La gestión económica saliente deja un país en estado de postración, con pérdida continua de empleos y cierre de empresas. Los únicos sectores que exhiben cierta dinámica son aquellos cuya demanda deriva de la construcción de UPM2 o son proveedores de un Estado que viene aumentando su presupuesto continuamente en los últimos quince años.
En el otro extremo de este espectro se encuentra la mayoría de las empresas, que deben producir para luego vender su producto en un mercado que no les garantiza ni precio, ni cantidad, ni tipo de cambio. Para estas empresas la única certeza que hay es de costos, ya que debieron acostumbrarse a un creciente costo de producir en el país, proceso en el que muchos industriales se fueron convirtiendo en importadores. Un número importante de empresas no ha podido sobrevivir a esta situación y han tenido que cerrar; esto explica el aumento sostenido en la tasa de desempleo.
Cortar esta tendencia requiere medidas de estímulo que permitan no solo aliviar la situación de costos, sino ofrecer un panorama despejado hacia delante. Pero estas medidas implican asumir un sacrificio fiscal por parte del Estado, lo que va en contra de las necesidades de corregir el déficit fiscal. En ese sentido, fue sintomático el comunicado de la calificadora Fitch, que la semana pasada alertó sobre un mayor grado de impaciencia con la situación fiscal de nuestro país.
Las calificadoras nos vienen advirtiendo desde hace tiempo que el gasto público y la deuda crecen más rápido que nuestra capacidad de producción, lo que pone cada vez más en riesgo nuestra capacidad de pago. La deuda bruta consolidada del sector público representa ya aproximadamente un 70% del PBI. Con un déficit anual del 5% del PBI, al cabo de un año la deuda aumenta proporcionalmente. Por otro lado, el PBI no crece en términos reales con una economía estancada, y disminuye en términos de dólares si se incorpora en el análisis una depreciación del tipo de cambio real.
Asumiendo una mínima corrección cambiaria, el ratio de deuda puede llegar rápidamente al 80%. Es esto lo que están viendo las calificadoras y las lleva a alertarnos. El mensaje es muy claro, o corregimos la situación fiscal o basta, nos bajan la calificación. ¿Qué implica esto para el gobierno entrante?
La decisión del gobierno saliente de no subir las tarifas deja entrever que no facilitará en lo más mínimo el aterrizaje del nuevo equipo económico. ¿Cómo vamos a resolver el problema del desempleo mientras tanto?
La semana pasada se publicaron las últimas cifras de desempleo, que alcanza un 9,5% de la población económicamente activa, un nuevo máximo en más de 12 años. Según estimaciones de la consultora Deloitte, la insuficiencia de empleo, que incluye subempleados y desalentados, afecta a 340.000 personas, o a casi 20% de la población económicamente activa.
¿Pensaba realmente el equipo económico saliente que esto se resolvía con UPM2 y el plan de infraestructura?
Si hay un mercado que no es perfecto, es el mercado de trabajo. Desde los estudios de Tobin y Solow hace más de medio siglo, sabemos que este mercado no se equilibra por sí sólo. Solow explicaba que trabajadores y empresarios desarrollan una “inversión mutua” en la duración del vínculo laboral. Como resultado, es costoso para ambos romper ese vínculo, algo que saben los empresarios que dilatan lo más que pueden su decisión de cerrar. Pero una vez que se rompe este vínculo, es muy costoso económica y socialmente volver a crearlo. Esto implica que toda medida que permita evitar perder más empleos va a ser mejor que la de aumentar las cifras de desempleo.
Lamentablemente no son pocos los que todavía creen que la empresa es algo que se genera en un mercado y que si desaparece una, ya aparecerá otra. Eso más que teoría económica es filosofía, una que no tiene en cuenta ningún valor social ni empresarial. Una cosa es que se pierdan empresas porque sus productos o servicios quedan obsoletos, otra es que se mueran en una carrera para pagar impuestos, tarifas e ineficiencias impuestas directa o indirectamente por el Estado. En Uruguay se mueren empresas que son muy productivas desde el punto de vista de la economía industrial.
¿Cómo puede ser esto posible?
En fin, luego de la crisis del 2008 en los Estados Unidos, la academia produjo abundante investigación sobre los efectos perversos del desempleo en los individuos, las familias, las empresas y la sociedad en general. Es sabido que si no se actúa rápidamente, el desempleo tiende a convertirse en permanente, aumentando la tasa natural de desempleo y disminuyendo el potencial de producción de un país. Es más, si dejamos crecer el desempleo, no va a existir ajuste presupuestal que permita bajar el déficit, arriesgando entrar en un círculo vicioso de mayor desempleo y aún más déficit. Este es el camino deflacionario que lleva a la quiebra generalizada, como lo experimentaron los norteamericanos durante la crisis del ’29.
Este dilema entre déficit fiscal y empleo es muy complejo de resolver, y los riesgos son cada vez mayores. Resulta evidente que el gobierno saliente podría haber resuelto esto con mayor facilidad años atrás, pero optó por dejarle la tarea del ajuste al gobierno actual.
El nuevo gobierno tendrá la oportunidad de explicar de forma clara y didáctica la situación en que toma las riendas del país. Lo que es absolutamente cierto es que en la dirección actual, la economía iba en un camino inexorable hacia la bancarrota, destruyendo en el proceso empresas y empleos. Corregir el déficit y aumentar el nivel de empleo son dos objetivos que deberán balancearse adecuadamente con los pocos instrumentos disponibles. Explicado de forma adecuada, la población comprenderá.
Las empresas públicas deberán también absorber parte del costo de las aventuras de años anteriores, si de bajar la tarifa se trata. A modo de ejemplo, podrían disponer de activos no centrales a su estrategia, como una forma de financiar el ajuste sin pasarle la factura al gobierno central.
Finalmente, no hay que olvidar que la coalición de gobierno tiene un amplio respaldo parlamentario y un importante capital político que deberá invertir en sacarnos de la situación actual de la mejor manera posible. No hay que permitir que los politólogos instalen el discurso de las dos mitades, porque eso no se corresponde con lo que votó la gente ni con la composición de las Cámaras. Los desempleados no nos van a perdonar si seguimos perdiendo tiempo.
- M. Sc., Instituto Tecnológico de Massachussets, Contador Público.