Se le ha definido como un “poeta de la canción popular uruguaya”. Desde muy joven en su Rocha natal entró en contacto con la radio y el cine, que lo llevaron a recorrer una extensa carrera en los medios de comunicación. Cultivó tanto en el ámbito cultural como en el político una red interminable de amistades, con los que compartió épocas de esplendor intelectual y también tiempos de adversidades. En entrevista con La Mañana, Ignacio “Nacho” Suárez recordó a figuras que marcaron su vida y reflexionó sobre el desafío existencial que plantea la pandemia al ser humano.
Recorremos prácticamente todo el perímetro de la Plaza Cagancha y cuadras aledañas en busca de un bar o café para sentarnos cómodamente y realizar la entrevista, que se vislumbra será más una charla. Lo que otrora fue un centro de la vida cultural de la capital y hasta de la región, hoy luce tristemente la mayor parte de aquellos cerrados, con la cortina baja y el cartel de alquiler. La situación nos obliga a seguir caminando hasta la Plaza del Entrevero, donde por fin recalamos en la tradicional La Pasiva.
¿Qué le evoca esta zona del centro?
Era el kilómetro cero de todos los sueños. Viene de antes, de la plaza de la Onda, cuando veníamos de Rocha, en algunos casos como escala en Montevideo para ir a Buenos Aires. Nosotros desde el punto de vista cultural recibíamos influencia directa de Argentina, allá en Rocha. Las radios argentinas entraban como locales.
Era un lugar de múltiples cafés y tertulias…
Era el corazón de una ciudad que estaba en el mundo. Estaba todo abierto a cualquier hora. Esa vida nocturna, intelectual, bohemia era parte de una generación a la que además nos daba mucha vergüenza el “no saber”. En los boliches había que ver en qué mesa estaban los “tigres” y armar una estrategia para llegar a esa mesa, para que te aceptaran. Había un enorme respeto por el conocimiento. A esos señores que sabían más les interesaba mucho cuando se acercaba un joven para aprender. De ahí que se entiende que pude ser amigo tan tempranamente de tipos tan reconocidos y añosos en aquel tiempo. Era una cuestión de respeto. Aprender a escuchar sin hablar. Ahora parece que es al revés, porque se tiene línea directa con Dios, que sería internet.
¿Cuánto afecta el relacionamiento humano esta pandemia?
Depende la lectura que se haga. Como toda situación límite, aparece lo mejor y lo peor del hombre. En algunos casos emocionantemente, con actos de solidaridad fantásticos, con cercanía. Y en otros casos con la reafirmación de valores que nos llevaron a esto, entre otras cosas porque íbamos montados en una calesita que giraba muy rápido. Yo le escribo cartas a mis amigos, sobre todo a los que se han ido. Le escribí al poeta Horacio Ferrer y le pedía disculpas por las monedas de nuestra religión, el haber vuelto como volvimos a idolatrar al becerro de oro. Obviamente, con la pandemia hay una patada en el tablero, las piezas se corrieron de lugar, algunas cayeron.
La estrategia que utilizan los medios de difusión en el manejo de la pandemia me hace dudar muchísimo, esto de estar permanentemente rodeados de la muerte, haciendo que el espectador o lector sienta que es más importante la muerte que la vida. Pero también las redes reflejan la necesidad del abrazo. Alguna gente dice cómo no pude seguir mi ascenso y comprar el nuevo coche y otra gente dice cómo extraño el abrazo con mis hijos, nietos o amigos. Nos está faltando ese abrazo físico y de cercanía espiritual.
El tema estuvo siempre presente en su poesía…
Por el año 1972 editamos un disco que se llamó Poeta al Sur, con poemas míos y musicalizado y cantado por Yamandú Palacios, que hace escasos días acaba de morir con 80 años en el medio del peor de las muertes, que es el olvido. Ahí hicimos el canto al boliche, un canto a la fraternidad. Un homenaje a aquellos boliches que nos acercaban a aquel que nos conocíamos y podía ser nuestro hermano. Jamás la apología del alcoholismo, sino de la copa compartida. Por eso extraño que estos boliches estén cerrados.
¿La sociedad y el gobierno deberían atender más la crisis cultural?
Yo vivo en el exilio vertical del Palacio Salvo y desde ahí he visto cosas maravillosas y terribles. Desde los años 60 hasta ahora he trabajado en los medios y el concepto coincidente que escuché desde siempre, sobre todo de aquellos que se creen los dueños, es “Nacho, déjese de joder con la cultura”, porque no vende y a la gente hay que darle mierda. Mi ilusión de que estas cosas cambien está alimentada por mi fe, pero por otro lado está erosionada por mi experiencia. No creo que sea responsabilidad del gobierno. Hay que definir qué es educación y cultura para ver si tenemos un ministerio de educación y cultura.
¿Está de acuerdo en que existan leyes de medios?
Sí, creo que hay que regular los medios, pero con otros criterios. Yo he estado sufriendo como comunicador y también como funcionario, circunstancias muy adversas en muchos casos para los medios. Así como hay militares que lucen sobre su pecho medallas de batallas en las que nunca participaron, yo tengo, aunque no se vean, el orgullo de haber sido corrido de todos los medios. Y entre otras cosas por no aceptar esa condición de ser funcionario. Me conmueve que aparezcan las radios comunitarias, en mi época era una odisea formar parte de los medios de comunicación.
¿Cómo fueron sus primeros años en Rocha?
Dicen mis amigos, y quienes no lo son, que soy un montevideano. Coincidiendo que todos los gobiernos se equivocan, hasta me concedieron la ciudadanía ilustre de Montevideo. En una época que no se volanteaba tanto. Yo me negué, entre otras cosas, porque soy rochense. Dicen que mi poesía es muy montevideana y yo no estoy muy de acuerdo a pesar de que Montevideo me aceptó, primero como una “madre cruel” como decía Líber Falco.
Había nacido en la ciudad de Rocha, en aquella ciudad colonial, con sus calles empedradas, sin árboles, antes de ir a San Miguel. Y también estuve en la costa. Yo tenía la enfermedad del asma, sobre lo que hablé en su momento con Idea Vilariño, Mario Benedetti y hasta con un tal Ernesto “Che” Guevara, sobre la filosofía del asmático. Hay una filosofía del asmático, como una psicología del miope, de la cual hablé con Jorge Luis Borges en su momento. La del asmático tiene que ver con la imposibilidad de jugar. Yo veía a los niños pobres jugando pata en el suelo bajo la lluvia desde mi ventanita de niño rico. Y la vida luego hizo que me encontrara con uno de ellos que me decía que ellos me miraban a mí con envidia por estar tibiecito en la casa.
Esa ventana de mi casa se convirtió posteriormente en mi vínculo con el operador radial, con la pantalla cinematográfica, con la pantalla de televisión. De alguna manera, mi vínculo con la vida estaba dando a través de esa ventana. Pero también la humildad que provoca haber nacido frente a la mar, ese sacudón con la propia dimensión que da la inmensidad del mar y del cielo, las noches estrelladas del verano. Te dan una ubicación que yo agradezco hasta el día de ahora, porque nunca me hice más el grande de lo que era.
¿Qué conserva de rochense?
En primer lugar, el respeto por el idioma, por el vocablo, por la palabra. Además, como una herramienta de identificación. Cuando otros colegas venían de Rocha y se disfrazaban de montevideanos, yo me hacía más el rochense. Me reafirmaba en el lenguaje que aprendí en el pueblo chico de San Miguel, pasando el Chuy cosmopolita y fronterizo, en lo que siempre digo fue una especie de aldeíta de Asterix y Obelix que enfrentaban al imperio romano, nosotros enfrentábamos al imperio brasilero con el idioma, estando en la frontera.
¿Cómo se dio su contacto con el ambiente cultural?
El cine era en aquel momento una forma de escaparse de aquella cosa comarcal y chiquita. Yo tenía dos grandes vertientes culturales. Una libresca por el lado de mi familia materna, blanca, con vínculo directo con el Partido Nacional. Y de la familia paterna, criolla, de lo que yo llamo la cultura de la sangre, del campo, colorada.
Desde muy niño tuve vínculo con el libro. Me sabía Tabaré de memoria o gran parte de la Leyenda Patria de Zorrilla. Me recuerdo recitándola desde unas ventanas que eran como asientos en esa casona. En las salas de aquellas casas yo veía hacer platea a los vecinos que venían, porque no había radios en el pueblo, para escuchar a Chicotazo y las dos emisiones diarias de la Liga Federal de Acción Ruralista, a las 11 y a la tardecita. Venían con panes y tortas a escuchar a alguien en la radio, eso me marcó para toda la vida. Después tuve la oportunidad de conocer a Nardone, como a Eduardo Víctor Haedo. Participé de diálogos internos del Partido Colorado y del Partido Nacional, fui adquiriendo una especie de cultura política que me hace sonrojar muchas veces frente a la incultura política de este tiempo.
Recuerdo los cabildos abiertos que se hacían con los paisanos adornando sus carros, una especie de carnavales, porque era una participación popular, cívica y artística. Nunca se supo cuántos votos fueron, pero seguro llevaron a la victoria del Partido Nacional. Fue sin dudas un proyecto que surgió de los medios de comunicación.
Le tocó acompañar los últimos instantes de vida de Eduardo Víctor Haedo. ¿Qué destacaría de su personalidad?
El respeto por el ser humano, independientemente de las edades que tuvieran. Nos conocíamos familiarmente por parte de mi madre. Sobrevolé con él en helicóptero en el año 1959 las inundaciones. Después, en esta esquina, lo traje por última vez.
Tuve el privilegio de haber vivido lo que fue la época de la fiesta de la Azotea en Punta del Este, que era un disfrute plural de la cultura. La riqueza de lo que Rodó sostenía que teníamos que aspirar que es la plenitud del ser. Estar al lado de Haedo me enriqueció, con personas de las más diferentes posiciones políticas, con gran respeto. Él es un personaje difícil de entender por los uruguayos, que necesitamos que las cosas estén en su casillerito y con el “no me compliques” con andar pensando mucho. Un tipo que no había tenido formación académica, que había sido un niño pobre.
En el mundo académico cuesta el abordaje de la cultura popular. ¿A qué lo adjudica?
Eso es una herencia de lo culturoso. Lo libresco de mi familia materna, y lo popular y campesino de mi familia paterna hizo que yo pudiera sobreponerme al injusto hecho de mirar lo popular como por encima del hombro. Yo viví en la frontera. La cultura es alegre, lo culturoso es aburrido. Los culturosos nos quieren hacer creer que la cultura es esa cosa hermética y para cuatro. Yo que escribía poesía y, por lo tanto, quería estar junto a los grandes de la literatura terminé, gracias a Dios, escribiendo canciones, que es la mejor manera que pueda llegar más lejos. El disco Poeta del Sur es el ejemplo más claro, que sigue vigente.
¿Hay una filosofía del tango que enseña cosas de nuestra sociedad?
No se puede hablar de una filosofía del tango porque el tango como fenómeno popular es hermano de otros entrañables y profundos como el jazz, como el fado o el cantejondo. Provienen de los puertos, de Nueva Orleans, Portugal, el Mediterráneo. Sensaciones que tendríamos también que haber vivido como ciudad portuaria más profundamente los montevideanos, que son las ausencias, la espera de aquel que podrá volver o no.
Además, responde a diferentes etapas, si no no se entiende y se saca de contexto. En el momento que había más hombres que mujeres, con la presencia de los inmigrantes, cuando la soledad del que había pasado el horizonte de la Europa lejanísima, que no vería a su madre nunca más. Del hombre que perdió la visión desde arriba del caballo por el alambrado de los campos, que venía del otro mar, el verde, para enriquecer los aledaños de las ciudades.
En Montevideo, en Buenos Aires y en Rosario existía una superpoblación masculina y se solía ir a los quilombos. De toda esa circunstancia económica, social, política, lingüística, con lenguas que se mezclaban… en ese mundo extraño y asombroso, solitario, nace una visión del tango. Que después va cambiando en la medida que la sociedad cambia e incluso la poesía llega al tango enriqueciéndola como pasó con un movimiento de música folclórica argentina.
Según ha dicho en alguna entrevista con la poesía procura interpretar la vida y poder incidir en el mundo. ¿A qué se refiere?
La poesía y la política, es lo mismo. Yo nací en un pueblito donde todos sabíamos quiénes éramos, más o menos. El mundo ciudadano me dio otra visión completamente distinta, el de la soledad. Tipos que no saben cómo se llama el vecino de al lado, que pasa a ser “la rubia del cuarto piso” o “el pelado del segundo”.
Además, nosotros usábamos mucho la palabra “discutir”, no era el enfrentamiento agresivo entre dos posiciones sino el enriquecimiento entre dos o más posiciones, que podían hacerte sentir vivo. ¿Qué otra razón tiene nuestra existencia si no es tratar que el mundo sea mejor después de nosotros? Y nosotros mejores después de haber pasado por él.
El gran problema que yo veo ahora es que frente a la circunstancia que nos está tocando vivir a mucha gente en vez de salirle el tipo solidario, y hacerse bien haciendo bien, trata de joder al otro porque es una buena oportunidad para comprarle las cosas que está vendiendo mal.
¿Qué es la rebeldía bien entendida?
Nosotros de niños escuchamos una vez decir que juventud sin rebeldía es servilismo precoz. Lo seguimos sosteniendo. La cuestión es que nuestra rebeldía no sea utilizada por aquellos que trabajan la rebeldía como otro producto. He conocido, lamentablemente, a gente que se ha opuesto supuestamente a la sociedad del consumismo salvaje y ha convertido su propio nombre en un producto de consumo.
En primer lugar, pasa esa rebeldía bien entendida por trabajar nuestra propia dimensión. Nosotros formábamos parte de generaciones que creíamos que nuestra patria era el mundo y conocí a mucha gente que, por luchar por los niños del siglo XXI, se olvidó de luchar por sus propios hijos que eran del siglo XX. Yo creo que puede ser trabajar hacia adentro el hecho que nuestro deseo de justicia no nos convierta en injustos.
Nuestra generación se acostumbró tanto a los vientos en contra que dudo mucho de qué puedo hacer si algún día tengo viento a favor. Heredar una frondosa biblioteca no ha asegurado a nadie que va a ser inteligente. Y ser inteligente tampoco le ha asegurado a nadie que pueda ser útil, bueno o justo
¿Qué lugar ocupa la gratitud en su vida?
La única manera de vivir en estado de gracia es siendo agradecido. Agradecer todo, absolutamente todo. Decía mi amigo Facundo “no es que estemos deprimidos, es que estamos distraídos”. Durante la cuarentena leo, escribo, hago cosas. Releo. La inteligencia es la capacidad de asociar, aromas con personas, por ejemplo.
La anécdota de Haedo y Frondizi
“Comparto una anécdota que me contó el propio Haedo. Cuando recibió al presidente argentino Frondizi a principios de los 60 le dice “¿toma un tecito, presidente?”, a lo que le responde que sí. Le relató, entonces, que cuando era niño la mamá le pidió que trajera una ropa a una familia rica del centro. Unos niños lo invitaron a jugar y cuando se hizo la tardecita se dio cuenta que había perdido las monedas que la clienta le había dado para su madre y que había puesto en las alpargatas.
Se sentó a llorar ese niño en el mismo banco donde estaba ahora sentado con Frondizi. Un señor le preguntó por qué lloraba, metió la mano en el bolsillo y le dio el doble de monedas. Aquel niño salió corriendo y al darse vuelta le preguntó “¿usted quién es?” a lo que el hombre respondió “no importa, soy un argentino”. Por eso estaba ahí Haedo, agradeciéndole a Frondizi lo que aquel argentino hizo por ese niño.
Un tipo que no se conmueve con estas cosas es porque está muerto y no le han dicho nada”.
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