Los libros forman parte de su vida desde muy pequeño, al punto que se convirtieron en su gran pasión. Por ese motivo fue que hace ya varias décadas decidió abrir su propio negocio de venta de libros, Diomedes. Si bien admite que tiene los mismos problemas que cualquier pyme, reconoce el valor de mantener una librería independiente que como tal está centrada en asesorar a los clientes para encontrar lo que verdaderamente necesitan. Entrevistado por La Mañana, el reconocido librero Jorge Artola destacó la importancia de la cultura para la sociedad y habló del futuro de los libros.
¿Recuerda el primer libro que leyó?
Nací en el Uruguay profundo. En un contexto rural donde había pocos pero buenos libros y mucho amor hacia ellos. Una Ilíada en Austral fue el primer libro que me embarqué a leer por fuera de los textos escolares. Y una maestra rural me regaló uno que me marcó por el resto de la vida: “Muchachos” de Juan José Morosoli.
¿Cómo surgió su interés por los libros y la literatura?
Fue algo inculcado por mis padres. La cultura y los libros eran parte ineludible del camino para forjar una vida con sentido.
¿Qué libros diría que lo marcaron a lo largo de su vida?
Un aspecto fascinante de los libros es su función de hacerte ver el mundo desde otra perspectiva. También el diálogo no exento de polémica con el autor. Creo que una bendición del encuentro con la obra de los seres humanos que te han precedido es poder polemizar con sus búsquedas y propuestas. Pero un listado breve de autores que me han marcado debe incluir a Jorge Luis Borges, George Orwell, Aldous Huxley, Felisberto Hernández, León Felipe, Dostoyevski e Italo Calvino.
¿Cuál es el género literario que le gusta más?
Ensayos en el área de historia y ciencia política. Luego narrativa. Reconozco una atroz carencia en el ámbito de la poesía. ¡Pero ya le llegará el turno!
¿Cómo surgió el proyecto de tener una librería? ¿Cuál era su objetivo?
Surgió como una opción laboral que conjugaba mi pasión por los libros. Años más tarde comprendí que la magia era estar todos los días aprendiendo de la gente que se acercaba al local. Los libros generan buenas cofradías de personas de muy diversas tiendas. Lleva años, pero un día el milagro acontece: estás aprendiendo mucho de gente con intereses muy distintos a los que tenías en forma previa. Son otros lectores los que te acercan a otras fronteras. ¡El mejor trabajo de todos!
¿Qué papel desempeñan las librerías independientes en la promoción de la cultura y la literatura en comparación con las cadenas comerciales?
Las librerías independientes están centradas en asesorar, acompañar en la búsqueda del libro y de las temáticas colindantes del amigo que se acerca al local. Eso implica un compromiso de privilegiar la necesidad real del lector. Las grandes cadenas tienen una apuesta distinta, bajar el stock del último best seller de la forma más rápida posible. Es un enfoque racional desde el punto de vista economicista. Las librerías independientes son espacios de encuentro que responden a necesidades psicológicas y sociales muy profundas, por eso van a seguir existiendo.
¿Cómo definiría al público de su librería? ¿Qué es lo que más le piden?
Cuatro décadas prácticamente de atención al público implica ser testigo de múltiples cambios sociales y también de las preferencias en lectura de los amigos de la librería. Hoy estamos trabajando en la zona del Parque Rodó a la cual podríamos definir como el espacio más cercano a un campus universitario. Las facultades de Arquitectura, Ingeniería, Comunicación y Economía conjugan su presencia con múltiples residencias estudiantiles. A eso se suma un área de pasaje entre el centro de la ciudad y la costa. Y es un barrio tradicional. Por ende, es un lugar privilegiado para que lleguen personas muy distintas. La idea es acompañar a todos en su búsqueda. Es una librería que suma libros nuevos con libros leídos y que plantea una oferta global, todos los temas están presentes. Por todos estos aspectos, estamos muy orgullosos de la radical pluralidad de nuestro público. La idea es aprender de los requerimientos de los clientes, del diálogo de otros lectores. Lo bueno es que uno va creciendo y cambiando con las búsquedas de los amigos, pero un dato clave permanece: cuando las sociedades asumen estar en un parteaguas, en crisis, tienden a volver a sus raíces. Esto es, a leer historia, ensayos, recuperar autores que tuvieron visiones críticas y sus contemporáneos los esquivaron.
¿Cuál es la importancia de la literatura en la vida de las personas? ¿Cómo cree que puede influir en la forma en que uno ve el mundo?
Los humanos somos animales, pero, más allá de visiones de trascendencia espiritual, somos unos animales raros. Desde la noche de los tiempos nos contamos historias que nos hacen soñar y buscar caminos insólitos, compartimos información, polemizamos con otros, soñamos. Todo esto es literatura, a veces oral, a veces escrita. La literatura te va mostrando la hermandad profunda que tenemos con los otros, derriba muros, construye puentes. Una aldea rusa pintada por Tolstói se comienza a asemejar a vivencias en la segunda sección rural de Flores. Los héroes de la Ilíada tienen virtudes y defectos muy cercanos a nosotros, más allá de la magia de internet. La literatura te saca del individualismo cortoplacista y construye el milagro de reencontrarte con los otros.
Por su experiencia, ¿diría que Uruguay es un país de lectores? ¿Hacen falta mayores incentivos para promover la lectura?
Uruguay nos brinda muchas razones para estar orgullosos serenamente de ser sus hijos. Es una tierra de escritores de la talla de Onetti, Rodó, Juana de América, Mario Benedetti y tantos otros. Ellos escriben porque siempre hay interlocutores ávidos en esta patria. Que Idea Vilariño, Ida Vitale y Cristina Peri Rossi sean orientales está por encima de cualquier estadística posible. Somos una nación con escasos integrantes en términos relativos, pero con muchos escritores de valía y muchos más lectores de los que uno sospecha. Y el Estado uruguayo, muchas veces ausente en tantos temas, ha tenido históricamente un rol activo en la promoción de lo cultural, es un mandato que viene desde el artiguismo y desde la Ley Rodó.
¿En qué temas considera que el Estado uruguayo ha estado ausente?
Gran pregunta. Digamos que es fácil pensar que el Estado debe asegurar un Estado de derecho, el derecho a vivienda, trabajo, salud y al bienestar global de la ciudadanía. También a la educación. Pero la necesidad real de un acceso universal a la cultura es más difícil de ver. Se asume que habría necesidades básicas y secundarias. Hoy se sabe que la vida depende de la atención de la pluralidad de necesidades. O sea, sin cultura no hay pan que alcance. El sentido de la vida está dado por el acceso a las dimensiones simbólicas, lo que nos diferencia de las bestias. Así de simple. El Estado debe asegurar que todos los ciudadanos, en el interior o en la capital, puedan acceder realmente a la cultura, que no sea una posibilidad tan solo para los sectores pudientes de la capital. La cultura nos hace ciudadanos, algo que Artigas vislumbró como pocos.
¿Cómo describe el nivel cultural de los uruguayos?
Sin caer en el facilismo de idolatrar épocas pretéritas y ser implacables con nuestro tiempo, es claro que el Uruguay mesocrático que apostaba sistemáticamente por la educación y el trabajo está muy asediado. La educación y el valor de la cultura están en una crisis profunda, pero soy radicalmente optimista. Nuestra sociedad volverá a encontrarse con lo que la definió como un país excepcional, un rincón en el planeta que ameritaba soñar con una Atenas en América.
¿A qué atribuye esta crisis de la cultura? ¿Cómo se puede salir de esta situación?
Un aspecto es que sectores con alto poder adquisitivo pasan de largo de dicha experiencia. Con una pantalla de proporciones demenciales y mucho dinero creen que la vida está resuelta. Si pensamos en los que armaron estas repúblicas, desde Sarmiento hasta Varela, hubo una certeza: que el dinero era una seguridad coyuntural. Los países, las familias, los individuos se forjan con valores y conocimientos. El capital es necesario, pero no es lo único. Por otro lado, por razones casi opuestas, hay sectores crecientemente excluidos en términos sociales en los cuales el universo cultural es totalmente ajeno. El Estado debe ser un escudo para los frágiles y ahí hay todo un campo de acción necesario. La ciudadanía se forja en un contexto de paridad cultural.
¿Cómo se sostiene económicamente una librería en el contexto actual? ¿Cuáles son los mayores desafíos?
Una librería independiente es una pyme demasiado parecida a cualquier pyme en este país. Tiene los mismos desafíos, mismos problemas, mismos sueños. Las claves siguen siendo la economía austera, cuidar a los clientes y perseverar día tras día. Y apostar por la tecnología sin olvidar que nada de esto tiene sentido si no es responder a una necesidad real de la sociedad.
¿Es una dificultad para el negocio de los libros competir con plataformas de entretenimiento que cobran cada vez mayor relevancia? ¿Cómo ha afectado la evolución tecnológica a los hábitos de lectura?
Las redes sociales, tan vituperadas en términos de discurso y tan incorporadas monolíticamente a la vida de todos nosotros, más que un desafío, son la realidad que nos circunda. La clave es incorporar los avances tecnológicos y recuperar el sentido humano. Diomedes Libros sustenta gran parte de su actividad en las redes sociales, que nos han permitido encontrar un montón de amigos de tierras lejanas. Y el celular, que tiene ese aspecto alienante, ansiógeno y escapista, también ha implicado el triunfo paradójico de la letra. Quizás el haber nacido en otro siglo donde las comunicaciones eran una barrera difícil de sortear me impulse a ser radicalmente optimista con las posibilidades que genera la tecnología a la humanidad.
¿Cree que la experiencia de leer un libro físico en un futuro puede ser reemplazada completamente por la lectura en dispositivos electrónicos?
Uno de los tantos mensajes apocalípticos que las librerías han sorteado son los e-books. Antes fue la radio, luego la televisión, más tarde el VHS, todos embates que se asumía que iban a desplazar al libro. No lo desplazaron por la simple razón de que eran soportes para experiencias distintas. Los libros electrónicos son un soporte para algo igual, por ende, se asumió que este sí era el desafío definitorio, pero no lo ha sido por razones fascinantes. La sensación física del libro tradicional implica emociones difícilmente sustituibles. Son parte central de la geografía del hogar, son el soporte de ciertos recuerdos y dedicatorias. También de subrayados propios. Son el refugio y el momento de relax. Es curioso: uno duerme mejor a partir de la lectura de un libro físico que de una pantalla. Nuestra mente, más que por la influencia de campos electromagnéticos, asocia primordialmente las pantallas a la ansiedad, al trabajo, y la textura del papel a experiencias sustancialmente más agradables.
Las librerías suelen ser consideradas como lugares de encuentro cultural. ¿Cómo Diomedes contribuye a la comunidad en este aspecto?
Desde hace años estamos trabajando en esa línea. Lo más visible son las jornadas en fechas especiales en las que conjugamos recitales de poesía y música con promociones para festejar la instancia. De hecho, la próxima es el 25 de agosto, a partir de las ideas de independencia y soberanía, solo reales cuando hay una ciudadanía culta. Pero la labor cultural primordial es en el día a día, en la charla mano a mano con los amigos de la librería.
¿Cómo se imagina el futuro de las librerías?
Imagino un futuro con muchas librerías. Distintas. Con más temas, con más lectores. Con otras opciones difíciles de imaginar hoy. Pero literatura y humanidad es la historia de un vínculo indisoluble. Si seguimos como especie en este planeta, habrá cultura, habrá literatura, habrá librerías.
¿Se siente identificado con la calificación de “el último librero”, como le llaman algunos?
En lo más mínimo. Lo maravilloso de la épica humana es que siempre hay gente que está trabajando por un futuro mejor. Los libros van a permanecer. Y ya hay mejores libreros que están buscando nuevos perfiles para el maravilloso trabajo de buscar el mejor libro para esa persona que se aproxima al local. Por ende, luego de mi generación, hay certeza inconmovible de nuevos profesionales que van a brindar lo mejor de sí por la sagrada causa de la cultura.
¿Qué libro recomendaría y por qué?
Imposible recomendar uno solo, pero amplío la apuesta. Recuperar el “Ariel” de Rodó me parece ineludible. Releer “Las viñas de la ira” de Steinbeck, con su dura historia de granjeros enfrentados a banqueros, es clave. También “Un cuarto propio” de Virginia Woolf, que sintetiza el sagrado derecho a tener un espacio para desarrollar la individualidad. Carlos Real de Azúa con “El impulso y su freno” nos permite pensar en forma inteligente algunos pasados quizás sobrelegitimados. Y, para terminar, “Lo sagrado y lo profano” de Mircea Eliade, para reflexionar sobre la necesidad de una visión de trascendencia en este mundo signado por los adeptos de Moloch.
Si pudiera transmitir un mensaje a los lectores jóvenes sobre la importancia de la literatura y la lectura, ¿qué les diría?
Bienvenidos al mejor de los mundos posibles. Aunque la invitación es casi ociosa, los jóvenes, más allá del prejuicio de muchos coetáneos míos, leen con una voracidad maravillosa.
La lectura, un acto de dignidad
Artola cumplió un rol muy importante en su barrio durante la pandemia, cuando repartía comida a los que más necesitaban y también les regalaba libros. A más de tres años de la llegada del covid-19 al Uruguay, el entrevistado recordó que en ese momento de crisis surgió la iniciativa de muchos uruguayos de hacer algo por las personas que estaban en situación de mayor fragilidad. Fue así que la librería comenzó a reunir esfuerzos de personas muy distintas, pero unidas por un juramento: ayudar al prójimo. De esta forma, en Diomedes complementaban la propuesta de brindar alimentos con la opción de dar libros.
“En la noche oscura había que asegurar esperanzas. Y eso es por una mano fraterna y la luz de la cultura. Y toda esa patriada, que continúa al día de hoy, se sintetiza en la frase que pronunció una persona en situación de calle, Miguel, quien estaba leyendo al sol cuando un fotógrafo se le acercó para preguntarle de dónde sacaba libros y por qué leía. Tan solo respondió: ‘es mi momento de dignidad’. Y esa frase resume mucho mejor todo el trabajo en el ámbito de la cultura que demasiadas teorizaciones. La cultura da dignidad. Nuestro compromiso es que esa oportunidad llegue a la mayor cantidad posible de personas”, aseveró el librero.
TE PUEDE INTERESAR: