El triunfo de la naturaleza sobre la ambición humana
“La decadencia de Roma fue consecuencia natural e inevitable de su propia desmesurada grandeza. La prosperidad hizo madurar el principio del declive; las causas de su destrucción se multiplicaron con el alcance de las conquistas; y tan pronto como el tiempo o un accidente quitaron esos apoyos artificiales, este tejido estupendo cedió a la presión de su propio peso”. Así se expresaba el gran historiador inglés Edward Gibbon sobre la caída de Roma. Para comprender el episodio que hoy conocemos como la caída del Imperio Romano, debemos mirar con más atención a un gran acto de autoengaño, evidenciado por las triunfales ceremonias de representación de sangrientos rituales, escenificando la caza de animales en un intento de demostrar que los romanos habían logrado dominar las fuerzas de la naturaleza salvaje. La caída del imperio fue de alguna forma el triunfo de la naturaleza sobre la ambición humana. El destino de Roma se jugó entre emperadores y bárbaros, senadores y generales, soldados y esclavos. Pero fue igualmente decidido por bacterias y virus, volcanes y ciclos solares. Esto debería servir para recordarnos que la naturaleza es astuta y caprichosa. El gran poder de la evolución puede cambiar el mundo en un instante. La sorpresa y la paradoja acechan en el corazón del progreso.
Kyle Harper, en “El fatal destino de Roma: cambio climático y enfermedad en el fin de un imperio”, Princeton University Press, 2017
A las tecnocracias globalizadoras no les agrada rendir cuentas
Galston examina los desafíos que enfrenta la “democracia liberal” y el orden geopolítico actual. Argumenta que el declive económico, la fragmentación social y el surgimiento de potencias mundiales “iliberales” amenazan los actuales consensos nacionales e internacionales. Muchas naciones occidentales estaban gobernadas por un “pacto” entre las élites y el público en general. A cambio de apoyo político, las élites ofrecían crecimiento, aumento del nivel de vida, relativa tranquilidad doméstica y protección contra las amenazas internacionales. Pero este “pacto” ahora se ha roto, causando un aumento en el populismo tanto en los Estados Unidos como en la Unión Europea. En forma reveladora, Galston no titula su libro “Anti-Populismo” sino “Anti-Pluralismo”, argumentando que los “populistas” podrían no ser la única amenaza para el orden pluralista. Galston señala que la incapacidad de las élites gobernantes para adaptarse a las distorsiones provocadas por el mundo globalizado ha alimentado el fuego populista, y considera al “populismo” y al “elitismo” como deformaciones de la democracia liberal. Los elitistas consideran que entienden mejor los medios para lograr los objetivos del público, y por tanto deben liberarse de la necesidad inconveniente del consentimiento popular. Pero a pesar de su creencia de que solo ellos llevan la llama de los “valores liberales”, los poderosos entienden el interés público y tales valores a través de “el prisma de sus propios intereses y prejuicios de clase”. Y sus esfuerzos por “aislarse” de la obligación de rendir cuentas al público, avivan el resentimiento. Desde Aristóteles hasta aquí los pensadores son conscientes del papel que desempeña una clase media robusta para garantizar la estabilidad constitucional, por lo que un régimen económico que no se preocupe por los sectores medios terminará alentando la inestabilidad política. El transnacionalismo no es la cura para el populismo, más bien es una causa del mismo, escribe Galston.
Fred Bauer, comentando para National Review el libro “Anti-pluralismo”, de William A. Galston, publicado por Yale University Press