La vida de Aute estuvo marcada por lo singular desde sus orígenes, en el año 1943 en la ciudad de Manila, en donde su padre trabajaba en la industria tabacalera. El pequeño aún no había cumplido los dos años cuando la cruel batalla librada por japoneses, filipinos, y norteamericanos, tuvo como consecuencia la total destrucción de la ciudad, que redujo a escombros la casa en que vivía con sus padres. Luis Eduardo no tenía recuerdos de ese bombardeo pero sí del olor de los cadáveres que se amontonaban en la ciudad.
Toda su infancia transcurrió en Filipinas, donde la enseñanza formal en el colegio era impartida en inglés, aunque en su casa se hablaba español y con sus compañeros de juegos de la vecindad se comunicaba fluidamente en tagalo.
Su primera vocación, manifiesta ya en la infancia, fue el dibujo y la pintura, interés que poco tiempo más tarde se amplió hacia el cine, en que logró tempranas realizaciones caseras con una cámara que le regalaron sus padres.
Tenía once años cuando la familia se trasladó a Madrid, lo que significó un gran cambio en la vida de Aute, quien se encontró de pronto inmerso en el clima austero de la España de posguerra. Fue allí que realizó las primeras exposiciones de pintura, vocación que nunca abandonó, a pesar de que poco tiempo después comenzó a expresarse en la poesía y en la música, ligadas estas en canciones, muchas de las cuales, como “Rosas en el mar”, interpretada por la cantante Massiel, y “Aleluya”, cantada por él mismo, llegaron a tener un éxito totalmente inesperado para quien persistía en su vocación pictórica.
Trabajó como ayudante en el rodaje de varias películas, lo que le serviría más tarde para elaborar sus propios films. Entre ellos se destacan el largometraje “Un perro llamado dolor” (2001), muy relacionado con el mundo de la pintura, y en donde usa, al igual que en “El niño y el basilisco” (2012), la animación de sus propios dibujos.
Pero no cabe duda que su faceta de trovador fue la que le ha hecho más conocido, si bien en la pintura, en que ha desarrollado un estilo muy propio, con predominio de una temática religiosa donde lo onírico coexiste con lo blasfemo, ha tenido no pocos logros, con más de treinta exposiciones individuales en varios países y la participación en Bienales como las de París y San Pablo.
Como autor e intérprete de más de cuatrocientas canciones, en las que poema y música se conjugan a la perfección, recorrió España y Latinoamérica en numerosas y frecuentes giras. Seis veces dio conciertos en Montevideo, el último de los cuales tuvo lugar en el Teatro Solís en el mes de diciembre del 2014.
Escribió varios libros de poemas, pero puede decirse que la mayoría de sus canciones son ni más ni menos que poesía cantada, con una temática en la que, si bien predomina el amor, también suele expresar temas filosóficos y una visión crítica y a la vez redentora del mundo actual que se resume claramente en “La Belleza”, una de las canciones más esperadas en sus recitales, junto con “De alguna manera”, “Las cuatro y diez” “Sin tu latido” y “Al Alba”, con la que solía terminar la velada cantándola a capela.
Durante toda su carrera, sin alardes ni desplantes, logró mantenerse libre e independiente en lo que respecta a su creación, sin ceder ni a las presiones de la industria discográfica, ni a las del mundo del espectáculo.
En agosto del 2016, al regresar de una extensa gira con la que celebraba su medio siglo de canciones, Aute sufrió un severo infarto luego del cual persistió durante más de dos meses en estado de coma del que no se esperaba pudiera salir. Sin embargo, pudo recuperarse, aunque ya a partir de entonces no volvió a la vida pública, si bien mantenía contacto con sus numerosos amigos.
El mediodía del pasado sábado 4 de abril, Luis Eduardo Aute murió en el hospital madrileño en el que había ingresado el día antes. Lo inesperado e insólito volvía a estar presente en el entorno de su muerte, como muchas veces lo había estado en su vida. Madrid, transfigurada por la pandemia, sus calles, parques, y lugares públicos desiertos, parece envuelta en el más absurdo de los sueños. Sin entierros ni funerales, los cadáveres se amontonan en pistas de patinaje convertidas en morgues
El Maestro descansa en paz y nos queda su música, tal como él la concebía, porque en una de sus últimas comunicaciones nos escribió lo siguiente:
“La música no es únicamente armonía del sonido, es un estado de ánimo, o de alma, es equivalente al concepto de POESÍA Las cosas, o tienen MÚSICA (o POESÍA) o no tienen nada. Hay partituras musicales muy bien compuestas pero que no poseen MÚSICA, así como hay poemas muy bien compuestos que adolecen de la POESÍA… Como en la vida, o hay MÚSICA o POESÍA en las relaciones entre seres humanos, o solamente se da la supervivencia, no la vida”.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid
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