Ni por el fruto conoceréis el árbol, ni por el árbol, el fruto. Tal es la descripción que hoy caracteriza la relación entre el estado actual de la economía norteamericana y la mezcolanza de impulsos tuiteros y contramarchas nocturnas que generosamente pudiéramos denominar una política macroeconómica. Es difícil analizar una economía sin referencias al marco político, más aún en el actual contexto de los EE.UU. Sepa el lector discernir entre la objetividad de los datos y la subjetividad de las opiniones.
Producción
Pero vayamos a los hechos: en el segundo trimestre de 2019, el PBI de los EE.UU. se expandió en 2,0% (anualizado) frente a 3,5% un año atrás. Si bien este guarismo palidece ante las cifras superiores a 6% que China continúa anunciando, luce bastante favorable frente a la anémica performance de la economía de la eurozona (apenas 1,2%) durante igual período. De Japón (0,5%), ni hablar.
Por categoría de gasto, el principal impulsor fue el consumo privado (4,7%) que hoy representa el 70% del PBI. En cambio tuvieron impacto negativo tanto la inversión bruta (-6,1%) como el resultado neto del comercio exterior (-5,7%). El gasto público creció al 4,5%.
En términos globales, los EE.UU. ocupaban en 2018 el primer lugar (como hace más de un siglo) con el 24% del PBI mundial. Sigue China con el 16%, aunque en su conjunto la Unión Europea aporta el 22%. Si bien cabe esperar que la brecha EE.UU–China se siga cerrando, en términos de PBI per cápita queda claro que la diferencia aun es abismal (USD 62.500 versus USD 9.600).
Empleo
En materia de ocupación, a primera vista sorprende la cifra de 3,7% de desocupados que informa el Buró de Estándares Laborales (BLS) el primer viernes de cada mes. Tradicionalmente se considera más que aceptable una del 6%, correspondiendo al típico desempleo “friccional” de la economía.
Pero el método de cálculo es engañoso: al excluir de la fuerza laboral (a los efectos de cálculo) aquellos desocupados que no han buscado trabajo en el último mes (los desanimados), se minimiza la cifra del desempleo. Si la tasa de participación laboral se hubiese mantenido en su pico previo a la crisis (67%), de hecho hoy la tasa de desempleo estaría en 9,4%.
Debe considerarse además que los nuevos empleos son de calidad y remuneración inferiores a los que se perdieron durante la crisis: diez años después, las industrias manufactureras siguen suprimiendo empleos, mientras que las nuevas oportunidades de trabajo aparecen principalmente en el sector de los servicios, como ser ventas minoristas, restaurantes, turismo y servicios de la salud.
Inflación y salario real
A tono con la baja inflación de precios al consumidor en evidencia en todo el mundo industrializado, la inflación de doce meses resultó de 1,8% a fines de junio 2019, en franco descenso con relación a su nivel de un año antes (2,7%). Lejos de ser una bendición, para estos países la inflación muy baja causa preocupación como indicador de demanda insuficiente y capacidad ociosa, con posibles consecuencias deflacionarias. En otras palabras, otro síntoma de debilidad económica. El hecho que la eurozona – con una inflación del 1% – este bordeando el estancamiento, refuerza esta idea. El salario nominal subió 3,5% en los 12 meses terminados en agosto 2019, lo que en términos reales equivale un 1,6%.
Gestión fiscal
Luego de reducir sensiblemente el déficit fiscal federal en los años posteriores al gasto de emergencia requerido por la crisis del 2007-08, hubo un punto de inflexión en 2015 que marcó una nueva tendencia expansiva del gasto desfinanciado. Se proyecta que el año fiscal 2019 –que finaliza a fin de setiembre– rondará en torno a un déficit de USD 1,1 trillones (equivalente al 5% del PBI).
Los principales elementos que promueven un mayor déficit por el lado de los gastos son el aumento del presupuesto de defensa y los programas de gasto social mandatados por ley, y por el lado de los ingresos el recorte impositivo a los hogares de altos ingresos y las empresas privadas promovidas por la actual administración. Como resultado, desde 2012 la deuda pública ha sobrepasado el nivel del PBI anual, ubicándose en 106% en 2018.
Política monetaria
En realidad, la política monetaria ha asumido enteramente el protagonismo macroeconómico en los EE.UU. desde la crisis financiera, salvo en los primeros años cuando el Tesoro participó en los rescates bancarios y algunos programas dirigidos a promover la demanda. Mediante sus políticas de relajamiento cuantitativo (compra masiva de bonos al sector bancario) y tasa de interés cero (en realidad, 0,25%), bajo la tutela de Ben Bernanke y luego Janet Yellen el Sistema de la Reserva Federal (FED) inundó de liquidez a los mercados financieros para apuntalar al sistema bancario.
Ante el repunte de la actividad económica y especulativa – y para evitar un eventual brote inflacionario– en 2013 la FED anunció sus planes de ir paulatinamente reduciendo sus inyecciones de liquidez y eventualmente comenzar a subir la tasa de interés. El impacto del anuncio tuvo fuerte repercusión negativa en los mercados accionarios, que veían desaparecer su fuente de financiación gratuita.
De todas formas la FED comenzó con un aumento escalonado de tasa a fines de 2015, buscando recomponer margen de maniobra monetaria en caso de un nuevo enfriamiento de la economía. Para mediados de 2018 la tasa de política monetaria había llegado a 2,5%.
Políticas cambiaria y comercial
No creo exagerado afirmar que durante las administraciones de Obama (2009-16) e inmediatamente previas, no hubo innovación significativa en estas áreas. Dentro del marco del multilateralismo reinante, los EE.UU. continuaron con su política (más bien, ausencia de ella) de “abandono benigno” del dólar en materia cambiaria, así como su apoyo a la OMC en temas de comercio internacional. Apenas, quizás, la adopción de sanciones específicas en el marco geopolítico (Rusia, Irán, Corea del Norte), así como un monitoreo permanente de la actuación china en temas comerciales y de mercado cambiario.
Enter Mr. Trump
Trump irrumpe en el escenario político partidario con dos o tres ideas muy simples, fácilmente captables por las masas desplazadas por la globalización. Se le podrá criticar por muchas cosas, pero sin duda posee un olfato político que detectó una veta electoral ignorada por sus contrincantes en ambos partidos. Primero sostuvo que América (así llaman los estadounidenses a su país) estaba en decadencia tras décadas de gobiernos incapaces. Había que regresar a las épocas de glorias perdidas. En segundo lugar, el resto del mundo se aprovechaba de la generosidad e ingenuidad de los EE.UU. en materia comercial y de su papel de guardián de la Pax Americana. Ya era hora que los demás empezaran a pagar por los servicios de seguridad que los EE.UU. brindaban al mundo. Por último, la inmigración irrestricta no solo era responsable de la caída de ingresos de amplios sectores de la población, sino que además sembraba la inseguridad y contribuía a la decadencia. Había que defender la frontera sur con un muro.
La solución tenía un nombre: Donald Trump, maestro negociador (en realidad, protagonista de quiebras billonarias en serie); genio destacado (no llegó a terminar sus estudios de grado en Wharton); hombre hecho de la nada (con ayuda de los millones heredados). En fin, poseedor de ninguna de las numerosas virtudes que hicieron de estos norteamericanos un pueblo admirado y apreciado, Trump se caracteriza por una tan inagotable como desubicada confianza en sus propios talentos. En su mundo populista, todo es simple y de fácil solución. Incluso China, Irán, Corea del Norte y el Medio Oriente.
Las políticas de Trump
La administración Trump se caracteriza por una alta rotación de miembros de gabinete debido a las dificultades de relacionamiento con el Presidente, especialmente a la hora de intentar disuadirlo de algún curso de acción considerado imprudente.
En materia comercial, el año 2017 marcó visitas de estado reciprocas entre los EE.UU. y China, sin que hubiese novedades. La campaña real comienza en 2018 con acciones generales de EE.UU. (aranceles sobre paneles solares, acero, aluminio, etc.) que afectaron de lleno a China, quien al poco tiempo reacciona con trabas a los EE.UU. Se sucede un semestre de represalias mutuas hasta que se acuerda una tregua a comienzos del 2019. Desde entonces las conversaciones y amenazas han continuado en forma intermitente, contribuyendo a enlentecimiento e incertidumbre en las cadenas de valor globales.
El gran problema interno de Trump es la política monetaria, precisamente porque ni su diseño ni su ejecución corresponden a la Casa Blanca ni al Tesoro, sino a la FED en su carácter de banco central.
Esto ha afectado no solo el comercio bilateral de EE.UU. con China, sino también el comercio internacional. Si bien las medidas arancelarias suelen diferir su impacto en el tiempo, en el periodo enero-julio de 2019 la balanza comercial (mercaderías) de los EE.UU. con el resto del mundo fue deficitaria en USD 506 billones, habiendo crecido 3% con relación a igual periodo del año anterior. El déficit bilateral con China fue de USD 200 billones, 10% menos que en 2018. Lo cual demuestra que la protección arancelaria no disminuye el déficit, sino que lo redistribuye entre otros países. El origen de los desequilibrios externos de los EE.UU. no responde tanto al oportunismo chino como al excesivo consumo del pueblo norteamericano financiado por el endeudamiento.
En el terreno fiscal ha habido poco movimiento, más allá del reparto de beneficios ya mencionado que ocasionó una efímera reacción productiva en el 2018. También hubo programas de subsidios agrícolas para compensar a los productores por la caída de precios resultantes de la pérdida de China como mercado sojero, en vista de la importancia del gran medio oeste de los EE.UU. como bastión electoral del “trumpismo”.
El gran problema interno de Trump es la política monetaria, precisamente porque ni su diseño ni su ejecución corresponden a la Casa Blanca ni al Tesoro, sino a la FED en su carácter de banco central. Es justamente esta autonomía de la FED que debiera garantizar que la política monetaria fuese independiente de los intereses electorales y políticos, tanto de gobierno como de la oposición. El actual presidente de la FED –Jerome Powell– fue nombrado por el propio Trump (y ratificado por el Senado), aunque pronto incurrió la ira de la Casa Blanca al exhibir demasiada independencia de criterio.
En efecto, al asumir a comienzos de 2018 Powell continuó con la serie de aumentos de tasa de interés iniciada por sus antecesores, a pesar de que tanto los mercados financieros como Trump clamaban por un alto al alza (que recién ocurrió a fines de 2018). Luego, ante las primeras señales de un enfriamiento y tras renovadas críticas de la Casa Blanca, la tasa se redujo en ¼ de punto el pasado mes de julio.
Obviamente el temor de Trump es la posibilidad de una recesión en año electoral (2020), por lo cual quiere que la FED emule la estrategia del Banco Central Europeo (BCE) de llevar las tasas de interés a terreno negativo. Asimismo, la volatilidad en los mercados financieros ante el retiro de la “plata dulce” amenaza con una brusca corrección de las cotizaciones accionarias. Tanto un “crash” bursátil como una “recesión Trump” serían nefastos para sus intereses. Ante la reticencia de la FED en complacerlo, ha distinguido a Powell con tuits que lo tratan como “más enemigo de los EE.UU. que el Premier Xi”.
Lo que Trump no entiende es que las políticas del BCE anunciadas por el saliente gobernador Draghi la semana pasada – que consisten en una nueva baja de intereses y el recomienzo de masivas compras de bonos a la banca – son ante todo un síntoma de la debilidad de la eurozona. Son un polémico retorno a medidas que han demostrado su ineficacia más allá del limitado objetivo de mantener a flote el sistema, similar a lo que está ocurriendo hace tres décadas en Japón. Este es el escenario que enfrentará la nueva gobernadora del BCE Christine Lagarde (ex FMI) cuando asuma a comienzos de noviembre.
El multilateralismo y la globalización -con todos sus cada vez más apreciados defectos- están en retroceso hacia un mundo fragmentado del “sálvese quien pueda”.
Tanto la economía como el sector bancario de los EE.UU. parten de una posición de mayor fortaleza que Europa y ya no necesitan reincidir en estas medidas de emergencia. Adoptarlas sería interpretado como una admisión de debilidad. Pero este miércoles 18 la FED tomará su decisión y los mercados (y Trump) seguramente reaccionarán con enojo si no logran su anhelada rebaja en la tasa de interés. Es probable que lo consigan, pero también que la FED anuncie que será la última baja prevista salvo que la economía deteriore en los meses venideros (ver Gráfica 1).
Para finalizar, esto nos lleva al terreno de la política cambiaria. El dólar sigue siendo una moneda fuerte porque es la moneda de la economía libre más fuerte y resistente del mundo. En los últimos 5 años el valor del euro ha fluctuado entre USD 1,04 y USD 1,25. Hoy cotiza a USD 1,10 y es posible que baje de valor en función de las nuevas medidas del BCE (ver Gráfica 2).
Trump está obsesionado con el tema y le exige a Powell que también baje la tasa de interés para que la eurozona no concrete una ventaja competitiva vía el tipo de cambio. ¿Suena familiar? Para economistas evoca las guerras cambiarias de los años 30, que junto a las guerras arancelarias contribuyeron a la depresión más larga y profunda de la historia moderna, desembocando finalmente en una guerra real.
El multilateralismo y la globalización – con todos sus cada vez más apreciados defectos – están en retroceso hacia un mundo fragmentado del “sálvese quien pueda”. El proceso lo lidera el mismo país hegemónico que llevó al mundo a conocer los frutos de la cooperación en el marco de la gobernanza supranacional. El contenido geopolítico de sus políticas macro va en ascenso, como podemos ver en el caso Huawei. Existe una clara intención de contener a China, especialmente en sectores sensibles.
Ante el auge del mega rival asiático, ¿será inevitable que los EE.UU. caigan en la trampa de Tucídides? ¿O confían que –al igual que en la Unión Soviética– las contradicciones internas del modelo chino causen su colapso desde adentro? ¿Podrá surgir una Europa unificada como tercer integrante de un nuevo orden global multipolar? Mucho dependerá de la evolución económica de los distintos bloques. Pero no hay duda que el multilateralismo ofrece un marco más propicio para la solución pacífica de los diferendos.
(*) Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.