En 2022 ASSE realizó más de tres mil sesiones de electroshock a pacientes en estado crítico de salud mental. ¿De qué se trata este tratamiento y por qué sigue utilizándose en la actualidad?
La aplicación de electricidad con fines terapéuticos en el tratamiento de enfermedades mentales surgió a partir de un experimento desarrollado en Italia a finales de 1930. Allí se observó que los pacientes con depresión aguda experimentaban mejoras significativas después de sufrir una convulsión.
A partir de entonces, la inducción de las convulsiones mediante la aplicación de una corriente eléctrica en el cerebro se convirtió en una práctica conocida como terapia de electroshock y fue utilizada de manera más generalizada para tratar diversas enfermedades mentales hacia la década del 1960, especialmente en casos de depresión severa
Sin embargo, con el cierre de los antiguos hospitales psiquiátricos y el cuestionamiento a intervenciones agresivas como la lobotomía, la terapia de electroshock también fue objeto de escrutinio. Los críticos de este tratamiento argumentan que aproximadamente un tercio de los pacientes que lo reciben experimentan secuelas permanentes, como pérdida de memoria y dificultades en el habla, e incluso muestran incapacidad en habilidades básicas como hacer una suma.
A pesar de ello, existen teorías contemporáneas que fundamentan el uso de esta terapia a partir de la teoría de hiperconectividad, que sugiere que ciertas áreas del cerebro pueden en cierto momento enviar señales de manera disfuncional, sobrecargando el sistema nervioso y generando trastornos como la depresión o el autismo. En este sentido, una investigación de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, estableció en 2012 que la terapia de electroshock puede deshacer las conexiones hiperactivas en una etapa temprana, permitiendo al cerebro reiniciarse adecuadamente.
En la actualidad y en nuestro país, la terapia de electroshock o electroconvulsiva (TEC) se utiliza en pacientes con anestesia general y como último recurso cuando la medicación convencional no logra producir mejoras significativas y el paciente se transforma en un riesgo para sí mismo o para los demás.
Terapia o tortura
Recientemente el Instituto Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo examinó la práctica de la TEC en Uruguay y expresó la preocupación de que si la aplicación de este procedimiento no se realiza con las garantías adecuadas podría dar lugar a situaciones que constituyen formas de tortura. En respuesta a estas inquietudes, el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura llevó a cabo un monitoreo en 2020 para evaluar el uso de esta terapia en los últimos años, a partir del cual presentó algunas recomendaciones en cuanto a el consentimiento de los pacientes y a desarrollar una guía de prácticas actualizada.
Fuentes del hospital Vilardebó consultadas por La Mañana aseguraron que esta terapia no configura un sufrimiento para el paciente, ya que se administra con una dosis de anestesia mínima –que dura alrededor de veinte minutos– y asegura que el paciente no se encuentre consciente durante el procedimiento. Según estas mismas fuentes, la tortura implica causar sufrimiento deliberadamente a otra persona. Anteriormente la TEC se realizaba sin anestesia, lo cual implicaba un sufrimiento para el paciente, pero no se llevaba a cabo con la intención de torturarlo, sino de curarlo o ayudarlo a mejorar su condición.
En cuanto a obtener el consentimiento del paciente para el tratamiento, señalaron que es muy difícil que lo pueda dar por el estado mental extremo en que se encuentra, justamente, quien necesita de una TEC. De todas formas, esta terapia solo puede realizarse con la autorización de un familiar o tutor responsable del convaleciente.
Sobre la pérdida de memoria, explicaron que esta terapia borra principalmente los recuerdos del periodo en el que se administran los tratamientos, que generalmente se realizan en una serie de sesiones que pueden variar de cuatro a doce, efectuadas día por medio. Durante este tiempo, que puede extenderse por un par de semanas, es común que los pacientes no recuerden claramente los eventos ocurridos o solo puedan hacerlo de manera vaga. Sin embargo, su memoria de los sucesos anteriores no se ve afectada. “En mi experiencia con numerosos pacientes que han TEC, he observado que conservan su memoria sin olvidos significativos”, aseguró un psicólogo del Hospital Vilardebó.
Consultado sobre otros efectos secundarios, el funcionario dijo que, en ocasiones, los pacientes pueden experimentar dolores de cabeza durante los días posteriores a la TEC, pero indicó que suelen ser molestias menores que no causan sufrimiento una vez que han pasado.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, la esquizofrenia afecta aproximadamente al uno por ciento de la población global, mientras que los trastornos bipolares a cerca del 1,6 por ciento. Si extrapolamos estos porcentajes a nuestro país, alrededor de setenta mil personas podrían padecer algún tipo de trastorno mental grave.
Acerca de las causas de estos trastornos, el experto consultado explicó que la predisposición genética juega un papel importante en la posibilidad de desarrollar estas enfermedades, pero no es el único factor determinante, ya que para que estas se manifiesten suelen ser necesarias experiencias específicas en la vida de la persona, como situaciones traumáticas o el estrés crónico. Señaló que no se trata de un solo evento lo que desencadena la enfermedad, sino más bien de una combinación de factores genéticos y ambientales a lo largo del tiempo. Por el contrario, un estilo de vida saludable, el apoyo emocional, así como un entorno familiar estable y seguro pueden contribuir al bienestar psicológico y reducir el riesgo de desarrollar trastornos psiquiátricos.
Sobre el vínculo entre el consumo de drogas y el desarrollo de trastornos mentales, el terapeuta entrevistado puntualizó que si bien existen esquizofrénicos que presentan problemas de adicción, son menos comunes en comparación con otras poblaciones. Aclaró que el consumo de drogas no necesariamente causa trastornos mentales, sino que puede actuar como un desencadenante para aquellos que ya tienen una predisposición latente.
En la actualidad, el tratamiento principal para la esquizofrenia y otros trastornos graves se centra en el uso de fármacos, complementado con programas de rehabilitación. Por lo general, las personas con esquizofrenia no pueden vivir de forma independiente. Requieren apoyo y asistencia para realizar actividades cotidianas y enfrentar los desafíos de la vida diaria.
En términos de apoyo económico, el Estado proporciona una pensión a las personas con esquizofrenia y trastorno bipolar que se encuentran en situaciones difíciles, sin ingresos ni apoyo familiar. Sin embargo, esta pensión es limitada y no cubre todas sus necesidades básicas.
En el mejor de los escenarios, los expertos afirman que existen pacientes con estas patologías que pueden lograr una integración exitosa en la sociedad y llevar una vida relativamente normal, que involucre trabajar y formar una familia. Indican que quienes reciben apoyo familiar tienen mejores resultados en su proceso de recuperación. Si bien la esquizofrenia no se cura, con el apoyo, cariño y tratamiento adecuado, los pacientes logran mejorar su calidad de vida.
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