Su primer trabajo en el Banco República (BROU) fue como personal de limpieza, pero terminó haciendo una larga carrera administrativa en la entidad bancaria. Incentivado por sus padres, se adentró desde un inicio en la militancia sindical y política, donde tuvo un rol destacado como presidente de la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay (AEBU) y como senador por el Partido Socialista. En diálogo con La Mañana, Lalo Fernández recordó las etapas de la historia uruguaya que lo marcaron, entre ellas, la crisis del 2002, donde recalcó el papel que cumplió la Concertación para el Crecimiento en el proceso de salida.
¿Cómo entró al BROU y de qué manera empezó la militancia sindical?
Entré al BROU en 1968 como limpiador. Después me presenté a concursos del banco, salvé, fui auxiliar e inicié mi carrera administrativa. En 1971 comencé la militancia sindical y política. En mi casa había sensibilidad social por parte de mis padres. Además, mi papá fue dirigente sindical de los trabajadores públicos y eso siempre me llegó. Yo fui delegado estudiantil en el liceo 9 de Colón y me fui sensibilizando más.
Cuando entré al BROU, los funcionarios estaban militarizados. A los pocos días, venía de estudiar y me llevaron detenido, y como era bancario estuve varios días en un cuartel. Los bancarios tenían que hacer el servicio militar, era obligatorio. Yo no era militante, pero me agarraron en la calle y me llevaron. Entré en una sección del BROU donde había muchos compañeros que militaban, y me fui vinculando, iba a las asambleas del sindicato. Cuando quise acordar estaba militando, siendo delegado de la sección.
¿Cómo recuerda las vivencias en el movimiento sindical durante el gobierno de facto? ¿Cuáles eran las dificultades?
Fueron momentos difíciles, sobre todo, en el 72. Al año siguiente vino el golpe de Estado. Y a pesar de que la actividad sindical fue decayendo, con muchos compañeros detenidos, el sindicato bancario buscó formas de mantenerse abierto. Los militantes que podíamos seguíamos estando en contacto. También trabajé en la defensa y la búsqueda de los compañeros detenidos, que no se sabía dónde estaban.
En 1980, producto del proceso hacia el plebiscito, el Partido Socialista resolvió impulsar el No, y ahí con otros compañeros trabajamos bastante, por supuesto, en la clandestinidad. Pero alguien del banco me denunció y la policía me fue a buscar. Luego de estar unos días escapado, me detuvieron. Estuve unos meses preso y más tarde me liberaron, pero me echaron del banco y volví en 1985.
Usted fue uno de los que promovió el acto del 1° de mayo del 83. ¿Cómo fue esa experiencia, que tuvo un resultado inesperado?
Después de bastante trabajo llegamos a 1983 con muchos sindicatos más organizados y pedimos permiso para realizar el acto. Yo estaba afuera del banco, destituido, pero integré la Comisión de Organización. Aquello era todo muy improvisado. Yo invité a un dirigente sindical de Argentina que antes de viajar me preguntaba cuánta gente iba a venir, le decía que quizá unas 15 mil personas y no me creía. Pero en realidad nadie creyó la cantidad que fue al final, que fueron unas 100 mil. Todo aquello resultó ser un camino muy firme hacia la reconquista de la democracia.
En un reciente evento organizado por la Intendencia de Canelones con motivo de los 20 años de la crisis del 2002, usted contó que en 1999 AEBU ya le había presentado al Banco Central (BCU) un informe que evidenciaba los riesgos del sistema bancario. ¿Cuáles eran las preocupaciones que tenían como sindicato del sector?
AEBU tenía una Comisión de Asuntos Económicos integrada por compañeros, contadores, economistas, que funcionó incluso en época de dictadura, donde se estudiaba el sistema financiero. Las políticas económicas de los gobiernos se basaron fundamentalmente en el desarrollo y el privilegio del sistema financiero. Uruguay se reconocía como plaza financiera, abierta, con un secreto bancario muy fuerte, muy controlado. Por tanto, nosotros veíamos que se seguía desarrollando el sistema con casas financieras, cooperativas financieras, lo que atraía capitales sobre todo del exterior, que no se sabía de dónde venían. En el mundo el sistema financiero se venía manejando de otra manera, y en Uruguay la extranjerización de los bancos era clave, es decir, los intereses eran otros.
¿A qué conclusiones llegaron en ese momento? ¿Cuáles fueron sus planteos?
Nosotros estudiamos el tema y en el año 99, después de muchos años de avisar, llegamos a la conclusión de que teníamos que plantear públicamente cuál era nuestra posición, más allá de conversarlo con los gobiernos y partidos en reuniones. Entonces, presentamos un documento público con un título muy sugestivo que no escondía nada: “El sistema financiero, un asunto de Estado”. No era un problema solo de los partidos, de los trabajadores bancarios, sino del país.
Lamentablemente, quienes ganaron las elecciones no nos atendieron, pero sí nos recibió en el 2000 el contador Enrique Iglesias, que venía siguiendo todo lo que estábamos haciendo y ya habíamos conversado con él. Iglesias nos invitó a ir a Estados Unidos para confrontar cómo veíamos las cosas con alguno de los técnicos del BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Volvimos a Uruguay convencidos de que nuestro sistema era mucho más débil de lo que pensábamos.
¿Podían prever que vendría la crisis?
En realidad, no lo teníamos claro, pero sí sabíamos que podía haber una. Apenas llegamos, le pedimos una reunión al entonces presidente de la República, Jorge Batlle, y se lo hicimos saber. En ese momento, Batlle no le dio la importancia que nosotros le estábamos dando. Y, lamentablemente, a fines de 2001, con la situación que atravesaba Argentina, se dio esa crisis tan terrible que fue la de 2002.
Recién decía que veían que el sistema financiero en el resto del mundo se manejaba diferente. ¿Qué era exactamente lo que observaban en Uruguay?
Empezó a manejarse el tema de los capitales con mucha más fuerza y discrecionalidad de lo que uno suponía que era saludable. En aquellos tiempos venían las multinacionales, que decíamos que eran más fuertes que los propios Estados. Se empezaron a generar los fondos de pensiones para invertir en distintas empresas. Uno miraba la sucursal de un banco en Uruguay que podía dar pérdida, y se preguntaba cómo era esto: es que no importaba, porque era el sustento para tener el pasaje de capitales, y lo importante era que ganara la sucursal de San Pablo o Buenos Aires. Entonces, se podía dar en cualquier momento que los capitales se fueran a otro lado y movieran inmediatamente la estabilidad de la plaza. Cuando se da una crisis del sistema financiero, empieza a generarse una cadena que arrastra todo, o sea, los capitales de los ahorros, de los que deben, de todos. Eso era lo que planteábamos.
Ante esto, ¿qué respuesta recibían?
Nos decían que era porque los bancarios defendíamos nuestras fuentes de trabajo. Por supuesto que lo primero que tiene que defender un sindicato son los empleos de sus trabajadores y afiliados. Sin embargo, lo que visualizábamos era un desastre para el conjunto del país.
¿Cuáles fueron los mayores impactos de los países vecinos? No solo Argentina estaba complicada, sino que Brasil había atravesado la devaluación en el 99.
Uruguay, desde el punto de vista económico, venía muy mal, en caída. Dependíamos mucho de Argentina y Brasil en aquellos tiempos, pero no buscábamos otras alternativas. La devaluación de Brasil nos golpeó fuertemente. Por eso mismo debimos haber buscado otras soluciones. Argentina también venía con esos problemas. Uruguay ya tenía caída del empleo, del salario, desocupaciones. Claro está que la crisis financiera terminó de mostrar toda esa situación en la que estábamos. Nuestras exportaciones estaban dirigidas tanto a Argentina como a Brasil y no se había buscado diversificar, aunque lo más conveniente era venderles a los vecinos.
¿Cómo se originó la Concertación para el Crecimiento, que unió a grupos de trabajadores y empresarios de distintos rubros y lineamientos políticos?
Cuando se dio la crisis de 2001 en Argentina, vimos lo que era la desesperación de la gente que iba a los bancos a reclamar. El famoso corralito. En enero de 2002 Uruguay todavía seguía recibiendo depósitos argentinos; venían acá y se iban a otros paraísos fiscales. Nosotros veíamos con preocupación la situación que atravesaba el país vecino. Cuando ocurrió la estafa del señor Carlos Rohm en el Banco Comercial, el banco privado más grande del país, vimos que también podía suceder lo mismo en Uruguay. Ahí empezamos a movilizarnos y a conversar con todo el mundo.
Además, tuvimos una experiencia que ahora se ve con más naturalidad: muchos productores rurales venían al sindicato a charlar. Al cerrarles los créditos los bancos, ellos comenzaron a perder la cadena de pago, por lo cual, el que no cobraba no pagaba, y el que no cobraba tampoco tenía para vivir, comer o producir. La desocupación aumentaba. Así como venían productores, aparecían pequeñas asociaciones o cooperativas del interior para dialogar. Se inició una relación muy interesante.
Hablábamos permanentemente con el gobierno, con el BCU, con los propios bancos, con los trabajadores. Y empezamos a contactarnos con asociaciones gremiales de productores, con la Comisión Nacional de Fomento Rural, e inmediatamente apareció la Asociación Cultivadores de Arroz y surgió la idea de juntarnos entre todos. No fue una cuestión de dos días, pero todo el mundo se dio cuenta de que teníamos que juntarnos para defendernos entre todos. No era aquella consigna de “sálvese quien pueda”, sino por el contrario. De esa forma se generó la Concertación para el Crecimiento.
¿Qué unía a sus integrantes?
Muchas asociaciones y gremiales empezaron a entender que el tema era salir adelante no basándonos en el sistema financiero, sino en el desarrollo productivo. Lo interesante fue que dirigentes de muchos sectores no teníamos una relación permanente, es más, quizá nos criticábamos, pero nos juntamos y empezamos a hacer presión al conjunto del país. El acto que se hizo luego y todas las reuniones eran de mucha presión para que a nivel político se viera que había que cambiar. Eso fue pesando muchísimo en los sectores políticos, que también se fueron acercando, viendo que acá había una posición de defensa del país.
¿En qué medida cree que haberse unido sirvió en el proceso de salida?
Sirvió muchísimo. Primero que nada, presionó para la salida del equipo económico de Batlle. Podían ser personas muy solventes desde el punto de vista técnico, pero en lo que respecta a la política económica, llevaban al país al despeñadero. Por tanto, eso sirvió para presionar a nivel político; el Partido Nacional le quitó apoyo al ministro de Economía (Alberto Bensión) y Batlle decidió cambiar. Sé que les ofreció a varios colorados y blancos la conducción económica y que nadie agarró. Y al final, (Alejandro) Atchugarry tuvo que aceptar.
¿Qué valoración hace de su gestión y cómo era el vínculo que tenían con él?
Proponerlo como ministro fue un gran acierto; fue un hombre que demostró su trayectoria en el manejo político, que terminó siendo clave. Era una persona muy afable, que escuchaba y hablaba con todo el mundo. Con el sindicato lo hacía casi todas las noches; nos reuníamos un par de horas, para discutir y a veces muy fuerte. Siempre nos decía que analizaría nuestros planteos, y nos consta que también lo hacía con los demás. Él hizo que fuera generándose la confianza que nos hacía meter para adelante. Fue el hombre del gobierno que nos dio a todos la oportunidad del diálogo.
Desde febrero, la caída de los depósitos fue grandísima, todos los días. Era plata que se iba del país y que no teníamos cómo recuperar. Uno de los desafíos más importantes que tuvo AEBU fue pedir que se tuviera confianza y que no se retirara dinero del BROU. Luego llegamos al proyecto de ley que se aprobó con los votos de los partidos que apoyaban a Batlle, pero que dio fundamento para cambiar. Ese día no solo se aprobó que viniera el famoso préstamo puente —que lo daba primero el gobierno de Estados Unidos—, sino que además se cambiaron muchas de las normas, para fortalecer los controles. Eso fue clave y, aunque la crisis continuó, había otra cabeza en el país.
Hoy, a 20 años de toda esa situación, ¿qué reflexión hace con respecto a los aprendizajes que esta crisis dejó para el país?
Lo fundamental es que, más allá de concesiones políticas e ideológicas, hoy hay un concepto de país; hay una cuestión muy interesante que es que la crisis le dio al Uruguay la oportunidad de buscar el mínimo común denominador, y eso en aquel tiempo era salvarnos entre todos. Aquello fue muy importante, insisto, dirigentes empresariales, del agro, con dirigentes sindicales. Nos importó poner como prioridad la defesa de la democracia, de la economía y de la gente.
También, a todos nos pesaba mucho que habíamos salido de una dictadura muy tremenda y nos preocupaba mantener las bases democráticas, y sabíamos que para lograrlo teníamos que juntarnos los más distintos. Cabe recordar que discutíamos mucho, muy fuerte, a la interna de las gremiales, de las asociaciones y de los sindicatos, así como de los partidos.
El aprendizaje es que los países pueden caerse por políticas absolutamente ciegas, erradas o de altanería política y no reconocer los errores cuando se están cayendo. La realidad es que hay que buscar la mayor solución posible, el mundo así lo muestra. Por lo tanto, hay concepciones filosóficas muy distintas, pero hay que pensar en la conciencia del conjunto de la nación.
Los sindicatos, por supuesto, tienen sus críticos y quienes no están de acuerdo en algunas cosas, y es lógico. Pero en Uruguay hubo un presidente que dijo que nunca había perdido un conflicto sindical, y capaz que eso quede en la historia. Lo que nadie va a olvidar es que en 2002 el movimiento sindical, sin egoísmos, se puso al frente de una crisis y junto al resto de la sociedad salimos adelante.
Un lugar de debate en la televisión
Lalo Fernández se desempeña como panelista en “Polémica en el bar” (Canal 10), algo que nunca había imaginado que haría, según dijo a La Mañana. En ese ámbito, lo que se hace es “discutir sin un guion” y decir lo que uno piensa sobre determinado tema. Hasta el momento, si bien ha tenido diferencias “muy fuertes” con algunos de los integrantes del staff, se ha sentido bien en ese rol.
“Un dirigente sindical está acostumbrado a discutir y a buscar en el medio de la discusión argumentos que alimenten su posición. Por tanto, no me sentí para nada mal”, agregó. Además, sostuvo que tanto el resto de sus compañeros como el equipo de producción lo recibieron como si lo conocieran “de toda la vida”, por lo que siempre se sintió muy cómodo.
En cuanto a la cercanía con el público, contó que los televidentes que se definen de izquierda lo felicitan por sus participaciones, y confesó que todavía no se acostumbra a que la gente le pida “selfies” en la calle.
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