Ustedes hicieron llorar mucho a sus familias. Aquí queremos que las hagan llorar de nuevo, pero de alegría”. Con esas palabras se dirigía el brasileño Nelson Giovannelli a un grupo de jóvenes que estaban haciendo o iniciando su caminata en una vida limpia de drogas. Esto acontecía en la fría mañana del 1 de agosto de 2009, con ocasión de la inauguración de la primera casa de la Fazenda de la Esperanza en Uruguay, en la hoy ciudad de Cerro Chato, punto de encuentro de los departamentos de Treinta y Tres, Florida y Durazno, sobre la ruta 7.
Ese día de 2009, la nueva Fazenda “¿Quo Vadis?” se agregaba a más de cien comunidades terapéuticas similares, distribuidas en diecinueve países. Todo nació en 1983, en la ciudad de Guaratinguetá, estado de San Pablo, cuando el joven Nelson comenzó a acercarse a un grupo que consumía drogas en una esquina muy cercana a su casa. Nelson era integrante del movimiento de los Focolares, un grupo católico que tenía como pauta poner en práctica un versículo bíblico que se les proponía cada mes. Esa vez, el versículo decía simplemente “Me hice débil con los débiles”, tomado de la primera carta a los Corintios (9,22). Nelson percibía la presencia de personas débiles en aquel grupo que llevaba una vida marginal, sin horizontes. Antonio, uno de aquellos jóvenes, le dijo que quería dejar las drogas, pero que necesitaba ayuda.
Nelson recurrió a su párroco, Fray Hans Stapel, un francisano de origen alemán. Entre los dos fueron pensando qué apoyos podían darle a Antonio. No podía seguir solo: así nació la idea de una vida en comunidad; necesitaba sustentarse: trabajar y, sobre todo, necesitaba una vida espiritual que ayudara a encontrar un sentido a la vida y sostuviera el camino que Antonio emprendería.
Así comenzó a gestarse la Fazenda de la Esperanza. La metodología se fue construyendo sobre la acumulación de experiencia y las Fazendas se fueron extendiendo en Brasil.
En 1989 Irací Leites y Luci Rosendo, vinculadas a la obra, se sintieron llamadas a abrir una rama femenina. Había problemas comunes, pero también propios; a veces, se trataba de madres adolescentes que encontraron en la Fazenda un espacio donde dar un giro a su vida acompañadas por sus hijos pequeños.
La Fazenda femenina llegó también a Uruguay. Desde 2015 la ciudad de Melo recibió la Fazenda “Betania”, ubicada en el barrio El Fogón, en la Rambla Juana de Ibarbourou. Las Fazendas forman red con las casas que se encuentran en los países vecinos. A veces los internos pasan tiempo en distintas casas, si eso ayuda a su proceso.
Afonso Boueres, brasileño y Alejandra Paredes, argentina, son responsables, respectivamente, de las Fazendas de Cerro Chato y Melo. A ellos les preguntamos en qué consiste el proceso que se hace en cada comunidad.
Nos explican que la propuesta de la Fazenda es un año de internación: 365 días, a contar desde el día de llegada, sea cual sea. El ingreso es voluntario y debe solicitarlo quien va a hacer el camino, comprometiéndose a aceptar las reglas de la casa. ¿Por qué tanto tiempo? Es que no se trata simplemente de dejar de consumir drogas, sino de encontrar un sentido a la vida.
La vida en la Fazenda se basa en tres pilares: convivencia, trabajo y espiritualidad.
La convivencia es mucho más que el estar juntos: es sentirse responsables los unos de los otros, ayudarse mutuamente. Cuesta, a veces, dejar de pensar “yo vine aquí para que me cuiden” y a ponerse en actitud de cuidar de los otros; sin embargo, se aprende. El primer día de un interno suele estar lleno de sorpresas: se encuentra con una serie de pequeños gestos de amor al prójimo que lo desconciertan. Carlos, con casi un año de camino cuenta: “cuando volví a mi cuarto, no encontré el bolso que había dejado sobre la cama. Enseguida pensé: me afanaron. Pero no; mi ropa estaba toda doblada y arreglada en el armario. Unos días después, me encontré yo haciendo lo mismo por uno nuevo. Es que llegás perdido y la abstinencia te trabaja… pero los compañeros te apoyan y te dicen que ya se te va a pasar… y pasa”. El amor al prójimo se vive en esos pequeños actos concretos, que tienen que impregnar las tareas de la casa: la cocina, la limpieza, el mantenimiento, la huerta, la panadería…
El consumo y la vida marginal desarticulan a la persona. El trabajo reestructura la vida. Los productos de las quintas o de las panaderías de ¿Quo Vadis? y Betania no son desdeñables a la hora de parar la olla, pero tienen también un efecto en la autoestima: “estamos trabajando, estamos comiendo de nuestro trabajo”. El contacto con la tierra, el producir y cuidar vida abre una nueva perspectiva. Cada cosa tiene su tiempo: el trabajo, las labores domésticas, la recreación, los momentos de diálogo personal con el responsable o los de encuentro en comunidad; las instancias de vida espiritual.
A las dos Fazendas se suma otra instancia: el Grupo Esperanza Viva (GEV), que ayuda a preparar el ingreso en diálogo con el futuro interno y su familia, acompaña a las familias durante la internación y sigue después ese acompañamiento, sumando también a quienes pasaron por la experiencia. Uno de estos grupos funciona en Montevideo, los viernes por la noche, en la Parroquia S. Antonino. Su referente es Nicolás Parreira. Otro GEV se está formando en la ciudad de S. Carlos (Maldonado).
Mons. Bodeant, el Obispo de Melo, manifiesta que sorprende ver a jóvenes que nunca habían hablado con un cura ni con un pastor, que nunca habían entrado a una Iglesia ni católica ni evangélica, abrirse a la dimensión espiritual y empezar, de buenas a primeras, a rezar el Rosario… y luego enseñárselo al recién llegado como si llevaran toda la vida haciéndolo. La espiritualidad tiene las viejas raíces franciscanas: “paz y bien” y el espíritu fraterno que llevó a san Francisco a besar al leproso. La otra vertiente la aporta el Movimiento de los Focolares, surgido en Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Su fundadora, Chiara Lubich, se sintió llamada a contemplar, a buscar y a servir a “Jesús abandonado” en el prójimo sufriente; a buscar vivir concretamente, poner en práctica el Evangelio y en la comunidad, tener siempre a “Jesús en medio”.
Desde hace ya buen tiempo, la Fazenda masculina está con su capacidad colmada (21 personas en este momento) e incluso a veces ha habido lista de espera. El lugar para un nuevo interno se hace no sólo al terminar (o interrumpir) alguien su proceso, sino proponiendo a quienes ya tienen más camino completar su experiencia en otra casa, en Argentina o incluso Brasil. La Fazenda femenina, en cambio, ha tenido siempre un grupo más pequeño. Las historias de varones y mujeres son diferentes… ellos y ellas pueden haber hecho sufrir mucho a sus familias y al mismo tiempo haber tenido sus propias penas; pero en las mujeres hay historias de sufrimientos profundos. De todos modos, los responsables piensan que hay que seguir dando a conocer muy especialmente a la Fazenda femenina.
Por información:
Fazenda masculina: teléfono 4466-3105 o correo electrónico [email protected]
Fazenda femenina: llamar o enviar
WhatsApp a celular
094 444 719
Grupo Esperanza Viva: llamar o enviar
WhatsApp a celular
095 010 671