Tras el lanzamiento oficial del Chat GPT, me prometí no usar jamás la inteligencia artificial (IA) para escribir un artículo. Rompo aquí la promesa, porque de ella se trata esta columna. Ocurre que le pregunté: “¿Cuáles son los peligros que puede traer aparejados el uso de IA?” Con una “honestidad intelectual” muy superior a la de sus defensores humanos, me respondió: “El uso de la IA puede traer consigo varios peligros y desafíos. Algunos de los más relevantes son:
1. Desinformación: la IA puede ser utilizada para crear contenido falso o engañoso, como noticias falsas o deepfakes, lo que puede afectar la percepción pública y la confianza en la información.
2. Privacidad: la recopilación y análisis de grandes cantidades de datos personales por parte de sistemas de IA puede poner en riesgo la privacidad de las personas, especialmente si esos datos son mal utilizados.
3. Sesgo y discriminación: si los algoritmos de IA se entrenan con datos sesgados, pueden perpetuar o incluso amplificar prejuicios existentes, lo que puede llevar a decisiones injustas en áreas como la contratación, la justicia penal y el acceso a servicios.
4. Desplazamiento laboral: la automatización impulsada por la IA puede llevar a la pérdida de empleos en ciertos sectores, lo que genera preocupación sobre el futuro del trabajo y la necesidad de reentrenamiento.
5. Seguridad: la IA también puede ser utilizada en ciberataques, creando sistemas que pueden aprender y adaptarse para eludir medidas de seguridad.
6. Dependencia tecnológica: a medida que nos volvemos más dependientes de la IA, existe el riesgo de que perdamos habilidades humanas esenciales y la capacidad de tomar decisiones sin la ayuda de la tecnología.
7. Control y autonomía: a medida que la IA se vuelve más avanzada, surge la preocupación sobre quién controla estas tecnologías y cómo se utilizan, lo que plantea cuestiones éticas sobre la autonomía y la responsabilidad”.
De estos siete peligros, el que afecta más al ser humano, parece ser el sexto. Por eso le repregunté a la IA a que se refiere, concretamente, con “la pérdida de habilidades humanas esenciales y la capacidad de tomar decisiones sin ayuda de la tecnología” La respuesta fue que las habilidades que podríamos perder son:
- El pensamiento crítico y la capacidad de analizar información, evaluar argumentos y tomar decisiones informadas (hoy, el pensamiento crítico no es fácil de encontrar entre los jóvenes).
- La habilidad para abordar y resolver problemas de manera creativa y autónoma.
- La práctica y la agilidad en el cálculo matemático mental (esto ya se perdió hace décadas con las calculadoras, pero no es tan grave como perder totalmente la capacidad de pensar, evaluar, argumentar y decidir).
- La capacidad de comunicación interpersonal, de leer las señales sociales y emocionales de los demás y de interactuar cara a cara con los demás.
- La capacidad de memorizar datos e información relevante sin ayuda tecnológica (esto viene ocurriendo desde la invención de la imprenta).
- La capacidad creativa y la originalidad propias del pensamiento humano.
- La capacidad de desarrollar actividades como la navegación, la cocina o el bricolaje sin ayuda tecnológica.
Los que peinamos canas estamos mejor inmunizados contra estos peligros, porque aprendimos a razonar y a pensar sin pantallas ni IA. Los que nos preocupan son los jóvenes: si se acostumbran a que la IA piense, argumente, escriba, resuma, haga rimas y resuelva problemas por ellos, en poco tiempo muchos dejarán de pensar y no podrán resolver problemas básicos, ni decidir, ni crear, ni relacionarse normalmente con los demás. Algunos pueden llegar a convertirse en una suerte de zombis, fácilmente manejables por los terceros.
¿Cómo enfrentar esta situación? La mejor alternativa parece ser el regreso a la educación clásica. Me refiero a educar en la realidad y a educar en el asombro, como sugiere Catherine L’Ecuyer en sus libros. En contacto con la naturaleza y facilitando el acceso a la pintura, la música, la escultura, y a los grandes y buenos libros clásicos en formato papel. La educación debería estar lo más alejada posible de las pantallas hasta que los chicos cumplan la mayoría de edad. Solo una educación off line –afirma L’Ecuyer– los preparará para enfrentar una vida on line, sin que esta los absorba por completo ni afecte significativamente su capacidad de pensar.
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