El pasado 6 de mayo fue un día histórico para la Iglesia uruguaya y así será recordado de aquí en más. Con una presencia masiva de fieles, en el Estadio Centenario se desarrolló la beatificación de Mons. Jacinto Vera, el primer obispo de Uruguay. Días después de esta concurrida ceremonia, La Mañana conversó con el cardenal Daniel Sturla, quien explicó la importancia que tuvo Vera para la Iglesia católica en nuestro país y los valores principales que dejó como legado. Por otra parte, se refirió a las mayores preocupaciones que hoy lo aquejan, entre las que destacó la falta de amor a la vida y la extrema pobreza.
¿Qué significa para la Iglesia uruguaya la beatificación de Jacinto Vera?
Es una enorme alegría que la Iglesia no había vivido en su historia, si bien hay dos beatas uruguayas que fueron beatificadas por Juan Pablo II, que fueron mártires en la guerra civil española; y está santa Francisca Rubatto, la fundadora de las Capuchinas, que vivió los últimos años de su vida en Uruguay, pero tanto su beatificación como su canonización fueron en Roma. En cambio, Jacinto Vera es el más “uruguayo” porque toda su vida transcurrió aquí —salvo los primeros años de su infancia— y además porque la beatificación se realizó acá. Eso ha sido muy importante y ha sido un impulso de ratificar lo que fue la vida entregada de este hombre de un modo excepcional, por algo en las causas de beatificación se dice que vivió las virtudes en grado heroico, es decir, que fue un hombre virtuoso, queridísimo por la gente, si bien tuvo adversarios muy fuertes, pero incluso ellos le reconocían su nobleza e hidalguía.
¿Cuál fue la incidencia real que tuvo en la sociedad de su época?
Hay que trasladarse a un Uruguay donde la Iglesia era oficial, del Estado, entonces, por ejemplo, los presidentes de la República cuando daban su informe anual en el Parlamento, hablaban siempre de la realidad de la Iglesia, de “la Iglesia del Estado”, como se decía. La Iglesia católica ocupó un lugar importante en el Uruguay en todo el siglo XIX, y Jacinto Vera fue el que le dio estructura. Si bien estaba presente en Uruguay desde los comienzos de la colonización, y las misiones jesuíticas en el norte y las misiones franciscanas en el oeste tuvieron mucho que ver con el nacimiento del Uruguay, era una Iglesia que estaba bastante debilitada porque no tenía una estructura como tal, no tenía seminario, tenía escaso clero, entonces, quien puso de pie a la Iglesia fue Jacinto Vera. La inmensa mayoría de los orientales y de los inmigrantes que venían pertenecían a la Iglesia, que además intervino en algunos asuntos que tuvieron que ver con la sociedad, en la asistencia a los enfermos, en las pestes que hubo en esas épocas, en tratativas de paz. Jacinto Vera se transformó en un referente para la sociedad uruguaya, pero también para las autoridades del país.
¿Los ataques a la Iglesia mantienen la misma tónica o han ido variando?
Obviamente las épocas son distintas y han ido variando muchas cosas, pero lo que vivió Jacinto Vera fue todo el movimiento que surgió con la Ilustración en el siglo XVIII, ese racionalismo que deja de lado a Dios o que lo ve solamente como un gran relojero; el deísmo, que después se va haciendo cada vez más ateo, tiene ribetes de anticlericalismo, pero también de anticristianismo. Hay una concepción errónea acerca del ser humano que tiene su origen en Rousseau, y es una falta de realismo en cuanto a la mirada sobre el ser humano, que ve al hombre como el ser bueno que la sociedad lo hace malo, entonces, “transformemos la sociedad y cambiará el hombre”, y no ve la responsabilidad del ser humano en su tragedia de ser espiritual y material y de ser libre, capaz de tomar decisiones siendo el principal protagonista de su vida, más allá de todas las influencias que la sociedad pueda tener sobre él.
Con respecto al término “cura gaucho”, que era como se lo llamaba, ¿en la actualidad sigue vigente ese método de evangelización, esa imagen de un cura a caballo por la campaña, o ya es historia antigua?
Quizás la imagen del cura a caballo por la campaña todavía hay algunos poquitos curas que la tienen, justamente, el cura de Nico Pérez es un hombre que hace caballadas con su gente, estuve con él hace poco y están programando una, pero es más circunstancial. Pero hay dos o tres características de Jacinto que marcaron a los curas del Uruguay, una es la cercanía con la gente, que es muy importante. Después, la austeridad que Jacinto tuvo en su vida y que también tienen los curas, porque en general se vive pobremente, se vive muy al día, nadie se hace cura en Uruguay por prestigio o por tener una posición más cómoda.
¿Cuáles son los valores que representaban a Jacinto Vera, que lo pueden distinguir dentro de la Iglesia o que dejó como legado?
Primero, una gran fe. Eso es lo más importante para todo cristiano. Jacinto fue un hombre de fe, de gran amor a la Iglesia, que marcó el sentido de servicio a los más pobres. Jacinto se desvivía por aquellos que más necesitaban, visitaba las cárceles, estuvo presente junto al enfermo en las pestes que hubo en ese momento, la fiebre amarilla y después el cólera. También estuvo en la Defensa de Paysandú, se fue con un barco para llevar auxilio a los heridos de guerra.
¿Hoy la Iglesia mantiene esa opción por los pobres?
Sí, con toda claridad. Solo en Montevideo hay unas 140 obras sociales. Pensemos en la pandemia y todos los grupos que han salido a darle de comer a la gente en situación de calle. El primer refugio para personas en situación de calle fue el hogar Pablo VI, que surgió hace como 25 años, cuando no se hablaba de ese tema, y hoy sigue trabajando. También están los cottolengos, y los CAIF, clubes del niño y centros juveniles que la Iglesia tiene gracias a los convenios con el Estado. Hay obras educativas en los barrios más pobres que han sido pioneras, que han demostrado que en una atención personalizada y eficaz los chicos de barrios vulnerables salen adelante. La experiencia del Jubilar marcó un camino que lo siguen el Providencia en Casabó, el Francisco el Paysandú, Los Pinos en Casavalle. Tenemos la obra de los Focolares en el Borro, la Escuela de Oficios Don Bosco, la escuela Banneux, y gran parte de los colegios de Fundación Sophia son obras educativas en barrios carenciados, o sea que hay un importantísimo trabajo social de la Iglesia que se mantiene.
¿En qué etapa está el proceso del padre Cacho?
El proceso del padre Cacho está culminando la etapa diocesana, pero nos hemos visto impedidos de darle toda la fuerza por el trabajo que ha implicado la beatificación de Jacinto. Lo que queda ahora es redondear la documentación para enviarla a Roma.
Usted como cardenal tiene responsabilidades que cumplir en Roma y debe viajar asiduamente. ¿Cómo compatibiliza ambas tareas?
Se me hace difícil porque la Iglesia no tiene muchos sacerdotes ni mucho personal laico porque esto último implica pagar sueldos y la Iglesia no tiene la capacidad de hacerlo, entonces, tengo mucho trabajo, los días son intensos. Trato de ser consciente de que Dios es el que lleva adelante la obra y que uno colabora con él, o sea que tampoco se puede hacer más de lo que las fuerzas dan y el Señor suplirá lo que uno no pueda realizar.
¿Cómo evalúa el pontificado de Francisco?
Francisco ya lleva 10 años, ha aportado la novedad de un papa latinoamericano a la Iglesia universal. Fue muy importante su primera exhortación apostólica “Evangelii gaudium” porque marcó, en continuidad con Pablo VI y con Juan Pablo II, la importancia de la evangelización para el mundo de hoy. Y ha hecho aportes importantes a nivel de la humanidad en general, sobre todo con la Laudato si’. Él lleva adelante el gobierno con su estilo, procurando encontrar soluciones para todas las dificultades financieras que salieron a la luz en el pontificado de Benedicto XVI, de modo que el Vaticano sea transparente en sus finanzas. Además, ha marcado fuertemente la preocupación por lo que él llama los descartados de la sociedad: los más pobres, los emigrantes, aquellos que sufren discriminación por alguna causa.
Pese a los problemas políticos en Argentina, ¿ve viable que pueda concretar una visita a la región?
Yo estuve con el papa hace dos semanas, y ahora manifiesta su vivo interés en concretar la visita. Yo creo que sí, obviamente, será después de las elecciones argentinas y esperemos que con suficiente antelación a las nuestras, porque la visita sería a Argentina y Uruguay, es decir, a fines de este año o en marzo del año que viene.
¿Cómo está la Iglesia pospandemia? ¿Se recuperó la asistencia a las misas, a las actividades eclesiales?
En general, sí. Algunas parroquias se han revitalizado después de la pandemia y en algunas otras de gente muy mayor se nota que ha habido una caída en el número de participantes. La Iglesia ha hecho un esfuerzo grande para que las comunidades se revitalicen, pero en Montevideo es muy desparejo, hay parroquias que están muy vivas y otras que tienen menos participación.
¿A qué cree que se debe eso, dejando de lado el efecto de la pandemia?
Hay muchas razones. La secularización de nuestra gente ha ido creciendo, y eso se nota en las encuestas que reflejan que crece el número de personas que creen, pero que no les interesa participar, aunque la caída en la participación se da en todos los ámbitos: en los partidos, en los sindicatos. Y ha habido también problemas de parte de la Iglesia, de sacerdotes o comunidades que no tienen ese impulso misionero que hace que la gente se sienta a gusto y bien.
Como cardenal tiene la posibilidad de estar en contacto con la Iglesia universal. ¿Cómo ve el futuro de la Iglesia en el mundo?
Allá por el año 69, ya hace 50 años, Benedicto XVI, que en ese momento era un sacerdote, el padre Ratzinger, un gran teólogo, tuvo una audición donde fue profético: señaló que la secularización iba a avanzar mucho y que los creyentes se iban a reducir, pero en la medida en que mantuvieran la fidelidad a Cristo iban a ser esa luz y ese hogar donde al final, en un mundo enfriado por la secularización, iban a ir a buscar la verdad. Yo creo que todavía estamos en ese proceso de secularización que crece, pero la Iglesia mantiene viva la llama de la fe en Jesús, y en un mundo de mucha confusión y falta de sentido, la Iglesia en la medida en que mantenga la fidelidad al Evangelio y a Jesús, va a ser un fogón al que la gente se va a acercar.
¿A qué se refiere con la confusión y la falta de sentido?
La confusión más grande es la que provoca, por ejemplo, la ideología de género. Eso siempre se confunde y entra el tema de la discriminación, pero no tiene nada que ver. Toda persona tiene un valor que va más allá de cualquier opción que realice, pero el tema es la confusión que se crea por una ideología que desconoce la realidad sexual, en este caso, por la confusión de los géneros, pero que también lleva a otro tipo de confusiones, como la familia y su composición. Eso tiene una consecuencia directa que es la baja de la natalidad, que se da en el mundo occidental y en muchas partes y es una preocupación. Es como que la sociedad se va suicidando en la medida en que no tiene hijos, y hacia el futuro va a ser solo de ancianos, con todo lo que eso significa cultural, existencial y económicamente.
¿Y la falta de sentido?
La falta de sentido de la vida se refleja en el Uruguay en dos elementos que tienen que ver con la falta de amor a la vida: el número altísimo de suicidios y el bajo índice de natalidad. Hay algo que está enfermo en el alma de los uruguayos, por eso yo creo que el principal problema de nuestro país no es económico ni político, sino espiritual, y en eso la Iglesia puede aportar.
¿Cómo entra la salud mental en esto?
La salud mental… el ser humano es una unidad, entonces, lo espiritual está muy unido a la salud psicológica y a la salud física. Si bien lo podemos distinguir, no podemos separarlo en la persona.
¿Cuáles son las mayores preocupaciones que tiene en cuanto a la sociedad de hoy?
El gran tema es el amor a la vida. Nosotros ya tenemos aprobado el aborto y está la ley de eutanasia pendiente de aprobación en el Senado, ahí hay una preocupación muy grande. Otra preocupación es el núcleo de pobreza dura que no logramos bajar, estamos en el 9-10% de pobreza, pero dentro de ese grupo hay personas que viven en situaciones inhumanas, en asentamientos, o ese crecimiento que se ha dado de personas en situación de calle. Es un problema complejo y el Estado y la sociedad hacen mucho, los convenios del INAU con las ONG son muy importantes; si no estuvieran, la situación sería mucho peor todavía, pero hay muchísimo para hacer. La otra gran preocupación es cómo mantenemos un nivel de diálogo político y social que lleve a que los enfrentamientos no impidan que se pueda conversar y llegar a acuerdos, porque esa es la gran ventaja comparativa del Uruguay, que hay gobiernos serios de un signo o del otro y que se puede dialogar. Sin embargo, en la medida en que se ahonden las diferencias y que se vaya a las cuestiones de descalificación personal o de que todo lo que hace el otro es negativo, eso va a terminar fracturando la sociedad.
Las consecuencias de que se apruebe la eutanasia
El año pasado fue aprobado en Diputados el proyecto de ley que legaliza la eutanasia, pero, al no haber logrado consenso en la Comisión de Salud del Senado, todavía no fue votado en la Cámara Alta. Consultado sobre cuáles podrían ser las consecuencias de que la iniciativa finalmente sea aprobada, Sturla explicó que “lo peor” de que eso suceda es que la vida pierda su carácter de valor primordial.
“Se puede atentar contra la vida del no nacido, se puede atentar contra la vida de aquel que se ve como descartable, entonces, esto tiene una afectación espiritual que va mucho más allá del hecho concreto de las situaciones límites que a veces se utilizan para justificar la eutanasia”, argumentó.
En la misma línea, sostuvo que siempre es “un daño” desechar una vida humana, pero, sobre todo, en un país como este, que tiene un alto índice de suicidios, es un perjuicio muy grande promover el suicidio asistido. De acuerdo con su visión, “el mensaje tiene que ser que toda vida humana vale, debe ser defendida y tiene un valor primordial sobre cualquier otro derecho”.
Al considerar que aquellos que impulsan la eutanasia alegan que están a favor del derecho a una muerte digna, el arzobispo aseguró que coincide con la importancia de la muerte digna, por lo cual defiende los cuidados paliativos. Agregó que por eso la Iglesia se opone al encarnizamiento terapéutico de las personas que no tienen posibilidad de sanar, pero apuesta a acompañarlas, aliviarles el dolor y proporcionarles lo indispensable de oxígeno e hidratación. “Lo que no se puede hacer es procurar su muerte directamente”, concluyó.
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