El gobierno español aprobó esta semana un plan económico para combatir la crisis que se instaló en el país como consecuencia del coronavirus, anunciando que los sectores público y privado movilizarán a dichos efectos EUR 200.000 millones. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, dijo que “se trata de la mayor movilización económica y social de nuestra historia democrática”, dejando entrever sin advertirlo que el mayor desafío a la democracia española está por empezar.
Cabe preguntarse de dónde saca España de un día para el otro recursos de 20% del PBI, lo que en Uruguay equivaldría a unos USD 10.000 millones. Probablemente no lo entienda Sánchez tampoco, pero el secreto está basado en un sistema bancario sólido y al servicio del desarrollo del país, que se fue armando bastante antes.
En la década del 90, cuando tuvieron oportunidad, los bancos españoles adquirieron instituciones financieras por toda América Latina. Esto les permitió acceder a un ahorro acumulado que solo se compara al oro y plata exportados durante las mejores épocas de la colonia. Siguiendo el entonces llamado Consenso de Washington, todos los reguladores regionales dejaron que esta liquidez, que antes la controlaba directamente el país soberano, pasara a depender de un gerente sentado en la casa matriz.
Paradojalmente, es con esos mismos fondos que empresas españolas financian sus inversiones en nuestra región. El resultado inevitable de esta globalización financiera es que coadyuva a la globalización de las empresas.
Y en esta lotería, las que pierden son las empresas locales. Basta con ver el proceso de PPP, donde gran parte de los consorcios incluye un socio español que aporta fondos que computan como “capital” localmente, pero que muy probablemente son prestados por instituciones en sus países de origen; con los mismos fondos que tenemos depositados a tasas mínimas en casas matrices.
Antonio Fazio, exgobernador de la Banca de Italia, comprendía esto muy bien. Un intento de una banca holandesa por quedarse con una tradicional banca de ahorro y crédito de la región de Véneto se enfrentó a la oposición de la Banca de Italia. Veía claramente que la transacción iba a debilitar vínculos de años entre la banca y las pymes regionales, que habían servido muy bien a la Italia de la postguerra. Pero los vientos habían cambiado e Italia había entrado en el Euro, perdiendo su moneda y en el proceso una parte importante de su soberanía sobre el sistema bancario.
Una década antes de Trump, el exgobernador del banco central italiano llegó a decir que no estaba dispuesto a permitir que el ahorro de los italianos fuera redirigido a financiar préstamos en el resto del mundo. En particular, a las mismas empresas chinas que eran responsables de la constante pérdida de empresas y empleos que ya en aquel entonces aquejaba a su país.
Italia intentó así desafiar al dogma de Frankfurt, que impulsaba una “integración financiera” a nivel europeo. La historia no terminó bien ni para Fazio ni para Italia. Convenientemente acusado de corrupción, el hasta entonces destacado banquero de la Democracia Cristiana debió renunciar a su posición. El banco se vendió luego de un enroque de posiciones con la banca española, y pocos años después el tradicional banco holandés era una de las primeras víctimas de la crisis bancaria global.
Italia pagó el precio de esta pérdida de independencia financiera durante la crisis bancaria europea, al igual que el resto de los países del Mediterráneo. La incertidumbre provocada por la crisis, y algo de ayuda de Berlín, hizo que los fondos de todos estos países corrieran hacia Alemania.
Esto le dio un poder político fundamental al Bundesbank en un momento crucial de la crisis, al punto que Italia debió sacrificar su primer ministro para poner un “gobierno técnico” del agrado del mundo germano. Ninguna ONG se cuestionó si lo que hacían con Italia era democrático o no, y hasta el día de hoy el país paga el precio de que sus liderazgos hayan sido sistemáticamente atacados desde afuera.
Uruguay se encuentra en el área dólar, y no dependemos del BCE para nuestra política financiera. Si la FED tiene por política “hacer todo lo que sea necesario”, la BCE tiene el impulso innato de verificar primero las credenciales de los receptores de ayuda. Si desde las alturas europeas se mira hacia abajo en el mapa, siempre va a encontrar a España, Portugal, Italia y Grecia. Si hay algo que no va a cambiar es la geografía, pero mientras tanto no se dirima ese conflicto, es peligroso para un país como Uruguay que es un hijo dilecto de esa misma cultura mediterránea.
En estos momentos de volatilidad financiera mundial, cuanto más autonomía y margen de maniobra tenga nuestro propio Banco Central, mejor será para el país.
Esa es la democracia que piden nuestros pueblos.