¿Cómo definiría las relaciones bilaterales entre Suiza y Uruguay?
Suiza y Uruguay siempre tuvieron una muy buena relación. Tal vez por ser países chiquitos tienen intereses similares; los dos tienen que abrirse al mundo. A nivel político comparten las mismas posiciones en muchos ámbitos, sobre todo en foros multilaterales como la ONU. En materia económica hay un intercambio que es pequeño, que podría ser mayor, pero es constante. Uruguay está exportando carne y otros productos agrícolas, y Suiza está exportando productos farmacéuticos y maquinaria.
¿Genera un desafío a nivel nacional esa necesidad de abrirse al mundo?
Para Suiza sí es un desafío porque es uno de los países más ricos del mundo, pero sin recursos propios, es decir, no tenemos petróleo, gas ni oro. Todo lo que hacemos es por trabajo, por generarles valor a los productos, y para eso nos tenemos que abrir al mundo. Tenemos tratados de libre comercio con 40 países o bloques, el Mercosur es uno de ellos. Justo terminamos las negociaciones con el Mercosur hace tres meses y el tratado debería entrar en vigor el año que viene. Eso también va a dar más empuje a las relaciones bilaterales.
“Suiza y Uruguay siempre tuvieron una muy buena relación. Tal vez por ser países chiquitos tienen intereses similares; los dos tienen que abrirse al mundo”
La embajada fomenta la economía suiza en Uruguay y las exportaciones suizas. ¿Qué puede decir al respecto?
Tenemos una Cámara de Comercio activa aquí, donde están las principales empresas suizas y ayudamos si es necesario. El año pasado vino el ministro de Economía de Suiza y firmamos un memorándum con Uruguay XXI, de manera que estamos activos, observando el mercado, viendo dónde hay posibilidades, qué se podría hacer, y siempre hay suizos interesados en invertir en Uruguay. En cuanto al intercambio, lo que queremos hacer en Suiza es no tener discriminación con otros bloques como con la Unión Europea; queremos que nuestros productos tengan el mismo acceso.
Pese a que su país no conforma la Unión Europea.
Claro. O sea, Suiza está en el otro grupo, en el de los países más chiquitos: la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés), junto con Noruega, Liechtenstein e Islandia. Suiza representa el 70% u 80% del volumen de la EFTA.
Por otra parte, hay un compromiso de la embajada de cooperar en el campo de la ciencia y la tecnología con Uruguay. ¿Cómo se ha llevado adelante esa colaboración?
En la visita del ministro de Economía del año pasado, que también es ministro de Ciencia, participó una delegación científica que visitó varios proyectos y ministerios, donde hablamos de cómo se podría fomentar el intercambio. Por ejemplo, hay programas de becas en las escuelas politécnicas y las universidades de Suiza.
En lo que respecta al sistema bancario, ¿qué lecciones nos puede aportar Suiza, que tuvo que adaptarse a las normas europeas, pasando a tener cuentas compliance, lo que generó una transformación del sistema?
No quiero dar lecciones. Lo que dices es verdad, Suiza tuvo que adaptarse a las nuevas normas y directrices de la OCDE, no solo a nivel europeo, sino mundial. Suiza abandonó el secreto bancario y tiene ahora el intercambio automático de datos con unos 80 países, entre otros, Uruguay. En ese sentido los dos países son similares, los dos tuvieron un secreto bancario que debieron abandonar y adherir a ese instrumento de información automática de datos.
¿Cómo encara Suiza el tema de la seguridad informática, sobre todo al ser un país que está tan interconectado? ¿Qué desafíos hay con la evolución de los ataques cibernéticos?
Suiza en ese aspecto está en una situación parecida a otros países desarrollados. El mundo es más sofisticado, tecnológico. En Suiza tenemos alta tecnología y muchas veces es muy vulnerable a ataques, y tenemos que tomar medidas y precauciones. Es un desafío que tiene cada sociedad de cierto nivel porque un ataque bien pensado podría paralizar la economía. Lo estamos observando y, donde necesitamos, tomamos medidas.
“Suiza es uno de los países más ricos del mundo, pero sin recursos propios, es decir, no tenemos petróleo, gas ni oro. Todo lo que hacemos es por trabajo, por generarles valor a los productos, y para eso nos tenemos que abrir al mundo”
Uruguay es cada vez más dependiente de una integración energética con Argentina y Brasil. Por su parte, Suiza, que compra y vende permanentemente a Italia, Francia, Austria, ¿qué enseñanzas de esa experiencia le puede dar a Uruguay para este proceso que está transitando?
Una política que tenemos en Suiza es ser independientes en la medida de lo posible, es decir, tener una producción que nos garantice la autarquía. Para eso tenemos un mix de energía: energía hidroeléctrica, energía nuclear, que de aquí a 10 o 20 años debemos dejarla e introducir más energía renovable, pero siempre teniendo una seguridad energética y no dependiendo del extranjero. Hoy Suiza tiene una producción más o menos estable con la energía nuclear. Con la energía hidráulica depende mucho de sus lagos, que en invierno normalmente no tienen tanta agua. Y la energía solar existe cuando hay sol. Tenemos que balancear eso y en este momento lo podemos hacer con energía nuclear, y poco a poco la vamos reemplazando con otras. Hay una evolución muy rápida en ese ámbito y la estamos siguiendo. Para las horas en las que no necesitamos energía hidráulica, utilizamos un sistema de bomba que regresa el agua a la laguna en la que estaba, para balancear el consumo eléctrico.
O sea que hay conciencia ambiental.
Hay conciencia ambiental en varios sectores. En el consumo de energía tratamos de gastar menos, por ejemplo, tomando transportes públicos, que son más eficientes. En Suiza el sistema de ferrocarril está bien desarrollado y mucha gente va en tren y en bus al trabajo; es más rápido y más limpio. También hay programas del Estado para incentivar el uso de ese tipo de transporte, para no utilizar el auto todos los días, y hacemos pistas para bicicletas para promover su uso. A su vez tratamos de que la industria sea más limpia y en la gestión de residuos somos bien avanzados en separarlos, reciclar lo que se puede y quemar solo lo necesario. Con la incineración u otros procesos del uso de los residuos ganamos energía, porque los residuos orgánicos producen un gas que se puede usar para generar energía.
Suiza es hoy uno de los países más desarrollados del mundo. ¿Qué papel cumple a nivel internacional?
Somos un país chiquito, pionero en tecnología, y dependemos mucho de la misma para tener un avance. Es decir, con el avance tecnológico podemos sobrevivir. Nuestra mano de obra es una de las más caras del mundo. No podemos producir de manera rentable en Suiza, nos tenemos que concentrar en nichos, en generar valor agregado, y con eso podemos sobrevivir. Políticamente no tenemos el peso de nuestros vecinos como Alemania, Francia e Italia, pero igual somos importantes porque estamos en el centro de Europa. Tenemos una buena infraestructura, tanto vial como ferrovial.
Además, muchos dicen que Suiza es un país modelo en cuanto a la democracia. Su tradición democrática no es de ayer, data de cientos de años y el sistema actual es el resultado de ese proceso democrático. Lo que tenemos en Suiza es un sistema de gobierno sin oposición, es decir que los partidos mayores están en el gobierno, que funciona por consenso. Cuando no hay acuerdo hay votación. Son siete ministros, por lo tanto, en el caso extremo serían cuatro contra tres, pero siempre se busca un consenso para tener el apoyo de toda la población, de todos los partidos políticos.
Es un proceso que necesita mucho debate.
Mucho debate y mucho compromiso. El sistema suizo es de compromiso y de mínimo común denominador, pero poco a poco avanzan las cosas y, cuando una decisión está tomada, realmente tiene el apoyo de todos; no es como en otros países, que entra un nuevo gobierno y va a cambiar todo.
Por otro lado, sobre el rol a nivel mundial, el cliché de Suiza es que es un país exportador de relojes y chocolate. En realidad, ahora esas son una pequeña parte de sus exportaciones. De hecho Suiza exporta más café que chocolate, sin tener café, o sea, lo importa, lo procesa y lo exporta. Es algo parecido a lo que pasa con el chocolate, porque no tenemos plantas de cacao. Los relojes suizos representan el 2% del mercado mundial, pero en valor, más del 60%, quiere decir que cada reloj suizo mantiene su precio y el valor agregado. El precio promedio de un reloj es de 800 dólares.
¿Cómo ven a Uruguay desde Suiza?
Todavía vemos al Uruguay como “la Suiza de América”. Muchos suizos no conocen Uruguay, pero les gustaría viajar algún día. Justo este fin de semana tuvimos la visita de dos amigos que nunca habían estado aquí y estuvieron encantados, no se imaginaron un país así. A veces uno tiene cierta idea de Uruguay, pero después es diferente. En su caso fue una impresión muy positiva, no se esperaban eso en cuanto a la naturaleza, a la vida, que a los suizos nos parece mucho más tranquila que en Suiza, donde todo es más estresante. También por el hecho de que Suiza es un país densamente poblado, que aquí, sobre todo saliendo de Montevideo, no es el caso.
Un largo camino compartido
Hace 30 años Martin empezó el servicio diplomático, después de haber finalizado sus estudios de abogacía. Comenzó su carrera como pasante en la Embajada de Suiza en Roma y luego ocupó el puesto de tercer secretario en Ginebra, en la misión ante las organizaciones comerciales OMC y EFTA. Más tarde prestó servicios en Perú, Suiza, Austria, Holanda, India, Sudán, y finalmente llegó a Uruguay en 2017.
En toda esa travesía lo acompañó Marcela, su esposa. Se conocieron en Siena, Italia, “un Viernes Santo”, recuerda ella. En ese entonces él desarrollaba la pasantía en Roma y ella, nacida en Perú, estaba estudiando alemán en la Universidad de Viena, en Austria. Ambos estaban de viaje en Siena y se encontraron de casualidad. En media hora, se “chocaron” tres veces por las calles de esa ciudad, según relataron a La Mañana.
“La primera vez yo estaba caminando y lo choqué sin querer por la espalda. La segunda me volteé para preguntarle a alguien dónde quedaba el correo, y ahí estaba él. La tercera vez entré a una tienda a comprar algo con una amiga y la primera persona que vi fue Martin. Se acercó directo a preguntarme si había mandado las postales. Después nos llevó a la Catedral para que la conociéramos.
Allí yo me arrodillé para rezar, tuve una inspiración y dije: ‘Dios mío, yo siempre te pido que ayudes a mi mamá, a mi papá, a mi tía y a mi abuelita, pero nunca te he pedido nada para mí. Yo quiero que tú hagas que este hombre –que no me acordaba ni el nombre- se enamore de mí’. Así fue como empezamos”, contó Marcela.
Al culminar ese viaje, él regresó a Roma y ella a Viena. Continuaron viéndose, y el destino hizo que tiempo después los dos terminaran viviendo en Ginebra, donde finalmente se casaron en el 93. Compartían el deseo de formar una familia y no se hicieron esperar. Enseguida nacieron sus hijos, Ana Lucía, quien hoy se dedica a la organización de eventos, y Rafael, actual estudiante de economía. Ambos residen en Suiza.
Pese a que Marcela proviene de Perú y Martin de Suiza, coinciden en que las diferencias culturales no son tan grandes como uno podría imaginarse. “Afuera de Europa, la cultura que es más cercana a la europea es la de América Latina, por el idioma, por la religión, porque compartimos la tradición cristiana. Claro que tal vez hay más tango y samba en América Latina que en Suiza, pero la cultura está relativamente cerca; no es como China, por ejemplo”, explica el embajador.
Él es protestante y ella es católica, y los dos estuvieron de acuerdo con que sus hijos crecieran con los valores cristianos, pero dándoles la libertad de ejercer la religión a su gusto.
Desde que están en Uruguay, las experiencias que han tenido han sido muy buenas. Lejos de sorprenderse, eso era justamente lo que esperaban antes de llegar. De hecho, Martin opina que este es un país muy parecido a los países de Europa y destaca que tiene, según varias estadísticas, la mejor calidad de vida del continente latinoamericano. “Yo disfruto esa calidad de vida, voy en bicicleta al trabajo todos los días –hay pocos países donde uno puede hacer eso-. Tenemos una casa bonita con un jardín bonito”, afirma.
También es embajador concurrente en Paraguay, por lo que viaja cinco veces al año a ese país.
En su casa cocina y hace hasta el pan casero. Con esa actividad comenzó con solo 14 años, cuando escogió tomar clases de gastronomía en el colegio. Además de que solía ayudar a su mamá con esa tarea, admite que le gusta comer y preparar los alimentos. Marcela acota que él “sabe todo; carnes, postres, tartas, todo”. Tan polifacético es, que tiene incluso dotes de mecánico. “Sé armar una moto, una bicicleta, desarmarlas. Me gusta, pero lo hago por ser más práctico y no tener que ir al mecánico, porque en Suiza cuesta mucho”, dice entre risas.
Martin se define como una persona tranquila que muchas veces juega el papel de mediador, lo que atribuye a su trabajo como diplomático, donde ha tenido que mediar en grupos para negociar acuerdos y unir posiciones diferentes. Comenta que le encanta el mundo, verlo por el lente de su cámara, tomar fotos, viajar, la aventura, andar en moto, en bicicleta, en esquí y subir a los picos de las montañas. Su próximo viaje será a la Antártida, en tres semanas.
Marcela, por su parte, se considera una persona muy optimista y muy entusiasta a la que le agrada ayudar a la gente. Disfruta de ir al gimnasio, hacer pilates e hidrogimnasia. Al mismo tiempo, se define como católica practicante “tengo fe, amo a Dios y me gusta servirlo en lo que puedo” manifestó.