Se recibió como abogado por tradición familiar y empezó una carrera diplomática que duró varios años. Pero fue cuando viajó a Europa por trabajo que la vocación al sacerdocio comenzó a aparecer, de forma sorpresiva, y decidió responder al llamado. En el camino conoció la Compañía de Jesús cuya historia lo cautivó desde un inicio. Hoy, como rector del Colegio Seminario, Álvaro Pacheco destaca el rol de las obras educativas de los jesuitas, las cuales “contribuyen a reforzar los valores tradicionales”, según dijo en entrevista con La Mañana.
Nació en Montevideo y creció en Carrasco. Fue al Liceo Francés, y de hecho ese idioma lo marcó toda la vida. Proviene de una familia de fuerte tradición católica y de juristas: son cuatro hermanos, de los cuales tres se recibieron de abogados, incluido él, además de su padre, sus dos abuelos y su bisabuelo. Sin embargo, con los años le llegó el llamado de Dios.
¿Cuándo descubrió su vocación por el sacerdocio?
Hice la confirmación, un camino de fe normal, yendo a misa los domingos –la tradición familiar en eso pesa–, y después entré al Ministerio de Relaciones Exteriores, me presenté a un concurso y terminé siendo diplomático por un buen tiempo. Trabajé en Cancillería y luego en la Embajada de Uruguay en Londres. Fue ahí que la vocación empezó a aparecer con fuerza. A veces uno tiene que salir de su país y ver otras realidades, encontrarse con otra gente. En unos ejercicios espirituales de san Ignacio apareció una llamada muy fuerte a consagrar la vida a Dios, incluso hice una experiencia monástica en Francia y pedí entrar en la Compañía de Jesús en España, pero me dijeron que no, que pidiera en Uruguay porque los jesuitas españoles estaban viniendo de refuerzo a nuestro país. Fue un llamado sorpresivo. A los 28 años empecé con experiencias religiosas y después de un tiempo entré en la Compañía.
¿Por qué eligió la Compañía de Jesús?
Lo que más me llamó la atención fue la historia de la Compañía, de san Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros misioneros, esa amplitud de miras que tenían, algo similar a lo que uno hace como diplomático, que tiene una visión de todo el mundo y un servicio al país. Yo lo trasladé a una visión de todo el mundo y un servicio a Dios en la Iglesia, y hoy puedo confirmar que es así, porque nos mandan a misiones por todos lados y tenemos un horizonte abierto tanto en los estudios como en las misiones. Esa historia de santidad de la Compañía fue lo que más me marcó, además de los ejercicios espirituales y la oración ignaciana, que es una herramienta muy poderosa para discernir de una manera crítica lo que pasa alrededor nuestro, pero siempre pensando en la voluntad de Dios.
¿En qué lo enriquecieron las experiencias en Inglaterra y en Francia?
En la Cancillería me tocó ir a Inglaterra, tuve muy buenos compañeros que hoy son todos embajadores, así que tengo varios amigos con quienes seguimos conversando y compartiendo cosas. Inglaterra tiene muchas riquezas, es un poco formalista, llama la atención todo el protocolo real y de la Iglesia anglicana y la católica. Lo que más me impresionó fueron todas esas abadías en ruinas, muchas en el norte de Inglaterra y Escocia. Recordar a esos monjes y religiosos de otras épocas que vivían en esos lugares hoy inhóspitos y dedicando la vida a Dios, fue una llamada importante. Y de Francia puedo destacar todos los lugares que tienen de peregrinación y que uno está mucho más cerca de los santos, santa Teresita, el Sagrado Corazón en Paray-le-Monial, la capilla de la Medalla Milagrosa, las grandes catedrales. En Europa pudo desarrollarse más ese llamado, cosa que en Uruguay… el laicismo uruguayo no fomenta demasiado un llamado así, repentino.
¿Qué lo llevó a formarse en derecho canónico?
Yo me recibí de abogado en la Universidad de la República y después los jesuitas me pidieron que siguiera en el derecho, entonces, volví a Francia para estudiar, ya como jesuita. Estudié teología, por supuesto, pero también derecho canónico en el Instituto Católico de París, e hice una maestría en Filosofía del Derecho en la Sorbona (París). Sigo muy metido en temas jurídicos, ahora asesorando a los tribunales interdiocesanos y a los obispos y superiores religiosos, porque hay bastantes temas de los que nos tenemos que ocupar, algunos más agradables que otros.
¿En qué tipo de asuntos le ha tocado asesorar en esos ámbitos?
Los canonistas somos pocos, se están necesitando más, pero en Uruguay somos cuatro o cinco; integramos los tribunales diocesanos y nos toca ver los temas de nulidades de matrimonio y firmar las sentencias. Lo menos agradable es la parte penal de la Iglesia, el tema de los abusos, donde lamentablemente tenemos que intervenir en casos y ver desde adentro esta problemática tremenda, tomando testimonios, armando los expedientes, mandándolos a Roma y asesorando al que tiene que tomar la decisión, que en general es el obispo o el provincial de las congregaciones.
¿Qué aprendió como vicerrector de la Universidad Católica (UCU)?
A nosotros nos mandan a distintas misiones, a veces de párroco, a la universidad, a los colegios. Al llegar de Francia con mis estudios terminados me tocó trabajar primero en la parte de formación humanística de la UCU, que es muy interesante porque son los cursos transversales de la religión, de filosofía, de ética, y después me nombraron vicerrector, que es un cargo muy lindo porque uno está en contacto con todos los estudiantes. Estuve muchos años aprovechando para dar clases, que fue una experiencia muy interesante.
Más tarde llegó el nombramiento para ser el rector del Colegio Seminario, en la pandemia. ¿Cómo fue asumir en ese contexto?
Los nombramientos vienen del provincial por distintas circunstancias. El rector anterior del Colegio Seminario, Fabián Antúnez, fue designado obispo de San José, y yo ya estaba terminando mi período en la UCU, entonces el provincial me nombró rector en el colegio. Ya estábamos saliendo de la pandemia y volviendo a la normalidad, y sobre todo retomando las actividades que habían quedado suspendidas, los viajes de egresados, los campamentos, los retiros.
¿Cómo define el Movimiento Castores y cuál es su objetivo principal?
El movimiento tiene ya 65 años, es una opción para los alumnos que quieran hacer algo más en materia de fe y de servicio. Todos los sábados de mañana van a algún barrio a hacer un servicio con niños, con adultos mayores, o a ayudar a construir una casa. Los tres pilares de ese movimiento son la fe, el servicio y la comunidad. En el año tienen retiros ignacianos y el campamento de trabajo Pachacutí.
¿De qué manera el movimiento contribuye a la formación y al desarrollo de los jóvenes en el contexto de la Iglesia católica?
Es bien importante. El colegio tiene mucha formación cristiana, hacen la primera comunión, la confirmación, pero los movimientos aportan algo experiencial, el poder vivir la fe desde el servicio en comunidad, en contacto con la gente de los barrios. Eso despierta una cantidad de sentimientos y “mociones”, como les llamamos en el lenguaje ignaciano. Y lo que aprenden de manera más abstracta en los cursos lo terminan aplicando y viviendo en comunidad.
¿Cuál es el papel de los jesuitas en la educación y la formación de los jóvenes?
Es algo bien tradicional. San Ignacio al principio no quería colegios ni parroquias, quería que saliéramos todos a las plazas a predicar, pero después se fue dando cuenta de que en estos lugares es donde uno puede ayudar a las almas, a que crezca la fe de la gente. La tradición de educación en la Compañía es impresionante en todo el mundo. El acompañamiento del jesuita que está en educación es fundamental, con la ayuda de muchos laicos que se ocupan de la gestión.
¿Cuáles son las iniciativas que están implementando los jesuitas para abordar temas sociales y promover la justicia y la solidaridad?
Puede haber iniciativas individuales o más locales, pero como son problemáticas tan globales es bueno trabajarlas en redes. Tenemos la red del Servicio Jesuita a Migrantes, que es mundial, pero en América Latina tiene mucha fuerza, y en Montevideo nos ayudan mucho las Hermanas Esclavas del Sagrado Corazón y varias religiosas; es una obra que asesora al migrante que acaba de llegar en temas de documentación, necesidades básicas, conseguir trabajo. Otra red es Fe y Alegría, que en Uruguay se ocupa de bastantes centros CAIF y clubes de niños en los lugares más complejos. Hay varias redes de ese tipo. Además, hay centros de acción social que son más para el pienso, a veces vinculados con las universidades, porque a esta realidad de injusticia social hay que darle una respuesta inmediata, pero también hay que pensar en soluciones.
¿Cuáles son los mayores desafíos que enfrenta la Iglesia católica hoy?
A nivel mundial hay como una indiferencia ante lo que era tradicional en los caminos de la fe, desde un catecismo, una primera comunión, un ambiente cristiano, pero también en la cercanía a las parroquias, que se ha ido perdiendo. Hay una crisis de la transmisión de la fe en las familias y en muchos colegios y eso preocupa. La clásica imagen de la abuela enseñándoles las oraciones a los nietos está en crisis, y a mediano plazo hace que se instale una gran indiferencia religiosa. Eso nos duele porque uno quiere transmitir un mensaje lleno de vida, del Evangelio, que nos hace felices, que queremos contagiar, y del otro lado muchas veces hay una frialdad. Ahí hay un desafío grande, que es mayor en Uruguay por la realidad histórica del laicismo.
¿Cuáles son las causas que hacen que Uruguay sea identificado en la región como un país ateo?
Es paradójico, porque por otro lado uno ve una gran necesidad de religiosidad, cuando el 2 de febrero aparece Iemanjá, y en tantos otros momentos donde la sociedad uruguaya al final se termina mostrando hasta muy religiosa. El debate de ideas que se dio muy fuerte entre masonería y catolicismo fue un debate ideológico, pero con consecuencias muy prácticas: lo más evidente son las fechas de los feriados, la Semana de Turismo, el Día de las Playas, el Día de la Familia. Después vinieron las leyes en el Parlamento, y ese mismo debate de ideas se transformó en leyes de separación de Iglesia del Estado, divorcio, aborto. En eso Uruguay se ha mostrado como “avanzado”, pero uno se pregunta si esa es la expresión correcta o más bien estamos retrocediendo.
¿A nivel de valores?
Sí, y de dignidad humana. Cuando aparecen leyes como el aborto, la eutanasia, ¿estamos avanzando en derechos o estamos retrocediendo en derechos humanos y en dignidad?
¿Es una preocupación para la Iglesia la posible legalización de la eutanasia?
Sí, y es interesante ver que se ha enlentecido el proceso parlamentario. Otros temas han salido mucho más rápido, con unanimidades claras, y en este tema, gracias a la acción de algunos parlamentarios y sectores, como el diputado Rodrigo Goñi, que ha sido muy defensor de los cuidados paliativos, la gente está pensando y reflexionando.
¿Cómo ve que la Iglesia está respondiendo a esos desafíos que mencionaba?
Ahí es clave el rol de los laicos, porque hay menos vocaciones, entonces, el papel de los laicos sintiéndose realmente portavoces de la Iglesia es fundamental, que no sea siempre el obispo, el sacerdote o la hermana los que tengan que hablar o hacer avanzar los temas, sino que los movimientos laicales puedan adquirir mucho más protagonismo. Ahí realmente podría multiplicarse la defensa de algunos principios, pero sobre todo la promoción de valores cristianos y del Evangelio.
¿Cuáles son sus mayores preocupaciones a nivel de la sociedad?
Eso que decía hoy de la transmisión de la fe, pero la transmisión de los valores en general. Hay valores tradicionales de la sociedad uruguaya que se han ido perdiendo y uno ve que no es fácil que se retomen, incluso valores elementales como el respeto, la convivencia. Hay algo que se está fisurando, hay mucha gente rota y sola y con problemas de salud mental, y habría que poder ayudar más para que la gente retome la esperanza.
¿A qué adjudica esa pérdida de valores tradicionales?
Hay un fenómeno global que es la influencia de los medios de comunicación, de las redes, como que hay un mundo paralelo que es la referencia para todos, y ese mundo no siempre vehicula los valores que ayudan a la felicidad. A nivel más local, hay cosas que no se logran transmitir y eso da pena porque hay algo ahí que se cortó y crea mucha confusión en varias generaciones, que tienen buena voluntad, pero que a veces se chocan contra muros, lo que da un poco de desconcierto. Se ve gente muy herida, que después se va rehaciendo en la vida, pero es una lástima que tenga que sufrir así esos momentos de incertidumbre.
¿Cuáles son las enseñanzas que pueden dejar los jesuitas para resolver esos problemas de la sociedad actual?
Nuestras obras, sobre todo las educativas, contribuyen a reforzar los valores tradicionales, a volver a darles importancia a las asignaturas humanísticas como la literatura, la historia. La semana pasada fuimos con unos alumnos de bachillerato a ver Edipo Rey en el Teatro Solís, y el contacto con esos dramas antiguos nos impresionó mucho, daba gusto ver cómo se habían metido en la obra, que tiene valores muy actuales. Desde la educación jesuita el lema que tenemos es “Tradición viva”, o sea, buscar ser innovadores en la manera de transmitir, pero volver a poner en el centro esos valores tradicionales.
¿Cuál es la importancia para la Compañía de Jesús de que por primera vez en la historia se haya nombrado un papa jesuita?
Fue una novedad. Francisco habla mucho de discernimiento. Ahora está presentando todo el tema de la sinodalidad. Hizo mucho hincapié en la misericordia, en trabajar el tema de la familia. Muchos de los asuntos que fue poniendo en la agenda de la Iglesia universal los traía de su formación jesuita.
Jacinto Vera: una vida que “caló hondo” en la gente
El pasado 6 de mayo fue un día histórico para la Iglesia uruguaya. Con una presencia masiva de fieles, en el Estadio Centenario se desarrolló la beatificación de Mons. Jacinto Vera, el primer obispo de Uruguay. Consultado sobre lo que representa este hito, P. Pacheco afirmó que fue “una bendición”.
Además de valorar positivamente la concurrida ceremonia, opinó que fue muy bueno que se haya podido retomar la historia de Jacinto Vera para transmitirla a otras generaciones. De hecho, contó que en el Colegio Seminario estuvo muy presente en todas las aulas. Desde los niños chicos hasta los más grandes pudieron valorar una figura que puede parecer “arcaica”, que puede no ser muy “atractiva” para el joven de hoy, pero sin embargo su vida “caló hondo” en la gente, reflexionó.
Finalmente, el entrevistado sostuvo que “un obispo a caballo, yendo por las parroquias y las distintas comunidades, muy cercano a su pueblo y muy activo en los debates de su tiempo, es un buen ejemplo para el Uruguay de hoy”.
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