El caso del futbolista Nicolás Schiappacasse, detenido con un arma de fuego en el marco de un operativo policial realizado previo al último clásico entre Peñarol y Nacional, puede ser solo la punta del iceberg de una investigación que “recién empieza”. Fiscales investigan las barras bravas en el deporte buscando un “hilo” ante la posibilidad de conexiones sorpresivas.
El problema no es nuevo en Uruguay, pero el enfrentamiento armado entre barras de Peñarol y Nacional el pasado 6 de enero en plena Vía Blanca (feria de Reyes de 8 de octubre) con un joven asesinado, varios heridos y el posterior homicidio de un adolescente, perpetrado el 10 de enero en venganza por el primero, volvieron a encender las alarmas de la policía, la Justicia, el fútbol y toda la sociedad.
Previo al último duelo amistoso disputado el miércoles 26, el hecho que acaparó toda la atención y reavivó el tema de las barras bravas tuvo que ver con el futbolista Nicolás Schiappacasse. El delantero de 23 años, que estaba cerca de acordar un nuevo préstamo para poder jugar seis meses más en Peñarol, fue detenido por la policía en un control de rutina (durante el operativo de seguridad en torno al clásico entre Peñarol y Nacional que se llevó a cabo en el Estadio Domingo Burgueño de Maldonado) con una pistola 9 mm, un cargador y ocho proyectiles en su interior, que el joven futbolista pretendía llevar el escenario deportivo y entregarle a una persona.
La fiscal letrada de 4° turno de Maldonado, Carolina Dean, formalizó a Schiappacasse por “tráfico interno de armas de fuego y municiones, receptación y porte de arma de fuego en lugares públicos en calidad de autor”, y la Justicia dispuso que esté 90 días de prisión preventiva como medida cautelar. Según surgió de la investigación primaria de la causa, el arma estaba denunciada como robada en febrero de 2020. Dean remarcó que “quedó claro que —Schiappacasse— adquirió armas, las negociaba, compraba y prestaba”.
En base a estas afirmaciones, la fiscal aseguró en rueda de prensa que la investigación “recién comienza” dado que está investigando las vinculaciones que el imputado mantenía con otras personas –en el marco del mercado ilegal de armas de fuego y ciertas actividades de la barra–, debido a que las pericias a su celular confirmaron que adquirió armas de fuego sin autorización en al menos en tres oportunidades y que las ofrecía en préstamo a integrantes de la hinchada de Peñarol. De esas conversaciones también surge que el futbolista portó armas en diferentes actividades como partidos de fútbol y pintadas de muros con hinchas de Peñarol.
Por otra parte, el fiscal de flagrancia, Fernando Romano, que trabaja en una investigación respecto a barras bravas y en la ampliación de la “lista negra”, declaró a Subrayado que se están logrando “avances”. Además, describió el caso del futbolista Schiappacasse como un “hecho gravísimo” que no tenía “ningún precedente” y adelantó que “algunos elementos –de la causa que lleva adelante la fiscal Dean– pueden ser aprovechados por la investigación que nosotros tenemos”. Manifestó que “evidentemente hay un hilo” que se debe seguir investigando porque “esa madeja hay que empezar a desatar”, y por lo que “puede haber muchas más sorpresas”, advirtió.
La guerra por los muros de la ciudad
Sobre esta actividad estuvo puesta la atención de la policía mientras el fútbol estaba suspendido por la pandemia. Durante 2020, varias pandillas se enfrentaron a balazos en varios puntos de Montevideo por la disputa generada debido a la pintada de muros en la ciudad. En julio de ese año, en las inmediaciones del Estadio Centenario, un grupo de hinchas de Peñarol avanzó a los tiros sobre un grupo de hinchas de Nacional que estaba pintando muros. En venganza por ese hecho, al poco rato unos hinchas de Peñarol fueron atacados en una esquina de la Unión y cinco de ellos resultaron heridos de bala.
Siempre sobre la medianoche, estas situaciones se repitieron en varios puntos de la capital, por ejemplo, en las inmediaciones de un muro ubicado entre Samuel Blixen y Avda. Italia, en el barrio de Malvín. Allí, en una ocasión, producto de estas batallas entre bandas, una de las balas atravesó la ventana de un apartamento en un cuarto piso. Pero el hecho más lamentable relacionado a enfrentamientos por las pintadas de muros sucedió el 18 de marzo de 2016 en Villa García, cuando Pablo Montiel de 19 años fue ultimado a tiros en el marco de una pelea con un grupo de hinchas aurinegros.
Varias investigaciones en curso y relaciones entre las causas
Sobre los recientes asesinatos de Washington Simón (23) e Ignacio Galván (17), la fiscalía de homicidios a cargo de Carlos Negro logró imputar a los responsables del primer hecho además de confirmar la vinculación entre ambos episodios, ya que el homicidio de Galván en la Unión fue perpetrado por un hincha de Nacional que, al enterarse del deceso de Simón, salió del hospital en busca de una rápida venganza y terminó dando muerte a Galván que andaba en bicicleta con una camiseta de Peñarol. Según se desprende de la investigación llevada cabo por la fiscal de homicidios, Adriana Edelman, el adolescente asesinado a tiros, no tenía ningún vínculo con las barras; mientras tanto se sigue investigando a un grupo de personas que facilitaron que el homicida escapar hacia la ciudad de Rivera, donde fue detenido por la policía.
Asimismo, el fiscal Negro asoció la batalla a tiros y puñaladas en 8 de Octubre con el homicidio de Hernán Fiorito de 20 años, el 28 de setiembre de 2016, en una plaza de Santa Lucía. Por ese hecho, Simón (que estaba libre por la burocracia del antiguo Código de Proceso Penal) estaba procesado junto a 15 hinchas de Nacional y el enfrentamiento se produjo cuando este fue reconocido por los hinchas de Peñarol.
Episodios que marcaron un antes y un después
La Ley de violencia en el deporte de 2006 marcó un hito en la materia y sentó las bases de muchas acciones llevadas a cabo desde entonces. Pero existieron otras decisiones de seguridad que, a lo largo del tiempo, marcaron para siempre los partidos de fútbol entre Peñarol y Nacional, disputados en el Estadio Centenario.
La separación de barras en diferentes tribunas en 1987 y la inhabilitación de los taludes en 1993 empezaron a configurar una nueva imagen del evento en el que fue creciendo el protagonismo de las barras, al mismo tiempo que la identificación de las hinchadas con actos de violencia, que tenían su reflejo en las barras bravas argentinas que se originaron entre los años 60 y 70, se consolidaron en los 80 con el apoyo de los clubes y el sistema político, pero en los 90 empezaron a mostrar su poder organizativo y su faceta más violenta.
Las barras uruguayas no se quedaron atrás y los enfrentamientos empezaron a ser moneda corriente en las inmediaciones de los estadios de fútbol desde mediados de la década del 90 hasta que tres episodios mortales conmocionaron a toda la sociedad: el homicidio del hincha de Nacional, Diego Posadas, de 16 años, degollado en junio de 1994 en un enfrentamiento con hinchas de Peñarol a escasos metros de la seccional 9ª; el asesinato de Daniel Tosquellas (31) en marzo de 1996, afuera del Parque Central, por un hincha de Cerro que le efectuó dos tiros; y el brutal homicidio a puñaladas del hincha de Cerro, Héctor da Cunha (35), a manos de una barra de Peñarol, mientras esperaba el ómnibus en la puerta del Hospital de Clínicas junto a su hijo y su esposa; hecho que demostró que en estos grupos había gente sin escrúpulos, dispuestos a todo.
En 2008 la policía aconsejó que los hinchas de Nacional no ocupen la tribuna Ámsterdam para evitar los habituales disturbios en las inmediaciones de la Colombes. En 2011 se jugó el primer clásico con un pulmón en la Olímpica para evitar peleas en esa tribuna entre hinchas rivales, pero esas medidas de seguridad, que a priori parecían provisorias, perduraron en el tiempo y hasta la actualidad no han cambiado. Esas decisiones contribuyeron a una mejor organización de los eventos y a la disminución de incidentes en torno a los estadios, pero, al mismo tiempo, reafirmaron y consolidaron la segregación de las hinchadas, mientras que los enfrentamientos entre los grupos más violentos empezaron a trasladarse hacia nuevos escenarios menos vigilados, como partidos de inferiores, de fútbol sala, amistosos senior y también hacia otros deportes como el basquetbol. De hecho, en mayo de 2009, en la previa de un partido entre Nacional y 25 de Agosto en la cancha de Aguada, una serie de enfrentamientos terminó con dos jóvenes hinchas de Aguada y Nacional, Rodrigo Nuñez (15) y Rodrigo Barrios (17), asesinados por una grupo de hinchas de Peñarol. Rodrigo Aguirre (20), que participó de aquella riña, fue asesinado en La Comercial, en abril de 2011 por hinchas de Nacional con los que se había tiroteado los días previos.
En diciembre de 2019 ocurrió el primer caso de sicariato asociado a barras de fútbol. Desde la cárcel, Erwin Parentini, un peligroso criminal que supo jugar en inferiores de Peñarol, le encomendó a un adicto a la pasta base de Cerro Norte el asesinato de un hincha de Nacional. El macabro azar terminó con la vida de Lucas Langhain (24) mientras festejaban el campeonato por 8 de Octubre, acompañado por su novia. Ese dantesco episodio podría respaldar la idea de quienes afirman que los denominados barras bravas son simples criminales infiltrados en una hinchada, pero según consta de las investigaciones de los homicidios descriptos en esta nota, muchos de los involucrados son jóvenes de clase media y media alta, sin antecedentes penales.
La influencia argentina y el perfil uruguayo
Si bien es cierto que las barras uruguayas absorbieron a la perfección la cultura del “Aguante” argentino, incorporando los códigos, simbologías y rituales, puestos en escena por el programa homónimo transmitido por la señal TyC Sports entre 1997 y 2008, luego las barras argentinas se fueron reformando y empezaron a priorizar los negocios por sobre los enfrentamientos con otras barras, dado que esos actos ya no gozaban de buena prensa e iban en detrimento de mantener los beneficios otorgados por los dirigentes. En ese contexto, la violencia se trasladó a la interna de las barras, ocurriendo fuertes disputas por dinero entre distintas facciones de las hinchadas.
En Uruguay, el negocio de las barras bravas siempre fue mucho más modesto, pero aun así los enfrentamientos internos llegaron a las tribunas. Más por estatus que por la plata, una disputa sangrienta ocurrió en torno a la barra de Peñarol durante 2016, cuando grupos criminales fueron desplazando a los antiguos referentes (quienes gozaban del respaldo dirigencial del club por colaborar con la seguridad en el espectáculo). Un proceso parecido, aunque menos mediático, vivió la de Nacional, por lo que no es aventurado pensar que ambas barras sufrieron una involución hacia estructuras más anárquicas, menos constantes, que se reinventan y se reproducen entre pandillas de distintos barrios, criminales, pero sobre todo con jóvenes de entre 15 y 25 años, que mantienen los violentos códigos de las barras bravas.
El fiscal Negro, en un intento de encontrar características propias del fenómeno uruguayo, opinó: “Pertenecer a la barra brava no implica afiliación ni carnet. Barra brava es una definición muy amplia que engloba a personas de diferente tipo. Es variado el perfil. Lo que los une es una adhesión fundamentalista y fanática a unos colores deportivos sobre los cuales ellos piensan que vale la pena hacer cualquier cosa, incluso matar”.
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