Sus primeros pasos como artista los dio en la niñez, en el campo audiovisual. Cuando cumplió la mayoría de edad sabía que se quería dedicar profesionalmente al rubro cinematográfico, pero no había posibilidades de formarse en esa área. Sin embargo, se anotó en un curso que terminó siendo un antes y un después en su carrera. El artista visual y curador también incursionó en el videoarte, hasta que a fines de los 90 ingresó al Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV). En 2010, pasó a ser el director y, desde entonces, continúa en el cargo. Uno de los objetivos que se plantea para el futuro es llegar a todo el país.
¿Cuáles fueron sus primeros acercamientos al arte?
Fueron de muy chico, en el audiovisual, que es mi rama de formación y de desarrollo profesional. Empecé a los 10 años, yo iba al Colegio Seminario y había unos cursos de cine para chicos donde pasaban cortos, mediometrajes, nos hablaban de lo que era un storyboard, de cómo organizar una idea visualmente, un script, cómo crear diálogos que tuvieran relación con las imágenes. En esa época el cine en Uruguay era algo impensable, pero eso me abrió un mundo y me enseñó a ver todos los mecanismos de creación.
Luego, ya con 18 años, no había carreras de cine, no se podía estudiar, la Escuela de Bellas Artes estaba cerrada, entonces hice un curso en el Museo de Arte Contemporáneo que daba Juan José Mugni, un director de cine argentino. Ahí hicimos trabajos en equipo, ganamos un premio en Cinemateca -eran los primeros concursos de cine- y Juanjo me invitó como asistente de dirección a filmar un documental sobre Jorge Abbondanza y Enrique Silveira. Eso me abrió otro mundo que juntaba dos pasiones: las artes plásticas y el cine.
Yo estudié la parte técnica en lo audiovisual y después me dediqué a trabajar con mi padre profesionalmente, y empecé a hacer mis primeros documentales con artistas. Trabajé casi ocho años con María Freire, hice todo el relevo documental, fotográfico y fílmico de su obra y de la de (José Pedro) Costigliolo.
¿En qué trabajaba con su padre? ¿Qué hacía él?
Hacía videos institucionales, videos comerciales. La posibilidad que me daba mi padre era tener la tecnología a mano: videos, cámaras, trípodes, que siempre son costosos. Luego trabajé en diferentes producciones en canal 5 y en Video Imagen, una editora de video que fue muy importante en los 90.
¿Tenía el apoyo de su familia en ese camino como artista?
Sí, siempre me apoyaron, obviamente que tenía que trabajar en otras cosas, en la parte comercial, me gustara o no. Eso me daba independencia económica y me permitía hacer lo que yo quería. O sea, comercialmente hacía lo que me pedían, pero personalmente, en mi espacio, desarrollaba los proyectos que a mí me parecían interesantes, ya fueran documentales o videoarte.
Fue un precursor del videoarte en Uruguay. ¿Cómo se dio su vínculo con ese movimiento?
Veía videoarte como espectador. Ahí tuvieron un rol muy importante Cinemateca, el Instituto Goethe, la Alianza Francesa, la Alianza Uruguay-Estados Unidos, que traían muestras y exposiciones.
En el Instituto Goethe formamos un grupo de raros, rechazados, marginales, que venían de la performance o de la poesía visual, de la danza contemporánea, y fundamos el Núcleo Uruguayo de Videoarte, que era una estrategia para mostrar esas cosas raras que no encajaban en otros lugares.
Nosotros creamos nuestro propio público en Uruguay. Al viajar al exterior y tener un gran impacto en festivales, muestras importantes a nivel del continente o de Europa y de Estados Unidos, eso generaba un interés acá, entonces hacíamos cursos, charlas, talleres, y fuimos desarrollando el lugar del videoarte dentro de las artes visuales.
¿Qué pasó después con el videoarte?
El videoarte como género desapareció sobre mitad de los 90. Nosotros dejamos de hacerlo y pasamos a hacer proyectos sin ser tan fundamentalistas con el género, porque la tecnología se desarrolló muy rápido y las estrategias que teníamos cambiaron. Yo trabajé mucho en computadoras, con animaciones, con interactividad, con programación.
¿Cómo ingresó al MNAV?
Fue en 1997. El director de ese momento, Ángel Kalenberg, me convocó a través de Fernando Álvarez Cozzi a trabajar. Con él nos encargábamos de la programación del auditorio y la producción de videos. La Embajada de Japón y Sony Corporation habían donado equipos profesionales y nosotros hacíamos registros de todas las exposiciones, documentales y entrevistas con artistas internacionales y uruguayos. A Kalenberg le pareció buena idea que trabajáramos en algunos proyectos con artistas nacionales que no tenían dinero para acceder a esa tecnología.
¿Cómo pasó a ser el director del museo en 2010?
Veníamos de una dirección muy larga de Kalenberg, del 1969 al 2007. Luego hubo dos direcciones cortas de un año y medio cada una, de Jacqueline Lacasa y Mario Sagradini respectivamente, dos artistas visuales, pero no habían salido bien y había cierta inestabilidad en el museo. Como yo era funcionario y trabajaba allí hacía muchos años, me pidieron desde la Dirección Nacional de Cultura que me hiciera cargo momentáneamente, mientras buscaban otra solución, pero eso ya lleva un tiempo (risas).
¿Por qué dejó de producir sus propias obras?
En 2010 tuve que hacer una pausa y dedicarme solamente al museo, no había otra forma de poder encarar ese desafío y decidí no producir más. No me lo prohíbe el cargo, pero es una decisión que creo que es muy saludable para todos porque queda clara mi función y a qué me dedico, que es a hacer posibles proyectos de otros artistas.
¿Qué lugar ocupa el arte en su vida hoy?
No dejás de ser artista. Yo escribo sobre arte, veo arte, organizo exposiciones, estoy en contacto más con el arte que solamente con mi obra, tengo otras actividades. Estoy en proyectos a los que les pongo todo mi tiempo y, además, tengo que estar actualizado, leer catálogos, libros, propuestas.
Dentro del arte estoy en otros lugares que, a veces, concuerdan con lo que yo hacía antes y a veces no. Entré en otras áreas que no conocía y que, después de 11 años, ya las tomé como mías. Lo que no sé es cómo saldré de la gestión en relación a mi obra, pero tampoco me lo planteo porque no depende solamente de mí, sino del tiempo que vaya a estar en esa función o en otras.
¿Tiene planificado volver a producir obras propias en el futuro o le gustaría seguir encaminado en lo que está haciendo ahora?
Lo que estoy haciendo ahora me es totalmente satisfactorio, no me supone una pérdida con respecto a lo que hacía. Trabajo en proyectos que tienen que ver con lo que hago como artista, no necesariamente con lo audiovisual, pero sí con la escritura, proyectos curatoriales, entonces no siento esa necesidad.
Y los planes que había hecho en el 2010 quedaron por el camino. La propuesta inicial era que estuviera seis meses en la dirección del museo y después me dejaban volver a lo que yo hacía, y llevo 11 años, así que es difícil planificar. Además, soy funcionario del Ministerio de Educación y Cultura, entonces, desde el punto de vista técnico me pueden pedir otros proyectos.
Actualmente, me aboco a lo que estoy haciendo y trato de hacerlo de la mejor manera posible. Tengo 56 años y como artista hice muchísimas cosas porque empecé de muy chico, entonces no tengo cosas artísticas que me haya quedado con ganas de hacer.
¿Cuáles fueron los hitos más importantes de su primera década como director?
Primero, quiero destacar que, sin el equipo del museo, la gestión no existe. Tengo un equipo fantástico, muy comprometido, con la camiseta puesta, muy bien formado y donde trabajamos muy bien, y eso se nota. Yo me siento muy cómodo trabajando en forma colaborativa.
Estamos muy contentos porque hemos tenido muestras con gran cantidad de público, como Rafael Barradas, Carlos Federico Sáez, Pablo Picasso. Este último, que fue en 2019, tuvo 185 mil espectadores, fue una locura. Recientemente, Petrona Viera tuvo más de 40 mil visitantes, incluso en pandemia.
Por otro lado, tenemos más de 100 publicaciones, catálogos-libros de 300-350 páginas, donde no solamente hay un registro de la obra, de la exposición, sino que hay textos de investigación histórica, e invitamos a curadores e investigadores de nuestro país e internacionales para que trabajen con nosotros.
A su vez, hicimos toda la reforma de la reserva técnica, que es donde se guardan las obras. El MNAV tiene 6700 obras, de las cuales 4900 están en el museo -las demás están en otros museos del país-. Logramos hacer todo un sistema de peines de metal verticales, que es un estándar profesional.
¿Qué reformas se hicieron a nivel edilicio?
Hicimos reformas para garantizar mayor accesibilidad. Por ejemplo, el museo no tenía un ascensor a planta alta, o sea que muchísima gente, no solo por discapacidad motriz, sino por un tema de edad, no se animaba a subir escaleras de granito de dos o tres tramos, y lo conseguimos, así como las rampas de acceso.
Asimismo, mejoramos la climatización de algunas salas, concretamos el cambio de la iluminación -pasamos a LED- y creamos una cafetería en el jardín, que cambió los usos del museo y el acercamiento de la gente.
Estamos en un lugar privilegiado, cerca de la rambla, el parque infantil, la cancha de tenis. El museo es parte de la esfera pública. Una de las cosas más importantes que logramos fue que la gente tuviera un sentido de pertenencia con el MNAV, que empezara a decir “mi museo”.
Después de 10 años, sigue en el cargo pese al cambio de gobierno. ¿Qué representa eso para usted?
Me siento muy respaldado y, además, yo trabajo muy cómodamente con la directora nacional de Cultura, Mariana Wainstein, el ministro de Educación, Pablo da Silveira, y la subsecretaria Ana Ribeiro. La propuesta que me hicieron para continuar desde el principio fue muy clara y fue explícito que no importaba de qué tienda política se venía, sino la idoneidad en los cargos.
Luego de más de un año puedo decir que es así y que trabajamos muy bien, con objetivos compartidos. Por la pandemia estamos medio frenados. En cuanto esto vaya pasando, va a haber una diferencia grande, se van a ver cosas en las que ya estamos trabajando.
¿Se puede adelantar algo de lo que se viene?
Tenemos por delante exposiciones grandes. En el 2024 son los 150 años del nacimiento de Joaquín Torres García y eso va a ameritar una gran exposición. Hay otras previas, hay colaboraciones, algunas no las puedo adelantar porque están en negociación, pero para el año que viene esperamos recibir una gran exposición del Museo Nacional de Beijing.
Para este año se vienen dos grandes muestras. En junio se inaugura la exposición de Manuel Espínola Gómez por conmemorarse los 100 años de su nacimiento y en octubre es el 90° aniversario de Miguel Ángel Battegazzore. Las dos van a ser muy importantes, con buenas publicaciones, investigaciones, curadurías, como pasó con Petrona Viera o lo que está pasando ahora con Amalia Nieto.
Con la llegada de la pandemia, el museo estuvo cerrado varios meses. ¿Cómo lo sobrellevaron? ¿Se generaron otras vías de comunicación?
Exacto, empezamos a hacer videos en vivo en Instagram, visitas guiadas, contenidos estrictamente para las redes. Ahora tenemos un protocolo de acceso y debemos cuidarnos todos. Por suerte, en los museos uruguayos no ha habido casos.
Las salas y las actividades tienen un aforo limitado, pero es tan importante el rol de la cultura que debemos estar ahí, la pandemia demostró eso, es decir, la gente necesitaba a sus artistas, leer, ver obras de teatro, ver películas, ver exposiciones. No es solo un entretenimiento, sino que forma parte de nuestras tradiciones y valores. El arte es uno de los ejercicios más plenos de la libertad individual y en comunidad.
Con la pandemia tampoco hay turistas. ¿El uruguayo promedio visita museos o hacen falta incentivos?
Creemos que hay muchísimas personas que no van a los museos y que debieran ir, y tenemos que seguir avanzando en las estrategias para que sientan ese interés. Todos los museos han cambiado mucho, no solo de arte, de historia, de antropología, de historia natural; hay muy buenas ofertas y hay mucha más gente que se aproxima, pero siempre hay que trabajar sobre eso.
Desde hace dos o tres años tenemos una cámara que cuenta gente y nos permite analizar algunas cosas. Al principio, nos llevamos una sorpresa al ver que el segmento más importante de visitantes era de 25 a 35 años, cuando siempre pensamos que era gente mayor, y eso es muy bueno.
¿Cuántos visitantes recibe el museo mensualmente?
Nosotros recibimos entre 7000 y 8000 visitantes por mes, es una cantidad importante. Cuando hay grandes exposiciones, aumenta el número. Una exposición mediana o exitosa está en los 40 mil visitantes.
Igualmente, aunque sumes todo, te da un porcentaje muy bajo de toda la sociedad, queda mucha gente todavía para convocar y seducir para que se acerque. Hoy en día el museo cumple otros roles, es más abierto y hay más gente que se anima a venir, no solamente el especialista o el conocedor, por suerte, porque trabajamos para todos.
¿Cómo es el sistema de aforo?
Se permite un visitante cada cinco metros cuadrados. Hay salas que son más pequeñas, que tienen 70 metros cuadrados, y hay salas de 900 metros cuadrados, entonces, el museo es seguro. Como está monitoreado, no ha pasado de llegar a los límites porque no hacemos inauguraciones ni convocamos masivamente al público.
Creo que la gente, con la vacunación, se va a animar a venir más, porque el arte sigue siendo algo presencial, como el ballet o la música en vivo, o sea, esa experiencia no te la da ningún dispositivo tecnológico.
Democratizar el acceso a la cultura
Por primera vez en la historia del museo, en la gestión de Aguerre se hicieron exposiciones en otros departamentos como San José, Florida, Río Negro, Treinta y Tres y Soriano. Incluso se instaló una filial del MNAV en Durazno. No solo prestan o piden obras que van y vienen, sino que también intercambian experiencias en las áreas educativas, por ejemplo, con visitas guiadas a estudiantes.
En ese sentido, el jerarca destacó la importancia de salir a todo el país. “La mayor parte de las obras de artistas de primera línea de nuestra historia solamente se pueden ver en Montevideo, y eso está mal”, dijo. Es por ello que el objetivo a futuro, una vez pasada la pandemia, es generar instancias para que los ciudadanos de cada departamento del interior también puedan tener acceso a la cultura como tienen los montevideanos.
“Este es un museo nacional, no es un museo de Montevideo, y tiene que estar en todo el país. Trabajar con distintos departamentos y museos nos ha enriquecido mucho y vamos a seguir por ese camino”, aseguró.
Otro logro importante fue haber salido al exterior, con muestras en San Pablo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Nueva York, entre otros.
“En esas articulaciones en lo local, en otros departamentos y a nivel internacional, trabajamos muy bien en los últimos 10 años. Todo eso sumado da cuenta de lo que significa un museo, cuyo fin último es contribuir con el desarrollo de la cultura en nuestro país”, concluyó el artista.
TE PUEDE INTERESAR