El hijo del histórico caudillo blanco, Wilson Ferreira Aldunate, compartía con su padre la vocación por la política y el campo. Siempre militó, pero nunca quiso dar el paso para que la actividad política se convirtiera en el centro de su vida. Sin embargo, sí fue productor rural, al igual que su papá, hasta que nuevas oportunidades laborales lo llevaron a trasladarse a Brasil y más tarde a Salto, donde vive hasta hoy. En la actualidad, integra Cabildo Abierto (CA), aunque siente que ser blanco está en su ADN. Recientemente, asumió como senador en suplencia de Guido Manini Ríos.
Proviene de una familia tradicionalmente blanca. ¿Cómo era el hogar en el que creció?
Se hablaba de todo. Yo tuve escarlatina a los cinco años y un día mamá vino a preguntarme si quería que me contara un cuento y le dije: “hablame de Napoleón”. Y la política era natural, no era muy central en la primera infancia, pero se hablaba. Inclusive no era la actividad principal de papá, pero a partir del 54 sí, progresivamente.
Esa fue la causa por la cual yo siempre fui zafral. Me interesa la política, pero nunca quise dar ese paso y que eso fuera mi vida, probablemente, por ver cómo fue nuestra vida. Es decir, cuando a papá lo absorbió del todo, yo ya era grande, lo suficiente, como para sentir esa diferencia.
A mí me encantaba cuando él me despertaba a las cuatro de la mañana para ir a la pesada de los novillos y después me dejaba en el colegio, o soñar en irnos para afuera en las vacaciones. Un día papá desapareció de eso. Yo no quise que mi vida fuera así.
Pero ¿tenía la vocación por la política?
Debo haberla tenido, porque si no, ni me lo hubiera planteado, pero yo me contuve de dar ese paso. Es evidente, tenía una vocación. Nunca quise envolverme al punto de que mi vida fuera lo que terminó siendo, progresivamente, la de mi padre.
¿Qué lugar ocupaba en su vida la militancia?
Yo no era de salir a pegar carteles, pero participaba en reuniones, debatía, me informaba, apoyaba, criticaba, y hacía todas las actividades inherentes con la inminencia de las elecciones. Fui un par de veces convencional del Partido Nacional, pero no tenía esa cotidianeidad de comités, que hasta ahora no es una cosa que me guste.
¿Cómo era su relación con Wilson?
Bárbara, y teníamos muchas cosas en común, como la fascinación por la historia, que era bastante general en casa, tanto de mi padre como de mi madre. La biblioteca de papá… Yo me hice dos rabonas y en las dos salí por los montes de eucaliptus en Carrasco y volví a escondidas, con la complicidad de las empleadas, y me fui a su escritorio a leer. Y las cosas del campo también; papá era muy polifacético, le fascinaban los animales. Yo pasaba bien con él.
Usted se dedicó al campo.
Esa fue mi vida voluntariamente. Tuvimos que vender los campos como consecuencia de la política, pero no porque yo haya perdido el gusto por eso. Toda la vida me gustó, pasé mucho tiempo en el campo. Después estudié eso, inclusive estuve un año en Alemania haciendo una especialización. Luego volví, me recibí y me fui para el campo. Ahí me quedé viviendo hasta el año 86.
Más tarde, en el 88, me fui a Brasil, porque me salió un trabajo muy bueno. Yo era agregado comercial en el Consulado de Porto Alegre. Era fascinante, porque, además, justo coincidió con el proceso que culminó con el Mercosur y todo ese arranque.
De ahí me fui para Salto, en el 93, a trabajar en Salto Grande. Yo me ocupaba de un sector que tiene que ver con los campos expropiados, los campos dados en concesión, a los cuales había que hacerles un seguimiento porque habían sido dados bajo ciertas condiciones. Después me jubilé.
“A Wilson no le hacían caso en la mitad de las cosas que decía, y ahora que se murió, todos son expertos bíblicos del evangelio de Wilson”
Y siguió en Salto hasta el día de hoy.
Sí, porque las raíces brotan. Yo me fui para Salto con mis hijos, relativamente chicos, en enero del 93, y ahí se casaron y tienen sus familias. La más chica se casó con un salteño y viven en Montevideo, pero tienen ganas de irse para allá en cuanto puedan. Y lo que uno tiene en la vida, al final, son los hijos y los nietos.
Como hijo de Wilson, ¿siente la responsabilidad de continuar su legado?
No existen los legados. Mucha gente cree, otra gente no cree, pero dice que hay un legado. A mí no me gustaría, porque haya sido político, o así hubiera tenido una mercería, hacer nada que abochornara a mis padres. A Wilson no le hacían caso en la mitad de las cosas que decía, y ahora que se murió, todos son expertos bíblicos del evangelio de Wilson.
¿Hoy no ve representado el wilsonismo?
No existe. Está lleno de gente que lo quería mucho y está lleno de gente que no sabía ni quién era, porque eran chicos, pero ahora piensan: “qué bien este tipo”. Yo creo que no hay ningún uruguayo que reniegue del legado de Artigas, ¿y son artiguistas? No.
Hay cosas más concretas, como Manini, que uno de los sesgos de su vocación política es seguir esos grandes lineamientos de Artigas, que muchas veces se han desdibujado en este país. Pero eso es muy legítimo.
Fijate Batlle y Ordóñez… No hay ningún uruguayo que no coincida con alguna aspiración de Batlle. Eso es una cosa, otra cosa es decir “yo soy el Vaticano del batllismo”, o de Wilson. No existe. Entonces, si en vida había sesgos, si las cosas más importantes que hizo causaban asombro, ahora, después de muerto, ¿son adivinos de lo que papá diría si viviera hoy? ¿Adivinan las ideas que en vida los tomaban por sorpresa?
“La dictadura hizo plebiscito y cumplió, no como con la Ley de Caducidad, que vinieron los frenteamplistas y violaron dos plebiscitos convocados por ellos”
Luis Batlle, ante la aparición del Frente Amplio (FA), fue el caudillo urbano más importante del Uruguay. Y, probablemente, el colorado más diferente a lo que hacía Luis Batlle haya sido Jorge Batlle, y nunca renegó de su padre, lo quería mucho y lo valoraba. Pero los chicos crecen, las cosas cambian y Jorge Batlle impulsó un nuevo sesgo que hay que darle a la vida en este país si no queremos desaparecer, y no estaba pensando qué diría su papá, porque es una adivinanza inconducente.
¿Qué sintió al asumir en el Senado días atrás?
Desde los seis años iba al Parlamento, y cuando asumí la banca de Manini –por lo cual estoy encantado y muy agradecido-, estar sentado ahí, a unos metros del sillón donde se sentaba (Wilson), me generó una cosa muy linda, una efervescencia. Eso no quiere decir que yo esté pensando qué votaría si estuviera acá, porque no es así la vida.
¿El wilsonismo murió con Wilson?
Y si mañana se disuelve Peñarol porque se inventa el Scrabble y la gente no va más al fútbol, ¿eso es repudiar a Cataldi? No, pero que no me venga un tipo a decir que él es el wilsonismo, porque yo no estoy juzgando la intención de quien lo haga, pero no es así. ¿El wilsonismo no es Wilson? Y se murió. Ahora, que compartan sus ideas me gusta y, sobre todo, si en vida las compartieron, porque hay muchos que no y se suben al carro. Es muy buen negocio ser de Wilson cuando no competís por los votos con él.
Su padre tuvo un importante papel en la defensa de la democracia durante la dictadura. ¿Cómo recuerda usted esos años?
Fue interesante y estaba la dicotomía de acá y allá, porque Uruguay son tres millones de personas acá y él se tuvo que ir. Su lucha se centró en que, si nos dejaban solos, se acomodaban los zapallos en el carro, es decir, no quería intervenciones foráneas.
Terminaron metiéndolo preso con la acusación de someter a la República al riesgo de ser invadida por poderes extranjeros, cuando era todo lo contrario, o sea, su prédica era: “no se metan; si ustedes no meten el dedo, nosotros nos terminamos arreglando”. Era contrario a la intervención.
Al mismo tiempo, trataba de que no se hiciera política de comité en el exterior, que los uruguayos no actuaran públicamente con referencia al país en representación de tal lista o de tal lema.
¿Cómo vivió la llegada de Wilson al país, tras el exilio?
Retornando junto con él en el barco. Fue impresionante. Cuando se disipó la niebla y veíamos a Montevideo, la gente estaba haciendo señales por las ventanas. Todo el despliegue en el puerto fue tremendo. Cuando se fueron los helicópteros nos dejaron un buen período de tiempo en el barco, tratando de evitar que subieran conglomerados y manifestaciones. Después, cuando íbamos saliendo, estaban los fusileros navales.
Enseguida lo detuvieron a Wilson. ¿Cómo era la experiencia de tener que ir a verlo al cuartel?
Era jorobado porque no nos íbamos a mudar a Flores, y podíamos visitarlo los martes y los jueves en un horario muy estricto de 45 minutos a determinada hora, que era bastante próxima al horario de visita de mi hermano, que estaba en Paso de los Toros. Teníamos que ir relativamente rápido en coche.
Una vez fuimos a comer en Durazno a un lugar que tenía pastas ricas, y a la vez siguiente nos esperaban coches de la policía; nos seguían porque nos dijeron que no podíamos parar y entrar a Durazno. Eso fue la frutilla de la torta. Después, a la salida de Santa Bernardina (Durazno) había dos filas de coches en la ruta 5 que venían con bizcochos, tortas fritas, flanes, de todo, para hacerlos rabiar. Hoy uno piensa y es una barbaridad.
Pero no todo es negro; la dictadura hizo plebiscito y cumplió, no como con la Ley de Caducidad, que vinieron los frenteamplistas y violaron dos plebiscitos convocados por ellos. Como dijo Manini, no hay ley más ratificada por la voluntad del pueblo que la Ley de Caducidad, y no cumplieron ni con la ley ni con los dos plebiscitos. Luego se mandaron una ley interpretativa aberrante, que la Suprema Corte de Justicia declaró inconstitucional, y ahí está, vivita y coleando, y tenes soldados presos. La Constitución está apuntada, pero la violamos cuando se nos da la gana y creemos que nos conviene.
Hay un proyecto de CA para que se cumpla esa ley.
Claro, que se cumpla con la legalidad vigente, pero acá el país de lo apuntado es un Uruguay y la verdad de la milanesa, como decimos, es otro Uruguay que no parece ni del mismo planeta. Es increíble.
La muerte de su padre tras luchar contra una enfermedad fue un día de duelo para la política uruguaya. ¿Cómo lo recuerda?
Yo estaba a su lado. Por suerte terminó esa situación, porque cuando ya se llega a un camino sin retorno, la muerte es un alivio, y más en una familia con fe como la nuestra. Lo otro es historia pública y conocida; fue muy impresionante.
¿Cómo se vinculó con CA?
Te voy a citar a mi querida amiga Irene Moreira, la esposa de Guido, que es una persona bromista y muy buena onda. Un par de veces le ha dicho: “tú no te olvides que aquí estás con dos maninistas desde antes que tú te largaras”.
Yo llegué a Manini por un militar íntimo amigo mío, que está retirado y vive en el extranjero. Un día vino a Uruguay, pasamos una tarde conversando en el Expreso y me dijo: “vos tenes que hablar con Manini, yo lo conozco mucho, se tendrían que conocer”. Lo llamé y conversamos, y un día nos reunimos en el escritorio de Irene, donde tuvimos una larga conversación. Yo le dije: “me pongo a la orden”.
Al poco tiempo me llamó y me dijo que iba a dar una conferencia de prensa en el hotel Ibis. Reservé una habitación y ahí ya arrancamos el maninismo. Yo salí contento, hacía mucho que no me sentía así saliendo de una reunión política, con esa sensación tan brutal. Cabildo me provoca eso, me da gusto integrar el partido.
“El FA habla con el gobierno como si el diluvio universal hubiera sido por culpa de la coalición, y ellos estuvieron 15 años haciendo plata para cada uno”
¿Usted se sigue considerando blanco?
Yo soy senador de CA, pero ser blanco no depende ni de mi voluntad, está en el ADN.
¿Cuál es la importancia de CA para la vida política del país?
La importancia más grande es que esto es una coalición y la columna dura es esta, sacásela y se desmorona el rancho.
¿En qué asuntos cree fundamental poner el foco a nivel parlamentario?
Te diría que todos. Este período va a ser, resumiendo, más parecido a un período de cuatro años que de cinco. Este año se fue por la pandemia; no quiere decir que no haya cosas importantes, estamos con el Presupuesto ahora, pero gobernar realmente no se pudo por todos estos imprevistos. Menos mal que ganó la coalición.
Usted ha sido bastante crítico con los gobiernos del FA.
¿Bastante crítico? Me paraba de mano. ¡Mirá hasta dónde nos llevaron! Si ganaban, rumbeábamos sin tapujos a Venezuela. Una barbaridad. Ahora vienen y hablan con el gobierno como si el diluvio universal hubiera sido por culpa de la coalición, y ellos estuvieron 15 años haciendo plata para cada uno.
¿Cómo ve a Manini en la actividad política?
Bárbaro, realmente fantástico. Tiene ese don. Es su temperamento, por eso eligió esa profesión y por eso llegó a donde llegó y se desempeña como se desempeña. Es un hombre que no dice una palabra de más, no dice una palabra de menos; sabe separar la paja del trigo y tiene la condición de liderazgo.
Y en estas aguas, que son tan resbaladizas, fijate cómo se maneja: no pisa cáscaras de banana. Esos enjambres de periodistas que están buscando que tartamudee o que estornude para focalizarse en lo periférico, para desviar, para desinformar, y no pueden con él.
Provoca fastidio en casi todos. En unos, por discrepancias con su manera de pensar; en otros, porque se anima a hacer de acuerdo a lo que piensa, y los deja en evidencia porque les gustaría hacer lo que él hace y no se animan. Él atrae a un tipo de electorado que no está cosido a ningún partido, que es la torta que codician todos los que aspiran a crecer.
Nosotros, hasta que pusieron la chicana de la cuestión judicial, llegamos a estar arriba de los colorados en las encuestas y a tener un senador más. Después hicieron esa maniobra y unos manipuleos de datos para embarullar, y ahí hubo una pequeña reculada de crecimiento y quedamos donde quedamos.
Tenemos a Lacalle presidente y ganamos, gracias a Dios, por la coalición. Si no, tendríamos de nuevo cinco años de desgracia. Eso los enloqueció, y los demás sonríen con sonrisa congelada, pero por abajo de la mesa arden. Somos la piedra en el zapato, sin querer queriendo.
¿Está bien encaminada la coalición de gobierno?
Va yendo. Todos perderían más dejándola que lo que tienen que acomodarse para permanecer en ella, pero sería muy loquito alguien que dijera: “me voy, pego un portazo”.
¿Cómo visualiza su futuro político?
Yo soy una pieza de una máquina que me encanta integrar. No lo miro en términos de mi futuro político, miro el futuro de Manini. Yo soy de Manini. El futuro lo veo promisorio; esto crece, no solamente vino para quedarse, sino que da buenos tiempos el caballo Cabildo.
El amor por la historia y los animales: herencia de familia
Sus padres se conocieron en Punta del Este, a los pocos años se ennoviaron y, tras cuatro años de novios, se casaron. Pasaban gran parte del año allá. Gonzalo nació un 23 de diciembre en el Hospital Británico, el 6 de enero lo bautizaron en la Catedral a las 10 de la mañana y a media tarde estaban en Punta del Este. “Toda la vida pasamos medio verano allá y medio verano en el campo”, cuenta a La Mañana.
Creció en una familia católica, donde predominaban valores como la hombría de bien, la sensibilidad y el no ser indiferente.
Tiene tres hijos: Gonzalo, nacido en el 78, Victoria, del 80, y María, del 88. En el 97 enviudó y, desde ese entonces, se abocó a que sus hijos recordaran a su madre con alegría y no como un motivo de tristeza. “Ustedes se reían y pasábamos bien, recuérdenla así, hablen de ella, no se fabriquen ese cascarón de que un recuerdo provoca sufrimiento”, les dijo.
Entre los tres hijos le dieron cinco nietos que son “inteligentes y divinos gurises”. “Uno en la vida algún día tiene que tener un premio, y los nietos son un premio. No los tengo que educar, los tengo que disfrutar”, expresa.
Como pasatiempos se dedica a la lectura y confiesa que su debilidad es la historia, como lo era para Wilson. También le gustan los idiomas y aprende mucho mirando Netflix. “De repente me engancho con una serie turca, entonces la pongo en turco con leyenda en español y ya sé alguna palabra”. Además, aunque nunca cazó, le gustan las armas y tirar tiros. Al igual que a su papá, le encantan los animales.
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