Barrio obrero e industrial, en los últimos años se ha visto asediado por el avance de clanes criminales y del narcotráfico. La zona oeste es junto a la noreste de la ciudad la que concentra la mayor parte de los homicidios y las rapiñas.
En su momento, la Fortaleza del Cerro era uno de los principales puntos turísticos a visitar. Sin embargo, hace varios años Estados Unidos y varios países europeos recomiendan a sus ciudadanos que viajan a Uruguay, no transitar por esta zona de Montevideo por el peligro de sufrir actos criminales.
Pero el tema de la inseguridad preocupa, en primer lugar, a la gente que vive y trabaja con dignidad en esos barrios; los que a menudo son víctimas directas o indirectas de bandas delictivas que, a su vez, captan (o coaccionan) a gran parte de los jóvenes.
Atrás quedaron las buenas épocas de los frigoríficos, el auge de la industria naval e incluso la esperanza que generó la construcción de la planta regasificadora. El oeste de Montevideo, con la Villa del Cerro como emblema de uno de los centros poblados más antiguos de la capital uruguaya, quedó sumido –como otros barrios periféricos de la ciudad– a una pobreza estructural, con más de 70 asentamientos y una emergente subcultura del crimen que opera en esa zona desde los años 90.
La lucha de clanes
Cerro Norte fue el epicentro del crecimiento de bandas de rapiñeros como Nelson Peña Otero, conocido como el Rambo, asesinado en 2011 en el Penal de Libertad por otro conocido delincuente, Ruben Rodríguez de Armas (asesinado hace un año). El homicidio fue a instancias de un ya ascendente Alberto “Betito” Suárez. Cuatro años antes, también en la cárcel, el “Betito” encargó al “Carliño” (tristemente conocido por haber asesinado al hincha de Nacional Daniel Tosquellas en 1996) matar a otro capo de ese momento, Mario Soria. Este fue ultimado en un baño mientras se celebraba un acto protocolar con autoridades.
Durante sus largas estadías en el Penal de Libertad, “aggiornó” sus prácticas delictivas con nuevos conocimientos aprendidos de importantes narcos foráneos. En 2012, Suárez fue considerado por el juez Néstor Valetti como el criminal “más peligroso del sistema penitenciario”. El exintegrante de la “superbanda” de rapiñeros por el 2000 conoció al serbio Zoran Mihailovic Jaksic y a integrantes del Primer Comando Capital (PCC) con quienes “aprendió” los secretos del negocio.
Tras convertirse en narco, Betito empezó a manejar un ejército de entre 50 y 100 personas. En las calles de los palomares de Cerro Norte, su medio hermano “Ricardito”, junto a un grupo de jóvenes, se encargó de ejecutar a narcotraficantes de la zona. Tal fue el caso de Gustavo Alvariza, ultimado en diciembre de 2013.
Esta familia criminal es conocida en el ambiente policial y judicial por implementar métodos delictivos muy violentos, nunca antes vistos en el país. Se le atribuye el auge del sicariato, los ajustes de cuentas en plena calle y las rapiñas a bocas de drogas de bandas rivales que desataban interminables guerras narco. El propio hijo de Betito está preso por asesinar con 18 años al joven golfista Antony Macaris en abril de 2018, cuando Suárez estaba a punto de rapiñar una boca del barrio Casabó junto a otros jóvenes y al cruzarse con Macaris, lo mató.
Otro grupo de sicarios emergió del barrio Casabó por 2016. En febrero de ese año la banda del “Manolo” mató a un matrimonio paraguayo –y a una adolescente que caminaba cerca del auto de los ejecutados– a cambio de 30 mil dólares provenientes de tierras guaraníes. También fueron responsables de decenas de macabros asesinatos por asuntos de drogas en distintas zonas del Cerro Norte, La Paloma, Casabó y principalmente en el barrio Tobogán, zona para el narcomenudeo que también disputaban con saña “los Ricarditos”. En ese asentamiento ubicado al costado del Estadio Luis Troccoli, se hallaron enterrados varios cuerpos de jóvenes de la zona que se encontraban desaparecidos.
Tanto “Betito” Suárez, como su medio hermano Ricardo “Ricardito” Cáceres están de nuevo en prisión desde mayo por delitos de narcotráfico y lavado de activos respectivamente. En la conferencia de prensa el ministro Jorge Larrañaga y el fiscal de corte, Jorge Díaz, no dudaron en considerarlos dos de los narcotraficantes más peligrosos del país. Además de abastecer a bocas de todo Montevideo, se los investiga por su rol en una nueva y violenta metodología detectada en 2019, en la que mutilan a deudores de drogas en la zona del Cerro. Además, “Ricardito” es investigado por usurpación de terrenos en Santa Catalina.
El ejemplo de Betito ya era utilizado por las autoridades judiciales y policiales casi 10 años atrás para explicar los cambios de conducta delictiva que se veían venir. Desde 2012, la Policía y la Justicia advirtieron al sistema político que el delito estaba cambiando aceleradamente y que las estrategias para enfrentarlo y la comprensión política para avalar esas estrategias no eran tan veloces.
El avance narco
Con el asesinato del narcotraficante Bocha Risoto en enero de 2012, quedó en evidencia el llamado de atención las autoridades. El lugar y el método empleado para ultimarlo impresionó a la opinión pública. Desde ese año, el uso de armas de fuego, tanto en homicidios como rapiñas, aumentó de forma considerable, y a su vez la violencia creció en barrios periféricos que, de a poco se fueron transformando en pequeños guetos de la cultura delictiva y carcelaria.
El término “feudalización” se comenzó a usar en Uruguay por parte del exdirector nacional de Policía, Julio Guarteche, en referencia a fenómenos del crimen que se constataron, sobre todo, en países donde el narcotráfico hace mayores estragos. Se trata de la consolidación de “zonas liberadas” donde los grupos delictivos se mueven con libertad y protección de los vecinos (ya sea por convicción o temor). Hostigamiento e intimidación que se extiende a los policías de la zona como sucedió durante el año 2020 con decenas de ataques, por ejemplo, con el asesinato de tres infantes de marina, hace un año en la Fortaleza.
En 2015, se dio un peculiar hecho cuando la policía decidió no intervenir y abandonar la zona de los palomares de Cerro Norte, lugar donde estaban disparando desde lo techos con ametralladoras y otras armas automáticas, la banda integrada por Erwin “Coco” Parentini, El Paolo, el Yorka y el Vitito; delincuentes peligrosos que también disputaban liderazgo en la zona del Cerro. Parentini fue quien mandó matar al hincha de Nacional, Lucas Langhain, en 2019.
Las zonas más violentas de la ciudad
Si bien los delitos más violentos cayeron en Uruguay durante 2020 (los homicidios bajaron 15% respecto a 2019, y las rapiñas cayeron 6,3%) durante el último año; en algunos barrios de Montevideo los índices de crímenes violentos se mantuvieron elevados. La zona oeste y noreste de la ciudad siguen concentrando la mayor parte de los homicidios y las rapiñas, con una gran diferencia con las otras.
Junto a las seccionales 17 y 18 (noroeste de la ciudad) las cifras de delitos violentos denunciados en la seccional 24 del Cerro son las más altas de la ciudad junto a la seccional 19, también del oeste, que vio un fuerte incremento de la criminalidad. Las tasas de homicidios y rapiñas en muchos barrios triplican la media nacional. Las seccionales 17 y 18 corresponden a la Zona Operacional I, y la 19 y 24 a la IV.
De los 1.404 homicidios ocurridos en la capital entre 2013 a 2020, el 80,7% (1.123) ocurrieron en las zonas más conflictivas: 643 en la Zona Operacional III (noreste) y 490 en la Zona Operacional IV (oeste). En 2020, de los 168 homicidios ocurridos en la capital, el 79,7% (134) sucedieron en las jurisdicciones de estas dos zonas.
En lo relativo a las rapiñas denunciadas, 2020 fue el año con mayor porcentaje de estos delitos acontecidos en las zonas policiales III y IV. Del total de rapiñas denunciadas en Montevideo (23.536), el 68,66% (16.159) fueron en estos barrios.
Los asesinatos crecieron 108% de 2011 (199) a 2018, año récord de homicidios totales en Uruguay (419), que nos dejó una tasa de 12 cada 100 mil habitantes.
Por otra parte, la proporción de ajustes de cuentas en los homicidios subió de 29% en 2012 a 50% en 2019, bajando a 44% según los registros del año 2020.
En cuanto a homicidios concretados en la vía pública, en 2016 eran el 42% y creció año tras año hasta llegar a la cifra actual de 67%. En la capital es de 77%.
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