La Mañana apareció en julio de 1917 y cerró sus puertas en el 2000.
Fue fundada por Pedro Manini Ríos, Héctor R. Gómez y Vicente F. Costa para difundir las ideas del sector “riverista” del Partido Colorado, que se gestó por oposición al proyecto de abolir la institución presidencial, de José Batlle y Ordoñez, expresada en el diario El Día en 1913, de establecer un Poder Ejecutivo colegiado de nueve miembros.
En sus inicios funcionó en instalaciones del desaparecido diario El Tiempo. Desde su origen otorgó gran espacio a los temas económicos y agropecuarios y fue de los primeros en asegurarse una circulación nacional.
Integró la Sociedad Editora Uruguaya (SEUSA) junto a El Diario (desde 1923) y otras publicaciones (como el semanario Hechos, en 1963, convertido en diario a partir de 1965). Fue el primer diario que utilizó, desde 1978, el sistema de composición electrónica mediante video terminales. Originalmente de formato “sábana” fue modificando su tamaño hasta llegar a tabloide.
Los Apuntes de Reforma
Cuando en 1917 se funda el diario La Mañana, todavía no se habían apagado los fuegos políticos que habían provocado el año anterior la elección de la Convención Nacional Constituyente y el claro triunfo de las fuerzas anticolegialistas.
El momento político en que nació el matutino riverista no se comprende sin una referencia al proyecto colegiado de José Batlle y Ordoñez, expresado por primera vez en los Apuntes de Reforma de la Constitución publicados en El Día, a partir del 4 de marzo de 1913.
Su publicación señaló el comienzo de una nueva época signada por la lucha ideológica. Esta nueva etapa en la vida política del país mostrará no sólo la oposición de los blancos, sino la resistencia dentro de las mismas filas del coloradismo. Su planteo fue el que provocó la escisión del Partido Colorado, con el alejamiento del grupo de los once senadores capitaneados por el Dr. Pedro Manini Ríos, y la formación, en mayo de ese año, del Partido Colorado Fructuoso Rivera.
La Mañana nació en un periodo de peculiar efervescencia política. Como casi toda la prensa uruguaya, se creó para defender una bandera político partidista, en el caso, el ideal del coloradismo anticolegialista.
La figura predominante del escenario político era José Batlle y Ordóñez, quien con su fuerte personalidad y espíritu reformista pretendía hacer del Uruguay el laboratorio de sus ideas.
Feliciano Viera (1872 1927), apodado “el indio”, inteligente, ducho y socarrón, es el presidente de la República, pero frente a su poder, se dibuja el contrapoder de Batlle y Ordóñez. Desde la Casa de Gobierno o desde la quinta de la avenida 8 de Octubre y Mariano Moreno, que hoy ocupa el Hospital Militar y antes fue sede del Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras, Feliciano Viera gobierna el país pero desde su quinta de Piedras Blancas o desde El Día, Batlle controla al Partido Colorado.
Un año atrás, en la elección de la Convención Nacional Constituyente realizada el 30 de julio de 1916, la iniciativa del Poder Ejecutivo Colegiado, en torno a la cual se había librado la batalla electoral, había sufrido una aplastante derrota. Batlle, apoyado por todo el peso de su gobierno, sólo había logrado 82 bancas en la Constituyente contra 123 de los contracolegialistas. El oficialismo quedó desconcertado. El presidente Viera proclamó su “Alto” del 17 de agosto, y se alejó de Batlle. La mayoría de la Constituyente, presidida por Juan Campisteguy, comenzó la redacción de un proyecto de Constitución con Presidencia, y ministros con responsabilidad parlamentaria.
Pero Batlle era tenaz. Buscó en la transacción las soluciones colegiadas que habían sido derrotadas en las urnas. Un esbozo de entendimiento con los colorados anticolegialistas, fracasó: lo intentó entonces con los blancos. Les ofreció la participación en el Poder Ejecutivo, representación proporcional en Diputados, garantías electorales; y, al mismo tiempo, les anunció o hizo saber que, en caso contrario, no habría más voto secreto, se exigiría mayoría absoluta para una ratificación de la Constitución y, sobre todo, él sería por tercera vez presidente de la República.
Dicho así, como amenaza, los blancos cedieron. Abandonaron intempestivamente la Comisión de Constitución y el proyecto en estudio, y pactaron rápidamente con los batllistas las bases sobre las que habría de redactarse la nueva Constitución de 1918.
El presidente Viera no quedó afuera: se reconcilió con Batlle. Y el 1° de marzo de 1919, pasó cómodamente de su sillón en la presidencia de la República al sillón en la presidencia del Consejo Nacional de Administración, constituyendo de aquí en más un precedente a imitar. El país abandonó el viejo traje de 1830 y se vistió con las ropas nuevas de este original sistema que congregaba un Poder Ejecutivo bicéfalo.
El Partido Nacional, en tanto, daba muestras de recuperación después del eclipse que le había provocado la derrota militar de 1904. Entre sus dirigentes despuntaba ya la figura de Luis Alberto de Herrera, llamado a ser el gran caudillo popular blanco entre 1920 y 1959. El cuadro político se completaba con dos partidos pequeños por el número de sus adherentes, pero fuerte influencia intelectual: la Unión Cívica y el Partido Socialista de Emilio Frugoni.
Es en ese momento en que Pedro Manini Ríos, decidido a continuar su lucha anticolegialista a pesar de que todas las circunstancias aparecen adversas, siente la necesidad de una tribuna periodística.
Con la colaboración de Héctor R. Gómez, amigo de la infancia, compañero en la guerra, ex secretario de redacción de El Día a su lado y de Vicente F. Costa, un hombre de negocios y sportman de recursos, que no vacila en entrar en el áspero mundo del periodismo y la política, pone en ejecución su propósito de contar con un diario. Compartirán las tareas de redacción en la plana mayor Polleri, Baltar, Véscobi, Abadie Santos y Ugoccioni, entre otros pujantes colaboradores, veteranos unos y novicios otros, que cumplieron la primera jornada en la edición de La Mañana.
Desde mayo de 1917, con el concurso de un grupo de amigos políticos que integraron el primer capital accionario, se reunieron Salvador Sosa, Luis Ignacio García, Pablo Varzi, Manuel Acosta y Lara, Juan M. Gutiérrez, Vicente F. Costa y Héctor R. Gómez. Con la adquisición del taller y todas las existencias de la imprenta de El Tiempo, que ya habían arrendado para la reciente campaña electoral, se eligió el nombre del futuro diario, se fijó su precio en cuatro centésimos el ejemplar y en diez pesos la suscripción anual.
Es en ese momento en que Pedro Manini Ríos, decidido a continuar su lucha anticolegialista, siente la necesidad de una tribuna periodística
En el viejo galpón, más que casa, que había sido la sede de El Tiempo, en la calle Ciudadela N°1478 al 90, entre Uruguay y Paysandú, en el que permanecerá por espacio de veintidós años hasta que un incendio ocurrido el 4 de diciembre de 1939 dé cuenta de él, se imprimió en la vieja y servicial Marinoni el primer número de La Mañana, el 1° de julio de 1917.
Será el órgano de expresión de la corriente política escindida del Partido
Colorado Batllista, denominada Partido Colorado Gral. Fructuoso Rivera, y a sus adherentes se le llamará “riveristas”.
Una redacción con cronistas de jacquet
Alrededor de cien personas, incluyendo periodistas, gráficos y administrativos, integraban la plantilla de La Mañana. El “staff” de prensa se integraba con cinco cronistas aplicados a cubrir el área de información general: uno, acreditado en Casa de Gobierno; otro, en el Parlamento: un periodista se ocupaba de la información municipal: otro cubría los entes estatales, dos atendían el intenso movimiento marítimo, varios redactores escribían la información político-partidaria, cuatro se dedicaban al mundo de los deportes, dos a la hípica o turf, tres al ámbito rural o agropecuarias, tres al mundo de sociales y dos al otro mundo, el de la policía, que atendían la crónica roja titulada “Del Carnet Policial”.
Los cronistas concurrían a la redacción entre las 16 y las 20 horas, ataviados de “jacquet” o luciendo en verano los “cannnotiers” a la moda. Volvían desde aproximadamente las 22.30 hasta la hora de cierre, en la madrugada, cuando la rotativa Marinoni comenzaba a lanzar los ejemplares de la edición del día.
La mayoría de los cronistas y redactores utilizaban literalmente la pluma para escribir sus notas y artículos. La mecanización no había llegado todavía en 1917 hasta las redacciones, al menos en gran escala. En La Mañana se disponía por entonces de sólo dos máquinas de escribir, las cuales, por otra parte, se limitaban a acumular polvo en la redacción, ya que prácticamente nadie las utilizaba. La mayor dificultad era para el personal gráfico del taller de composición, el ir y venir de los linotipistas hasta la redacción se hacía frecuente, en la urgencia de no poder descifrar la caligrafía, a veces, impenetrable de los redactores.
La compra del papel, tanto entonces, como ahora, era el problema económico más acucioso de las empresas periodísticas. El uso de las tintas no le iba en zaga. El color fue incorporado en la impresión de La Mañana, a partir del número 57. La edición del 8 de setiembre de 1917, se publicó en tres tintas (rojo, azul y negra), con motivo de la Exposición Rural de Salto. No había sido una innovación intrascendente, aunque tenía antecedentes: el primer periódico que se editó en tinta de colores en la prensa uruguaya fue la Gaceta de Montevideo, que dirigía Fray Cirilo de Alameda (salió en tinta roja en 1811).
En el balance de “Un año en la iniciativa periodística” agradecía el sostenido apoyo de los lectores
En su primer número, La Mañana anunció su aspiración a la permanencia: “(El diario) Se ha fundado y organizado sólidamente respondiendo a principios políticos, económicos y sociales de un grupo de ciudadanos que han entendido dar a su causa lo mejor de sus entusiasmos, y lo más puro de su interés”.
Bajo el título “Esbozo de un Programa”, en una meditada exposición de los hechos en los cuales ha sido actor comprometido o testigo principal, Manini Ríos expresa: “Es tarea ardua concretar en un programa inicial la misión que se propone desenvolver un diario moderno. Esa misión vasta, compleja, que aspira a la casi universalidad de los temas, a la generalización de los conocimientos y al dominio más completo de la vida de actualidad, está todavía sujeta a los peligros de la improvisación y a los azares de los acontecimientos”.
Programa de Alta Probidad Política
Haciendo una enumeración de las posiciones que observará la hoja, establece: “Nuestro programa es en efecto exactamente el que el riverismo llevó como bandera electoral a los históricos comicios del 30 de julio. Programa de alta probidad política, de sanos principios económicos, de amplias y prácticas realizaciones sociales, es todavía una plataforma viva que concreta las más sentidas aspiraciones del país y cuya defensa se hace más necesaria en el presente, por lo mismo que ha podido parecer menoscabada, a lo menos desde ciertos puntos de vista, por un pacto político constitucional, ajustado con el arma al brazo, sin otro asentimiento público que el de la esquivez, sin otra sanción popular que la del silencio huraño de la opinión, obra más bien de la indiferencia, del cansancio que domina a los espíritus después de cuatro largos años de crisis política”.
Diagramado de acuerdo a los cánones de la época – casi todo el material a una columna, con tipografía uniforme – el matutino ya entraba, incluso, en el mundo apasionante de la publicidad, y al tiempo que ponderaba “los finísimos y siempre frescos bombones Noel” (producto de importación), recibían idéntico tratamiento el “aceite puro de oliva BAU” y los sombreros “La Nutria”, “sin competidor”.
Incluía el infaltable “folletín”, un cuento de autor nacional, ensayos de literatos y periodistas extranjeros, y una sección especial escrita por redactores del propio diario, donde se recogían estampas costumbristas bajo el título “Impresiones y notas”. Por esos días, el Uruguay llora la muerte de José Enrique Rodó (1871-1917) y del dramaturgo anarquista y bohemio Ernesto Herrera (1889-1917), Carlos Sabat Ercasty (1887-1982), influido por la metafísica hindú, publica su obra Pantheos y el salteño Horacio Quiroga (Salto, Uruguay, 1878- Buenos Aires, 1937), sus Cuentos de amor, de locura y de muerte, sobre cuyos ejes semánticos se va a organizar toda su obra; Rafael Pérez Barradas (1890-1929), pinta La huida de Egipto.
“Para La Mañana, el Interior es Capital”
Convencida la dirección de la empresa periodística de la importancia de las cuestiones rurales, estructuró desde la primera hora una red de corresponsales en todo el país.
Desde su aparición, el diario dedica preferente atención a los problemas rurales y los temas económicos, obteniendo una gran respuesta entre los productores. La presencia del empresario Vicente Felipe Costa (1880-1943), figura prominente del riverismo, integrante del núcleo dirigente de la Federación Rural y de la Asociación Rural, y que tenía antecedentes periodísticos que se remontaban a la adquisición en 1915, junto a calificados representantes del conservadurismo, de los diarios El Siglo, La Razón y El Telégrafo, justificaba dicho celo.
Al cumplirse un aniversario en la historia del diario, el subsecretario de Redacción, Franklin Morales, oriundo de Paso de los Toros, escribió: “Nuestros corresponsales mantienen el fuego de los fundadores: el diario se creó para mirar hacia el Interior, para hacer del país una sola unidad integrada, lo que hoy define una frase feliz que suscribimos todos. Para La Mañana, el Interior es capital”.
Agradecíendo el sostenido apoyo de los lectores Carlos Manini Ríos señalaba que “es por mérito de ese sostén que esta Casa ha podido superar con buen éxito los problemas”
Carlos Manini Ríos, editor de La Mañana, al revelar el 31 de diciembre de 1966 el balance de “Un año en la iniciativa periodística”, agradecía el sostenido apoyo de los lectores y señalaba que “es por mérito de ese sostén que esta Casa ha podido superar con buen éxito los problemas que el proceso inflacionario ocasiona, manteniendo nuestros servicios periodísticos en la primera línea mejorándolos siempre”.
Atenta a los hechos del exterior, la Información Telegráfica Mundial (así lucía el título al tope de página), se centraba –en los primeros tiempos- en el acontecimiento que conmovía al mundo desde agosto de 1914 y que era redactada en base a los servicios de Agencia Havas y corresponsales especiales: la Gran Guerra que primero fue europea y, luego, se hizo mundial a raíz de la entrada de EE.UU., en el conflicto.
El primer número de La Mañana tenía diez páginas, de las cuales una – la tercera- era dedicada enteramente a las noticias internacionales. “Hemos organizado un servicio telegráfico que supera a los corrientes en los diarios de la capital, no sólo por la amplitud de las comunicaciones, sino también por la selección de estas. Fuera de la información diaria y completa del extranjero, ofreceremos a los lectores un resumen interesante y seleccionado de correspondencias relacionadas con los problemas de la actualidad mundial”, advertía la publicación.
Las gigantescas empresas norteamericanas recién comenzaban a flexionar sus músculos: Associated Press (AP) servía solamente al interior de EE.UU., aunque recogía y enviaba información por convenio a través de agencias europeas, y la United Press (UP), hasta los años 1916-17, se limitaba también a prestar servicios internos. Con el ingreso de EE.UU. en la guerra, la empresa norteamericana pujó por “romper el cerco” de los convenios que distribuían esferas de influencias y ganará la pulseada. La UP fue la primera en iniciar su expansión, recogiendo y trasmitiendo informaciones de todas las fuentes disponibles. Uno de los primeros suscriptores del servicio fue el diario La Prensa de Buenos Aires, interesado en difundir noticias que Havas no recogía.
Excepcionales Figuras del Periodismo
Por la dirección y redacción de La Mañana, pasaron excepcionales figuras del periodismo nacional: Adolfo H. Pérez Olave, dirigió el matutino desde 1931 hasta la hora de su fallecimiento, en agosto de 1939. Por un breve lapso, ejercerán la codirección Carlos Manini Ríos y Bibiano Riet. A partir de febrero de 1940, asumió el doctor Eugenio J. Lagarmilla.
Carlos Manini (París 1909-Madrid 1990), hijo de Pedro Manini Ríos, ingresó a la redacción de La Mañana en 1929 y se hizo cargo del comentario de actualidad internacional. Fue docente, diputado, senador y ministro. En 1944 asumió la dirección de El Diario y a partir de 1955 y hasta la década del setenta, la de La Mañana. A partir de 1971 y hasta 1977, fue embajador en Brasil.
Desde 1941, Augusto Costa Pertile (1908-1990), abogado y empresario, hijo de Vicente F. Costa, participó activamente en las asambleas de accionistas de SEUSA. En 1950 ejerció la secretaría de la Sociedad, presidida por José L. Santayana. Los cargos de vocales fueron ocupados por el doctor Alberto Manini Ríos, J. Américo Beisso y Augusto Marcelo Pertile.
En coincidencia con el vigésimo cuarto aniversario de su existencia, La Mañana inauguró el edificio de la calle Sarandí 637, el 17 de julio de 1941. En él albergó la dirección, la administración (que estaba a cargo de Aníbal P. Garderes), la sala de redacción y el taller de composición y linotipos. En el hall de La Mañana destacaban dos esculturas realizadas por el artista Armando González, quien plasmó en bajo relieve al precursor Juan Gutenberg y, con modernas líneas, una rotativa, en cuyos cilindros se amasa la inquietud del mundo.
Afuera, una amplia cartelera con pizarras, que adelantaban las noticias que serían recogidas en las páginas del matutino del día siguiente, oficiaba de llamador a la curiosidad de los paseantes de la calle Sarandí.
La empresa SEUSA se trasladó, posteriormente, al moderno edificio construido para albergar la redacción de sus publicaciones en Bartolomé Mitre 1275, esquina Buenos Aires, diseñado por el arquitecto Francisco Sala y ejecutada por la empresa Giannattasio y Berta.
El taller de rotativas y depósito de papel y tintas se mantuvo siempre en el edificio de las calles Río Negro e Isla de Flores. A su tiempo, se unificaran allí, todas las dependencias junto al taller de impresión.
*Abogado, ex director de La Mañana.
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