Ud. ha mencionado en un reciente artículo que hay una “esclerosis” del multilateralismo. ¿A qué se refiere?
Desde hace por lo menos una década, el andamiaje institucional global que por los últimos setenta años reguló buena parte de las relaciones internacionales está en entredicho. El pesimismo para con las instituciones y las formas multilaterales de resolver las diferencias internacionales tiene como contrapartida conductas más unilaterales y espasmódicas de los Estados.
Además, esta esclerosis se siente con doble intensidad porque en la década de los noventa había gozado de un auge en su credibilidad y visibilidad, alcanzando proyección planetaria. Sin ir más lejos, el discurso de apertura de la presidente de la Asamblea General la ONU este año versó sobre el multilateralismo y los retos de Naciones Unidas.
¿Qué implicaría una reforma eficaz del sistema multilateral?
El multilateralismo debe seguir fungiendo como plataforma de resolución de los grandes conflictos globales y empoderamiento de los Estados menos centrales. Como novedad, esta cuarta etapa multilateral requiere repensar los espacios tradicionales, como por ejemplo Naciones Unidas, para que sean más representativos del mundo actual.
Un segundo requisito sería una mejor coordinación entre las instituciones globales y las regionales, porque esto le daría más flexibilidad al sistema multilateral en su conjunto, cualidad que hoy se señala en falta por los detractores del multilateralismo. En tercer lugar, una interacción fluida y sincera con las ONG, locales y globales, para dar mejores diagnósticos y seguimientos de resolución.
Un cuarto desafío consistirá en acercar más las instituciones multilaterales a la ciudadanía de cada país. En los últimos años las figuras más representativas de los organismos internacionales se han dado cuenta de que hay que atender la batalla comunicacional: si la mayoría de la población desconfía de la importancia o desconoce los beneficios que el multilateralismo trae, eso es caldo de cultivo para que ese país disminuya o se retire parcialmente de los foros multilaterales.
Para América Latina y concretamente para los países del Mercosur, ¿qué desafíos plantea la crisis del multilateralismo?
El regionalismo es una forma de multilateralismo, a escala menor que la global. En este punto, el principal problema en nuestra región es la volatilidad con que el regionalismo ha sido definido y redefinido sucesivas veces. La reciente creación de Prosur confirma esta tendencia preocupante: en América Latina no se crean organizaciones regionales, sino franquicias ideológicas de los gobiernos de turno. Esa imposibilidad de crear verdaderamente bloques de integración condena de manera irremediable a la región a perder capacidad de iniciativa en la escena global.
En el caso de países como los nuestros, el regionalismo es herramienta indispensable para incrementar la capacidad de acción colectiva con nuestros vecinos. Sobre todo si hablamos del Mercosur, hay que entender que las grandes decisiones de política internacional deben ser consensuadas. Esto responde a una realidad innegable: nuestro grado de interdependencia genera que un movimiento en cualquier dirección por parte de algún país miembro termine afectando a todos.
¿Considera que hay condiciones políticas y económicas para avanzar en la integración regional en los próximos años en América del Sur?
En vez de mirar las condiciones, deberíamos reconocer la necesidad de una integración regional. Hoy, más que nunca, ante una incertidumbre global fenomenal, ante una realidad internacional que se resiste a todos los modelos que antes la explicaban, es necesaria una integración latinoamericana. La agenda de esta integración debe ser amplia y densa. Argentina necesita sentarse a coordinar con países como Perú y Brasil, o Uruguay y Chile, en distintas mesas de negociación que aborden las temáticas que traen nuestras potencialidades y desafíos compartidos.
En diciembre asumirá un nuevo gobierno en Argentina, ¿qué prioridades tienen en materia de política exterior?
Lo primero que habría que decir es que resulta imprescindible que sean fruto de un consenso amplio entre las distintas fuerzas políticas. Sin una agenda exterior sostenida a largo plazo como política de Estado, seguiremos actuando de manera errática y hoy, en un mundo tan vertiginoso, esto determina un pésimo y directo correlato en nuestra vida cotidiana.
Además de lo ya mencionado, Argentina deberá procurar una equidistancia entre los Estados Unidos y China, buscando activamente oportunidades para maximizar nuestras capacidades. Por otro lado, la construcción de una verdadera política de Estado respecto de la cuestión Malvinas, atentos a los procesos domésticos claves que está experimentando la contraparte británica.
Nuestra agenda de política exterior debe ejercitar asiduamente la vinculación estratégica de cuestiones. Evitar nuestra reprimarización productiva, robustecer la promoción de exportaciones no tradicionales y dar apoyo a la internacionalización de las empresas argentinas forman parte del eje económico de nuestra diplomacia futura.
¿Están superados los conflictos con Uruguay que se suscitaron a partir de la instalación de la papelera (ex Botnia) y el corte del puente internacional? ¿Qué perspectivas ve Ud. en este vínculo en los próximos cinco años?
La relación bilateral con Uruguay es actualmente muy fluida, con varios proyectos y convenios en ejecución. Nuestra interrelación económica y profunda afinidad hacen que sea el lazo sea especialmente significativo. En los próximos años seguramente habrá lugar para una agenda que contemple el futuro del Mercosur, la apertura de oportunidades para nuestros países en la cuenca del Pacífico e internacionalización de buenas prácticas que tanto Argentina como Uruguay tienen para aportar al mundo.