Los canillitas mantienen un rol indiscutible en la divulgación de la información y la cultura de la sociedad. El próximo 26 de mayo se celebra su día, motivo por el cual no habrá venta de diarios ni revistas. Se trata de uno de las pocas ocasiones libres que tiene este colectivo “olvidado” que hoy lucha contra una pandemia y la desaparición del encanto que tienen las hojas impresas.
“Pajarito arrabalero, sos vocero del ciudadano entrevero; corazón que derramas en la esquina parlanchina, con voz limpia y cristalina, tu canción”, entonaba Carlos Gardel en 1930. La letra, escrita por Dante Linyera, es un reconocimiento a los canillitas, a esos gorriones de la pajarera urbana, como señala más adelante, que por esa época abundaban en las esquinas de la ciudad pregonando las noticias.
Se considera que la primera vez que apareció el término Canillita fue en la obra homónima de Florencio Sánchez, la que hacía referencia a la vida dura de un niño que se ganaba los vintenes con la venta de diarios. La obra tuvo tal aceptación por la sociedad que el término se adaptó rápidamente al habla de la ciudad, llegando incluso a la vecina orilla argentina.
Se puede decir que los canillitas son representantes culturales de nuestro país, quienes han tenido y tienen hoy en día un rol fundamental dentro de la democracia a través de la divulgación del querer decir público. Pero aún más, los canillitas tienen una colaboración directa con la ciudadanía. ¿Quién no recuerda preguntar sobre una línea de ómnibus a un vendedor de diarios? O incluso: ¿quién de pequeño no esperó a sus padres a la salida de la escuela en compañía de un canillita?
A lo largo de los años, su rol y compromiso se mantuvo intacto, aún a pesar de los grandes cambios ocurridos en la sociedad. Ya no los vemos colgados de los ómnibus con grandes fajos de diarios bajo su brazo; ni parados junto a un cajón de verdura en las esquinas. Tampoco vemos niños vendiendo ni repartiendo periódicos. Los cantos, lentamente a lo largo del tiempo, dejaron casi de escucharse. Sin embargo, allí están: en cada uno de los recuerdos del colectivo.
“Esa época es imposible de olvidar”, enfatizó Guillermo Gálvez del Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas a La Mañana. Se refiere a aquellos años donde, por la década del sesenta y ya con siete años, salía a las esquinas de la Curva de Maroñas a ganarse el pan con la venta y el reparto de periódicos. “Había que pelearla en la calle. Me levantaba bien temprano en la mañana, me traían los diarios y ayudaba a vender en el reparto. Salía de alpargatas –todavía no había championes–. Los días de lluvia, abajo, en Veracierto y Zumarán, se inundaba toda la calle. Era una piscina. No podíamos llevar botas de goma porque nos quedaban grandes y nos entraba el agua. Entonces a veces teníamos que salir descalzos”, rememora.
La repartición diaria de ese entonces era de unos 400 mil diarios. “La Mañana tenía muy buen tiraje y se vendía más que otros medios. Cuando salía con los pagos todo el mundo lo compraba para saber cuándo y dónde le correspondía, el tiraje ese día era diez veces más de lo normal. En aquella época olvidarte de dejarle La Mañana a una abuela significaba que te corriera con el palo de la escoba”, recuerda entre risas.
Gálvez incursionó como canillita de la mano de un vendedor de la zona, Alfredo Gil. En esa época eran varias las familias que se dedicaban al rubro; recuerda a los Porcal, Viana, Pleya, Washington Álvez, Jorge Viana, Raúl Falero, entre otros. También estaban “el finado del Negro Carioca, el Yerba Sara, Pajarito, Pintura, el colorado de Pan de Azúcar, la Loba de 8 de octubre y Comercio, y otros más”.
En la Curva había más de 25 bares, más de 20 textiles para un lado de Belloni y más de 18 curtiembres para el otro, lugares que congregaban un número importante de personas. También estaba la aceitera, donde los pequeños canillitas iban en sus ratos libres, tirándose por los toboganes de la planta y cayendo sobre un enorme colchón de semillas de girasol. “Nos sacaban corriendo porque era un peligro, pero nosotros íbamos a jugar”, recordó.
Un símbolo para el sindicato
Al igual que Canillita, que era acompañado por Pulga, Panchitos Pugos, Chumbo y Bolita, Gálvez también formó un grupo de amigos con los que compartió su oficio. Entre ellos, sin duda, están los Espert, ligados a la profesión desde hace más de un siglo. Gálvez recuerda la participación de la familia en la murga, el basquetbol y el fútbol.
Fue el propio Domingo Espert, más conocido como el Loco Pamento, quien junto a Adrián Troitiño impulsó la creación del Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas en 1920. En recuerdo del fallecimiento de este último, es que Uruguay celebra cada 26 de mayo el Día del Canillita.
Hoy el Sindicato es precedido por Enrique Espert, pero también lo fue por Eddy Espert, su hermano, junto a Graciela y Eduardo. Actualmente, la labor de los hijos de ambos, Luis Enrique y Mauro, es fundamental para la institución, aseguró Gálvez. En el pasado mes de marzo, Enrique Espert contrajo covid-19 y fue hospitalizado. “Enrique es un símbolo para el sindicato. Está pasando un trance difícil pero sabemos que está con nosotros y va a seguir estando. La está peleando como la pelearon siempre los canillitas, desde abajo”, valoró. Además, preguntó: “¿Acaso alguien en el último tiempo se preguntó si el canillita también se agarraba covid? ¿El diario podía contagiar y el canillita no se agarra coronavirus?”.
“A Eddy lo recuerdo como un forjador de los diarios, igual que Enrique, que siempre está tirando por el vendedor, por ir más allá y lograr nuevas cosas como queremos actualmente. Pero se nos está dificultando, porque con la pandemia parece que se olvidaron de los canillitas”, alegó el vicepresidente de la Caja de Auxilios del Sindicato.
El colectivo olvidado
Este año el sindicato cumple sus 101 años de historia contemplando la labor de los canillitas de país, con quienes la relación es “muy buena, paterna y directa”, a palabras de Gálvez. “Es nuestro orgullo poder defender al canilla”, agregó. La institución cuenta incluso con una casa de salud para aquellos mayores que no cuentan con familia o ingresos económicos. Además, desarrolló su caja de auxilio y su colonia de vacaciones. El año pasado, con la llegada del coronavirus a nuestro país, entregó a los vendedores y repartidores canastas con comestibles y productos de limpieza para hacer frente a la situación.
Pero no es ajena a la gran crisis que sufren. De los 400 kioscos de otrora hoy solo quedan aproximadamente 220. Además, la pandemia significó una reducción del 30% de los kioscos. La venta de revistas, por su parte, tuvo una disminución del 50%. Ante esto, la venta de mercadería exonerada de algunos impuestos podría darles un empuje importante, señaló Gálvez. Las revistas, al ser un bien cultural, se encuentran exentas de IVA y de otros impuestos en su importación. Ante ello, el Sindicato solicita que los subproductos de las revistas –pequeños juguetes, adornos o coleccionables– tributen de esta misma forma en los kioscos, tal como lo hizo Argentina, donde luego de esta experiencia la mejora de las ventas de los kioscos fue muy importante, así como también la extensión en el horario de los mismos.
Por otro lado, los canillas sienten una falta de respaldo por parte del gobierno en cuanto a las jubilaciones y otras peticiones que han realizado, pero sobre las cuales aún no han tenido respuesta alguna, según indicó Gálvez. Dentro de ello señaló, por ejemplo, la publicidad de parte de Antel en los escaparates, sobre los cuales adelantó que hubo conversaciones con el presidente del ente sin obtener aún ninguna resolución. “Esa pequeña suma que entraba por publicidad y que colaboraba con los canillitas ya no está entrando”, resumió.
En concreto, Gálvez enfatizó que “todo el gremio está sufriendo” y agregó: “creo que luego de más de un siglo de historia y por nuestra labor nos mereceríamos que se acuerden más de nosotros y poder acceder a algún beneficio”.
Una herencia de familia
Los canillitas que quedan en la esquina son los que tienen reparto y un punto de referencia, como lo son los escaparates. La colocación de estos, en la década de los ’90, permitió además el ingreso de las mujeres al rubro. Con ello, toda la familia canilla se involucró en el trabajo.
Pero, de alguna forma, la familia siempre estuvo involucrada. Tal es el caso de Luis Sosa, canillita de la esquina de Rivera y Margariños Cervantes, quien trabaja en el rubro desde hace 27 años. “Vengo de familia canilla. Tuve padre, madre y tío canilla. A la vez, mi madre empezó a trabajar porque un tío de ella le dejó la parada”, cuenta con orgullo. Sentado en una reposera bajo el tibio sol de mayo, mira con parsimonia la gente pasar y conversa asiduamente con algún parroquiano o vecina que se acerca, pero la disminución de las ventas no se deja de sentir.
Sosa comenzó vendiendo en Rivera y Bustamante. Cada día repartía en bicicleta más de 200 diarios. “Trabajaba todo el día, pero hoy cayeron un 70% las ventas. Se nota mucho con la pandemia. Además, las revistas argentinas no nos están llegando, y las españolas tampoco”, contó. El entrevistado trabaja de lunes a domingo, de ocho y media a cinco y media, casi sin descanso. “Acá, llueva o truene, abro”, declaró.
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