para mí, la base de un Estado democrático es la diferencia de opiniones, con respeto.
La devoción por el trabajo y los valores de familia
La pasión hacia las cosas que hace es lo que le ha permitido, frente a pequeños “tropezones” que tuvo en sus comienzos, dar un viraje y convertirlos en un incentivo para seguir adelante. No obstante, admite que “tal vez un poco de tozudez puede haber en ese apasionamiento”.
Además del amor por su profesión, sus padres le transmitieron el valor fundamental de la ética. “Los principios no se cambian nunca jamás, ante cualquier circunstancia, incluso a riesgo de estar comprometiendo tu vida”, afirma. También le enseñaron a ser compañero, sincero, leal y responsable. Esta última cualidad la resalta “con mayúscula” y hace referencia a la responsabilidad que implica utilizar un medio, sabiendo que allí, uno tiene la posibilidad de influir sobre mucha gente y eso “no es un juego”.
Humberto tiene tres hijos: Josefina, de 24, Facundo, de 20, y Sofía, que este mes cumple los 15 y por la emergencia sanitaria debieron suspender la fiesta. El artista contó que atraviesa un período personal complejo por la reciente separación de su esposa, aunque debido a la pandemia todavía conviven. Él se refugia en la barbacoa del fondo de su casa y es consciente de que “en estos momentos no se puede tomar ninguna decisión”.
“Son 24 años al lado de una persona. Yo ya hace rato que no estoy utilizando mis alianzas, porque tenía dos. Una era la del matrimonio y la otra de la confirmación de votos, de cuando cumplimos 20 años. Hace ya algunos meses que estamos en esta situación y se me hace difícil la vida en la casa y también en lo anímico, en lo emocional, hay muchos altibajos”, confiesa.
Sin embargo, tiene muchos pasatiempos en los que ampararse, varios de ellos, vinculados con la música. Colecciona cosas viejas para hacerlas funcionar y atesora “millones” de casetes y de VHS. Hace copias de piezas históricas y confecciona sus propios archivos. Inclusive, guarda cintas de su papá y recrea transmisiones antiguas de Radio Carve. Su otro gran hobby, que es su terapia y su cable a tierra, es la cocina. “Cocinar todos los días me tranquiliza, me saca toda la locura”, remarca.
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