En el departamento de Maldonado conviven dos historias relacionadas con el orgullo y el compromiso de ejercer un oficio toda una vida. Por un lado, Leonel Domínguez a sus 76 años continúa con la herencia de una peluquería casi centenaria. Por otro, Gracián Humberto Zeballos sortea los golpes de un oficio esencial que lucha por no desaparecer con los nuevos tiempos: el de canillita.
Podría decirse que enamorarse de un oficio y mantenerlo a lo largo de la vida es una de las grandes bendiciones. Así le sucedió a don Leonel Domínguez, quien desde la fernandina ciudad de San Carlos lleva en sus manos su herencia y su don: ser peluquero. A los 76 años hace gala de una peluquería que el próximo 22 de febrero cumplirá 94 años de historia.
El local casi centenario fue fundado por su padre, quien a la vez le transmitió la ocupación cuando Leonel aún no era llamado don y rondaba los jóvenes catorce años. Fue entonces cuando tomó la tijera con tanto compromiso que hoy, aun jubilado, no tiene en sus planes soltarla.
En su trayectoria, don Leonel sirvió de pequeño a un bebé de catorce meses de vida, a niños, hombres y mujeres. Por la peluquería Domínguez, ubicada al lado de la terminal de ómnibus, pasaron estilos y modas, desde el más corto, en degradé –similar al que se usa ahora, pues las modas siempre vuelven–, hasta el honguito, furor con la beatlemanía. Pero también, claro está, desfilaron por allí gran diversidad de personas. Anécdotas e historias, don Leonel tiene en abundancia. Es que por sus tijeras pasó desde el vecino carolino hasta el dueño de la principal cadena hotelera de San Pablo, quien, según recordó Domínguez en diálogo con La Mañana, lo hizo con tanta humildad que era imposible adivinar que se trataba de una personalidad tan importante.
Quedan anécdotas de cuando “le jugaron de taquito” no pagándole el corte ya realizado o de cuando tuvo una pequeña trayectoria en la pantalla chica simulando afeitar, para la reconocida novela Pantanal, gracias a lo cual conoció a Juma Marruá. “Son cosas lindas que tiene la peluquería en tantos años que uno es comerciante”, reconoció, porque además de ser peluquero, uno debe también saber llevar un local para que sea fructífero. Hoy, ya jubilado, cuenta que la herramienta la afila él mismo, tal como le enseñó su padre. “La sigo remando igual”, dice. Ya no lava, pero sí corta y afeita, y atiende en su casa. “No se trabaja al mismo nivel que antes, pero hay actividad igual”, afirma.
Lo que más disfruta de su oficio es atender a la gente y que el trabajo quede “como debe quedar”. En este sentido, dice: “Soy muy puntilloso, me gusta que las cosas queden bien”. Y para ello, comparte su secreto: “Me gusta tener música suave y concentrarme en lo que estoy, es como una terapia”.
La voz de los diarios
“Amo mi trabajo, lo estiro con el alma y no me gustaría que se apagara nunca”, subraya Gracián Humberto Zeballos a sus 71 años. Canilla de vocación, comenzó a repartir diarios junto a sus hermanos cuando aún tenía ocho años. “Lo hice porque me gustaba la calle”, menciona. Eran tiempos en los que en este sitio uno “hacía ejercicio”. Hoy, un lugar que tiene nuevos peligros. “Tenemos muchas historias de droga. Antes no podías dormir en la calle porque te llevaban preso. Cambió la Justicia, cambió todo. Ahora no quieren actuar como tienen que actuar”, recalca. Zeballos menciona que vive en el barrio La Capuera, de Maldonado: “El barrio tiene más de diez mil personas, hay gente buena y gente mala, como en todos lados”.
Durante sus años recorridos, Gracián fue casa a casa, grito a grito. Podría decirse que su voz es reconocida por muchos que la escuchan y ya saben de quién se trata.
Pero el oficio de canillita es uno de los más golpeados en las últimas décadas, aún más que las durezas propias de este trabajo. “Los diarios venían en la Onda de la noche y teníamos que estar escondiéndonos de la Policía porque éramos menores y no podíamos estar a esa hora”, rememora. Por un lado, el cierre de varios medios de prensa fue un golpe fuerte. “El diario La Mañana se vendía muy bien”, recuerda. También cambiaron los lectores. “Los que más compran o están suscriptos hoy es la gente de cincuenta años para arriba. En Maldonado no existen más las confiterías para leer los diarios. En la plaza no quedó nada. Antes nos subíamos a los ómnibus y vendíamos uno, dos, tres diarios. A veces hasta más. Hace años que se perdió eso en las terminales, van todos sentados mirando el celular”, observa. De esas épocas, suma también otros recuerdos: “Éramos los primeros en tener los diarios a las seis de la mañana que llegaban con TTL. Vendíamos también mucho diarios de la noche, porque tenían la noticia fresca de lo que había pasado en el día y traía también mucho deporte. Todo eso se perdió hoy”. Hoy los tiempos son distintos. A la falta de clientes se le suman también demoras. “Las revistas llegan a Maldonado con una semana de atraso”, asegura.
Por otro lado, Gracián menciona la falta de ayudas que hubo para su sector. Dice que los grandes diarios “nunca se preocuparon por los canillitas”. Con su sindicato, también es crítico. “Se tiene que vender el diario y que se le dé al canillita un porcentaje de cada diario que se vendió”, objeta.
Gracián se reconoce como egresado de una escuela “totalmente distinta a la que hay ahora”, pero con muchos años de historia. Por su experiencia, es visto como un referente en su sector, que ha sabido defender su profesión con honestidad, lo que es también un ejemplo para la sociedad. “Se trata de ser justo en la vida y tratar de ayudar a los que se puede ayudar”, resume. Desde ese lugar, también es crítico con la realidad: “Me preocupa mucho porque a los políticos no les interesa ayudar a la gente a eliminar la droga. No veo voluntad de cambiar la realidad ni de lo que le está haciendo mal a la juventud. Los políticos tendrían que participar con un poco más de apoyo para ayudar a la gente, no solo cuando vengan las elecciones”.
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