Cuando Friedrich von Hayek escribió Camino de Servidumbre en 1944, Europa todavía se encontraba en medio de una guerra que enfrentaba dos totalitarismos de signo opuesto. En su alegato, Hayek defiende al liberalismo y al capitalismo, en contraposición al socialismo y el modelo económico colectivista y centralizado. El economista austríaco argumentaba que la planificación centralizada le otorgaba al Estado cada vez más poder sobre la economía, lo que inevitablemente conduciría a la pérdida de las libertades individuales, y en el extremo, al horror de los totalitarismos europeos del siglo XX.
Estas ideas difundidas en ambos lados del Atlántico tuvieron un rol importante en el modelo económico que Occidente y Japón implantaron luego de la segunda guerra. Terminada la misma, los países tenían sus economías subordinadas al esfuerzo bélico, cuya herencia fue las industrias planificadas centralmente y conducidas por el Estado. Eran tan eficaces como ineficientes, y poco preparadas para la arquitectura financiera mundial diseñada en Bretton Woods, que entre otras cosas pregonaba el libre comercio entre los países. En un mundo capitalista que no incluía a la URSS y China, un puñado de instituciones multilaterales apoyadas por Estados Unidos lograron imponer un régimen de libre comercio que fue muy exitoso hasta la década del ´70. Los crecientes déficits comerciales y de cuenta corriente de Estados Unidos forzaron a Alemania y Japón a realizar periódicas revaluaciones, lo que eventualmente condujo en 1971 a la ruptura del sistema de cambio fijo, uno de los pilares de Bretton Woods.
Pocos meses después, el presidente Nixon viajó a China y firmó el acuerdo que marcó lo que Occidente concibió como la apertura de China al comercio internacional, pero que en los hechos fue más bien una apertura de Occidente a las importaciones de China. Medio siglo después los industriales y trabajadores de Occidente se darían cuenta de la diferencia.
Las asimetrías comerciales dieron por tierra con el ideal del libre comercio, lo que abrió la puerta a movimientos políticos más firmemente asentados en la realidad de sus países. El caso más notorio es el del presidente Trump, que con un estilo peculiar le puso nombre a un problema que los académicos no se animaban a declarar. Por un lado China no respeta las leyes del libre comercio, derivadas de un acuerdo de Bretton Woods de cuyas instituciones participa marginalmente. Por otro Europa sigue protegiendo a sus industrias y la producción agrícola. El resultado de este sistema es que Estados Unidos se convirtió en comprador de última instancia del resto del mundo, pagando con dólares, sistema que funciona siempre y cuando se mantenga la demanda mundial por el dólar como divisa.
Uruguay no tiene ni capacidad de ahorro doméstico ni moneda propia para financiar el déficit
Esto fue convirtiendo de a poco lo que fuera un país de ingenieros en un país de consumidores, y lo que antes eran fábricas con obreros se fueron convirtiendo en centros comerciales llenos de consumidores con tarjetas de crédito; y este crédito al final de la cadena lo debe financiar China para mantener la rueda girando. En el proceso, los trabajadores industriales especializados se fueron transformando en empleados de comercios sin grandes requerimientos de especialización. Son claras hoy las consecuencias sobre el ingreso de las familias y el endeudamiento, y explican en gran parte el triunfo de Donald Trump. Paradojalmente, la aplicación al extremo del credo neoliberal terminó rindiendo a vastos sectores de la población a una situación de servidumbre, lo que explica el resurgimiento de movimientos nostálgicos de la Unión Soviética.
Según el economista Joseph Stiglitz “la credibilidad de la fe neoliberal en la total desregulación de mercados como forma más segura de alcanzar la prosperidad compartida está en terapia intensiva”. Stiglitz va más lejos y argumenta que la simultánea pérdida de confianza en el neoliberalismo y la democracia no es mera coincidencia, y atribuye la creciente desconfianza de la población en las élites y la clase política a lo que llama un engaño de la “ciencia” económica.
El Uruguay de los últimos años no ha sido una excepción a este fenómeno. A pesar de que por años el Frente Amplio combatió al neoliberalismo y la deuda externa, una vez en el poder, su gestión económica llevó a que las decisiones de política quedaran de hecho subordinadas al mantenimiento del grado inversor. Tal es así que una baja en la calificación puede significar aumentos en el costo de financiamiento que no solo incrementarían la carga fiscal sino que podrían también poner en riesgo los PPP de los cuales depende el programa de infraestructura.
El desafío para el nuevo equipo económico será formidable. Deberá convencer a las calificadoras de su voluntad y capacidad para efectuar los correctivos fiscales dentro de un horizonte de tiempo razonable.
¿Cómo llegamos a esta situación? Sencillamente, adoptando ideas teóricas concebidas para el mundo desarrollado. Interpretando inadecuadamente el keynesianismo, el equipo económico creyó en el gasto público como motor de la economía, sin tener en cuenta que los crecientes déficits fiscales se financiaron con deuda en dólares, y no con crédito doméstico en moneda local, como ocurrió en los casos de éxito del modelo keynesiano.
Si los franceses se sienten cómodos con un déficit fiscal, eso no es un problema, porque lo financian con ahorro doméstico. Lo mismo con Japón, que tiene probablemente el déficit fiscal más alto del mundo desarrollado, enteramente financiado con ahorro doméstico. Estados Unidos tienen un déficit fiscal que financian con ahorro externo, pero siempre en su propia moneda, el dólar.
Uruguay no tiene ni capacidad de ahorro doméstico ni moneda propia para financiar el déficit. De hecho el modelo de crecimiento en base a gasto público financiado con deuda externa es el principal causante del atraso cambiario que ocasiona el cierre de empresas y la pérdida de empleos en los sectores que producen bienes transables a nivel internacional. El resultado es menor valor agregado y menor generación de divisas para hacer frente a la deuda acumulada.
Como resultado, la deuda neta de Uruguay pasó de 50% a 60% del PBI durante el período de gobierno que termina, mientras que el pago de intereses alcanza 3,4% del PBI. Es más, con un PBI que cae medido en dólares como consecuencia del estancamiento real y la depreciación del peso, el pago de intereses tiene un impacto creciente.
El desafío para el nuevo equipo económico será formidable. En primer lugar, deberá convencer a las calificadoras de su voluntad y capacidad de efectuar los correctivos fiscales necesarios dentro de un horizonte de tiempo razonable. Todo esto se debe lograr en un contexto en que las empresas vienen generando pérdidas hace más de cinco años, y para las cuales un nuevo ajuste significa absorber una piedra más en la mochila.
Balancear estos objetivos constituye una tarea muy delicada, ya que podríamos caer en un círculo vicioso de ajuste, caída de actividad, menor recaudación y mayor ajuste.
Afrontar este dilema requerirá un amplio apoyo del sistema político y una gran dosis de pragmatismo por parte de los agentes económicos. Aquí no estamos ante una situación de “ganar-ganar”, sino de tratar de perder menos mientras se van saneando los balances de los agentes, factor fundamental para reactivar la inversión privada.
- M. Sc., Instituto Tecnológico de Massachussets, Contador Público.
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