Se cumplen 10 años de la elección de Jorge Mario Bergoglio como obispo de Roma. La finalidad del presente artículo es marcar los que consideramos los lineamientos principales en la primera década del sacerdote jesuita argentino como máxima autoridad de la Iglesia católica.
El papado de Francisco se inició en medio de una situación convulsionada, ya que su antecesor, Benedicto XVI, se despidió del ministerio petrino lamentando las internas de la Iglesia, siendo el primer pontífice que renunció a su cargo en los últimos seis siglos.
Preservar la unidad de la institución a su cargo ha sido y sigue siendo una de sus principales preocupaciones. Se ha mostrado atento para evitar todo tipo de divisiones. Al respecto, hace pocos meses, expresó: “Unidad no quiere decir uniformidad… que la unidad sea más fuerte que las fuerzas dispersivas o del arrastrarse de las viejas contraposiciones… Cristo es el centro unificador de toda la realidad… Amen siempre a la Iglesia. Amen y preserven la unidad de vuestra compañía. No dejen que su Fraternidad sea herida por divisiones y contraposiciones, que hacen el juego del maligno; es su trabajo: dividir, siempre” (Discurso ante los miembros de Comunión y Liberación, 15 de octubre de 2022). Entiende Francisco que la unidad es querida por Dios. En un Ángelus reciente –26 de febrero de 2023–, se expresó en términos contundentes. Recordó que Jesús vino “al mundo a hacernos partícipes de la unidad que existe entre Él y el Padre. El diablo, en cambio, hace lo contrario: entra en escena para dividir a Jesús del Padre y apartarlo de su misión de unidad para nosotros. Divide siempre…Diablo significa ‘el que divide’. El diablo siempre quiere crear división”.
La división es un gran peligro. Las amenazas llegan de diferentes flancos que polarizan sus posiciones. Desde cierto sector la defensa de la llamada misa “tradicional” se ha transformado en una ideología y se emprende un combate contra el actual pontífice, donde se cuestiona hasta su legitimidad como tal. Desde el extremo contrario, otra línea pretende desnaturalizar la doctrina de la Iglesia en forma caprichosa, como anhelan algunos obispos alemanes. “Tradicionalistas” y “progresistas” son bandos en pugna que dinamitan la unidad católica. El Papa acepta la diversidad, pero rechaza que se creen facciones al estilo de partidos, porque hieren al espíritu de la Iglesia. Unos meses atrás –durante la Misa por el 60° aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II–, suplicó no caer en el “engaño diabólico de las polarizaciones”.
Esta mención a las polarizaciones nos adentra en un tema muy claro al pensamiento de Bergoglio: las tensiones bipolares. Es preciso indicar que las tensiones bipolares no son dicotómicas, no son dilemas en los que uno debe optar por uno de los términos excluyendo al otro. No, no es así. Hay un orden de jerarquía entre los puntos, pero uno no excluye al otro. Ambos coexisten. A diferencia de las contradicciones, donde uno de los términos resulta excluido, en las tensiones bipolares se mantienen ambos y es posible la conciliación entre ellos. Las tensiones bipolares deben ser resueltas, pero no se trata, como a veces se suele creer, en una “síntesis” de tipo hegeliana. No. En el pensamiento de Bergoglio se anhela conseguir la unidad y la complementación de opuestos. La Iglesia es una complementación de opuestos. Pero no se busca la absorción de una de las realidades en oposición por parte de la otra. Incluso en la solución, la tensión bipolar se mantiene. La tensión permanece, no se anula. Tensión no es lo mismo que contradicción.
Una de las tensiones que analiza Francisco es la que se verifica entre globalización y localización. El Papa hace tiempo que ha advertido que lo global ha entrado en tensión con lo local. En el mundo actual se produce una tensión entre la globalización y la localización. Al respecto, señala que es preciso valorar lo local y lo universal, pero cuidando no caer en los extremos. No hay que perderse en lo abstracto y globalizante, pero tampoco en la mezquindad localista y ermitaña. Manifiesta que hay valorar las raíces y la historia de cada pueblo, pero teniendo una mirada abierta a lo universal. Lo local y lo mundial deben ser atendidos sin volcarse a ninguno de los polos.
De modo similar al utilizado por Leon XIII –cuando fijó la posición de la Iglesia en la encíclica Rerum novarum ante la cuestión obrera a finales del siglo XIX, alejándose de las falsas soluciones propuestas por el liberalismo y el socialismo–-, Francisco en Fratelli tutti sentó la postura actual del catolicismo romano ante la artificial dicotomía entre el globalismo progresista y el soberanismo, que son evaluadas como ideologías extremas y polarizadas. Francisco critica la actual globalización porque busca anular identidades de todo tipo y pretende destruir las genuinas raíces de los pueblos, pero también condena a los nacionalismos cerrados y xenófobos que exaltan su parte, pero buscan excluir y descartar a quien perciben diferente.
El Papa apunta a que el modelo correcto de globalización no es la esfera globalizadora sino el poliedro, donde cada parte puede aportar algo a ese todo poliédrico. Esto se emplea tanto en la acción pastoral como en la actividad política de cada comunidad. Pero también se aplica a nivel mundial. Cada uno de los pueblos –conservando su propia peculiaridad– contribuye al bien común universal.
En definitiva, esto es apenas un sucinto recorrido de un pontificado que ya es histórico por motivos varios; primer papa latinoamericano, primer papa jesuita, primer papa no europeo en siglos, segundo papa en cantidad de viajes realizados al exterior y países visitados. A su vez, al cumplir una década al frente de la Iglesia universal, Francisco ya ha superado –en duración en su cargo– a casi 200 de sus 265 antecesores.
*Abogado de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Magister en Relaciones Internacionales de la Universidad de Bologna. Columnista especial para La Mañana desde Buenos Aires
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