La celebración del rito de beatificación del primer obispo del Uruguay tuvo lugar el pasado sábado a pesar de las inclemencias del tiempo en la tribuna Olímpica del estadio Centenario ante gran marco de público.
Alrededor del mediodía del sábado, mientras lloviznaba en Montevideo, comenzaron a arribar los ómnibus de excursiones de todas las parroquias de los más variados rincones del país a la capital con un único objetivo, asistir a lo que sería un momento histórico para la iglesia uruguaya.
Vecinos de los barrios cercanos, y no tanto, hicieron lo propio a medida que entraba la tarde y el pronóstico no anunciaba grandes tormentas, por lo cual la organización decidió mantener el lugar donde un enorme escenario esperaba a los fieles para celebrar la misa y la tan esperada beatificación.
El Beato Jacinto Vera y Durán nació el 3 de julio de 1813 en el océano Atlántico mientras sus padres se trasladaban desde las Islas Canarias hacia Uruguay, aunque pasó sus primeros días y fue bautizado en la actual Florianópolis. A los diecinueve años sintió su vocación sacerdotal y partió a Buenos Aires a cursar sus estudios.
Fue ordenado sacerdote en 1841, luego vicario apostólico de Uruguay en 1859 y finalmente en 1878 obispo de Montevideo. Su vida y su sacerdocio fueron un apostolado constante, dispuesto a sentar las bases de la iglesia uruguaya y disponiendo la vida a ayudar a sus hermanos.
Alegría en la fiesta de Jacinto
Que llovía, que no llovía, sobre las 14:30 como estaba pactado comenzó la previa artística con un estadio que se iba llenando de gente de todas las edades y procedencias con pancartas de parroquias, comunidades y diócesis. En el escenario sonaba una banda de jóvenes que entonaban algunos hits católicos, con la voz de Marcos Agüero.
Y a pesar de que el tiempo no acompañaba, el clima era de fiesta total. La segunda actuación estuvo a cargo del coro Sophia y el Grupo Texas (Teatro Ex Alumnos Salesianos) que realizaron una divertida interpretación de la vida y obra del beato Jacinto Vera llena de referencias a la actualidad que despertaron carcajadas en la tribuna.
Mientras se esperaba el comienzo de la celebración eucarística las autoridades comenzaron a hacerse presentes en ese acontecimiento histórico para el país. El Presidente de la República Luis Lacalle Pou, la vicepresidenta Beatriz Argimón, los ex presidentes Lacalle Herrera y José Mujica acompañado de su esposa la ex vicepresidenta Lucía Topolansky, el senador Guido Manini Ríos además de diputados, ministros y otras personalidades destacadas de la sociedad uruguaya.
La misa estuvo a cargo del enviado del papa Francisco para la ocasión, el Card. Paulo Cezar Costa. También estuvo presente Mons. Gianfranco Gallone, Nuncio Apostólico en Uruguay, y los obispos de todas las diócesis del Uruguay y la región.
“En Monseñor Jacinto Vera contemplamos la belleza de una vida santa”
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto” rezaba el Evangelio de san Juan del domingo, quizá por gracia de Dios encajaba a la perfección con lo que se estaba celebrando.
En su homilía el cardenal Paulo Cezar resumió la estrecha relación entre la vida y obra de Jacinto Vera con el mensaje de Jesús en este y todos los demás pasajes de la Biblia.
“Hoy, con el rito de beatificación, afirmamos que Monseñor Jacinto Vera está en la casa del Padre, que desde allá nos mira, intercede por nosotros y nos inspira en nuestro caminar como Iglesia. En el nuevo beato, Monseñor Jacinto Vera, contemplamos la belleza de una vida santa. Es la belleza de la pascua de Cristo y de la Iglesia que se manifiestan con toda su fuerza salvífica”, comenzó diciendo el Cardenal Costa.
El representante enviado especialmente por el santo Padre dijo que Jacinto Vera, como beato, “testimonia la belleza de seguir a Jesús. Belleza que unifica nuestra vida, que nos permite tener una visión de la totalidad del proyecto y del designio de Dios. Que nos indica un camino de unidad en tiempos de fragmentación”.
Concluyendo su alocución, Costa aseguró: “Estamos celebrando a un testigo de Jesucristo: Esto fue la vida de monseñor Jacinto Vera. ¿Quién no recuerda su caridad? ¿Quién no recuerda su fuerza para enfrentar las adversidades y proponer un camino para la Iglesia? ¿Quién no recuerda su lucha por la libertad de la Iglesia? ¿Quién no recuerda su celo para que el Evangelio llegase a todos los rincones de este país? ¿Quién no recuerda su misión pacificadora? La beatificación es la fiesta del testimonio”.
En su oración del Regina Caeli el domingo el papa Francisco celebró la beatificación, diciendo: “Queridos hermanos y hermanas. Ayer se celebraron dos beatificaciones. En Montevideo (Uruguay) fue beatificado el obispo Jacinto Vera, que vivió en el siglo XIX. Pastor solícito de su pueblo, dio testimonio del Evangelio con generoso celo misionero, favoreciendo la reconciliación social en el tenso clima de la guerra civil”, recordando además a la beata española María Concepción Barrecheguren y García.
Mientras terminaban las palabras del cardenal una lluvia copiosa comenzó a caer provocando un aluvión de paraguas abriéndose que generaban un ambiente único para lo que se venía. Sin embargo, al momento del rito de beatificación y el descubrimiento de una imagen gigante del novel beato la tormenta se hizo a un lado y un pedazo de cielo celeste y sol radiante iluminaron la escena. Duró poco, pero lo suficiente para que un momento que de por sí era especial, lo fuera aún más.
A un paso de la santidad
“Las lágrimas en este momento inundan mi alma y el alma del pueblo uruguayo, enlutado y consternado ¡Padre! ¡Maestro! ¡Amigo! Señores, hermanos, pueblo uruguayo: el Santo ha muerto”, así definió Juan Zorrilla de San Martín a Jacinto Vera en su sepelio hace 142 años, sembrando la semilla de un largo proceso que llevaría a la celebración del sábado donde el obispo misionero sería beatificado.
La causa de canonización comienza con la identificación de Jacinto Vera como Siervo de Dios, aceptada por la Congregación para las causas de los santos, que luego de un largo estudio fue proclamado Venerable por el Papa Francisco en mayo de 2015.
En el caso específico de Jacinto Vera, la causa aprobada por Francisco en diciembre de 2022 fue un milagro obtenido por su intersección que consistió en la curación rápida, duradera y completa de una niña de catorce años ocurrida el 8 de octubre de 1936. La niña se llamaba María del Carmen Artagaveytia Usher.
La Iglesia Católica de Montevideo detalló lo sucedido: después de una operación de apendicitis sufrió una infección que se fue agravando hasta llegar a una situación desesperada. Los mejores médicos de la época la atendieron, en una época en la que aún no existía la penicilina. La niña sufría fuertes dolores.
Un tío, Rafael Algorta Camusso, le llevó una estampa con una reliquia del siervo de Dios Jacinto Vera y le pidió a la niña que se la aplicase a la herida y que tanto ella como su familia rezaran con toda confianza por la intercesión del siervo de Dios.
Esa misma noche cesaron los dolores, se acabó la fiebre y a la mañana siguiente la niña se sentía completamente bien. La curación fue rápida y completa, científicamente inexplicable, comprobada por su padre y por el médico que la atendía el Dr. García Lagos. María del Carmen Artagaveytia vivió hasta los 89 años, falleciendo en 2010.
La iglesia indica que los beatos gozan en el cielo de la presencia de Dios e interceden por las personas en la Tierra. La beatificación es el paso previo a la canonización, o sea a ser declarado santo, y este último paso sucede luego de que se verifica un segundo milagro, que debe haber sucedido luego de la beatificación.
Un proceso de un siglo
Recientemente el Centro de Documentación y Estudios de Iberoamérica de la Universidad de Montevideo se sumó a los festejos por la beatificación compartiendo del archivo Methol Ferré una documentación de 1930, cuando se dieron los primeros pasos para introducir la Causa de Beatificación y Canonización del prelado.
La introducción fue aprobada por la Iglesia el 26 de julio de ese mismo año. “Los católicos del Uruguay se sienten felices ante la iniciación de esta causa de beatificación del primer obispo de Uruguay. Fue un defensor denodado de la fe” decía El Amigo (1936).
El domingo 6 de mayo de 1956 se cumplían los 75 años de la muerte (Pascua) de Jacinto Vera, “moría en la serenidad de la paz espiritual, con esa paz que es el patrimonio de los grandes servidores de Dios” (El Bien Público).
El Bien Público, medio fundado por el obispo, recordaba a su creador con enorme cariño, e impulsaba la causa que ya se llevaba a cabo para entonces con la esperanza de ver a Jacinto Vera como santo. Hoy, pese a que han pasado ya varios años, podríamos decirles que lo lograron.
“Con Monseñor Vera desaparecía un sacerdote y un obispo extraordinario, de una inteligencia privilegiada, de una corazón magnífico, de un espíritu de empresa incansable, de un pacificador ardoroso, de un apóstol según el pensamiento de Dios; y de una Santidad elevadísima que esperamos confiadamente ver enaltecida por el juicio de la Iglesia, con la elevación de Monseñor Vera al honor de los altares”, afirmaba, y luego realizaba un pormenorizado análisis de su vida y obra en el suplemento especial para la ocasión.
La muerte de Jacinto Vera, decían, “concitó la adhesión y la conjunción admirativa de todos los espíritus, por la excelencia y la prestancia de ese hombre de excepción según el pensamiento de Dios aureolado de la gloria y luminosidad de virtudes magníficas y profundas. De aquí que haya parecido fuerte en razón el deseo de que tan esclarecido varón mereciera el juicio de la iglesia con aprobación de esas virtudes”.
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