Su infancia transcurrió en Brazo Oriental, en una casa grande, con sus hermanos trillizos a quienes les lleva nada más que 18 meses. Sus padres trabajaban la mayor cantidad de horas posible –el papá tenía un pequeño comercio y la mamá era funcionaria municipal–, mientras que sus tíos y abuelos ayudaban a criar a los niños. En el barrio era común que los chicos jugaran al fútbol en la calle. Además, recuerda su niñez en el Movimiento Scout, que fue el lugar donde formó sus valores, según contó entrevistado por La Mañana.
Proviene de familia colorada, opción de la que se separó a partir de la lectura de la historia. De hecho, cuando era niño, su madre lo llevaba a los actos de la entonces reconocida dirigente batllista Alba Roballo. Pero, en su juventud él se fue abriendo camino hacia el Partido Nacional (PN), y en el año 79 empezó a descubrir la figura de Wilson Ferreira, a la distancia, que lo cautivó.
¿Qué lo llevó a estudiar Derecho?
Me gustaban algunas materias, nunca me vi ejerciendo la profesión, pero también empecé la carrera por el interés en la política. En el 80 me vinculé a las coordinadoras de la Juventud del PN, en los albores del plebiscito. En el 82 participé de la fundación de la Asceep (Asociación Social y Cultural de Estudiantes de la Enseñanza Pública), que era parte de aquel movimiento universitario que comenzó a haber con las revistas de facultades, las murgas, el canto popular, la resistencia silenciosa.
Ya tenía bastante militancia partidaria, tanto que en el 82 salí convencional por ACF (Adelante Con Fe). Yo trabajaba muchas horas, por lo tanto, iba dando algunas materias libres y militaba mucho en la facultad. Fundé la Secretaría de Asuntos Sociales del PN y fui secretario general de Por la Patria.
¿Qué lo hizo dejar la carrera?
No me interesaba el ejercicio de la profesión, no me motivaba, y al trabajar tantas horas no me daba para todo, la política me absorbía bastante, ya tenía muchas responsabilidades y me atrapó más.
¿Cómo era militar en la dictadura?
Fueron distintas etapas, en algunos momentos era muy duro, riesgoso, mucho menos para nosotros que para otros que integraban partidos políticos que estaban declarados clandestinos, pero de todos modos militar en el wilsonismo no era fácil. Wilson era un requerido por la Justicia Militar, y tener alguna forma de actividad política, sobre todo del 80 al 82, era muy complicado y había que hacerlo con cuidado porque había muchos equipos de Inteligencia trabajando y estábamos muy vigilados.
Cada tanto, alguno de nosotros tenía un mal momento. Yo estuve muchos días detenido en Inteligencia, interrogado muchas horas por día. Terminé en la Justicia Militar, pero exonerado por las presiones que hizo el PN, porque había una línea militar que procuraba el diálogo buscando una salida, y fue la que primó en la interna militar para que me liberaran.
¿Qué recuerdos tiene de Wilson?
Miles… desde el 84, que lo conocí en Argentina, en adelante. Era un tipo de un enorme magnetismo, con la capacidad de sintetizar el pensamiento de todos los demás en frases que llegaban mucho, de conmover, pero también de iluminar un camino de transformaciones.
Más allá de lo que uno pudo haber conocido y leído de sus etapas de ministro, de legislador, y toda su acción en la resistencia previa al golpe de Estado y durante el mismo en el exilio, yo conviví con el Wilson de la gobernabilidad, el conductor del partido y de buena parte de la vida nacional desde la presidencia del directorio, porque al estar proscripto no obtuvo ningún cargo electivo. Fue el socio principal del gobierno de Sanguinetti en tanto aseguró la estabilidad y la gobernabilidad del país en una salida compleja.
En el 85 llegó al Parlamento como diputado suplente.
Yo era suplente de León Morelli, y durante los tres meses en los que se discutió el Presupuesto Nacional fui el titular porque él no estaba. Y en febrero del 85, cuando se eligió el primer directorio del PN, ya en democracia, con Wilson libre, lo integré, propuesto por la Secretaría de Asuntos Sociales. Quiere decir que participé cerca de Wilson. Yo era el secretario general de la Juventud y era quien representaba en el directorio a la militancia gremial, social y particularmente estudiantil. Teníamos un vínculo muy cercano, lo admiraba, aprendí mucho, pero muchas veces también me tocó discutir y discrepar con él.
¿Por qué discrepaban?
Por estrategias o visiones diferentes que podíamos tener. Nosotros disputábamos con la izquierda los espacios de las organizaciones sociales, militando en el PIT-CNT, en la Asceep, en Fucvam, en Onajpu, en la estructura de los profesionales universitarios, en el cogobierno de la universidad. Todo eso Wilson lo dejaba entrar al partido porque lo renovaba muchísimo y le abría mucho la cabeza, pero a veces teníamos diferencias importantes y nos estimulaban a plantearlas.
Un partido viejo en muchísimas cosas solo podía tener espacio para una militancia gremial y sindical con Wilson, que entendía que había un mundo diferente y que teníamos que competir por esos espacios con la izquierda, que estaba naciendo y que crecía. Para muchos éramos los comunistas del PN, los barbudos que infiltrábamos al partido.
En el gobierno de Lacalle Herrera usted creó el Instituto Nacional de la Juventud (INJU) y fue su primer director. ¿Con qué objetivos se hizo?
El INJU se creó para generar políticas dirigidas a los jóvenes, un sector etario que no estaba considerado como tal: las personas eran menores hasta los 18 y adultos después. Recuerdo haber trabajado mucho para que en la salud se considerara que un joven de 17 años no era un niño que tenía que ir al pediatra ni era un adulto. Llevamos adelante políticas en materia de orientación vocacional, de primera experiencia laboral, de comportamiento sexual –fueron los primeros años en que apareció el SIDA-. Desde el Estado generamos un lenguaje amigable con los jóvenes cuyo vínculo principal fue la Tarjeta Joven.
¿Cuál cree que es la importancia de impulsar a los jóvenes en política? ¿Cómo ve a las juventudes hoy?
Los jóvenes en política han cambiado, hoy se vinculan de una manera diferente; las redes sociales son su zona de confort, son más independientes y libres para opinar, y son menos responsables para hacerlo porque lo pueden hacer desde una distancia que no obliga a hacerse cargo en una asamblea. Participan, aunque se comprometen mucho más con las causas –como el medio ambiente, el bienestar animal, la lucha contra las adicciones, la diversidad– que con los partidos.
¿Eso es bueno o es malo?
Es distinto, porque al final los partidos lo canalizan. No es que rechacen a los partidos, sino que los motiva más vincularse a una causa que ir a una reunión o charla política, pero cuando se trata de incidir, saben que el sistema funciona a través de los partidos y hacen escuchar su opinión allí.
En el 95 llegó al Senado, donde se destacó su actuación como artífice de la Ley de Promoción y Empleo Juvenil. Hoy, a más de 20 años de esa iniciativa, el tema parece estar todavía en el debe. ¿Qué lectura hace al respecto?
Efectivamente, el problema sigue estando. Hay un tema demográfico y, en una sociedad donde la gente vive mucho, la biología y la experiencia se valoran más que la inexperiencia. Para los jóvenes siempre es más difícil, por más que cuando ingresan al mercado de trabajo lo hacen por un precio de su mano de obra mucho más barato, y ahí es donde a veces hay un desplazamiento. Ahora se acaba de aprobar una ley que destina recursos económicos para estimular la contratación de jóvenes en los trabajos sin desplazar a otros.
En ese período también redactó la reforma del Correo, cuya dirección había encabezado en el gobierno de Lacalle Herrera –al mismo tiempo que lideró el INJU–, y se transformó en la actual Administración Nacional de Correos. ¿Qué significó para usted ese logro?
Exactamente, había sido director nacional de Correos después de una crisis muy compleja con el sindicato, de ocho meses de huelga, y me encargaron a mí, que tenía bastante conocimiento del tema gremial y sindical, negociar con ellos y reabrir el Correo. Era muy difícil tener herramientas para poder transformar aquello en una empresa eficiente; era una dirección del Ministerio de Educación y Cultura, por lo tanto, las decisiones que podía tomar el director eran muy limitadas.
El Correo en Uruguay primero fue una institución única, pero luego fue compitiendo, regulando a sus competidores, porque era quien daba la autorización a las empresas privadas para funcionar, que fueron conquistando espacios. Me tocó el trabajo de pasarlo a un servicio descentralizado, que tuvo un componente político muy importante. Fue un proceso que le dio más posibilidades de competir, aunque nunca dejó de ser deficitario.
En 2004, ya en Alianza Nacional, obtuvo una banca en Diputados. Asumió en paralelo al primer gobierno del Frente Amplio (FA), que fue un cambio significativo para la época. ¿Cómo lo recuerda?
Fue un viraje importante, pero el péndulo de la historia iba para ese lado. Se había cerrado un ciclo después de un tiempo muy difícil que le había tocado al gobierno de Jorge Batlle en lo económico y social, y llegó el FA a hacer algunos cambios, aunque manteniendo las cosas fundamentales de la historia democrática del país.
A nosotros nos tocó llevar el control desde el Parlamento sin tener mayorías ni contralor en los órganos de gobierno, no estábamos en los entes autónomos, en ningún ministerio ni cargo, por lo tanto, el Parlamento era el único lugar desde donde podíamos controlar. Allí pudimos hacer esa tarea, creo yo, de forma eficiente.
¿Qué margen de acción tuvo como legislador opositor durante los 15 años de gobiernos frenteamplistas?
Muy poco. El FA actuó siempre monolíticamente y por lo tanto fracasábamos con total éxito cada una de las veces que intentábamos una interpelación o resistir algunos cambios legales. Yo tenía mi doble tarea de hacerlo a nivel nacional y también departamental. Trabajé mucho como diputado en Montevideo, en la búsqueda de revertir un resultado que el FA había obtenido desde el año 89 en adelante y que se avizoraba que de no enfrentarlo eficientemente iba a continuar. Es decir, el FA construyó su fortaleza electoral con muros altos y bien protegida en Montevideo y expandió su dominio hacia el resto del país.
Justamente, llegó a anunciar su interés de ser candidato a la Intendencia de Montevideo, algo para lo que se había preparado. ¿Qué lo llevó a querer postularse? ¿Por qué no cuajó la idea?
Yo sentía mucha vocación por Montevideo y por disputar la fortaleza del FA, entrar en la batalla en el corazón de la izquierda y poder saldar una vieja deuda del PN, que logró ganar en Montevideo una sola vez en la historia. Mi desafío fue revertir ese comportamiento electoral.
No cuajó porque las mayorías partidarias resolvieron que el candidato fuera otro. Yo creé el Partido de la Concertación, junté las firmas; esa era la estrategia para poder llevar un candidato blanco, un colorado y uno de origen de izquierda. El hecho de que yo no pudiera postularme arrastró la decisión negativa de Ney Castillo, que iba a ser el candidato colorado. Luego el Partido Colorado demoró mucho en encontrar un postulante, lo hizo como pudo y eso lo llevó a que no sacara un solo edil. Y teníamos un candidato de procedencia de izquierda que no llegamos a decir quién era porque nunca se concretó. Eso terminó con un candidato blanco, uno colorado y Edgardo Novick.
Un “outsider” que terminó siendo el más votado.
Totalmente desconocido en ese momento, exitoso empresarialmente, sin arraigo partidario y sin partido. Fue el que votó mejor, pero nunca pudo hacer funcionar al Partido de la Concertación, ni siquiera a su propio grupo político, y usó ese éxito relativo electoral como plataforma de lanzamiento para una candidatura de aspiraciones personales en la que nos usó a todos para su futuro político, que terminó muy mal.
En 2018 fue presidente de la Cámara de Diputados. ¿Cómo fue para usted haber recibido ese reconocimiento luego de tantos años en el Parlamento?
Fue un reconocimiento a una larga trayectoria en el Parlamento, de mis compañeros y de todos los que me acompañaron. Siempre tuve buen vínculo con las demás corrientes políticas. Fue una experiencia interesante que aproveché, con la oportunidad de legislar, pero también de gestionar el funcionamiento del debate parlamentario, de la confrontación de ideas, y la administración de los recursos públicos y de un órgano del Poder Legislativo.
¿Cuál es la fundamentación que darán a la ciudadanía para que vote a favor de mantener la Ley de Urgente Consideración (LUC) tal como está?
Es una buena ley, que recoge los cambios que prometimos, que ya ha cumplido 14 meses de vigencia y que muestra resultados. Si no la hubiéramos hecho, quienes nos votaron nos estarían reprochando para qué nos votaron. En este tiempo no pasó nada de lo malo que se dijo que iba a pasar: no es una ley privatizadora, represiva, las cárceles de menores no se han saturado ni te echan en 20 días por una supuesta nueva ley de alquileres.
Dejaron de aumentar los delitos más violentos, cosa que sucedía año tras año en los gobiernos del FA, fruto de la gestión que inició Larrañaga y de un nuevo marco legal. En materia educativa y de inclusión financiera tampoco pasó nada de lo que se dijo. Hay un poco más de libertad, de derechos. Ningún trabajador perdió su derecho a hacer la huelga, pero los trabajadores que no quieren hacerla recuperaron su derecho a trabajar. El FA votó buena parte de la LUC, incluso algunos artículos que se quieren derogar.
El desafío de fortalecer al wilsonismo
En la reciente elección del directorio del PN, Gandini, a diferencia del resto de los sectores, que se alinearon a una lista única, presentó su propia lista, que obtuvo tres lugares. “Ese es el resultado de haberse animado a hacer otras cosas, de haber escuchado la necesidad de renovar”, explicó.
En esa línea, destacó que es fundamental “recomponer el ala wilsonista”, para que la fuerza política sea más equilibrada, en el entendido de que cuanto más competitivas son las distintas corrientes, representan a más gente y se puede lograr un mejor resultado electoral, mientras que “el pensamiento único achica a los partidos”.
El dirigente expresó que hoy hay un sector fuerte, consolidado, con un liderazgo claro, y otro sector disperso, que hay que reagruparlo. “Hay una necesidad de recomponer una columna de la cual queremos ser parte y empujarla, y hemos tomado el desafío de recorrer ese camino”, remarcó.
TE PUEDE INTERESAR