Carmen Albana Sanz, Magíster en Educación Emocional apuesta a difundir su programa de educación emocional con talleres y cursos, mientras procura los medios para regularla a través de una ley.
Las circunstancias de la vida la llevaron de su barrio Borro natal a Barcelona, hace ya quince años, donde profundizó en la materia que la llevó a recibir el premio a Mejor maestra de Cataluña y la nominación a Mejor maestra de España. Hoy sueña con traer a Uruguay una política de inclusión de la educación emocional en la currícula de formación docente.
¿Cómo transcurrió tu infancia?
Me crié en el barrio Borro, en un complejo para gente de bajos recursos, yo viví feliz, aunque muy carente de muchas cosas. Por diferentes motivos mi madre solía faltar en el hogar, aunque después volvía. A veces coincidía que mi padre, que tenía tuberculosis, ingresaba en el hospital, y estábamos solos con mis hermanos. Teníamos que aprender a sobrevivir, y así lo hicimos, comiendo lo que nos daba la basura, yendo al Mercado Modelo a buscar frutas y verduras.
Fui a la escuela 178 del Borro, una escuela muy conflictiva, donde el fuerte es el que pega primero y yo tenía un perfil muy bajo, y me pegaban mucho. Luego me cambiaron a la escuela 37 del Cerrito de la Victoria, y quedo repetidora en segundo. Es un episodio en la vida que me sirvió para darme cuenta el efecto que puedan tener las palabras. Una maestra le dijo a otra ‘Carmen es muy buena, pero la cabeza no le da’. ¡La cabeza no me daba porque simplemente no sabía leer!
¿En qué momento descubriste la vocación por la educación?
A partir de quedar repetidora me di cuenta que era inteligente (risas), que todo lo podía leer, todo lo entendía. Empecé en el Liceo 19 y tuve muy buenas notas, me dedique a estudiar porque era lo único que me sacaba de la realidad en la que vivíamos. Para pagar los boletos, tuve la ayuda económica de los sacerdotes del barrio.
En casa me resonaba el suelo con la música alta de los vecinos, muchas veces corrían por los techos, los tiroteos eran moneda corriente, no era un ambiente para estudiar, entonces aprendí que si me levantaba muy temprano no los escuchaba. Seguí el bachillerato en el Liceo Miranda, y al terminar sexto el sacerdote que me conocía me preguntó que iba a hacer, y le dije que me gustaría estudiar para maestra. Él me dijo “vamos a buscar una beca para que estudies, queremos que lo hagas en Maria Auxiliadora, y trabajes en nuestros colegios”.
Y luego de recibida comenzaste a trabajar en Uruguay, antes de partir a España.
Si, estuve el primer año de interina y luego me presenté a concurso para tener un puesto fijo, tenía el número 4 para elegir efectividad, cuando me llamaron a mi estaba lleno de maestros, los primeros éramos “los cerebritos”, y elijo la 178, escuela que nadie elegía de primera, porque era de contexto carenciado. Ahí y en el Colegio Santa Bernardita trabajé 14 años. Mi madre, hermanos y amigos vivían en Los Palomares, cuando viajo a Uruguay sigo yendo para verlos.
¿En qué contexto surgió la partida a España?
Fue una decisión familiar, en medio de la crisis del 2002, y decidimos irnos a España a probar que tal nos iba. El problema sería la reválida de mi título y tenía que aprender catalán para homologarlo. Se dice que lleva alrededor de seis años. Comencé a trabajar limpiando casas, y me puse el objetivo de aprenderlo en dos, así lo hice, y conseguí el título. Me presenté a una posición de interna en el colegio Nuestra Señora de Montserrat, y desde hace 13 años trabajo ahí.
¿Cuándo empezaste a trabajar con la educación emocional?
La educación emocional la descubrí en el año 96 cuando todavía estaba en Uruguay, y comencé un máster en la Católica. Dejé la tesis sin concluir, y la terminé aquí, porque me resonaba el tema, y pensé lo importante que son las miradas, las palabras. Cuando te quieres acercar al otro, tienes que hacerlo desde lo que tienen en común, porque de lo contrario no hay encuentro.
Decidí hacer en mi colegio, -donde se aplicaba la educación emocional-, un estudio de investigación sobre el impacto que tiene la misma en los niños. Trabajé con varios equipos de la Universidad de Barcelona. Los resultados de la tesis fueron muy buenos, concluyendo que la educación emocional puede dar respuesta a problemas de violencia, que a veces no son respondidos desde la educación formal, al bullying, cyberbullying, o conductas depresivas.
¿Y cómo se aplica en la práctica?
La educación viene etimológicamente del latín ‘educere’, sacar hacia afuera. Emoción proviene del latín ‘mover hacia afuera’. Esos dos conceptos van muy juntos. Sin embargo, la educación se ha basado en poner de afuera hacia adentro conocimiento, pero si uno no está emocionalmente estable no puede aprender, nadie aprende con violencia como nadie aprende con hambre, nadie aprende sintiéndose triste. Si aprendemos a regular la tristeza podremos quizá estar en clase y aprender, pero para aprender a hacer esto tenemos que tener un espacio para poder hablarlo, y la educación emocional son actividades que se hacen una vez al mes, una hora y media, y todos los días cinco o diez minutos.
Parece no requerir grandes inversiones su aplicación, más que voluntad y formación.
Me he reunido con varios políticos, manifestándoles que si no se invierte en educación emocional, si no hacemos énfasis en el interior de la persona, con el tiempo crearemos más cárceles, que no sirven y ya hace tiempo tenemos tasas de delincuencia muy altas.
Algo tenemos que hacer, es el ser humano, la integralidad, como se encuentra, como se posiciona ante la vida, hay gente que vive sin sentido. En Uruguay las cifras de suicidio son alarmantes, el suicidio es la desesperación última del ser humano por desaparecer de esta vida. Este sentimiento de apatía donde largamos la toalla no puede existir más en los niños, tenemos que ayudarlos a levantar el ánimo.
En tu discurso destaca la importancia de la resiliencia y podría relacionarse a tu propia infancia. ¿Se nace con inteligencia emocional?
Nosotros hablamos de educación y no de inteligencia, porque el concepto inteligencia es un concepto de alta integración cortical, como lo es la atención, la memoria. Tú naces con una serie de estructuras, y con el tiempo las vas desarrollando. Todos podemos ser educados en las emociones, absolutamente todos.
¿Cuáles son los proyectos que están en desarrollo en Uruguay?
Específicamente estamos llevando un curso de educación emocional en la Universidad de Montevideo, y estoy en un posgrado que lo dirige la Dra. Lidia Barboza Norbis para directores.
Estuve hablando con el Presidente más de tres horas, y se interesó mucho por el asunto, le dije que sería interesante comenzar por la escuelas de contexto crítico, donde más violencia hay. Lo importante es generar formación a nivel país desde la formación docente.
¿Qué buscan con el proyecto de ley de educación emocional?
La idea es agregar el concepto de educación emocional a la ley existente, que haya un equipo que se encargue de gestionar, organizar, planificar, diseñar programas de educación emocional que sean propios para la realidad uruguaya. Se tiene que trabajar con los actores sociales locales, crear equipo.
Mientras tanto, capacitamos a los maestros que están ejerciendo y hay que trabajar con las familias, no se las puede dejar afuera, trabajar con el medio, y para eso es necesario tener referentes barriales. Es un trabajo de impacto social.
Uno de los principales problemas de la educación uruguaya es la deserción en secundaria, ¿Cómo continúa la educación emocional en esa etapa?
Sí, los jóvenes tienen necesidad de hablar de lo que les pasa, como se sienten, hacia donde voy con todo el devenir que tengo dentro. Es una etapa crítica en la vida de muchos adolescentes, donde comienzan los riesgos, los coqueteos con las drogas y demás.
A veces un fallo en el sistema de vida de la persona trae acarreado un tifón y la educación emocional es preventiva. Si se aplica de forma transversal, porque se puede aplicar educación emocional en todas las asignaturas. No es nada que no se está haciendo, seguramente ya haya profesores aplicándolo, lo importante es que no quede en uno solo, la educación emocional tiene que ser laica, gratuita y obligatoria.
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