En su nutrida producción ensayística y literaria no ha rehusado a abordar personajes complejos y también controvertidos de la historia nacional. Su trayectoria no pertenece a las burbujas académicas, sino que combinó su formación universitaria con el oficio periodístico, su profesión de bancario y una veta artística que nunca disimuló. Proveniente de un hogar humilde, pero donde se respiraba cultura y política, dice que jamás sintió discriminación racial y que sus maestros le impulsaron siempre a la excelencia. En entrevista con La Mañana, el escritor Jorge Chagas dialogó sobre su vida y su obra que aborda figuras como Ansina, Rivera, D’Elía y Pacheco Areco.
¿En qué año empezó sus estudios en la universidad y por qué optó por las ciencias políticas y la historia?
Empecé estudiando Derecho en 1981, todavía tuve que dar examen de ingreso porque hubo un periodo en el que se instaló como requisito. Después hubo todo un proceso que empezó en democracia de separar la parte de Ciencias Sociales de la de Derecho. Ahí nació la Facultad de Ciencias Sociales y por eso ingresé a la Licenciatura de Ciencias Políticas. Soy de la primera generación, tengo el alto honor de ser de los que la inauguró.
¿En aquellos años, sufrió algún tipo de discriminación por el tema racial?
Jamás tuve ningún problema de tipo racial en la facultad. Jamás de los jamases. Es más, diría que el 80% de los profesores a mí me dio para adelante, incluso exigiéndome que me recibiera. Hay profesores por los cuales yo tengo un enorme respeto personal como Carlos Pareja, Gerardo Caetano, José Rilla, María Emilia Pérez Santarcieri, Jorge Lanzaro, Milita Alfaro. Capaz que me olvido alguno y es injusto. Todos ellos a mí me impulsaron, sin regalar nada. Me hicieron ser mejor y buscar la excelencia.
¿Cómo ve lo que pasa con las políticas contra la discriminación en Uruguay y en el mundo?
Me parece totalmente absurdo esto que pasó con Cavani. Obviamente que no dijo “negrito” en sentido ofensivo. ¡La cantidad de gente que me dice a mí negro o negrito! Es absurdo, pero refleja un poco también que estamos en tiempos de lo políticamente correcto y lo incorrecto, un tema que daría para hablar muchísimo. Creo que las palabras tienen significado según la intención, esa es la clave, no hay misterio.
¿En qué época se adentró en la profesión de periodista?
Imposible olvidarlo. En el año 1983 yo estaba trabajando en la sucursal Agraciada del banco La Caja Obrera. En aquella época para abrir una cuenta corriente se precisaba al menos un mes de trámites. Un día llegan unas personas a abrir cuentas y el contador me dice “abríselas ya, en 24 horas”. Lo hice y a los días empezó a llegar un semanario de regalo a la sucursal que era el semanario Aquí. Como el contador Carlos Guzzo sabía que me gustaba la escritura me recomendó y empecé allí. En aquel momento quien fue mi profesor y maestro de periodismo fue Tomás Linn.
Trabajé en el semanario Aquí desde 1983 a 1989. Tuve de compañeros a Gerardo Sotelo, Pablo Da Silveira, Miguél Ángel Campodónico, Germán Lizardi, Leonardo Haberkorn. Trabajé con el dream team y aprendí un disparate. Al ser un trabajo que se hacía en la calle uno tiene contacto con un montón de personas de todo tipo. Mi último trabajo como periodista fue en El Observador de los fines de semana, sacábamos una serie de notas históricas con Gustavo Trullén y también en la revista Tres.
Nos trasladamos a su faceta como investigador y ensayista. Hay un tema que está presente desde el inicio que es el del sindicalismo. ¿Por qué eligió analizar ese fenómeno?
Porque yo vi nacer el PIT con mis ojos y me llamó la atención todo ese proceso. Aquel sindicalismo de los primeros años era de otro tipo, eran todos jóvenes, con muchas ideas e ímpetu. Tomé contacto a partir de las notas periodísticas que tuve que hacer a nivel sindical. Ahora, si yo tuviera que escribir de vuelta mi libro (y de hecho lo estoy haciendo) ya no lo haría de la misma manera. Le daría un corte mucho más objetivo y menos heroico, más cerca de la realidad en muchos detalles.
También tiene un trabajo sobre José Pepe D’Elía. ¿Qué impronta le marcó al movimiento obrero?
Tiene una característica y es que estuvo en todas las centrales sindicales desde los años 30 hasta su muerte. Vivió todo el proceso del movimiento sindical uruguayo, casi siempre como presidente y factor de unidad. Las vivencias de él eran formidables. Desde su bautismo político que fue el entierro de Julio César Grauert hasta el final. Él decía “cuando yo nací todavía los zares gobernaban Rusia”, eso a mí me impresionó. Es una gran satisfacción haber hecho ese libro. Fue un símbolo especialmente de unidad y de honestidad. Perteneció a una generación de sindicalistas que se le podrá criticar muchas cosas, pero en la honestidad y la rectitud eran intachables.
Otra figura sobre la que escribió fue el expresidente Jorge Pacheco Areco. ¿Qué lo motivó a hacerlo?
La explicación está justamente en el segundo tomo del libro de D’Elía. Si uno presta atención allí hay unos anexos donde aparecen figuras que no siempre estaban de acuerdo con lo que decía D’Elía sobre ese periodo histórico. Ese anexo abarca desde 1964 hasta 1983, los años más conflictivos. Allí hay documentos de Ulysses Pereira Reverbel, de Peirano Facio o del coronel Bolentini, que dan otra versión de los hechos. El propio D’Elía estaba de acuerdo en que aparecieran esos anexos y que el lector escuche las dos campanas y haga su juicio.
Los anexos mostraban cómo se veían los hechos desde el gobierno de aquel momento y sus motivaciones para adoptar algunas decisiones. En ese momento, nos dimos cuenta que faltaba una parte de la historia, fue la semilla del libro de Pacheco Areco. Tuvimos que remontarnos al año 1958, a la derrota del Partido Colorado y las consecuencias, el surgimiento de la Unión Colorada y Batllista bajo el liderazgo de Gestido, donde Pacheco juega un rol fundamental. Se jugó dos veces por Gestido, para que sea el conductor y cuando se vuelca a la reforma naranja que le cuesta el cargo a Pacheco.
¿La visión predominante hoy sobre Pacheco le parece injusta?
Es una buena pregunta. Lo que pasa con Pacheco es que hay que buscar la objetividad. El 13 de junio de 1968 Pacheco decreta las medidas prontas de seguridad y grande fue nuestra sorpresa al descubrir que Alba Roballo dice entonces que esa es una de las medidas más patrióticas que tuvo que tomar un presidente. ¿Por qué dijo eso? ¿Qué fue lo que pasó entonces? ¿Cuáles fueron los móviles de Pacheco? Eso se consigue investigando, mirando la documentación de la época y comprendiendo.
En 1972 el Parlamento aprobó el estado de guerra interno. Sin embargo, un episodio tan importante no es suficientemente analizado o difundido. Como estudioso de la historia, ¿por qué cree que se pasa por alto?
Hay un tema que se debe decir sin muchas vueltas: la historia reciente es un campo de batalla. Por suerte ahora han aparecido trabajos que buscan más la objetividad. El estado de guerra interno surge con los atentados de abril, con esa ofensiva del MLN que provocó la reacción del Estado. El MLN surge en el año 1963 con el robo al Tiro Suizo y en aquel momento estaba el colegiado. El MLN nunca creyó en la democracia, jamás. Hasta el año 1968 era una organización muy débil, un problema de tipo policial. Empieza a crecer a partir de ese año por un montón de factores, pero siempre fue una absoluta minoría, incluso dentro de la izquierda.
En los años 2001-2002 usted vivió la crisis económica y el crack bancario muy de cerca. Eso lo llevó a escribir el libro Banco La Caja Obrera: una historia, 1905-2001 junto a Gustavo Trullén. ¿Qué elementos aporta para comprender lo que sucedió en aquellos acontecimientos?
Yo viví todo el proceso. Entré al banco en 1979, siendo muy joven. Me formé, hice mis amigos allí, era parte de mi familia y afectos. En el año 1987-88 nos intervienen. Pasamos a ser un banco gestionado durante muchos años y eso le hizo mucho mal a la estructura del banco, que empezó a tener directores políticos. No es que fueran deshonestos, pero lo ideal es que sean conducidos por técnicos. Así se fue llevando, más o menos, hasta que el grupo Peirano demostró interés en comprar el banco y ganó la puja.
¿Considera que se han cargado demasiado las culpas sobre la familia Peirano?
Los Peirano no son los culpables, a mi juicio, de lo que pasó. Al menos no los principales. Creo que cometieron un error de tipo empresarial, estratégico. Quisieron salvar todo el grupo que ellos tenían en Argentina, Uruguay y Paraguay en vez de concentrarse en salvar la institución que era La Caja Obrera. Por querer salvar todo entraron en una calesita de la que no pudieron salir. Yo esto lo digo con el diario del lunes, claro. El grupo Peirano no entró a Caja Obrera para robar o saquear, sino para competir mano a mano con el Banco Comercial de los Rohm. Y el Banco Montevideo era uno de los mejores calificados a nivel internacional, con una operativa y una gama de productos extremadamente eficiente y un sentido de la modernización que era correcto. Después cuando se empieza a derrumbar todo, ahí sí empezaron los problemas. No pretendo exonerar a los Peirano, pero hay que entender todo el proceso cómo se vivió.
En su actividad bancaria le tocó atravesar varias corridas…
Yo viví tres corridas antes en el banco. La del año 1982 cuando se rompió la tablita. La de 1984 antes de las elecciones que la gente retiró los dólares, aunque después los trajo, por temor a quién ganaba. Con el triunfo de Sanguinetti una gran parte de la clientela se tranquilizó. Los candidatos en 1984 firmaron todos, Crotoggini incluido, que no iban a tocar los dólares. También viví la de 1987-88 cuando nos gestionaron. De todas salimos superados, menos de la última. Parecía que no paraba más. No pudimos parar la corrida, nos faltó el golpe psicológico para lograr frenarla.
¿Qué pasó con su vida laboral?
Se hizo la lista para el nuevo Banco Comercial y yo quedé. Tuve suerte. Y luego lo compró el Scotia donde estoy ahora.
Por otro lado, usted incursionó en libros de ficción sobre figuras como Andrade, Rosa Luna y Ansina. Algunos lo incluyen en el género de literatura ‘afrouruguaya’, ¿comparte ese rótulo?
(Risas) A mí no me molesta, está bien. Algunos personajes míos eran de raza negra. Por ejemplo, en la novela de Andrade donde obviamente el futbolista es el protagonista, sin embargo, hay una radiografía sobre la comunidad negra de los años 20 y 30, mostrando los conflictos, los sueños, cómo vivían esa época. Con Rosa Luna lo mismo, pero más acá en el tiempo, en los 60, con una reflexión además sobre la mujer afro. Ella decía “todos piensan que yo soy la pantera, la diosa y yo lo único que quiero es ser una ama de casa, tener un esposo, un hijo y ser feliz”. Cosas simples, no muy alejado del resto de las personas. En el caso de Ansina aparece el tema de la lealtad y el precio de la lealtad. En la caída, cayeron con su general.
Ya que estamos hablando de caudillos, escribió también una novela sobre Lorenzo Latorre y ahora la de Fructuoso Rivera, El Pardejón. ¿Fue un desafío hacerlo teniendo en cuenta las cargas históricas que le atribuyen algunos en la actualidad?
Sobre Rivera pesan dos cosas: se dice que fue el traidor a Artigas y el genocida de los charrúas. Es muy fuerte, son acusaciones muy graves. En el fondo de la cuestión cuando se hacen esas acusaciones no se le está pegando al Rivera histórico, al hombre del siglo XIX, sino que se le pega al Partido Colorado de la actualidad.
En el libro hay una reflexión de nosotros mismos como nación. Fuimos artigueños, o sea de las Provincias Unidas, después cisplatinos, luego argentinos-orientales y terminamos siendo orientales. Hay todo un proceso que se da en Rivera, que no es de él, es de la masa humana que se mueve en ese contexto.
Rivera se movió con gran capacidad negociadora para irse adaptando a las circunstancias. Cuando él se pasa al bando portugués a veces nos olvidamos de la magnitud de las fuerzas que se desataron contra el artiguismo. Las montoneras artiguistas no podían detener esa avalancha, enfrente había tropas con veteranos de las guerras napoléonicas, ejércitos tremendamente disciplinados y, además, con complicidades en Argentina y en parte de la clase dirigente uruguaya. Era imposible detenerlos y Rivera negocia con ellos a cambio de mantener sus tropas y sus hombres. Y a los brasileños les sirve porque él tiene pacificada la campaña. Incluso el título de Barón de Tacuarembó él no lo pide, no le importa. Pero era una forma de halagarlo.
Por otra parte, quienes defenestran a Rivera y generan una dicotomía con lo indígena-charrúa parecen olvidar que fundó Bella Unión en 1829 con cientos de refugiados guaraníes de las Misiones Orientales… ¿Cuál es su visión?
En el caso de la matanza de Salsipuedes me da un poco de rabia cuando escucho que con Rivera se produjo el primer genocidio de estado cometido por el Ejército nacional. Eso es falso, es mentira. Ni fue un genocidio, ni fue perpetrado por el Ejército Nacional ni por el Estado uruguayo. En primer lugar, el Estado uruguayo casi no existía, era mínimo, no controlaba todo el territorio. El Ejéricito nacional todavía no estaba conformado. Y un genocidio implica una movilización de recursos humanos y materiales terrible, una maquinaria de destrucción que no tenía el Uruguay. No se mataron mujeres, niños ni ancianos. Se lo trae y distribuyen entre las familias, no fue una cuestión racial. Los charrúas eran una molestia para la población. Lo que hubo sí fue un drama humano duro, porque eran amigos con Rivera y se les tiende una trampa. Ese es el drama humano que nadie puede eludir.
Sin embargo, luego surgió un relato, ¿por qué piensa que sucedió?
El tema de Salsipuedes nunca estuvo oculto en la historia nacional, es más, hay una estatua de los últimos charrúas que es de los años 30. Lo que pasó es que a raíz de una obra de teatro de Alberto Restuccia y de la novela de Tomás de Mattos Bernabé, Bernabé entró a la agenda pública. Lo que era una novela centrada en el héroe trágico se le fue de las manos a De Mattos y aparece como una novela que reivindica a los charrúas. La literatura tiene poder y vida propia, a veces se le escapa de las manos a los autores.
Recibió varios premios, entre ellos el Nacional de Literatura en varias oportunidades. ¿Qué significan para usted?
Eso es pasajero, la gloria es pasajera. Si algo se aprende en la vida es eso. Tenés la satisfacción del momento, la alegría, de que estás haciendo las cosas bien, pero de ninguna manera te la podés creer. Ese día cuando pensás que sos un fenómeno más vale que dejes de escribir, perdiste.
El puente entre la literatura y la música
Vivió su infancia en el barrio Cordón donde estaban los talleres de reparación de ómnibus. Su madre era empleada doméstica y su padre empleado municipal. Tiene un hermano, Roberto. En ese hogar humilde, recuerda, se leían al menos dos diarios por día y la política estaba presente a través de su padre, un batllista admirador de Don Pepe y de Luis, que votó siempre a la lista 15, hasta su fallecimiento en 2004.
Sus primeros contactos con la literatura se dieron gracias a las colecciones de Sandokán y del detective Mr. Reeder. Hoy Chagas considera que en Uruguay se vende muy bien la novela histórica y hay un público muy interesado. En este sentido, elogia a Mercedes Vigil -diferencias políticas aparte- porque ella le abrió las puertas a mucha gente que no leía historia e hizo conocer a muchos personajes desconocidos como Irma Avegno o Matilde, la esposa de Batlle y Ordóñez.
Siente que ya ha cumplido un viejo anhelo musical con la adaptación de su obra sobre Rosa Luna y gracias a personas como Jorge Heller y Gustavo Goldman. También Luis Trochón llevó la novela de Andrade al carnaval y logró el primer premio con Yambo Kenia. “Cuando fui a ver el ensayo me acuerdo que se me cayó una venda de los ojos. Hay un puente entre la literatura y la música que yo no me había dado cuenta”, reflexionó Chagas.
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