Fazenda de la Esperanza es una red de comunidades que trabaja para la rehabilitación, principalmente de personas con problemas de consumo de drogas. Se fundó en 1985 en Brasil y su casa madre está en San Pablo, aunque hoy se encuentra presente en 24 países y tiene 156 establecimientos.
La red se apoya en diferentes grupos distribuidos por los diferentes territorios que se llaman Esperanza Viva y no solo brinda asesoramiento para ingresar a una Fazenda, sino que realiza el seguimiento de la persona que pasó por el tratamiento. En Uruguay existen tres comunidades terapéuticas, es decir centros de ingreso voluntario, en Cerro Chato (masculino), Montevideo (masculino) y Melo (femenino).
Esta última está dirigida por la brasileña de 31 años Ester de Freitas. La Fazenda que estaba más cerca de su ciudad se encontraba a una hora y media de distancia. Conoció el movimiento gracias a la Iglesia. Comenzó con trabajos voluntarios en 2016, pero sintió que debía conocer un poco más la vida en la organización. En ese momento estaba trabajando y con 26 años había terminado la universidad. Decidió dejar todo por un año y se hizo misionera por ese periodo.
“Sentía que tenía que llenar un vació, hacer algo más. En 2017 entré al voluntariado en Brasil, me fui de misionera a Francia por tres años y medio, luego llegué a Uruguay. Encontré que haciendo eso mi vida tenía sentido. Descubrí mi vocación. Ayudando a las personas de Fazenda me ayudé a mí misma”, relató a La Mañana.
También confesó que al principio tenía miedo por sus prejuicios, pensaba que las personas con problemas de adicción eran peligrosas. “Sin embargo descubrí que eran personas como yo, solo que se habían equivocado al consumir y creer que esa era la salvación de sus problemas”, expresó la entrevistada.
Abordaje de tres pilares
Fazenda no solamente busca que las personas salgan de la droga: dentro de las comunidades no se consume ningún tipo de droga legal ni ilegal, solo medicación para quienes lo necesiten y esté indicado por un especialista. Para ayudarlos a salir del consumo se necesita que estén conscientes. Y la metodología se basa en tres pilares: trabajo, convivencia y espiritualidad.
La terapia de la Fazenda es de 12 meses, por lo que todo el año se tienen actividades de trabajo; por ejemplo, panadería y trabajos manuales de atelier, así como una huerta. En los primeros dos elaboran productos que venden en las parroquias y a personas particulares.
El ingreso es voluntario, así como la salida. “Si alguien se quiere ir al día siguiente de ingresar es libre de hacerlo”, indicó de Freitas. Además, se paga una cuota mensual, una contribución para sostener la casa, aunque se estudia cada caso y si no hay posibilidades de abonar ese monto, se busca para que sea mucho menos, pero el plan es que no sea gratuito, porque ayuda a que el trabajo se valore y motive la permanencia.
“La realidad es que esa contribución no es nuestra fuente de sustento. Por ejemplo, este mes en Melo teníamos tres chicas que pagaban mensualidad, pero se fueron, abandonaron el tratamiento, por eso el dinero de la contribución es relativo. Lo que nos sustenta firmemente son las donaciones”, aseguró la responsable.
Comentó que, en este caso, la Intendencia de Cerro Largo da alimentos básicos como carne y verduras. Otra parte llega de donaciones particulares, como los productos para la panadería, y con eso producen panes, galletas, pasta frola.
A su vez reciben donaciones para el atelier. “Toda nuestra producción es en base a donaciones, entonces hoy tenemos casi 90% de sustento por solidaridad”, explicó. También tienen otras necesidades como la reparación de la casa, pintar, restaurar, y eso también se hace con trabajo de todos. “Quienes colaboramos trabajamos todo el día, desde la mañana hasta la tarde, y sabemos que lo que sostiene la casa no somos nosotros sino quienes ayudan”, dijo.
Mujeres: el miedo de aceptar que necesitan ayuda
En base a un factor de experiencia que ha tenido Fazenda en estos años, notan que las mujeres llegan a pedir ayuda cuando ya lo perdieron todo y que les cuesta asumir que pueden recuperarse.
“Tenemos 122 Fazendas masculinas y 35 femeninas. Esto pueda dar a entender que las mujeres consumen menos drogas que los hombres, pero no es así. En realidad, lo que sucede es que muchas mujeres consumen, pero para ellas aceptar que tienen un problema no es tan fácil. Es una realidad, les cuesta aceptar que pueden ser frágiles, es un problema de aceptación”, relató de Freitas.
Explicó que culturalmente, frente a la sociedad, es una vergüenza ser mujer adicta. Por ejemplo, ha visto casos de que cuando los hombres aceptan que son adictos la familia suele apoyar, les lleva cosas, los visitan. Las mujeres, sin embargo, muchas veces no reciben visitas y cuando su familia se entera que tienen problemas de drogas, suelen juzgarlas con más énfasis y más si tienen hijos.
“Entonces, la mujer, antes de pedir ayuda, piensa en todo lo que va a tener que escuchar. No debería ser así. Pero piensa en cómo hacerlo y la familia, generalmente, es la última en enterarse. Incluso hemos tenido casos de mujeres que llegan en secreto por un fin de semana y dicen que no pueden quedarse porque si no su núcleo se enterará que se droga y tienen temor de las reacciones”, planteó la entrevistada.
Agregó que cuando llegan a Fezanda, muchas mujeres tienen historia de abuso, tienen hijos, dolores de abortos, es decir, temas muy delicados de aceptar y reconocer, pero que deben hablarlos para recuperarse. “Nosotros fomentamos que hablen, pero en su tiempo. Fazenda es un lugar que acoge y permite abrir los dolores”, explicó de Freitas.
Otro factor es que algunas chicas quieren soluciones muy rápidas, pasar rápido por el proceso. Viven 15 años de adicción, pero desean salir en un mes. “Algo positivo es que cuando la mujer se decide, la probabilidad de que se recupere y tenga una vida fuera del consumo es más alta que con los hombres, que suelen recaer en mayor medida”, señaló.
La Fazenda de Melo tiene capacidad para 12 mujeres y actualmente son tres las que están en recuperación. “Queremos que las mujeres tomen el coraje de aceptar ayuda, nosotros estamos dispuestos a ayudarlas a salir del momento de sufrimiento. La sanación viene cuando hablamos y somos escuchadas. Creo que todas tienen la posibilidad de ser recuperadas y recomenzar. El sufrimiento puede ser trabajado, pero no lo podemos hacer solos, y se puede volver a tener dignidad de vivir, porque Dios nos colocó en la tierra para ser amados”, reflexionó.
¿Cómo ingresar?
Lo primero es aceptar la ayuda. Concretamente esa aceptación debe llegar a Fazenda a través de una carta escrita a mano contando de su vida y pidiendo ayuda. Se trata de un pedido formal de la persona exclusivamente. Luego de la carta se debe realizar una entrevista con el grupo de apoyo que esté más cerca de su localización y se analiza si necesita estudios médicos.
“Una persona con dependencia química puede vivir en una comunidad terapéutica si tiene acompañamiento médico, por eso mismo se hacen los estudios, para que tenga su medicación y no tenga que estar saliendo”, expuso de Freitas.
En la casa no hay psicólogos ni psiquiatras, son personas que decidieron donar su vida para ayudar a quienes quieren restablecer la suya.
“Hay mujeres que llegan con hijos y otras que no tienen a nadie, cada caso debe ser analizado”, dijo la entrevistada.
Un día en Fazenda de la Esperanza Melo
En Fazenda se fomenta la disciplina, el orden, hábitos de limpieza, higiene. La rutina comienza a las 6:00 de la mañana; a las 7:00 desayunan, luego hacen un momento de meditación. Van a trabajar, paran para almorzar y vuelven al trabajo. Posteriormente se descansa y luego se realizan actividades en convivencia o comparten el evangelio. Por último, cerca de las 22:30 horas, se acuestan a dormir.
“Es una rutina para mantenerlas en actividades todo el tiempo. En general ellas, en los primeros momentos, no saben qué hacer en el tiempo libre, porque además no tenemos televisión, ni internet, es una vida radical pero necesaria para enfrentar la vida fuera. Sé que es difícil para ellas”, añadió la responsable.
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