En la localidad de Salinas, la parroquia Santa Isabel de Hungría cumplió el pasado sábado 13 de enero 78 años de historia siendo una referente en el trabajo eclesiástico en esa zona costera del país y brindando apoyo social y espiritual para la sociedad.
El sol se deja caer en el cielo del balneario costero. Es una jornada calurosa de enero y el contorno de líneas rectas –triangulares sobre todo– de la iglesia se dibuja en el paisaje. La edificación destaca por sus formas. No se asemeja a la de las clásicas iglesias católicas, de cúpulas redondas o encebolladas. Otra cualidad sobresale: la cruz yace en el suelo, entre la imagen del Padre Pío y la Virgen de los Treinta y Tres Orientales y no en su alta torre, desde donde se puede observar con vista privilegiada toda la zona. Se ha caído tras la fuerte tormenta de 2005 y aún no se ha podido reunir el presupuesto para colocarla en su lugar original. Dios quiso que su caída fuera en la noche y no durante el día, ya que se desprendió entre los toboganes y subibajas de la guardería.
“¿Cuáles han sido las primeras veces que Dios me llamó? Porque si estamos acá no es porque no tenemos nada para hacer”. Pregunta dentro el sacerdote a un grupo de más de cincuenta personas que recibe la misa del sábado. Los asistentes, que seguramente ahora estén pensando en esos llamados íntimos que recibieron, tienen distintas edades y, al terminar el culto, saludan uno por uno al padre, que con una sonrisa parsimonia les devuelve la acción. Afuera, la luna rige ahora el cielo.
La iglesia Santa Isabel de Hungría, inaugurada el 13 de enero de 1946, forma parte de la comunidad de Salinas, en el departamento de Canelones. A 38 kilómetros del centro de la capital del país, esta localidad reúne a más de ocho mil pobladores que viven de cara al mar. La fundación de esta zona estuvo a cargo de Hildebrando A. Berenguer, que en 1936 compró los médanos que hacen hoy el lugar. Visionario y devoto, Berenguer fundó también la iglesia y sus restos yacen hoy, junto a su esposa, en esta parroquia, de la que dependen también las capillas de Marindia, Neptunia, Fortín de Santa Rosa y Piedra del Toro.
La santa por la que fue bautizada la iglesia fue elegida por su historia, poco conocida hasta ese momento en Uruguay. Relatan los hechos que un milagro de Dios transformó los panes que la santa repartía a los necesitados en flores, para que esta no fuera descubierta y castigada. Su representación, vestida con ropajes reales y una canasta con rosas, destaca hoy en la iglesia canaria. La imagen, de más de un metro de altura, es acompañada por otras figuras santas que fueron donadas por feligreses a lo largo de la historia del lugar. Los bancos de madera, originales de su momento, tienen también su propia historia al haber sido realizados en los talleres de carpintería Don Bosco, recuerda Leonor Berenguer, nieta del fundador, en una conversación con La Mañana.
Generar una red en la comunidad
El padre Walter Piñeyro llegó hace menos de un año a la iglesia. Oriundo de la localidad de Juanicó –en el otro extremo del departamento– ejerce también en las otras cuatro capillas que responden a la iglesia de Salinas, así como también en la parroquia de Empalme Olmos.
“El primer desafío que tenemos es fortalecer la comunidad y no quedarnos simplemente con las actividades que tenemos”, destaca en entrevista con La Mañana. Estas actividades, a las que se refiere, engloban la rama pastoral social, que es básicamente una ropería, y grupos de catequesis. La guardería ya no funciona. Pero también se están intentando generar otro tipo de espacios, reconoce, fundamentalmente con jóvenes, para estar en contacto con la sociedad y atender algunas necesidades a nivel social. “Hay familias que no están en una buena situación económica y que se acercan a la iglesia en busca de una ayuda. Por su parte, hay personas en la parroquia que están atentos a esas necesidades y ayudan, pero lo que más queremos hacer es que esa ayuda no quede en una acción individual, sino en organizar un equipo de manera de poder tender puentes”, explica el párroco.
Sin embargo, la iglesia cuenta también con sus propios desafíos. Más allá de lo edilicio –la construcción de la parroquia, al igual que toda esa zona de la localidad, fue sobre médanos y el terreno, junto con las sudestadas, se hacen sentir a través de rajaduras– para ayudar, también es necesario ser ayudado. La financiación de las actividades es hasta ahora a través de una colecta y de la venta de ropa desde veinte pesos. Hay meses en los que esto se siente más.
“La Iglesia somos todos y cada uno tenemos que ayudar a que cada uno encuentre su lugar, por lo que tratamos de generar distintos tipos de espacios para que esto suceda”, menciona Piñeyro cuando es consultado sobre el rol de los feligreses en la comunidad. Pero, más allá de la generación de estos encuentros, la institución continúa siendo un lugar de primera llegada frente a las turbulencias de la vida. Tal es así que recurren a la parroquia personas que se encuentran en un estado de vulnerabilidad psicológica o emocional. “Uno trata de contener y buscar, tender un puente y ofrecer un nexo frente a situaciones urgentes”, observa el sacerdote.
Ser persona de fe
María Helena López es secretaria de la parroquia desde 2006. Cuando se sumó a este rol había llegado desde Tarariras a la localidad hacía unos cinco años, acompañando a su esposo, trabajador lácteo. “Como un matrimonio, teníamos que seguir juntos y me vine con él. Como siempre fui persona de iglesia, me acerqué”, recuerda en entrevista con La Mañana. Comenzó como catequista, luego estuvo en la guardería, y hoy es una de las personas que recibe a los asistentes que recurren en busca de una fe de bautismo o hasta, cuando se lo requiere, una palabra. Algunos de ellos, menciona, en ocasiones son jóvenes que han terminado con sus parejas o se han quedado sin trabajo.
De todas formas reconoce que ha cambiado el lugar de la fe en la vida de las personas. “La persona ha cambiado con respecto a la forma de ser de la Iglesia. Se dice que cada vez hay menos creyentes de alguna forma. Yo creo que sí. O que las personas creen de otra manera”, reflexiona. Por otro lado, la pandemia también colaboró en este cambio. Luego de estar cerrada un tiempo por motivos de protocolos sanitarios, aún pueden sentirse algunos resabios. De todas formas, López es optimista y destaca que en el último tiempo han empezado a acercarse más personas jóvenes que antes. “La parroquia siempre es un lugar de acercamiento”, subraya.
Ayudar para ayudar
Quienes deseen colaborar con la Iglesia Santa Isabel de Hungría pueden hacerlo a través del número de teléfono 099 735 507.
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